sábado, 12 de julio de 2008

RETORNO. PERDONEN LA DEMORA

6

El Límite Norte


La mañana amaneció fría y silenciosa. Dentro del campamento de Dreylo no se producía ningún ruido. Sólo el sonido que producían los insectos y el viento era lo que podía oírse en varios metros a la redonda. Pero, de repente unos pasos rompieron el silencio.
Se trataba de Zolken, el herrero no había podido dormir bien durante el transcurso de la noche y ahora se paseaba con inquietud, pues dentro de poco se acercarían al Límite Norte de Cómvarfulián. Benderlock. Su familia lo esperaba allí, y pese a no saber qué podría encontrar, las ansias bullían en su interior.
A los pocos minutos, Dreylo y Dishlik despertaron. También se sentían ansiosos, pero su curiosidad era totalmente diferente a la de Zolken. Querían conocer a la familia del herrero, pero también querían ultimar los planes de guerra. Dreylo creía que debían ir a Benderlock para conquistarla, y luego partir a Voshla, después de obtener el mando del Castillo de Bronce, buscarían el pasaje de las montañas que los llevaría a Glardem y podrían invadir el castillo. Dishlik no veía problemas en el plan y sólo faltaba comentarlo con los hombres.
Cuando ya eran casi las nueve de la mañana, todo estuvo listo para partir. Recogieron el equipaje y comieron un rápido desayuno y luego emprendieron la marcha. El hecho de acercarse al misterioso desierto Marglen inquietaba a la mayoría de los hombres, pues acerca de ese lugar se decían varias leyendas con las que se atemorizaban a los niños y que perduraban en la memoria por toda la vida. Ahora, las palabras de sus antepasados volvían a sus mentes y unos violentos escalofríos, que nada tenían con ver con la temperatura de aquel día, recorrían sus cuerpos.

“En ese lugar habitan criaturas que ningún hombre ha visto. Quienes se adentran en el desierto no vuelven, a excepción de unos pocos que no pueden describir lo que ven allí. Es una extensión de arena que parece inacabable. Por más que caminaran no encontrarían su fin y para empeorar las cosas los oasis son escasos. Para poder hacer una expedición por esas tierras es necesario llevar provisiones en abundancia y a veces ni siquiera así es suficiente. Por las noches, los misteriosos moradores del Marglen salen a buscar una presa, encontrando en los humanos un alimento mucho más provechoso que cualquier otro animal típico de la región. Atrapan a los hombres y los destripan con sus propias manos, se comen sus entrañas y se beben su sangre, con la piel de sus víctimas construyen unos extraños ropajes y con sus huesos edifican sus hogares. Excepto por el cráneo, el cual es exhibido a la entrada de todas las casas de la tribu. Se multiplican por montones y algún día invadirán el bosque”

Este y otros relatos por el estilo eran los que sobrevivían dentro de la cultura popular cómvarfuliana, sin importar a qué provincia se perteneciera, todo el mundo conocía las leyendas. Y temían a esas extrañas criaturas que hacían del desierto un lugar más hostil que de costumbre, sin embargo, hacia allá se dirigían ahora mismo.

El mediodía se acercaba junto con las brillantes paredes del castillo amatista. Sus torres se elevaban majestuosamente, y de cada una de ellas ondeaba el estandarte de Benderlock. Un águila que sobrevolaba un bosque ardiendo. Las llamas transformaban los árboles en una inacabable extensión de arena, como la que se veía a lo lejos y era real.
Cuando estaban separados del castillo por una distancia alcanzable por una flecha, Dreylo enarboló una bandera blanca y él y Zolken se encaminaron a las puertas del Castillo. Una vez frente a la edificación, Dreylo tocó el cuerno de Brandelkar y anunció con voz potente:
—Que salga el Señor de Benderlock. Yo, Dreylo, Señor de Alcunter por herencia y de Brandelkar por victoria, deseo parlamentar con él. No quiero que se derrame sangre bendercklina, pero si Benderlock insiste en luchar, me temo que no tendré otra opción. Nada se interpondrá en mi camino hacia la conquista de Cómvarfulián, pero quiero evitar más dolor. Ya se ha derramado mucha sangre y se han desperdiciado muchas vidas. Que salga el Señor de Benderlock para que podamos parlamentar en condiciones de paz y negociar.
Dreylo y Zolken esperaron unos quince minutos frente a las puertas. Finalmente, éstas se abrieron y por ellas salieron tres hombres. El del centro era sin duda alguna el Señor de Benderlock, vestía ropas ligeras, pues el calor al estar tan cerca del desierto era sofocante. De su cintura colgaba una vaina finamente adornada con pequeños trozos de amatista, y la empuñadura lucía una piedra tan oscura como la tierra. Su cabello era plateado, al igual que sus ojos. Una barba poco espesa ocultaba parte de sus facciones, severas y angulosas. Una nariz aguileña adornaba su rostro, brindándole el verdadero aspecto de un águila, como si del estandarte de Benderlock hubiera bajado el animal para convertirse en hombre. Era un poco más bajo que Zolken, aunque era difícil decir quién entre los dos era el más viejo.
Dreylo reconoció al hombre ubicado a la izquierda del Señor de Benderlock como Lem. Al igual que su hermano, tenía un cabello de tinte rojizo, sin embargo era más alto y su piel más saludable. En su mano izquierda llevaba una lanza tan alta como él mismo cuya punta era tan gruesa como un dedo. Dreylo acercó la mano disimuladamente a la empuñadura de Gollogh.
El último hombre, ubicado a la derecha de su Señor, tenía el cabello negro como el carbón, al igual que sus ojos. Sus ropajes no tenían muchos lujos y su espada estaba depositada en una gastada vaina de cuero. Sus botas, hechas del mismo material, se encontraban en el mismo estado de deterioro, además estaban un poco agujereadas. Eran las marcas de los dientes de un perro inmenso, oscuro como la noche, que estaba a su lado y cuya altura alcanzaba la mitad de sus muslos. Su rostro estaba surcado por una barba que le llegaba hasta la nuez, pero sin bigote, (Dreylo no pudo evitar recordar a un chivo). Su estatura era cercana al metro ochenta. Posó una mirada arrogante en Dreylo y Zolken apenas tuvo la oportunidad.
