domingo, 21 de octubre de 2007

DREYLO Y DISHLIK: UNA HISTORIA DE CONQUISTA


DREYLO Y DISHLIK: UNA HISTORIA DE CONQUISTA


PRÓLOGO





Desterrado


— ¡Malditos, ya me las pagarán!
Aquel fue el grito que resonó en el antiguamente glorioso y ahora desaparecido país de Cómvarfulián, hace ya muchos años. Por la época en que cinco provincias disputaban el control de la región.
Quien había gritado había sido el último comandante del ejército brandelkano. Provincia con castillo dorado ubicada en la parte más occidental del lugar, a orillas del mar. El comandante, Dishlik, detuvo la marcha para poder gritar, y luego fue coreado por todo su ejército:
— ¡Malditos, ya nos las pagarán!
— ¿Ustedes creen que se atrevieron a desterrarme a mí: Dishlik, antiguo comandante del ejército brandelkano, hijo de Maslirk y anteriormente tercero al mando de Brandelkar?—le preguntó el hombre a sus soldados, volteando su cuerpo para poder verlos a todos, y que todos pudieran ver la frustración de su rostro.
—Imposible de creer, eso es lo que pasa—coreaba el ejército.
—Pero, jefe—apuntó un hombre fornido, de aproximadamente cuarenta años, una tez mucho más pálida de lo normal, y, por así decirlo, una contextura muy inconsistente, como hecho de humo. Era casi como si se pudiera ver a través de él, pero sólo casi. Sus brazos eran musculosos y las venas sobresalían en las manos y los desnudos brazos del hombre. Medía aproximadamente metro setenta y cinco, aunque se veía más alto debido a las botas que usaba cuyas suelas eran tan gruesas que lo levantaban cinco centímetros más del suelo. Sus ropajes eran todos de cuero, de color casi negro. Lo que causaba un extraño contraste con la blanca piel y el cabello del hombre, el cual poseía destellos luminosos. En su cinto llevaba colgados un martillo, un cincel, tenazas y muchos otros objetos por el estilo. Aunque no muy entrado en años, el cabello era blanco, pero con tintes de azul, e increíblemente largo y desenmarañado para alguien que lucía tan viejo; con mechones que resaltaban aquí y allá, que llegaban casi a la mitad de su espalda y que también reflejaban la luz otorgándole un color diferente, casi plateado; la mezcla entre los dos colores de luz producía un ambiente mágico, que de inmediato era capaz de transportar a quien lo viera al país de sus sueños. En los ojos de frío color gris de este extraño hombre se reflejaban inmensos padecimientos y una gran resolución— ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Zolken—repuso con cordialidad Dishlik. Un hombre de cabello color castaño oscuro y ojos casi negros. Una barba que cubría casi la mitad de su rubicundo rostro. Era un poco más alto que Zolken, y su edad rondaba los treinta años. Su cuerpo atlético y su expresión de fiereza reflejaban la resolución que poseía. Vestía unas sencillas pero bellas prendas debajo de su protección y de su cinto colgaba una espada que le llegaba un poco más arriba de la cintura cuando se le apoyaba al nivel del suelo, la cual estaba dentro de una vaina de cuero muy humilde. Dishlik no gustaba de muchos lujos, y menos ninguno que lo vinculara con Brandelkar después de lo que había sucedido en los últimos días—, amigo. Tu habilidad para la herrería es tan grande e increíble, que eres el mejor herrero que jamás existirá; incluso muchos dicen que eres un Mingred entre los hombres—un Mingred, es una criatura nacida en la Zona de Niebla Misteriosa, al este del país: hecha de la misma niebla en que habita, cuando tocan cualquier cosa la transforman en lo que ellos desean que sea; aunque toquen una rama, pueden transmutarla en un castillo, dicen que su poder viene de la tierra misma. Nadie sabe qué aspecto tiene en realidad un Mingred, puesto que ellos mismos pueden transformarse en lo que quieran, como grandes camaleones. La única manera de descubrir un Mingred es verlo transformar objetos. Ante su sola mención, Zolken quedó aturdido—; pero tu ingenio sólo sirve para crear, no para razonar. Yo ya tengo mis planes bien estudiados. Yo soy su jefe—añadió con superioridad—, así que es justo que confíen en mí. Les prometo que no se arrepentirán.
— ¿Cuál es el plan, jefe?—preguntó un soldado desde la cuarta fila de hombres.
Dishlik se quedó un momento en silencio, pensando, con una expresión terrible en los ojos: sufría todo lo que recordaba; luego resumió todos sus objetivos en una palabra:
—Vengarme.
—Pero ¿Cómo lo conseguirás?—preguntó el herrero Zolken por enésima vez.
