lunes, 30 de noviembre de 2009

FINAL PRÓXIMO

Este es un fragmento del siguiente capítulo. He tratado de mejorar las descripciones y credibilidad de los hechos, por lo que espero que, al acabar el primer borrador, las posteriores correcciones adquieran este estilo para después ir mejorando las otras cosas que hagan falta. Quien lea esto por favor opine acerca del cambio de estilo que perciba.



7

El Castillo Escondido


Los días pasaron y nadie pudo hallar una explicación a la misteriosa muerte de Kulmod. Dreylo procuraba mantenerse apartado mientras los demás se enfrascaban en conversaciones comentando lo sucedido, porque sentía que lo descubrirían tarde o temprano, además, tenía otras cosas en mente por las que preocuparse.
Walerz, Galerz y Lem habían intentado resistir al interrogatorio alcunterino lo que más habían podido, “pero no hay cuerpos inquebrantables, ni voluntades invencibles” les repetía Dreylo constantemente a sus hombres para que no se desanimaran. Él sabía que sería cuestión de días para que el látigo y el hambre aflojaran la lengua, y si no, podía ser más “persuasivo”. También incitaba a los hombres que le ayudaban a serlo.
Después de aproximadamente una semana, ante los resultados tan pobres de sus acciones, Dreylo decidió, resignado por fin, a hacer él mismo el trabajo. Drog era demasiado blando, Markrors indeciso y Dishlik asesino, ninguno podía brindar una ayuda significativa. Ya se estaba volviendo algo personal: atrapar a los traidores y asegurarse de que pagaran era cada vez más importante para Dreylo.
El día amaneció frío, teniendo en cuenta el lugar donde se encontraban. En Alcunter hubiera sido tomado como un amanecer cálido, aunque tal vez para Dreylo hubiera sido igual. Últimamente tenía frío todo el tiempo y en los pocos instantes en los que el sol calentaba, el cambio en su temperatura corporal era casi insignificante. Quizá fueran sólo imaginaciones suyas, o algo estaba pasando en Cómvarfulián que no se podía explicar que causaba ese cambio tan insólito.
El sol se elevaba majestuosamente, tal y como lo había hecho durante las últimas semanas, iluminando el camino que Dreylo siguió hasta el lugar en donde estaban recluidos sus prisioneros. Le había costado un poco aprender el camino que llevaba hasta los calabozos de Benderlock, pues el castillo tenía tantos pasillos y tantas vueltas que era muy fácil perderse. El diseño de Alcunter era sencillo, y en cuestión de horas se podía memorizar la ubicación de cada cosa, pero en Benderlock era diferente, contaba con una distribución de las cosas mucho más compleja que la de Brandelkar.
La puerta tras la cual estaban retenidos los traidores estaba custodiada por cuatro soldados, dos de Benderlock y dos de Alcunter. Se mantenían firmes en su posición y parecía que ni siquiera parpadeaban. Cuando Dreylo les pidió que abrieran la puerta, se apartaron con los mismos movimientos ejecutados a igual velocidad y le cedieron paso.
Al abrir la puerta, Dreylo se encontró con unas escaleras que describían un pronunciado zigzag, el cual demoró en bajar durante dos minutos aproximadamente. La estancia a la que llegó contaba con cerca de quince metros de altura y un área de setenta metros cuadrados. Sin duda alguna, el cuarto tenía capacidad para más personas que aquellos diez que se encontraban en él en esos momentos.
Tres de ellos eran los prisioneros: Galerz, Walerz y Lem. Cada uno de ellos era vigilado por dos guardias y Dreylo completaba la decena. Al momento de entrar, todos posaron la vista en el Señor de Alcunter. Había entrado caminando con más elegancia y orgullo que los habituales, y la llama que descansaba en sus ojos ardía con más fiereza que en toda su vida. Tenía la mandíbula apretada y los labios tensados, completando una imagen de atemorizante furia. El eco de sus pasos resonó con fuerza por todo el lugar conforme se acercaba y los traidores comprendieron que el fin había llegado.
—Bien—comenzó Dreylo, con una tranquilidad de muerte—. Me temo informarles que estamos retrasándonos cada vez más en atacar a Voshla. Estos intentos que están haciendo para posponer su hora de muerte son vanos, pues tarde o temprano su voluntad flaqueará y a partir de ese instante sus días quedarán contados. ¿Acaso no prefieren partir de este mundo de una manera rápida y sin dolor? ¿Qué sentido tiene que sigan sufriendo cuando pueden acabarlo todo de una vez? Yo me encargaré de que hoy se cumpla mi objetivo, y más les vale cooperar si no quieren tener una existencia más miserable de la que ya tienen.
Los condenados mantuvieron la mirada más soberbia que pudieron encontrar, mientras Dreylo paseaba la vista por todos los rincones del salón, para luego dirigirse a los otros hombres y preguntarles:
— ¿Qué métodos han usado en ellos?
—Hasta ahora, hemos usado el brasero, los hemos colgado del techo, los hemos golpeado, pero aún no hablan.
Dreylo se detuvo para contemplar a los prisioneros un instante. La escasa luz de las antorchas permitía ver varios moretones, y cicatrices esparcidas por doquier en sus cuerpos. La sangre todavía escurría en algunas partes, mezclándose con el sudor y cubriendo a los traidores con una capa que no les protegía de nada en absoluto.
—Han sido muy blandos con ellos, me temo—dijo Dreylo—. Si no hablan a la primera hay que aumentar la crudeza de los métodos. Aunque, si aprendieron algo útil en Alcunter, la mayoría de procedimientos tradicionales no tendrá efecto en ellos. Si poseen la voluntad alcunterina, tendré que emplear unos mecanismos de mi invención. He pasado todos estos días pensando sin descanso, y por fin el resultado me complace. Presten atención y tráiganme todo lo que les pida.