El Señor de Benderlock se adelantó a los otros dos hombres y dijo:
—Saludos Dreylo. Mi nombre es Dirmadon, y gobierno en Benderlock desde hace veinticinco años—estaba usando un tono y unas palabras demasiado cordiales, teniendo en cuenta la ocasión. Esto a Dreylo no le gustó, por lo que se mantuvo precavido mientras Dirmadon proseguía con su discurso—. Sin duda ya debe conocer a Lem, nuestro informante asentado en Alcunter. A mi derecha se encuentra Lobragh, uno de mis soldados más valiosos. Ellos dos me ayudarán a llegar a un acuerdo con ustedes.
—En ese caso yo llamaré a otro de mis hombres, para que quedemos en igualdad de condiciones—dijo Dreylo, y con un gesto de su mano, indicó a Dishlik que se acercara. Al llegar donde se encontraban, Dreylo añadió—: Él es Dishlik, fue mi informante asentado en Brandelkar durante tres años, ahora ya ese servicio no es necesitado.
—Muy bien—dijo Dirmadon, mientras se sentaba sobre la fresca hierba, agregó—. Ahora ya estamos tres y tres, podemos dialogar.
Los demás hombres lo imitaron y Dreylo comenzó a exponer los hechos.
—La situación es la siguiente: Brandelkar ha pasado a estar bajo mi dominio. A finales de enero atacamos Brandelkar y vencimos, no sin dificultad por cierto. Ayer, en vista del retorno de la primavera, decidimos atacar Glardem, pero nos interceptaron los Mingred y los Nerk en el camino. Nos costó trabajo, pero volvimos a salir victoriosos. En este momento no queda ningún Mingred o Nerk en Cómvarfulián, todos han desaparecido—Lobragh miró a Dreylo consternado, sus ojos brillaban de manera misteriosa—. Ninguno de los dos pudo oponer resistencia al poder de Alcunter, y si ellos no pudieron, ustedes tampoco tienen oportunidades de enfrentarse a nosotros y triunfar. Tienen la oportunidad de solucionar esto por las buenas. Deberían sentirse afortunados por ser los primeros en obtener un aviso previo. Pero, como ya dije antes, estoy cansado de matar sin sentido. Es su decisión. Dirmadon, he dicho todo lo que tengo que decir, incluso ceo que he repetido ciertas cosas, pero no se me ocurre algo mejor para añadir. Quiero que Benderlock considere mi propuesta y se evite el dolor. Eso sí, como única condición pido que entreguen a Lem para que pague por sus actos. Si cumplen esto, y se adjuntan al dominio de Alcunter prometiendo brindarnos algunos hombres para la batalla como muestra de buena voluntad, se les dejará continuar con sus vidas en paz y…
—Por favor, esto son puras patrañas. ¿Cómo puede un simple hombre vencer a los Mingred y los Nerk? Se puede considerar la posibilidad de que hayan vencido a Brandelkar (aunque es difícil, se encontraban en una situación complicada), pero hablar de la destrucción de dos de los pueblos más poderosos de Cómvarfulián es otra cosa. Es evidente que este hombre miente. Debimos haberlo matado cuando tuvimos oportunidad de hacerlo. De hecho, no veo por qué no hacerlo ahora—las palabras de Lobragh estaban cargadas de escepticismo. Se había levantado en medio de su ira y miraba a Dreylo con frialdad.
Dreylo por su parte escuchó su discurso sin producir ningún gesto. Aunque se aguantaba las ganas de reír con todas sus fuerzas. Aquel hombre era un tonto por dudar de sus palabras y se arrepentiría por ello.
—Lobragh, por favor. No podemos matarlo en medio de la sesión de diálogo. Llegaron portando la bandera blanca y la ley establece que ni una gota de sangre se derramará hasta el fin de las conversaciones. Tal vez tus sentimientos te hicieron olvidar este aspecto, pero te pido que conserves la cordura un tiempo más—dijo Dirmadon con autoridad.
Lobragh se sentó con resignación observando a su Señor. En sus ojos aún se veían las ansias de matar a Dreylo, y el alcunterino lo notó, por lo que dijo:
—Dirmadon, es evidente que este hombre desea luchar. Y yo tengo una idea. Como ya dije antes, no quiero que se derrame más sangre. Por lo que propongo que hagamos un pequeño combate entre nuestros hombres. Tres de los míos contra tres de los suyos. Cuando uno de los hombres no pueda seguir el combate (por perder la vida, las fuerzas o los ánimos, o cualquier otra cosa) perderá de inmediato. Como pueden ver, son tres rondas, lo cual mantiene la balanza en un relativo equilibrio y tensión hasta el final. Cada provincia tiene las mismas oportunidades de ganar y perder. Me parece justo.
Dirmadon inclinó la cabeza unos instantes. Su rostro quedó por completo oculto hasta el momento en que levantó la cabeza con una sonrisa maliciosa y dijo:
—Acepto la propuesta. Escoge tus hombres Dreylo. Yo vuelvo con los míos.
Dreylo se retiró a donde descansaba su ejército y les informó la situación.
—Ahora para el combate que se va a hacer Drog y Dishlik irán conmigo. Yo también pelearé. Quiero que vean el poder de Gollogh y comprendan que no digo mentiras. El poder de la espada quedará claro y nadie dudará de mí otra vez.
Dreylo, Drog y Dishlik volvieron al punto de encuentro con Dirmadon. Éste iba acompañado de Lobragh y otro soldado. Musculoso y fornido, el cabello de color castaño caía sobre sus hombros y poseía una de las barbas más espesas y enmarañadas que Drog hubiera visto. Dreylo ya sabía con quién iba a enfrentarse cada uno, y no pudo evitar sentir un poco de temor.
El perro de Lobragh gruñía y echaba espuma por el hocico. Sus ojos centelleaban con fiereza y sus garras se hundían con fuerza en la tierra conforme se acercaban Dreylo y sus hombres.
—Quieto, Moruderaz—ordenó Lobragh, y a continuación profirió una serie de sonidos que parecían gruñidos. Moruderaz observó a Lobragh un momento, luego gruñó por lo bajo y se apartó un poco. Y si en vez de ser perro hubiera sido hombre, Dreylo hubiera jurado que lo miraba con curiosidad.
—Muy bien Dreylo, estos son mis tres hombres: Lobragh, Kulmod y yo. Estamos preparados para la lucha.
—Estos son mis hombres: mi hijo Drog, Dishlik y yo. Y haremos que Lobragh se arrepienta de sus palabras.
Lobragh resopló fuertemente como muestra de incredulidad, apretaba la empuñadura de su espada con fuerza, descargando su odio en ella.