—Iré donde la única persona que supo apreciarme, y él me ayudará—respondió Dishlik con las mismas palabras que usaba siempre ante tal pregunta; con una alegre, pero demente, expresión en su rostro: gozaba de todo lo que imaginaba en esos momentos, y los tormentos que antes recordara se desvanecieron como las tinieblas en el día.
—Se refiere al perro por el que traicionó Brandelkar—murmuró un soldado desde una de las filas de en medio al compañero de al lado. Un soldado que todavía no asimilaba lo que sucedía a su alrededor. Un soldado que, por una sola frase—que fue captada por los agudos oídos de Dishlik—se encontró al instante siguiente con la cabeza cercenada por la espada y el brazo de su jefe, quien se abrió paso entre su ejército como si los hombres y caballos fuesen agua y que en menos de un parpadeo ya había desenvainado y atacado, sin darle oportunidad al otro para defenderse.
— ¿Alguien más duda de mis planes?—preguntó, mirando alrededor de manera que todos sus hombres vieron la misma expresión demente en su rostro, pero no acompañada de felicidad, sino de una furia asesina. Sujetaba su arma con fuerza en la mano derecha, y por el filo escurrían unas cuantas gotas de sangre: las últimas de aquella vida que encontró su final por expresar su pensamiento. Dishlik recorrió toda la formación con los ojos, penetrando a todos con esa mirada tan cruel. Al no encontrar ninguna otra “opinión”, añadió—, porque si es así, le sucederá lo mismo que a este—pateó el cadáver—. Ya están prevenidos. —Hubo un incómodo silencio durante unos instantes, sólo interrumpido por el trinar de los pájaros; nadie quería enfrentarse a aquel hombre de casi dos metros, que de un golpe podía derribar a un oso y que con su mirada acobardaba a un león— Me gusta saber dónde está su lealtad—finalizó Dishlik.
—Te seguiremos hasta el fin del mundo, si es necesario—puntualizó Zolken.
—Eso espero—dijo Dishlik secamente.
Acabada la charla, Dishlik limpió su espada con unas hojas caídas y la envainó de nuevo. Luego dio la orden y todos se sentaron a comer.
—Solamente aquel idiota pudo haber soñado con hacer enfadar a Dishlik ahora, tal como están las cosas, y sobrevivir en el intento—pensó el soldado al que se había dirigido el difunto hacia un momento.
Aquello cierto era. Dishlik era alto y sano como un roble, y fuerte y feroz como la peor fiera de los bosques y las montañas, la cual no era el Mingred ni mucho menos (existen cosas peores). Su fuerza y su mirada eran, como ya se habrá podido deducir, su mayor atributo y ventaja a la hora de cualquier confrontación; pero se necesitaba eso y mucho más para intimidar a Disner: hermano mayor de Dishlik y señor de Brandelkar.
Disner era mucho mejor que Dishlik en todo, y por mucho que éste trataba de alcanzarlo, Disner siempre llevaba la delantera: Disner era un gran guerrero, justo, inteligente y gran estratega. Y, aunque Dishlik había obrado en contra de su hermano durante toda su vida por venganza (según él), Dishlik mismo sabía muy en el fondo que todo lo hacía por celos.
Por esta razón, Dishlik siempre había intentado (sin éxito) opacar a su hermano.
Su último plan, lo único que consiguió fue una ruptura familiar.
Todo había comenzado cuando Dishlik se había aliado con otra de las ciudades que luchaba en la guerra civil por el dominio del bosque: Alcunter, el Castillo Plateado ubicado en el bosque sur de la región y, de estar todas las cosas en orden, capital de Cómvarfulián.
La alianza de Dishlik y Alcunter había empezado un día de verano de hacia ya casi tres años. Dishlik estaba sólo cazando. Aunque casi siempre lo acompañaba su mejor amigo Nímer, había decidido cobrar sus presas solo ese día.
Había escogido perseguir a un joven ciervo que pastaba cerca de las llanuras, por la zona sur occidental del pastizal. Estaba ubicado un poco cerca al río, en caso de que necesitara beber. Estaba en pleno apogeo de su existencia y sería un buen obsequio para su hogar.
Dishlik se preparó para atravesarlo con una flecha cuando, de repente y pareciendo salir de la nada, un jabalí con monstruosos colmillos y de gran volumen, irrumpió en escena y mató al ciervo. Dishlik, quien no pudo creer su suerte, se preparó para acabar con el nuevo voluntario. Oculto entre los árboles se preparaba para lanzar su flecha, cuando por error pisó una rama caída.