Quince minutos después, los hombres habían vuelto trayendo todo lo que Dreylo había solicitado. El Señor Alcunterino sonrió con todas sus fuerzas mientras cogía todos los instrumentos. A la escasa luz de las antorchas, sus soldados se sintieron atemorizados, pues su expresión había resultado un tanto perturbadora. Una mezcla entre demencia y malicia.
Lo primero que Dreylo había pedido ya se encontraba en la habitación. La llave que abría los grilletes que sujetaban a los prisioneros a una pared. Cada prisionero tenía un grillete alrededor de su pie, de cada grillete salía una cadena que luego se unía con las demás y llegaba a la pared: como un colosal monstruo metálico de tres cabezas que se asomara para ver la tortura.
Dreylo avanzó hacia Galerz, escoltado por los dos hombres que le vigilaban, quienes se ubicaron por detrás del traidor y le sujetaron los brazos con firmeza. “Con el doble propósito de que no se retuerza y no se escape”, les había indicado Dreylo.
Acto seguido, se agachó junto a Galerz y lo liberó de las cadenas. Galerz ni siquiera intentó moverse. Sus fuerzas se escapaban poco a poco y lo tenían bien sujeto.
—Te he liberado de tu prisión exterior, pero debo liberarte también de la interior. Durante toda tu vida, no has sido consciente de ella, pero es momento de que despiertes y seas libre. Aquello que te está atando no es otra cosa que el dolor y el miedo. Si los pierdes no serás esclavo de nada ni de nadie, pero no es tan fácil hacerlo. Para eso estoy yo aquí, para hacerlo por ti.
Después de ese pequeño discurso, Dreylo ordenó a los otros hombres que le trajeran el martillo. Petición que fue cumplida de inmediato y en total silencio. Ahora todo estaba listo para comenzar.
Con deliberada lentitud, Dreylo posó la llave sobre el tobillo de Galerz, y esperó unos instantes, dejando que el frío del acero le helará el alma. Luego, con la otra mano, levantó el martillo y propinó un brutal golpe a la llave.
Los gritos de Galerz inundaron la habitación. Aún no había terminado de gritar y Dreylo golpeaba de nuevo la llave con el martillo, redoblando la fuerza con la que lo hacía y sintiendo la alegría recorrerle el cuerpo en rápidos y fugaces escalofríos.
Al poco rato, la sangre comenzó a brotar conforme la llave se iba hundiendo en la carne de Galerz. Los gritos de dolor de éste no habían cesado ni por un instante y cada vez eran más estruendosos. Pero nada de eso detenía a Dreylo, quien con las manos bañadas en sangre y sudor continuaba con su labor sin inmutarse en lo más mínimo, cebándose con el espectáculo del cual él era el protagonista.
Cuando sintió que la llave tocaba el hueso, se detuvo y, por primera vez, alzó la vista hacia Galerz. Las lágrimas resbalaban copiosamente por su rostro, tenía los ojos cerrados y la mandíbula le temblaba.
—Muy bien, veo que nuestra terapia está ejerciendo el resultado esperado—dijo Dreylo con un tono falsamente amistoso—. Ya falta poco para acabar, así que se paciente.
Alzó el martillo y dio el golpe más fuerte que hubiera dado. Lleno de más odio que cualquiera que hubiera dado en Brandelkar, con más fuerza que aquellos que derribaron las puertas, con más rapidez que aquella con la que luchó contra Faxmar. El eco de los gritos de Galerz destrozaba los tímpanos de una manera que nadie de los presentes en la sala hubiera creído posible. Dreylo continuó impasiblemente con su tarea hasta que sintió que la llave traspasaba el hueso, momento en el que dijo:
—Ahora sólo es cuestión de abrir la cerradura.
Girando la llave lentamente, el hueso de Galerz fue destrozándose paulatinamente, hasta que el pie quedó separado de la pierna y sólo los músculos daban la apariencia de unidad.
Galerz no se había desmayado del dolor debido a que los hombres alcunterinos lo habían mantenido despierto de diferentes modos: rociándole agua, golpeando su cara o zarandeándolo sin césar. El tormento que sufría era nada más que una prueba de lo que le pasaría de no colaborar, además, Dreylo quería que viera el resultado de la operación.
Desenvainó un cuchillo y sin muchos miramientos cercenó el pie de Galerz en el punto en que el hueso se separaba, un último grito de dolor salió de la garganta del desdichado antes de que fuera callado.
—Ya eres libre—le dijo Dreylo—. Has afrontado el miedo y el dolor y has sobrevivido. No creo que haya sido tan malo como lo hiciste ver, ¿Dónde quedó la valentía?
—En el pie que no tiene—dijo una voz.
Dreylo sonrió macabramente y con un gesto cayó las risas que se habían iniciado.
—No es momento de festejar—aclaró—. Aún falta un largo camino para poder olvidarnos de las preocupaciones. Tal vez ustedes puedan ayudarnos. Nos gustaría saber todo lo que nos puedan decir acerca de Voshla. Dónde está ubicado, qué mecanismos de defensa posee, cuál es el tamaño de su ejército, qué tan difícil es llegar. En fin, necesitamos saberlo todo.
Nadie habló. Dreylo observó que sus hombres le miraban con respeto y Walerz y Lem con miedo, los labios les temblaban y sus cuerpos se retorcían. Galerz ni siquiera le miró, el dolor que sentía aún era tan profundo que le impedía concentrarse en lo que fuera.
—Muy bien, en vista de que nadie quiere colaborar, continuaremos el proceso. Venden a Galerz y continuemos con esto, no quiero que muera antes de tiempo.