—Los combates serán de la siguiente manera: Drog se enfrentará a Kulmod, Dishlik a Dirmadon y yo a Lobragh. Sobra decir que quien haya ganado dos combates o más será el triunfador. Si Alcunter gana, Benderlock se sumará a nuestro mando y nos entregará a Lem.
—Y si Benderlock gana ustedes se irán de aquí y nos dejaran vivir en paz. No nos atacaran y se marcharan de una vez—aclaró Dirmadon.
—Sí, claro. Se me había olvidado que Benderlock tiene derecho a un privilegio si ganan. Pero no es necesario contemplar esa posibilidad. Estoy seguro que ganaremos.
—No se confíe demasiado. Se puede llevar una sorpresa un tanto desagradable—dijo Lobragh.
—Soy realista, no confiado—afirmó Dreylo.
—Basta de charla, es hora de solucionar esto, no queremos que anochezca antes de acabar. Pero si seguimos a este paso, es lo más probable—exclamó Dirmadon.
—Muy bien, entonces que Drog y Kulmod luchen ahora—Dreylo estaba preocupado. Durante toda su vida había intentado creer que la maldición que recaía sobre Drog era irreal. Pero su hijo había sufrido muchos infortunios en batalla, y la única explicación posible era que en realidad estaba maldito.
El ejército bendercklino completo había salido a contemplar el evento. Formaban un círculo con los brandelkanos y alcunterinos, rodeando a los seis guerreros. El espacio para batallar era de cien metros, los contrincantes se ubicaban en extremos opuestos y se miraban con furia, como si esperaran acabar con su enemigo con el poder de sus ojos.
Drog avanzó hasta el centro del campo. Kulmod portaba en sus manos un hacha de aspecto colosal. Su espesa barba ocultaba parte de la sonrisa de suficiencia que no pudo contener al ver a su oponente. Le parecía que Drog era demasiado enclenque para presentarle una pelea digna de recordar. “Acabar con este insecto va a ser cuestión de segundos” pensó.
Drog desenvainó su espada. Consideraba que el tamaño y el peso de su enemigo eran su mayor fortaleza y debilidad a la vez. Un golpe podía ser mortal, pero sólo si lograba alcanzarlo. Debía ser rápido y acabar el combate lo más pronto posible.
Entonces, sin previo aviso, Kulmod levantó su hacha sobre su cabeza y dio un golpe. Drog se apartó justo a tiempo, el hacha sólo le rozó la cara y le quitó unos cuantos cabellos de la cabeza.
Pero al apartarse tan rápido había perdido el equilibrio. Cayó de espaldas un poco alejado de Kulmod. Quien demostró no ser tan lento como Drog creía, pues en menos de un parpadeo se encontraba a su lado y levantaba el hacha de nuevo.
Drog giró sobre sí mismo hasta apartarse de Kulmod, sin embargo éste lo persiguió dando grandes zancadas. Drog no había terminado de girar para levantarse y debía apartarse de nuevo. El hacha cayó con furia donde unos segundos antes estaba su cabeza, dejando una profunda zanja en el suelo. Pequeñas briznas de pasto se levantaron por el golpe y cayeron suavemente sobre las manos de Kulmod.
Mientras tanto, Drog había conseguido levantarse impulsándose con sus brazos para dar un salto y caer magníficamente sobre sus piernas. Kulmod se dio la vuelta y vio a Drog corriendo hacia donde se encontraba, con la espada preparada para atacar, para matar. Kulmod fue a su encuentro, desplazándose a una velocidad mayor.
Las dos armas chocaron. Drog y Kulmod estaban frente a frente, haciendo presión sobre el otro. De haber sido una lucha entre dos hombres de complexiones parecidas, se hubieran neutralizado. Pero Drog no tenía la misma musculatura que Kulmod, por lo que se veía obligado a retroceder gradualmente. Cada paso que daba hacia atrás lo debilitaba más que el anterior, no creía que pudiera durar mucho.
Las rodillas comenzaron a ceder ante la brutal fuerza de su oponente. Decidió escabullirse antes de terminar aplastado bajo el peso de Kulmod. Zafó su espada del enredo en que se encontraba y pasó corriendo por debajo del brazo aún levantado de Kulmod. Quien giró de inmediato y atacó de nuevo, pero no usó su hacha. Embistió a Drog dándole un fortísimo golpe con su hombro derecho en el centro exacto de la espalda. El muchacho cayó unos metros adelante, respirando con dificultad. Había soltado su espada en medio de su trayectoria por el aire y ahora ésta era recogida por Kulmod. El soldado sostenía el hacha en la mano derecha y la espada en la izquierda, sonreía con malicia y avanzaba con deliberada lentitud.
Drog se levantó ignorando la falta de aire. No sabía qué hacer, se encontraba por completo desarmado frente a su enemigo. Y esta vez no estaba su padre para salvarlo. La soledad se mezclaba con la duda, sus piernas no respondían y la vista se le nublaba a ratos. Kulmod se encontraba a quince pasos de distancia, a diez, a cinco, a tres, ahora estaba frente a él. Lo golpeaba en la cara con la empuñadura de su espada y salía despedido hacia en lado. Luego vio como su oponente soltaba las armas y lo apresaba en un abrazo asfixiante.
Drog no podía respirar, ni ver, ni moverse. La oscuridad lo envolvía por completo y sentía como su espacio vital se comprimía en medio de los brazos de Kulmod, luego perdió el sentido.
Kulmod soltó a Drog y lo lanzó hacia el ejército alcunterino. Markrors extendió los brazos y recibió al chico. La fuerza con la que había sido lanzado era inmensa, para no caer, debió ser ayudado por varios brazos amigos que detuvieron el impulso.
—Uno a cero a favor de Benderlock—anunció Kulmod con voz potente, de modo que todos pudieran oírlo. Las ovaciones que salían de las gargantas bendercklinas ahogaron su carcajada de triunfo. Sin embargo, Dreylo podía ver como se reía sin disimulo. Lágrimas de furia acudieron a su rostro y juró vengarse. Mientras tanto, Zolken revisaba que Drog se encontrara bien. El combate había durado menos de cinco minutos.
—Esto aún no acaba, ahora es mi turno—gritó Dishlik.