La bestia se dio la vuelta y se lanzó en feroz embestida. Dishlik a duras penas y pudo esquivarlo lanzándose a un lado. Se levantó a tiempo para divisar como el jabalí volvía a su ataque y, sin tiempo para desenvainar su espada, sólo pudo correr. Al llegar a la orilla del río, el animal lo alcanzó y juntos cayeron al agua. La corriente no era muy fuerte en esa época del año, por lo que Dishlik tuvo una preocupación menos. Pero el jabalí continuó cazándolo dentro del agua. Dishlik sintió los colmillos rozarle la cara y se creyó morir ante el peligro y la falta de oxígeno, cuando una espada entró al agua atravesando al jabalí. Y unas manos lo sacaron, salvándole la vida.
Dishlik casi no pudo respirar. Por lo que en un principio se preocupó únicamente por hacerlo. Cuando todo hubo vuelto a la normalidad, miró a su alrededor y se encontró frente a un hombre de piel pálida, cabello rubio y ojos como la corteza de uno de los árboles del bosque. Por la forma de vestir supo inmediatamente que se trataba de un alcunterino, ya que ellos usaban armas y cotas de malla hechas con la plata más reluciente del mundo.
Dishlik retrocedió de inmediato, atemorizado por lo que aquel hombre pudiera hacerle.
—Tranquilo, no pretendo hacerle daño, aún—le dijo—. Simplemente venía yo detrás del jabalí cuando vi lo que sucedió, aproveché la oportunidad para hacerme con mi presa pero no podía dejar morir a un hombre, aunque fuera un brandelkano—Brandelkar y Alcunter eran las dos provincias con la mayor enemistad—. Prefiero matarlo en combate.
Dishlik sonrió macabramente, y desenvainó su espada. El combate fue corto: el hombre se movía con rapidez y muy pronto Dishlik quedó tendido en el suelo, con la punta de la espada del hombre reposando sobre su cuello. Sin embargo, nada pasaba. Ambas personas jadeaban, Dishlik por el cansancio, el hombre por la alegría. Sin duda Dishlik moriría en cuestión de segundos, o eso esperaba él. Por lo que quedó sorprendido cuando el hombre dijo:
—Podría matarlo, y sin duda me llevaría un gran honor. Pero no sólo de honor se puede ganar la guerra—parecía más hablándose a sí mismo que a Dishlik—. Pero, si le perdono la vida y lo pongo bajo mi causa, entonces tendré honor y un aliado. No me parece tan mala idea—acto seguido observó a Dishlik con una mirada interrogante.
Dishlik quedó enmudecido ante la bondad de aquel hombre, así que, tendido sobre el suelo, le dijo:
—Mi señor, le debo mi vida. No sé como pueda pagarle, pero téngalo por seguro que lo que pida lo haré.
Una sonrisa apenas perceptible cruzó los labios del hombre, entonces le dijo:
—Pues bien, como lo pida usted. Esto es lo que quiero como pago a su deuda: veo que es un brandelkano por las ropas que trae y la manufactura del arma. Mi nombre es Dreylo, Señor de Alcunter y quiero que esta guerra acabe pronto, pero para lograrlo debo vencer a todas las provincias que me disputan el poder. Por eso pido que se convierta en mi espía personal y me de información de Brandelkar una vez al mes, para que yo pueda organizar mi estrategia, si se rehúsa, lo mataré debido a que gané el combate y estoy en todo mi derecho de cobrar su vida.
Dishlik lo pensó por un momento, le parecía traición lo que le estaban pidiendo, pero lo había prometido y era un hombre de palabra, por otro lado, no quería perder su vida ahora que la había recuperado. Además, su hermano siempre había sido el preferido y Dishlik quería borrarle la petulancia del rostro. Por lo que accedió a lo que le pedían. Acto seguido, Dreylo le hizo jurarle completa lealtad a él y su familia, y Dishlik accedió.
Dreylo, señor de Alcunter y única persona que de verdad pudo controlar a Dishlik, había conseguido que el comandante brandelkano se convirtiera en un espía a su favor con inusitadas promesas de poder. “Si tú me ayudas a derrotar a Brandelkar” había dicho Dreylo, “podré conquistar Cómvarfulián con facilidad, después, te cumpliré todos tus deseos”.
Lo único que Dishlik quería era ganarle a su hermano (por una vez al menos), y convertirse en señor de Brandelkar, de manera que se unió a Alcunter.
Desde ese momento Dishlik y Dreylo se reunían en el lugar del primer encuentro una vez al mes. Dishlik transmitía toda la información a la que podía acceder, ya que como no era el Señor, no podía saberlo todo. Pero se fue dando cuenta de las cosas con el pasar del tiempo y ahora por fin comenzaban a tener un plan claro.
—Muy bien. En mayo debes hacer que la conspiración se descubra y que Disner envíe su ejército. Nosotros los emboscaremos en el bosque, entre nuestras armas y el río y entonces ganaremos. Tú y tus hombres deberían unírsenos antes de la batalla, por lo que debes prestar mucha atención a lo que voy a decirte, ya que es la clave para entrar en Alcunter—acto seguido Dreylo le dio a Dishlik las indicaciones necesarias.