Los hombres se apresuraron por agua y vendas; durante el poco tiempo que se demoraron en volver con todo lo necesario para la curación, Dreylo sujeto con fuerza la pierna de Galerz con el fin de evitar el derramamiento de sangre y una posterior hemorragia. El procedimiento se hizo rápidamente y en un instante el muñón de Galerz y la propia vida del traidor quedaron fuera de todo peligro.
A una orden de su jefe, los hombres que sujetaban a Galerz lo apresaron de nuevo, poniendo el grillete en el pie que todavía tenía y dejándolo ahí, tendido en el suelo, semiinconsciente y con una vaga idea de lo que sucedía a su alrededor.
Después los soldados se acercaron a Walerz y lo liberaron de sus cadenas después de sujetarle bien entre sus brazos. Sabiendo lo que vendría, cerró los ojos y se retorció de manera inútil contra sus captores durante un breve instante de tiempo, sin embargo, cuando sintió el frío del metal tocar su piel, la energía le abandonó y dejó de moverse.
El proceso fue idéntico al anterior. Los gritos eran devastadores y parecían cuchillos desgarrando la piel de los presentes: tanto la del torturado, como la de los observadores, ya fueran prisioneros o torturadores. Al mirar a Dreylo, sus hombres se dieron cuenta de que él era el único que aún disfrutaba con el acontecimiento que se llevaba a cabo. Sus ojos brillaban de manera demente, un gesto que era más propio de Dishlik que de Dreylo, y una sonrisa tan retorcida como la del Jefe Mingred al emboscarlos; se encontraban frente a otra persona que encontraba su felicidad en el dolor ajeno. Para ellos, en cambio, el sentido se había perdido al momento de soltar a Galerz y sólo querían que la cosa cesase. Pero aún faltaba más de lo que había pasado.
Cuando por fin, entre chorros de sangre manando profusamente como el agua de un manantial y ríos de lágrimas que parecían mares, el pie se desprendió del cuerpo, Walerz se desmayó. Había sufrido más de lo que podía soportar.
Al verlo desvanecerse, Dreylo estalló en carcajadas. Sus risas y sus palabras rompieron la tensión y cortaron el aire a tortura que se sentía en la sala. Y aunque sus palabras fueran despectivas, produjeron un cambio en el ambiente que se notó de inmediato.
—El pobre idiota se ha desmayado. No ha podido aguantar un poquito de dolor y se ha apartado del mundo mediante la manera más cobarde posible: le dio la espalda por otro mundo que ni siquiera es real. Es aquí donde el verdadero temple de las personas sale a relucir y yo digo que este desgraciado no guarda valor alguno dentro de sí.
Los hombres miraron a Walerz sin que ninguna expresión asomara a su rostro. No sabían cómo se sentían: por un lado, comprendían que ellos eran sus enemigos y que en la guerra no existía compasión; pero algo se revolvía dentro de ellos como protesta por el acto que habían visto y permitido, un sentimiento de empatía que ninguno había vivido antes, y que sólo les dejaba una palabra en la mente, repitiéndose incesantemente como el eco de las montañas, “asco”.
Sin embargo no podían detenerse a analizar sus pensamientos. Sin decir nada más, Dreylo hizo un gesto señalando a Walerz y luego a Lem. Los hombres vendaron al primero y se acercaron con paso decidido al segundo. La frialdad que emanaba Dreylo era tan grande que parecía como si el invierno hubiera tomado posesión de su cuerpo y manipulara sus acciones. No oyó las súplicas de Lem, diciendo que confesaría todo si le dejaban en paz, no vio los temblores que recorrieron su cuerpo de arriba abajo sin cesar. La calidez de Dreylo se había quedado en lo alto de las escaleras, no había lugar para la compasión ni para el perdón.
“Guerra, Victoria, Conquista, Voshla, Poder”. Eran las únicas palabras que había en la mente de Dreylo. Nada más podía entrar, o salir, de él.
El martillo se elevó y cayó con la fuerza de un temblor. Una vez, dos veces, tres veces… quince veces. Una furia incontrolable se había apoderado de Dreylo, ya no controlaba sus movimientos, su cerebro estaba separado del cuerpo, la paz lo había abandonado, al igual que lo haría con Cómvarfulián apenas Dreylo abandonase la mazmorra.
El tercer pie cayó con un ruido sordo acompañado de los gemidos de Lem, quien no se había desmayado debido a que había pasado todo el tiempo gritando: “Mátenme, por favor mátenme”
— ¿Crees que te daré el lujo de morir?—le preguntó Dreylo sin darse cuenta en qué momento su boca se movió— ¿Crees que te permitiré dejar de sufrir y que abandones la tierra sin redimirte por lo que hiciste? No, vas a pagar tus culpas y me aseguraré de que sufras en el camino, y de que merezcas la muerte para cuando el día llegue. Ahora díganme—su voz se alzó estruendosamente despertando a Walerz y sacando a Galerz de su ensimismamiento—, si no quieren seguir sufriendo, dónde está ubicado Voshla, qué tan grande es su ejército, cómo se defiende. De lo contrario los seguiré despojando de todo aquellos que los ata al mundo para que no teman a la muerte. Y créanme que lo que viene es mucho peor: los apartaré de la lujuria—levantó un cuchillo—, de la codicia—levantó una porra— y de la ira—desenvainó a Gollogh—. Escojan, y no me hagan perder más tiempo.

—Mi señor—dijo Dishlik al ver llegar a Dreylo a la hora del almuerzo con una expresión que no hubiera sabido definir. Parecía dos personas dentro de una— ¿Qué ha pasado?
—Tuve una charla durante la mañana con los prisioneros—respondió Dreylo mientras cogía cualquier tipo de alimento que tuviera a su alcance.