Se dirigió hacia el centro del círculo y esperó la llegada de Dirmadon. Llegó con la alegría desbordando por su rostro, acompañada de una tensión palpable. Sólo tenía que vencer a Dishlik para asegurar la paz de su pueblo durante muchos años. Tantos, que tal vez él ni siquiera alcanzaría a verlos todos.
Dishlik por su parte, empleaba toda su concentración para convocar todo su poder. No estaba dispuesto a correr el más leve riesgo, por lo que juntaba toda la fuerza física que poseía con el espíritu guerrero que había cultivado en Alcunter. Desenvainó su espada sin apartar la vista de Dirmadon, y su gesto fue correspondido.
Dishlik atacó con furia. Encadenaba sus golpes a una velocidad que ni siquiera sabía que poseía. Dirmadon sólo podía sostener su espada en alto y bloquear sus ataques. Su brazo se entumeció después de una buena tanda de golpes que eran cada vez más difíciles de soportar. Finalmente soltó su espada y retrocedió unos pasos. El sudor bajaba por su frente hasta sus mejillas perlando su rostro. Las gotas que se escurrían por su nariz iban a parar a su barba y ahí se quedaban. Como gotas de rocío en las hojas de una extraña planta.
Dishlik, al igual que Kulmod, recogió la espada de su oponente. Pero él la clavó en el suelo, lejos del alcance de Dirmadon, y luego posó su espada sobre el cuello del anciano. Sólo tenía que mover su brazo para acabar con su vida. Sin embargo, Dishlik se contentó con mirar a Dirmadon con malicia y decir en voz muy alta, de manera que todos pudieran oírlo, aunque no hacía falta, pues las imágenes hablaban solas: ­­
—Muerto. En condiciones normales, este combate no se podría seguir desarrollando. Y sin duda ardo en deseos de que sea un combate común y corriente. Pero cumpliré la voluntad de mi señor Dreylo y no derramaré más sangre. Sin embargo quiero que quede claro que gané yo, y si alguien insiste en lo contrario, me temo que tendré que cumplir mi deseo.
Dirmadon sonrió e hizo un leve movimiento de asentimiento con la cabeza, acto seguido se apartó hacia donde estaban sus hombres. Los alcunterinos no pudieron ver la resignación en su cara, pero Lobragh sí y la humillación que había sufrido su señor le dolía tanto como si fuera propia. Se decidió a ganar el combate y demostrar que era Benderlock quien se merecía el triunfo.
Dreylo por su parte liberó la tensión que cargaban sus hombros y se relajó. El siguiente combate lo ganaría él, sin duda alguna. Lobragh confirmaría con sus propios ojos el poder de Gollogh y entonces creería en todas las palabras de Dreylo.
Los dos oponentes avanzaron hacia el centro del círculo a igual velocidad. Se detuvieron al mismo tiempo y de igual manera desenvainaron sus espadas. La de Lobragh produjo un silbido y la de Dreylo un destello. Siguió un tenso silencio en el que nadie se movió ni dijo nada. El sol avanzaba hacia el ocaso ajeno a lo que sucedía en la tierra. Las sombras se alargaban conforme la temperatura, que había subido junto con el sol, bajaba de nuevo, como si estuviera siguiendo al astro en una carrera desenfrenada.
Lobragh lanzó un ataque. Dreylo se apartó con rapidez sin siquiera levantar los brazos, y esperó una nueva tentativa por parte de Lobragh. Detenía los golpes de su enemigo ayudándose de Gollogh o de su velocidad.
Lobragh estaba cada vez más furioso, perdía concentración con cada golpe que fallaba y sus facciones perdían más serenidad conforme avanzaba el tiempo. Sus ojos estaban desorbitados y su boca estaba abierta formando un gesto demente.
Dreylo decidió que no era sensato seguir jugando con Lobragh, por lo que bloqueó uno de sus ataques mientras gritaba:
—Ahora te arrepentirás de todo lo que has dicho. Es hora de que veas el poder que llevará a Alcunter a la victoria—acto seguido asestó un feroz golpe a la espada de Lobragh, la cual se quebró limpiamente por la mitad. Su propietario cayó de rodillas, mirando a Dreylo con incredulidad por unos instantes para luego agachar la cabeza como símbolo de su derrota.
—Alcunter ha vencido sobre Benderlock, es hora de que cumplan su palabra y que nunca más vuelvan a dudar de la espada del Señor de los Jaguares de Plata. Escuchen su nombre y témanlo, porque perteneció al más fiero guardián en toda la historia de Cómvarfulián. ¡Tiemblen ante la ira de Gollogh!
— ¡No!—Lobragh levantó la mirada hacia Dreylo gritando con toda la fuerza de sus pulmones. La desilusión se mezclaba con la impotencia de una manera que Dreylo no podía comprender, mientras tanto, un extraño fenómeno se desarrollaba ante los ojos de todos.
Moruderaz, el perro de Lobragh, que hasta ese momento se había mantenido por fuera del círculo que formaban los hombres, ahora entraba trotando a toda velocidad, ladrando y gruñendo mientras se dirigía a Dreylo. Algunos alcunterinos creyeron que intentaba atacar a su señor, por lo que se interpusieron en el camino de la bestia. Pero Moruderaz los apartó con un soberbio empujón y bendercklinos y alcunterinos por igual lanzaron gritos de terror al ver cómo el animal crecía de una manera impresionante ante sus propios ojos, hasta alcanzar la altura de los codos de Dishlik.
Cuando se encontraba a poca distancia de Dreylo, Moruderaz saltó y lo derribó. Markrors corrió aterrado para ayudar a su señor pero se detuvo impresionado al ver al perro lamiendo la cara de Dreylo y meneando la cola con alegría. Dreylo, por su parte, encontraba dificultades para respirar debido al peso que descansaba sobre su cuerpo y al aliento que llegaba hasta él. Era un penetrante olor a sangre que le mareaba. Había algo en ese aroma que le resultaba vagamente familiar, pero no podía recordar de dónde puesto que estaba empleando todas sus fuerzas en intentar quitarse el animal de encima. Sus esfuerzos no estaban dando resultados y ya se sentía morir de ahogamiento cuando imágenes y palabras venidas de un pasado remoto acudieron a su mente.
Reuniendo todo el aire que le quedaba, emitió un agudo silbido. Moruderaz se quedó quieto de inmediato y fulminó a Dreylo con la mirada, luego se apartó cuando el señor alcunterino chascó los dedos tres veces y dijo casi sin fuerzas:
—Sentado—luego le acarició el hocico y estiró el brazo para darle unas palmadas en los cuartos traseros.