Dishlik tenía todo listo para poder conseguir sus objetivos…
Pero, Disner descubrió los planes de Dishlik, de una manera tan increíble, que pareció como si pudiera leer mentes. Mandó a llamar a Dishlik al salón principal de Brandelkar y lo presionó para que le contara, diciéndole que ya lo sabía todo y que no soportaría la traición. Tanto insistió que Dishlik accedió a contarle, en un acceso de ira y después de que le confesara de su propia boca todas sus maquinaciones, la cólera de Disner se desbocó: negó a Dishlik como hermano y lo desterró de Brandelkar. Dishlik aceptó las condiciones, y aquella noche se había llevado a sus hombres rumbo a Alcunter. De hecho, aún recordaba todo lo sucedido desde entonces:
— ¿Por qué lo hiciste, infeliz?—había preguntado Disner, poniendo especial énfasis en la última palabra. Se levantó de su asiento y fulminó a Dishlik con sus ojos verdes. Dishlik y él eran muy parecidos. Pero Disner era un poco más alto y menos fornido, y no tenía barba.
—Por poder, es la razón de la vida, hermano—respondió entonces Dishlik, también poniendo énfasis en la última palabra, énfasis cargado de odio y celos hacia su hermano.
— ¡Desgraciado!— gritó luego Disner—. Ahora no tengo hermano—enfatizó también en esta última palabra, cargada con igual odio—: Ya no eres un brandelkano, vete y no vuelvas nunca más—terminó gritando.
Dishlik partió esa misma noche, acompañado del herrero Zolken (el mejor que había visto), y todos los hombres en que podía confiar, menos uno, su esperanza mayor: Bosner, hijo de Blam, quien se quedó en Brandelkar por órdenes explícitas de Dishlik en cumplimiento de una misión muy importante. Hubiera preferido llevarse a Bosner y dejar a alguien más con esa importante misión, pero no había podido encontrar a la persona que quería, así que le había tocado conformarse con lo primero que pudo hallar.
Desde aquel momento habían transcurrido dos días con sus noches, y el viaje estaba a punto de terminar.
—Señor, ¿Continuamos?—preguntó una voz.
Dishlik salió de sus ensoñaciones. El día ya casi se convertía en noche y el quería llegar lo más rápido posible. Por lo que apuró su comida, compuesta por un poco de carne y agua, se levantó y respondió a la pregunta de Zolken con una exclamación:
— ¡Vamos arriba!, el día ya casi termina y debemos llegar para acabar con la guerra y cobrar nuestra venganza sobre aquellos que nos humillaron—Dishlik había logrado convencerlos de que tanto ellos como él habían sido humillados por Disner y Brandelkar (con algunas salvedades, como el soldado decapitado), ahora todos estaban con él, llevando a cabo su venganza personal— ¡En marcha!
Todos obedecieron a las órdenes de Dishlik e, imitándolo, se pusieron de pie y continuaron su camino.
—Es hora de reunirme con mi verdadero padre—pensó Dishlik una y otra vez durante todo el trayecto. El lugar donde hacia poco había pasado el ejército parecía normal, sin rastros de la marcha de aquellos hombres, exceptuando el cadáver de un hombre cercenado y su cabeza con expresión horrorizada, que fueron dejados atrás sin siquiera un entierro digno y al amparo de los carroñeros. Las aves bajaban desde los cielos atraídas por el dulce aroma a sangre y putrefacción. Sin duda la luz, que había en el ambiente ayudaba a una descomposición más rápida de la carne y lo que media hora antes había sido un hombre vivo ahora era un banquete para los habitantes de los aires y los gusanos en la tierra.
Ajeno a todo esto, Dishlik prosiguió su camino, seguido por todo su ejército. En su cabeza sólo cabían lo sueños de venganza. Cerraba los ojos y veía cómo la sangre de su hermano corría y él se bañaba en ella. En sus imaginaciones, Dishlik se veía sentado en el trono de Brandelkar, dominando por fin tal y como lo había deseado. La vida por fin le sonreía y Dishlik le sonrió a su vez al bosque, que observaba en silencio como el elemento clave para la destrucción de todo lo bello en el mundo daba los primeros pasos hacia su destino. Pues desde su nacimiento Dishlik había sido escogido para efectuar esa labor. No era la mejor tarea de todas, pero alguien debía hacerla, porque la muerte es algo tan necesario como la verdura que desaparece, como la vida misma.

3 comentarios:

Lobsin dijo...

Q chimba omee no me canso de leer esto, siga asi

Lobsin dijo...

VIVA BENDERLOCK HPPP!!!!!!!!!!!! PA SIEMPRE!!!!

Lobsin dijo...
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