— ¿Y bien?
—Pues ha sido interesante—las palabras de Dreylo casi no pudieron entenderse debido a que tenía la boca llena de pollo. Tomó un largo trago de hidromiel antes de continuar—. Su voluntad no era tan fuerte como esperaba. A pesar de haber vivido en Alcunter y haber aprendido nuestra forma de vida, cayeron como un pájaro ante una flecha. Mañana daré las indicaciones que necesitamos para partir, y lo haremos sin demora.
— ¿Será difícil triunfar en Voshla?
—En estos momentos nuestro ejército es el resultado de la unión de tres provincias, contamos con el arma más poderosa que haya visto la tierra y un terror que aún no se ha olvidado. Dudo que haya alguien sobre la tierra que sea capaz de oponernos resistencia, y nos hacemos más fuertes cada día.
—Entonces…
—Mañana se enterarán del plan. Por ahora relájate y disfruta de estas últimas horas de descanso, pues aunque nuestro poder sea inmenso, todavía necesitamos movilizarnos para lograr nuestros objetivos.
Dreylo terminó su comida y se levantó de inmediato. Buscaba a Lobragh con la mirada, pues necesitaba confirmar el apoyo que el hermano de Zolken iba a brindarle. Al localizarle, se dirigió con paso decidido y lo abordó sin mucha delicadeza
—Lobragh, necesito saber si nos acompañarás a Voshla y a Glardem. Y si lucharás a mi lado en caso de que se presente una batalla.
El aludido miró a Dreylo fijamente. Pensaba fría y rápidamente, evaluando las opciones y situaciones. Finalmente preguntó:
— ¿Y por qué se me hace esta pregunta? Como señor de Benderlock está en todo su derecho de comandar a sus hombres a su antojo.
—Cuidaste de Gollogh cuando lo necesitó, eres el hermano de Zolken y cuentas con un poder más allá de mi alcance. Al igual que tu hermano, eres diferente a cualquier ser viviente de Cómvarfulián, y por lo tanto, tienes derecho a tomar tus propias decisiones.
—Pues gracias por las consideraciones y el trato preferente, pero no creo que sea necesario. Yo soy un soldado bendercklino y lucharé donde sea que estén mis camaradas. Iré con ustedes.
—Me complace esa respuesta, nunca hacen falta manos para ayudar. Ahora hay otra cosa que me gustaría saber, ¿Podré llevar a Gollogh conmigo?
—Usted decide qué hacer con su espada—dijo Lobragh, empeñado en no aceptar la realidad.
—Sabes perfectamente a qué me refiero. Y necesito la respuesta.
—En estos momentos Moruderaz debe vivir una situación complicada. Debe estar confundido al no saber a cuál de sus dos amos obedecer, y si empezamos a luchar por saber quién de nosotros se quedará con él sólo empeoraremos las cosas. Me parece que Él tiene las capacidades suficientes para elegir entre ir a la guerra o quedarse.
—Pero si la elección estuviera en tus manos…
—No quiero que Moruderaz vuelva a ser el animal que fue. No quiero que sea un asesino. No quiero que vaya a la guerra; pero no puedo intervenir en este asunto.
—Pues en ese caso busquemos ahora a Gollogh y enterémonos de su decisión.
Ambos se dirigieron a los patios con paso decidido y la mirada fija al frente. Dreylo, aunque comprendía todo lo que Lobragh era, aún recordaba la manera en la que lo había tratado al llegar a Benderlock, y no estaba dispuesto a olvidar tan fácil. Lobragh, por su parte, no olvidaba todo lo sucedido desde la llegada de Dreylo y cada vez que se ponía a pensar en ello el odio y la frustración crecían dentro de él. ¿Por qué no lo habían dejado en paz? ¿Por qué tenía que ser quien era? Todo era culpa de su pasado, lo único que no podía cambiar en su vida.
Al llegar al patio, tanto Dreylo como Lobragh profirieron el mismo silbido bajo y cantarín. Al darse cuenta de lo sucedido, cruzaron una breve mirada de odio antes de enfocarse en la sombra que se acercaba por la izquierda. El perro llegó trotando alegremente y se detuvo consternado al ver a los dos hombres frente a él.
—Gollogh, mañana partiremos a la guerra. Aún hay unos asuntos que debo atender antes de poder volver a Alcunter. No sé cuántas batallas he de librar para cumplir mis objetivos, y no me importa, pues sé que la victoria siempre será mía. Sin embargo la ayuda nunca sobra y por eso quiero saber si me acompañarás a Voshla y a Glardem para restituir el honor de Alcunter, pues últimamente…
De este modo siguió hablando Dreylo, resumiendo rápidamente todos los sucesos relevantes que Gollogh aún no conocía y exponiendo las razones por la que quería que le acompañara. Al acabar, se hizo a un lado para que Lobragh pudiera tomar la palabra.
—Moruderaz. Durante el tiempo que has vivido aquí conmigo has conocido una nueva vida. Lejos de la sangre y la crueldad, lejos del horror y la furia. Eres un ser completamente diferente al que llegó aquí hace tanto tiempo y no me gustaría que volvieras a ser la misma máquina asesina que eras antes. En estos momentos hay dentro de ti dos personalidades completamente distintas luchando por gobernar tu voluntad. Cada una de ellas tiene algo de ti y por eso mismo tú eliges a cual escuchar. Sin duda la guerra aún ejerce cierto atractivo sobre ti, pero la guerra no es la única cosa bella en este mundo. Te pido que recuerdes todos los buenos momentos que pasaste aquí. La paz y la calma. Te pido que no vayas a luchar. Es sólo una petición lo que hago, pues ahora tú eres libre al no haber ningún hombre que pueda controlarte completamente; estás más allá de los designios humanos aunque puedes participar en ellos, pero yo no quiero que lo hagas.