El perro se apartó con presteza y sentó mirando a Dreylo con expectación. Dreylo se levantó con dificultad y acarició al perro en el lomo diciéndole:
— ¿Cómo viniste a parar aquí?
—Mi señor, ¿De qué habla?—preguntó Dishlik.
—Este perro no se llama Moruderaz, como dijo Lobragh. El verdadero nombre de este animal es Gollogh, y Él cuidó de Alcunter hasta mi infancia, luego desapareció sin dejar rastro. Hoy aparece en Benderlock con un nuevo nombre y un nuevo tamaño. No me explico nada de esto.
Dirmadon se acercó a Lobragh, quien seguía postrado de rodillas mirando al perro con melancolía. No hizo ninguna señal al percibir la llegada de su señor. Todos sus intentos habían sido en vano; de hecho, si lo pensaba bien, lo que había hecho no tenía fundamento ni probabilidades de acabar como el hubiera querido.
—Lobragh, exijo una explicación—dijo Dirmadon con voz potente.
—Entonces la tendrá—la voz de Lobragh no denotaba ninguna emoción. Seguía con la vista fija en el animal que permanecía sentado a pocos metros de él. Exhaló un suspiró largo que delataba que por fin se había resignado a su suerte. Se levantó y miró a Dirmadon con seriedad y luego comenzó su relato.
—Como ya dijo Dreylo, este es el perro que protegía Alcunter en años pasados. Su nombre era Gollogh y todas las criaturas sobre la tierra le tenían miedo. La razón de cómo llegó aquí es muy simple, pero debo explicar cómo sé todo esto.
Hace unos años, los Mingred decidieron infiltrarse a todas las ciudades de Cómvarfulián con el fin de descubrir datos que les fueran útiles para vencer a sus oponentes. Mi padre fue designado para entrar en Brandelkar. Encontró información muy valiosa, pero se enamoró de una mujer y escogió quedarse. Tuvieron un hijo al que llamaron Zolken, y debido a este acto mi padre fue desterrado. Decidió que para cuidar de mi madre la enviaría cerca del desierto, donde el aire es seco y los Mingred pierden parte de su fuerza. Él se quedaría en Brandelkar con Zolken, pues si se establecía en el desierto moriría sin duda alguna.
Tras unos años nací yo. Mi padre siempre se arriesgaba a visitarnos durante el verano, pues aunque sabía que eso lo debilitaría, también sabía que ningún Mingred se acercaría al desierto en la época más calurosa del año. De esta manera mi padre supo de mi existencia, por lo que convenció a mi madre de que debía seguir en Benderlock un poco más como medida extra para proteger mi vida. Mi madre aceptó todo esto a regañadientes, ya que de no haber sido por mi nacimiento habría retornado a Brandelkar con mi padre y Zolken.
Crecí de manera saludable y normal, a simple vista hubiera parecido un humano como cualquier otro, pero había algo que me hacía diferente. Desde que tengo memoria recuerdo extensas charlas con los animales, desde luego no me preocupaba, me parecía maravilloso poder hablar con los conejos, o con los caballos y que me contaran sus penurias y anécdotas. Sin embargo mi padre si encontró esto muy alarmante. Seguía visitándonos cada verano y cuando me atreví a contarle mi habilidad, el me explicó qué sucedía.
Me dijo que todos los Pueblos de la Naturaleza están conectados unos con otros y a su vez también existe un vínculo con la Madre Tierra y todos ellos, y, por lo tanto, hay un enlace que los une con todos los seres vivos. Me contó que creía que Zolken y yo, por ser mitad Mingred, tal vez hubiéramos heredado algunas de estas cualidades. Zolken todavía no había manifestado ninguna capacidad extra humana, pero yo podía hablar con animales. “El aire del desierto sin duda afectó tu parte Mingred, no posees ni rastro de nuestro poder de transformación, que es nuestro rasgo característico; sin embargo aún conservas parte del lazo que nos une con todas las criaturas. Gracias a este lazo es que puedes comunicarte con los animales, probablemente también puedas hablar con las plantas.”
Ahora podía entender el don que la vida me había dado. Aunque no podía encontrarle mucha utilidad, sólo me servía como diversión adicional; pero una noche de hace aproximadamente treinta años, mi vida cambió.
Estábamos en pleno invierno, el aire era más fresco que de costumbre pues el frío proveniente de Cómvarfulián neutralizaba el calor del desierto. Era un visión extraña, el inacabable desierto con su incambiable amarillo por un lado, y por el otro un extenso manto de nieve que parecía no tener vida.
La noche estaba avanzada, y yo paseaba muy cerca del límite que separa Cómvarfulián del Marglen. Las estrellas titilaban una tras otra sin parar y la luna quedaba parcialmente oculta tras las nubes. Yo estaba perdido en mis propios pensamientos, cuando unas sombras que se acercaban me sacaron de mi letargo. Procedí a esconderme lo mejor que pude y me mantuve a la espera.
Vi a un hombre que se acercaba junto con un perro inmenso, tan oscuro como la noche que nos rodeaba. El hombre se detuvo frente al desierto y le dio la orden al perro para que entrara allí y muriera, luego chascó los dedos en una sucesión determinada y dio unas palmadas. El perro lo miraba con inquietud, y yo, que comprendo mejor que nadie a los animales, supe que quería decir: “No quiero morir, pero si esa es la orden que me dan mis señores, eso haré”
Era una visión aterradora, por lo que decidí salir de las sombras y averiguar que sucedía. Cuando el hombre me vio, profirió un grito de furia y me dijo:
—Tú, esa cara yo la he visto antes. ¡Es el rostro de Minlax! Tú eres su hijo, ¡tú eres al mestizo!
No sabía cómo ese hombre conocía el nombre de mi padre y mi naturaleza, pero quedó claro cuando de un momento a otro un destello le iluminó y al instante siguiente me encontraba frente a un ser que parecía hecho de humo, de colores grises y azules alrededor de su cuerpo. Sólo había visto una vez a mi padre en forma de Mingred, pues llegaba desplazándose como el viento a Benderlock, y casi nunca se dejaba ver. Ahora me encontraba frente a otro como él que parecía enfadado, y mucho. Mis padres ya me habían explicado que los Mingred veían su unión con malos ojos, por lo que deduje que Zolken y yo debíamos ser odiados dentro de los Mingred.