El perro observó atentamente tanto al uno como al otro. Lobragh podía ver el mecanismo de sus pensamientos mientras intentaba tomar una decisión, pero era más complicado de lo que esperaba. Finalmente, el animal se dio la vuelta y abandonó el lugar, dejándolos sin respuesta alguna.

Voshla estaba ubicada al noreste de Cómvarfulián, ósea, al este de Benderlock. El agua que necesitaban la obtenían de un lago inmenso que alimentaba al Corden, por lo que debían seguir su curso para llegar a su destino. Por lo que había oído decir a los prisioneros, el ejército del Castillo de Bronce no era numeroso y podían vencerlo sin problemas. Por lo que por un instante estuvo tentado a liderar un ataque simultáneo, a Voshla y Glardem.; sin embargo las murallas del Castillo Diamante eran resistentes y sólo Gollogh podía romperlas, lo cual implicaría que Dreylo tenía que ir a Glardem. Pero el Señor Alcunterino quería conocer Voshla antes que nada, y sabía que enviar un ejército a Glardem, aunque fuera uno como el que tenía en esos momentos, era un sacrificio innecesario de hombres. Sin embargo, no veía otra opción que le sirviera en esos momentos; podía idear algo mejor, pero necesitaba asegurarse de otras cosas…
La mañana llegó sin contratiempos, Dreylo se vistió aprisa y bajó a los patios de Benderlock: el ejército ya se encontraba reunido allí. Eran tantos hombres que no cabían en el patio y habían tenido que agruparse en los pisos superiores de modo que pudieran ver a Dreylo y oírle. El Señor de los Jaguares estaba de pie sobre una pequeña tarima en el costado oriental del patio, a su derecha estaban Drog y Dishlik y a su izquierda Zolken y Markrors.
Mientras se hacía el silencio, una sombra cruzó el lugar y se dirigió a Dreylo rápidamente. Era Gollogh, el animal se veía mucho más grande y fiero que la noche anterior y sus pasos hacían vibrar todo el suelo. Al verle, Dreylo se alegró, pues ahora podía ejecutar el plan que deseaba. Sin más tiempo que perder, desenvainó su espada y la alzó lo más alto que pudo; los rayos de sol, al encontrarse con la hoja dorada, produjeron una explosión de color que encegueció a todos los presentes, nadie más habló.
—Bien—dijo Dreylo proyectando la voz todo lo que podía—deduzco, por la presencia de Gollogh, que ha decidido apoyarnos en la guerra, ¿no es así?—el animal emitió un leve gruñido—. En ese caso, lo que haremos es lo siguiente: no desgastaremos todo el ejército en el viaje a Voshla, es un lugar pequeño y poco fortificado, y no veo necesaria una batalla. Partiré con unos pocos hombres a Voshla, el resto del ejército se quedará aquí. Cuando todo esté listo, enviaré a Gollogh de vuelta, lo cual les indicará que deben dirigirse a las puertas de Glardem para atacar. Mis hombres y yo nos infiltraremos por los túneles de las montañas para atacar desde el flanco contrario.
—Entonces ¿por qué no parte con más hombres? De ese modo sería más fácil para todos nosotros la victoria—apuntó alguien.
—Dudo mucho que un ejército numeroso quepa por el pasaje de las montañas, no tomaré el riesgo. Ahora ¿Cuánto tiempo se tarda en viajar de aquí hasta Glardem?
—No más de un día—dijo otro.
—Pues nada más necesito saber. Partiremos lo más pronto posible. Quienes se queden aquí manténganse alertas, y no sólo ante el aviso de Gollogh, no sabemos qué más puede pasar.
A continuación Dreylo escogió cerca de mil quinientos hombres, entre alcunterinos, brandelkanos y bendercklinos, para que le acompañaran a Voshla. Entre ellos se encontraban Drog, Markrors, Zolken, Dishlik, Lobragh y varios soldados que habían sido curados por el herrero. Todo ellos eran hombres valientes y Dreylo estaba seguro que ninguno le fallaría llegado el momento. De todas formas, no quería derramar sangre en el Castillo Escondido, y no creía que fuera necesario.
El resto del día se fue mientras se ensillaban los caballos, se engrasaban las armas y las vestimentas, se empacaban las provisiones y se armaban los hombres. Al amanecer del día siguiente, más frío que el anterior, el ejército montó sus caballos y partió a buen paso hacia Voshla.
Dreylo confiaba en la información que le habían dado los prisioneros. Su voluntad se había ido con sus pies y su libertad. Le parecía increíble (y satisfactorio) cómo el dolor podía doblegar tan formidablemente a un ser humano, sin duda un arma a su favor. Él, por el contrario, era diferente a todos ellos: como miembro de la familia real de Alcunter, su fuerza de voluntad había crecido hasta tal punto que incluso parecía que no tuviera apego a la vida. Las pruebas por las que había pasado lo habían dejado tan cerca de la muerte, que le habían insensibilizado a todo el dolor terrenal; ahora estaba en una especie de umbral entre la vida y la muerte. Su boca y su espíritu eran una fortaleza que resistiría más que su cuerpo.
Seguían el curso del río Corden hacia el este, como buscando el sol naciente. Dreylo recordaba las muchas veces cómo sus exploradores habían hecho este camino para nunca volver. Voshla estaba tan bien oculto entre los árboles y las montañas, que la muerte aguardaba para quien se internara en sus dominios. Sin embargo había un modo, y Dreylo sabía cuál era.