El ser se acercó a mí de manera amenazante, veía en sus ojos un cruel deseo de matarme y su boca sin dientes se torcía en una mueca de maldad. Traté de correr pero en menos de un parpadeo el ser se desplazó como había visto hacer a mi padre y se ubicó frente a mí.
Di unos pasos hacia atrás y sin pensarlo comencé a gritar pidiendo ayuda. Entonces, surgiendo desde detrás de mí, el perro entró en escena dispuesto a defenderme del Mingred. Éste se convirtió de nuevo en hombre y chascó sus dedos de nuevo dándole nuevas órdenes al animal. El perro se retiró y mi atacante se acercó de nuevo. Desesperado, le pedí auxilio al perro una vez más, al mismo tiempo que el Mingred le daba nuevos comandos de la manera que había usado antes. El perro se quedó quieto unos instantes, pero de improviso lanzó un profundo aullido y atacó al Mingred, acabando con su vida. Por lo que pude deducir después, su muerte no afectó a los Mingred. Tal vez el hecho de hacerse pasar por hombre había roto el lazo que lo unía con su pueblo. Sea como fuere, ahora mi atacante se había marchado y el perro se acercaba a mí, fijando sus ojos en los míos.
“¿Quién eres?” Me preguntó por medio de gruñidos.
“Lobragh, un chico de Benderlock” Contesté de igual manera.
“¿Cómo comprendes mi lenguaje?” No pudo ocultar la curiosidad al hacerme tal pregunta.
“Mi padre es un Mingred, pero mi madre es humana. Gracias a esto puedo comprender a los animales ¿Tú qué hacías aquí con ese Mingred que quería que murieras?”
“No sabía que era un Mingred. Se presentaba ante mí con la apariencia de un hombre y me daba instrucciones usando el código que me enseñaron, por eso obedecía todo lo que me pedía. Y de no ser por tu intervención hubiera entrado en el desierto para no volver a salir.”
“Pero ¿Por qué haría eso?”
“Porque yo soy Gollogh, el perro guardián de Alcunter, y todos me temen y por mí no atacan al Castillo de Plata”
Entonces comprendí muchas cosas. Aquel Mingred sin duda sería el infiltrado en Alcunter. Había aprendido a dominar a Gollogh y quería acabar con él para poder destruir Alcunter. No me explicaba porqué lo había traído tan lejos a morir, supuse que la muerte de Gollogh estando cerca de Alcunter levantaría sospechas y que todavía debía permanecer infiltrado. No le hallaba otra explicación.
Por otra parte, entendí la razón por la que todos temían a Gollogh. Mi padre me había enseñado un poco del Lenguaje de la Naturaleza y gracias a eso descubrí el significado de su nombre. Gollogh es la abreviación de Golak Loghaz, que significa Guardián Fiero. Al llevar ese nombre, se había convertido en el ser más peligroso de Cómvarfulián y su fuerza había crecido de forma descomunal.
Ahora Gollogh estaba lejos de su hogar, solo y desamparado. Le propuse que se quedara conmigo y el aceptó de buena gana, la única condición que le puse fue que dejara cambiarse el nombre. Si seguía siendo un Guardián Fiero resultaría muy agresivo para conservarlo en casa y sin duda Dirmadon querría usarlo para que cuidara de Benderlock, pero yo creía que el merecía llevar una vida tranquila.
Decidí llamarlo Moruderaz, que significa Espíritu Viajero. El viaje que había hecho de Benderlock a Alcunter lo hacían merecedor del título, además, siendo un Espíritu Viajero no necesitaría tantos músculos y sería un poco menos agresivo. En efecto, apenas aceptó su nuevo nombre, perdió parte de su musculatura y tamaño, y aunque seguía siendo enorme para ser un perro, parecía más simpático e inofensivo.
Le conté a mi madre lo sucedido, y le hice prometer que no le contaría nada a mi padre. La idea de que supiera que Moruderaz había sido antes el guardián de Alcunter no me emocionaba, un extraño presentimiento me advertía de decirle.
Los años pasaron, Moruderaz olvidó por completo su vida anterior y creció pensando que había vivido conmigo toda su vida, la cual ya se extendía por un período fuera de lo común. La razón por la que ha vivido tantos años es desconocida para mí.
Cuando alcancé la mayoría de edad, me enlisté en el ejército bendercklino. La vida del soldado siempre me había parecido muy dura y atrayente a la vez, por lo que no dudé al momento de tomar mi decisión. Mi madre, en cambio, no se entusiasmaba con la idea y tuvimos un par de disputas al respecto. Al final, aceptó mi decisión de mala gana cuando amenacé con marcharme de casa.
Practicaba con esmero, a la espera del día en que saliéramos a la guerra. El poder militar de Benderlock no era reducido, pero tampoco muy grande. El plan sería atacar Voshla y Glardem para poder hacer frente a Brandelkar y Alcunter. La estrategia era buena, pero se necesitaban más hombres, razón por la cual Dirmadon inició una campaña que buscaba incentivar a las parejas para que tuvieran niños. Prometiendo privilegios para las familias más numerosas y cosas parecidas.
El número de soldados requerido para llevar a cabo nuestro plan ya casi estaba completo, y entonces llegaron los alcunterinos proclamando cosas inverosímiles. Había notado un pequeño cambio en el aire el día anterior, pero no se me había ocurrido que podía ser debido a la desaparición de los Mingred y los Nerk, y me negué a creerlo hasta ver las capacidades del arma del Señor Alcunterino, que se llama igual que Moruderaz en su vida pasada. Al parecer, al escuchar su antiguo nombre, recordó todo y volvió a ser el de antes. Es una lástima, me hubiera gustado que se mantuviera como estaba.
Dreylo miró a Lobragh con los ojos abiertos. Apenas se dio cuenta de que tenía la boca abierta dándole un aire de sorprendido, y estúpido, la cerró con brusquedad. Gollogh seguía sentado, mirando alternativamente a sus dos amos: Dreylo y Lobragh, Lobragh y Dreylo. Ahora por fin recordaba todo, y se encontraba confundido, pues no sabía ahora con quién de los dos iba a quedarse.
Zolken miraba a Lobragh con un profundo cosquilleo en todo el cuerpo, había escuchado su historia con suma atención y ahora sólo necesitaba preguntarle una cosa:
—Lobragh, ¿Cómo se llamaba tu madre?—aunque ya conocía la respuesta, quería escucharla para convencerse a sí mismo.
—Silyun—dijo Lobragh sin entender.