Cerca de las dos de la tarde llegaron a la orilla occidental del lago Voshla. Ninguno de los presentes había soñado siquiera con la existencia de un cuerpo de agua tan grande. La distancia de la orilla occidental a la oriental era de casi 20 metros y de la orilla norte a la sur casi treinta; en cuanto a la profundidad, Dreylo no quería ni pensarlo. Sin embargo, no pudo evitar imaginar a las criaturas que habitaban en el lago. Sin duda allí se reunirían la mayor cantidad posible de criaturas acuáticas, los equivalentes del Mingred y el Nerk. ¿Cómo les había llamado Zolken? No podía recordarlo, pero la sensación de grandeza que le había producido ese nombre aún estaba presente. Grandeza y misterio.
La superficie del lago estaba tan calmada como un muerto, y el agua sin duda debía estar tan fría como uno. El Corden llegaba al lago a través del oeste, y por el norte otro río salía en dirección al desierto. Por lo que le habían contado a Dreylo, este último río llevaba el mismo nombre del lago. En el horizonte, se alcanzaba a ver una línea de árboles que se acercaban bastante a la orilla este. Incluso en la distancia se podía apreciar el grosor de sus ramas y su altura, lo cual explicaba cómo el castillo había logrado mantenerse oculto durante tanto tiempo.
Dreylo ordenó a sus hombres dirigirse hacia al sur, pues debían llegar a la orilla opuesta del lago, y la única manera de hacerlo era vadear el Corden y rodear el lago hasta alcanzar la línea de árboles del otro lado. Los caballos trotaron todo el camino hasta el río y luego torcieron unos cuantos kilómetros al oeste para poder cruzarlo. En ese momento, se detuvieron para comer un bocado rápido aprovechando los pastizales de la llanura, que proveían un espacio cómodo y propicio para el alimento de las monturas.
El atardecer se aproximaba, y Dreylo, sabiendo que no lograrían internarse en el bosque de noche, ordenó hacer su campamento en el mismo punto en el que se habían detenido. No podían avanzar más por ese día, pero todo el tiempo que desperdiciaban lo frustraba. Resignado, silbó para llamar a Gollogh, a lo cual el perro respondió de inmediato. Trotaba rápidamente, pese a su gran tamaño, y su agilidad tampoco se veía entorpecida debido a este factor.
—Gollogh, me temo que no podemos avanzar más por hoy. Mañana llegaremos a Voshla y venceremos. Sin embargo, me gustaría que fueras e investigaras el camino. La noche te protegerá bien, y tus sentidos son muy agudos, por lo que podremos saber la posición del enemigo. Ve, intérnate en el bosque lo más que puedas, pero no te alejes demasiado y emprende el camino de vuelta cerca de la medianoche. Mañana guiarás la primera parte del recorrido.
El animal gruñó levemente y partió a su máxima velocidad. Dreylo lo observó alejarse un buen rato y luego se reunió con sus hombres. Ya casi estaba todo dispuesto para que descansaran esa noche. No había luna y las estrellas iluminaban poco. Un viento leve soplaba desde el sur, trayendo consigo los aromas de la Zona de Niebla y la Zona Quemada. Era algo parecido a azúcar quemada con un poco de azufre. Los hombres ya reunían madera para encender un fuego, con el doble propósito de preparar la cena y disimular los aromas.
—Quietos—ordenó Dreylo—nuestra presencia debe permanecer oculta.
—Pero si no hay nadie que pueda vernos en kilómetros a la redonda—replicó alguien.
—Los guardias de Voshla están muy bien escondidos, y créanme si les digo que podrían ver el fuego que quieren prender. Y antes de que nos demos cuenta, el veneno más mortal que se puedan imaginar (sí, mucho peor que el brandelkano) nos mataría al instante, antecedido por una lluvia de flechas invisibles. Hoy no encenderán ni la más pequeña llama.
— ¿Y por qué tenemos que quedarnos aquí esta noche?—sonó otra voz—podríamos avanzar otro trecho y acercarnos sin ser detectados.
—Los métodos de Voshla son eficientes. Detectarían incluso a una hormiga que entrara en sus dominios sin autorización. La única manera de entrar es de día, por un camino que sólo conocen sus aliados y nosotros. Estamos atrapados hasta el amanecer. Y no quiero escuchar más preguntas o más dudas. Sé perfectamente lo que hago y ustedes deben recordar que están bajo mis órdenes. Si quieren hacer las cosas a su manera pues váyanse. Váyanse y sufran la misma suerte de los cientos que han intentado entrar a Voshla por la fuerza.
Un silencio duro cayó sobre el campamento. Después de un tiempo, los soldados partieron, resignados a comer frío aquella noche, y el alma en el suelo mientras desempacaban un poco de la carne salada que habían traído.
Dreylo, por su parte, se alejó de los demás hombres y se sentó, mirando al sur. Allá a lo lejos, estaba su castillo, al que volvería muy pronto convertido en rey del país. Un brillo espectral se alzaba a lo lejos; Dreylo suponía que aquel marcaba el lugar donde se alzaba el Castillo de Diamante, su próximo objetivo. Todos los tesoros serían suyos, y la tierra y el poder.
Pero había un espacio, muy en el fondo de él, que no podía ser llenado con nada de esas cosas. Un espacio que estaría vacío el resto de su vida. Cuántas veces no había hablado de este tema con Eluney, soñando juntos con la paz, la victoria; cogidos de la mano en las terrazas del castillo bajo anocheceres infinitamente más bellos, con lunas gigantes como su alegría, ambientes cálidos de verano incluso en el más cruel de los inviernos, devolviéndole la sonrisa a las estrellas.
—Tengo algo que decirte—le dijo Eluney una de esas noches, apretando más fuerte su mano.
— ¿Y qué puede ser eso que te tiene tan ansiosa?—le preguntó Dreylo, le devolvió el apretón y la acercó más a él.