Zolken se quedó petrificado, sin saber que decir. Había caído en la cuenta de que no había dicho su nombre ni una sola vez desde que había llegado a Benderlock. Eso explicaba por qué Lobragh lo miraba con suspicacia.
—Lobragh, yo…—se detuvo, la voz le fallaba y las manos le temblaban, lo intentó de nuevo—Yo soy…soy…
—Soy qué—Lobragh estaba impacientándose, no le veía ni pies ni cabeza a nada de lo que pasaba.
Zolken respiró profundamente y dijo:
—Soy hijo de Minlax y Silyun. Soy Zolken, el herrero de Brandelkar que ahora está al servicio de Alcunter. Yo creé la espada que ahora Dreylo sostiene en sus manos, yo soy responsable de todo lo que ha pasado.
Lobragh se quedó sin habla, mirando a Zolken sin poder creer lo que había oído. Durante toda su vida había soñado con aquel momento y ahora que se le presentaba todo lo que había planeado se le había olvidado.
Dirmadon también miraba a Zolken fijamente. Abrió y cerró la boca varias veces, sin pronunciar palabra, hasta que por fin pudo decir:
—Zolken y Lobragh…
—Me parece Dirmadon, que deberíamos dejar que ellos dos hablaran en privado. Por ahora, y en vista de que ganamos la batalla, es hora de que cumplan su palabra.
—Claro, claro—dijo Dirmadon mientras Zolken y Lobragh se alejaban charlando en voz baja. Entonces mandó traer a Lem de inmediato. Dos hombres bien fornidos llegaron arrastrando al suplicante Lem, pedía que no lo entregaran, agregando que los alcunterinos lo matarían sin ninguna duda y que él no merecía aquello. Pedía que recordaran todo lo que había hecho por Benderlock.
—Cállate—ordenó Dreylo—. Un miserable como tú no tiene derecho a pedir clemencia. Traicionaste a Alcunter y trataste de vendernos a nuestros enemigos. Ahora llegamos por ti y no puedes escapar. Hicimos un trato y debes cumplirlo. Vas a pagar por habernos subestimado. Markrors, llévenselo y que no tenga contacto con ningún ser humano, y mucho menos con sus antiguos camaradas—Dreylo había llevado consigo a Walerz y Galerz como prisioneros, pues no quería perderlos de vista ni un instante.
Dirmadon observó impasible como se llevaban a Lem, quien no paraba de gritar pidiendo piedad. Apreciaba en verdad a Lem, pero debía cumplir su palabra y además, se daba cuenta que oponerse a Alcunter en esos momentos era una estupidez. Suspiró y miró a Dreylo, tratando de mantener una sonrisa sincera.
­ —Bueno, no hay nada más que ver aquí. Prosigamos al interior del castillo y discutamos un poco mientras llega la hora de comer, Dreylo.
—Me parece buena idea—dijo Dreylo.
Él y todos sus hombres, acompañados de los bendercklinos, entraron al Castillo de Amatista. Dreylo quedó sorprendido con la arquitectura bendercklina, pues estaba muy lejos de lo que había imaginado. Viviendo en el sur, la parte más agreste y verde de Cómvarfulián, había pensado que la vida en el límite del desierto sería diferente, pero ahora que veía que aquellos hombres no eran tan diferentes de él y los alcunterinos, quedó asombrado.
Los aposentos de Dirmadon estaban ubicados en la primera planta del castillo. Después de recorrer diferentes pasillos y dar múltiples curvas, Dreylo se encontró frente a una puerta cuya madera estaba muy gastada. Dirmadon abrió y le hizo pasar.
La sala no tenía chimenea, pues sin duda el calor del castillo era más que suficiente. La mesa de Dirmadon estaba en un rincón del cuarto, donde siempre había sombra sin importar la hora del día. Dreylo se dirigió allí y se sentó, cuando Dirmadon hubo hecho lo mismo, el señor de Benderlock dijo:
—Bueno, Dreylo. Un trato es un trato, debo cumplir mi palabra. ¿Qué servicios son solicitados de Benderlock?
—No muchos—respondió Dreylo—entregarnos a Lem, cosa que ya fue cumplida. Deben colgar un estandarte alcunterino de sus almenas y debe estar ubicado más alto que cualquier otro. Al momento de partir, deben proporcionarnos por lo menos trescientos hombres que nos acompañen a la guerra y deben jurar lealtad a Alcunter. Deberán pagar un tributo en oro, plata o especias durante el otoño. En el resto de los aspectos, su vida seguirá igual que antes.
—Exigencias razonables y justas ¿Cuándo parten y hacia donde?
—La fecha aún no está definida, quizás nos quedemos aquí un tiempo. En cuanto a nuestro destino, será Voshla. Aunque su ubicación aún no esté del todo clara y esté escondida, sabemos que queda cerca de aquí. Y planeo encontrarlos para vencerlos e infiltrarme en Glardem por el pasaje de las montañas.
—Deberías preguntarle a Lem, seguro que él debe conocer la ubicación de Voshla, o por lo menos debe tener una idea aproximada.
—Mañana mismo mandaré a interrogar a Galerz, Walerz y Lem. Por ahora, mis hombres y yo queremos descansar, ha sido una jornada larga y la noche casi llega.
—En estos momentos se está preparando la cena en las cocinas. Comeremos dentro de poco e iremos a dormir.
—Muy bien. En ese caso, mientras llega la hora, me gustaría pasear por Benderlock para conocerla mejor.

El sol ya casi se ocultaba por el oeste. Las sombras se alargaban cada vez más y el silencio se apoderaba del ambiente. Zolken y Lobragh se encontraban frente a las puertas del castillo, y Gollogh los acompañaba. Aunque Lobragh estaba decidido a seguir llamándolo Moruderaz durante el resto de su vida.
—Bueno, esto es un completo misterio para mí—Lobragh no sabía qué palabras emplear.
—Eso tiene fácil solución—dijo Zolken, y procedió a contarle todo lo que había dicho y hecho desde el inicio de su vida, con las mismas palabras con las que lo había hecho ante Dreylo la noche anterior, que ahora le parecía perteneciente a un pasado muy lejano.
Cuando Zolken calló, un silencio se extendió sobre ellos al igual que la noche que ya había llegado. La luna brillaba con intensidad y las sombras dibujaban extrañas figuras alrededor de ellos. Lobragh no pudo evitar recordar la noche en la que había conocido a Moruderaz mientras se esforzaba por encontrar algo que decir.
—Bueno, entonces, parece que somos hermanos—dijo por fin con voz titubeante.
—Supongo que sí—dijo Zolken, se sentía muy incómodo.
—Vaya, este es un momento extraño.
—Sin duda, creo que nos va a costar un tiempo acostumbrarnos a este cambio.
—Tal vez—dijo Lobragh.
—Bueno, y hablando de todo un poco, ¿Dónde está mamá? —un nuevo silencio estaba volviendo a caer y Zolken se apresuró a cambiar de tema.
—Murió, durante el invierno. La vejez ya la había alcanzado—dijo Lobragh.
—Oh, veo—Zolken no supo que decir y por tercera vez el silencio los envolvió, al igual que la oscuridad, que camuflaba a Gollogh con el ambiente.
—Deberíamos ir a comer—sugirió Lobragh después de unos instantes.
—Claro—aceptó Zolken, y juntos entraron al castillo.

La comida y el festejo casi no se parecieron en nada a lo ocurrido en Brandelkar. Drog no se emborrachó, Dreylo no fijó su mirada en ninguna doncella (al contrario, sus pensamientos volvían con Likhré constantemente), y aquella noche sólo unas breves palabras de Dirmadon sirvieron de preludio a la comida.
Dreylo observaba a Kulmod con amargura. Aún recordaba su batalla con Drog, y aunque su hijo hubiera sido curado por Zolken en menos de un parpadeo, todavía sentía ganas de vengarse. Si Zolken no hubiera estado presente, quién sabe lo que hubiera podido pasar.
Sus pensamientos se interrumpieron mientras una idea acudía a su mente. Era tan obvio y sencillo. Llenó una copa de vino y mandó a llamar a Zolken.
—Diga, mi señor.
—Zolken, necesito que uses tu habilidad especial para que el vino de esta copa tenga los mismos efectos que un veneno mortal, pero que mate al cabo de unas horas. Debes asegurarte de que esta bebida la ingiera Kulmod, debe pagar por lo que le hizo a Drog. Lo humilló en público y eso no se lo perdonaré.
Zolken miró a Dreylo con los ojos abiertos durante unos segundos, luego asintió con la cabeza, tomó la copa entre sus manos, y se alejó con paso decidido.
Dreylo observó cómo Zolken le pasaba la copa a un soldado, y éste a su vez se lo pasaba a otro, y a otro y a otro, hasta que perdió la cuenta del número de veces en los que la copa cambió de dueño. Finalmente la bebida llegó frente a Kulmod, quien sonrió sin disimulo y la bebió afanosamente. El vino se chorreo por su barba y pecho hasta llegar al suelo. Kulmod dejó la copa sobre la mesa mientras profería un vasto eructo y se reclinaba contra su asiento. Los bardos llegaban una vez más, siendo éste el único parecido que tuvo la noche con la ocurrida en Brandelkar en enero.
Los bardos contaron la historia de cómo una erupción del Colerk de hacia muchos años había devastado gran parte de Cómvarfulián y había aniquilado toda la vida del país. Sólo las águilas y demás criaturas voladoras habían sobrevivido y debieron esperar a que la vegetación volviera a crecer, alimentándose de los peces que aún quedaban en el mar. Después de decenas de años las plantas habían florecido de nuevo y los ríos corrían de las montañas al océano. Sin embargo, en el norte del país las cosas no habían vuelto a ser como antes, y ahora una larga extensión de arena era el último vestigio de aquella erupción.
—Ahora ese lugar es conocido como el Desierto Marglen—concluyeron.
Muchas otras historias bendercklinas fueron contadas aquella noche. Hazañas de antiguos héroes que habían hecho peligrosas incursiones en el Marglen y habían salido con vida. Todas las historias eran tan asombrosas, que Dreylo no sabía hasta qué punto era verdad.
Por último, un joven bardo se acercó al centro de la sala y relató varias historias que ya eran conocidas por los alcunterinos. Relató la historia de Markrors, el Valiente. La historia de la Batalla de las Murallas Escarlata y la Batalla del Larden. La exactitud con las que fueron contadas hicieron adivinar a Dreylo quién había contado al bardo todos los sucesos.
Finalmente llegó la hora de dormir. Los alcunterinos fueron provistos de lechos que fueron distribuidos alrededor de Benderlock en lugares como el comedor o la cocina, también compartían cuarto con algunos soldados bendercklinos. De esta manera esperaron la llegada del nuevo día.
Al día siguiente Dreylo despertó feliz. Su plan de conquista ya casi había terminado. Ya más de la mitad del país era suyo y muy pronto le seguiría el resto. La primera orden que dio esa mañana, fue la de interrogar a los traidores para que revelaran la mayor cantidad de datos posibles sobre Voshla.
—Usen todos los métodos que necesiten, pero consigan lo que quiero—dijo.
Después de un rápido desayuno, se reunió una vez más con Dirmadon para concretar el plan de acción. Estaban a mitad de la discusión cuando fueron interrumpidos por unos golpes en la puerta. Un soldado entró con expresión de consternación y dijo:
—Lamento la interrupción, pero es un asunto urgente. Kulmod fue encontrado muerto esta mañana.
Dirmadon se levantó de inmediato y pidió a Dreylo que aguardara allí mientras regresaba, argumentando que no se demoraría mucho.
En efecto, Dirmadon volvió al poco tiempo, confundido y visiblemente triste debido a la noticia que acababa de recibir.
— ¿Y bien? —preguntó Dreylo.
—Está muerto, y nadie sabe la causa. Parece dormido, pero no se le siente respirar. Maldición, esta es una desgracia para Benderlock: Kulmod era uno de nuestros mejores hombres y su valor era incalculable. Nos va a ser difícil reponerlo en batalla.
—No dudo que tengas razón. Por lo que vi ayer de Kulmod, se notaba que era un gran soldado. Lamentaremos su ausencia. Ahora, si me disculpas, me gustaría ir a ver cómo van las interrogaciones. Me parece que después será más fácil organizar un plan.
Dreylo se levantó y salió de la sala. Intentando ocultar su sonrisa para que Dirmadon no lo descubriese. Una vez solo en los corredores, y asegurándose que nadie lo veía ni oía, sonrió con todas sus fuerzas y rió hasta quedarse sin aire. Su risa era tan despectiva y estaba tan disimulada como la que había proferido Kulmod el día anterior al vencer a Drog, firmando así su sentencia de muerte.