—Bueno, no sabía cómo decirte esto, pero bueno, ya no importa. El caso es que existe otro.
Dreylo le devolvió una mirada estupefacta, mil puñales se le clavaron en el corazón mientras todos sus miembros se congelaban.
—Yo no me esperaba esto—la voz de Eluney flaqueaba—pero la verdad es que ahora que él ha llegado no estoy segura de qué es lo que siento. Creo que mi corazón ahora le pertenece a alguien más.
— ¿Y quién es ese alguien?—preguntó Dreylo con una voz que no parecía la suya. Como un gruñido de lobo, herido en la garganta.
—El nuevo heredero de Alcunter—dijo Eluney con una sonrisa, acariciándose el vientre.
Dreylo lo comprendió todo entonces. Una risa escapó de sus labios mientras su cuerpo se relajaba y recuperaba su temperatura. Así había sido siempre Eluney, con un gusto casi enfermo por esa clase de juegos. Y así la amaba Dreylo, con ese sentido del humor tan particular, esa alegría contagiosa, que eran el mundo para él. Un mundo en crecimiento…

—Padre, como un poco—la voz de Drog lo devolvió al presente justo antes de que las lágrimas escaparan de su rostro. Dreylo lo miró mientras el recuerdo de aquella noche se desvanecía, arrastrado por el viento del sur, mientras que aquella nueva imagen se formaba en su mente: su hijo frente a él, extendiéndole un plato, con la preocupación en el rostro. Había algo de Eluney en él, aunque no lograba adivinar qué, pero sin duda era ese algo el que todavía lo mantenía vivo, pese a todas las dificultades que había vivido.
¿Estaría Drog de verdad maldito por sus propios abuelos? ¿Lo protegería su madre de todos los males? ¿Qué podría hacer él mismo para ayudar a su hijo? Dreylo cerró brevemente los ojos, “una preocupación a la vez” se dijo mientras la imagen de los grandes árboles volvía a su mente. Aceptó el plato que le ofrecía Drog con un asfixiante silencio y volvió a repasar las indicaciones que le habían dado los traidores. Cerca de las diez ordenó a sus hombres irse a dormir, y que despertaran al alba, pues se pondrían de marcha de inmediato.

El cantar de las aves anunció la llegada del sol. Los primeros rayos matutinos encontraron al ejército alcunterino recogiendo los restos del campamento y alistándose para partir. Alejados del resto de los hombres, Dreylo, Lobragh y Gollogh discutían los planes del día. Gollogh había vuelto de su viaje de reconocimiento aproximadamente y ahora hacía partícipes de sus hallazgos a Dreylo, con Lobragh como intérprete de su idioma. Dreylo escuchó atentamente lo que Gollogh había descubierto, mientras los detalles se concretaban en su mente.
—Muy bien, Gollogh, nos guiarás hasta el límite del bosque. En ese momento entraremos al camino secreto, y tú estarás a mi lado, atento a cualquier signo de hostilidad al frente. Con suerte, llegaremos a Voshla al anochecer.
Cuando todo estuvo listo, montaron en sus caballos y partieron. Gollogh trotaba delante del ejército, guiándolos en dirección noreste, con las montañas a su derecha, arrojando sus sombras sobre ellos. Aproximadamente a las nueve, llegaron al límite del bosque. Los árboles se alzaban frente a ellos, altos como las torres brandelkanas, y gruesos como siete osos unidos en un abrazo de muerte. Las ramas eran como hombres con abundante cabello, y conforme los árboles se hacían más altos, éstas iban adquiriendo cada vez más la apariencia de piernas y brazos saliendo de los troncos, como si sus dueños estuvieran siendo devorados por aquellos gigantes.
Sin duda era una visión imponente. El bosque parecía una fortaleza inexpugnable, y el verde que en esos momentos veían los hombres era el verde más vivo que hubieran de ver en toda su vida. Voshla perfectamente pudiera haber estado escondida entre las ramas de los árboles sin que nadie pudiera verlos. Sin embargo había un castillo, construido en las épocas de la conquista como evidencia del poder de los hombres sobre la naturaleza, destinado a servir de escondite ante cualquier adversidad que encontraran los cómvarfulianos, hasta que estalló la guerra civil. A partir de entonces, Voshla, pese a su reducida población y poco poder militar, se había convertido en un enemigo invencible. De todas las demás provincias del país habían partido espías intentando encontrar la ubicación del castillo, pero ninguno regresó. Habían pasado tantos años desde el inicio de la guerra que nadie que viviera recordaba el más mínimo detalle sobre Voshla, y la guerra había estallado tan repentinamente, que no había ningún registro de cómo llegar allí.
Sin dejarse atemorizar por ninguno de estos hechos, Dreylo desmontó de su caballo y comenzó a buscar las señales en el suelo de las que le habían hablado. Finalmente, después de quince minutos de estar agachado, revolviendo entre las hojas caídas y las muchas raíces que sobresalían de la tierra, encontró lo que buscaba. Había una raíz cuya corteza formaba unos nudos bastante particulares, parecían formar la cara de una rana mirando al cielo, perfectamente detallada.
Dreylo se enderezó y mediante gestos indicó a sus hombres que no hicieran ningún ruido. Rodeó el tronco del árbol hasta que se encontró en el costado norte, y se quedó un tiempo inmóvil, como esperando una señal. Súbitamente, pateó el tronco y un agujero con forma de puerta apareció, dejando ver el inicio de un túnel gigantesco y oscuro como una tumba. Guardando la entrada al túnel se encontraban dos guardias, a los que Dreylo mató desenvainando rápidamente su espada.
Mientras esto sucedía, arios arqueros aparecieron colgados de las ramas de los árboles y comenzaron a disparar sin compasión. Antes de que las primeras flechas llegaran a su objetivo Dreylo gritó “¡Cúbranse!” y alzó su escudo para protegerse, sus hombres le imitaron, pero ya varios caían sin vida. El ejército alcunterino comenzó a entrar al túnel, pero éste no era tan ancho como para que todos pudieran ponerse a salvo de inmediato, de modo que más hombres empezaron a caer mientras los arqueros de tierra respondían a los del cielo.
Un cuerno sonó desde lo más alto de uno de los árboles y pareció que su sonido cobijaba al bosque como un manto de peligro y muerte. Varios cuernos respondieron al llamado del primero desde diferentes partes del bosque durante varios minutos. Los arqueros voshlos caían muertos a la vez, hasta que finalmente no quedó ninguno. Sin embargo, los cuernos seguían dando su alarma a todo el bosque y varios soldados alcunterinos habían muerto. Dreylo hizo entrar a sus hombres a todo prisa al túnel y después cerró la puerta, dejándolos sumidos en una oscuridad casi total. Pues Gollogh brillaba tenuemente, como una antorcha apunto de apagarse.
—Bien, ahora Voshla está al tanto de nuestra llegada. Sin embargo esta era la única manera de llegar. No habríamos podido cruzar el bosque sin morir y para entrar al túnel necesitábamos luchar; pero no hay de qué preocuparse, el ejército de Voshla es pequeño y estaba casi totalmente dedicado a vigilar el bosque. Aunque el túnel y la salida también estén protegidos podremos llegar al castillo sin problemas, y aunque el ejército entero alcance a organizarse, no podrán hacer mucho contra el nuestro. Ahora sólo tenemos que preocuparnos por cruzar el túnel y estar atentos. Aproximadamente cada medio kilómetro habrá centinelas esperándonos, ocultos en las sombras.
Sin demora emprendieron la marcha. El túnel, pese a ser muy sencillo según podían ver, era lo suficientemente alto y ancho como para que pudieran cruzarlo ocho hombres alineados y montados en caballos decentes. Se veía que el pasaje no había sido pensado como una salida del ejército a la guerra, parecía más bien un camino directo al castillo para las pocas personas que en él habitaban. La confianza de Dreylo crecía conforme avanzaban y cada vez veía con más nitidez su trono, su corona y su cetro. Se preguntaba si Yostermac ya habría cumplido sus órdenes y cuánto tiempo faltaría para volver a casa, sin embargo el camino que quedaba por recorrer no era tan duro como las cosas por las que ya había pasado. De esta manera se sumió en sus pensamientos mientras cruzaban el túnel trotando apaciblemente. Cada medio kilómetro, tal y como lo había previsto, un par de guardias surgían de las sombras de repente y atacaban al ejército cuando ésta ya casi había pasado frente a ellos. Unos cuantos soldados fueron heridos y unos menos asesinados. Por su parte, ningún enemigo quedó con vida.
Casi dos horas después de haber entrado al túnel, cuando la oscuridad ya los oprimía y el encierro comenzaba a enloquecerlos (pues ninguno de los hombres estaba acostumbrado a aquel ambiente), vieron a lo lejos un cuadrado de luz que iba creciendo conforme se acercaban. Esperanzados con salir al aire libre, apretaron el paso y pasados diez minutos se encontraron frente a una elevación del terreno que conducía a la salida del túnel y el Castillo de Bronce. Sintiéndose vencedor, Dreylo avanzó con paso firme hacia la salida, pero una mano le aferró el hombro y lo detuvo.
—Mi señor—se oyó la voz de Zolken—no sería sensato salir tan apresuradamente. No sabemos quién puede estarnos esperando afuera y a la hora emerger por el túnel nos encontramos en una posición poco favorable. Nuestro enemigo podrá diezmarnos antes de que alguno de nosotros logre salir, ponerse a su altura e inclinar la balanza de nuestro lado. Debería mandar a alguien a que se asegure de que no hay problemas.
Dreylo hubiera querido salir sin más, pero debía reconocer que Zolken podía tener razón y era peligroso arriesgarse. Preguntó a sus hombres quien se ofrecía como voluntario para despejar el camino y un hombre fornido, aunque sin barba y con muy poco cabello, se adelantó. Un escudo gigante colgaba de su espalda y un hacha colgaba de su cinturón. Llevaba puesta una túnica violeta, color insigne de Benderlock, sobre la cota de malla y unas magníficas botas de cuero le llegaban hasta las rodillas. No era muy alto, pero si parecía ser muy peligroso y temerario.
De inmediato le ordenó al hombre que se asegurara la salida. El hombre se dirigió sin temor a la salida, escalando el pequeño montículo de tierra que a ella conducía. Apenas sacó su cabeza por el agujero (pues era la única manera de ver el exterior), los temores de Zolken se confirmaron. Se escuchó un gemido y el silbido del metal cortando el aire, un instante después, la cabeza del hombre rodó hasta los pies de Dreylo y una voz les llegó desde fuera:
—Ya están aquí. No sé cuántos hay pero todos van a morir. No hay manera de que puedan salir sin ser acabados por nuestro acero. Hoy el destino nos favorece y esta victoria nos pondrá a la delantera del control de Cómvarfulián.
Dreylo se dio la vuelta y observó a sus hombres con solemnidad. Las caras de los soldados estaban levemente a lumbradas por el brillo de Gollogh y la luz que alcanzaba a llegarles desde Voshla. El aire se sentía espeso y el silencio asesino.
—Este momento es crucial. Tengan valor y no muestren misericordia, pues ella murió cuando los hombres pisaron esta tierra y ya no hay marcha atrás. Se arrepentirán de su osadía apenas sientan el frío de la muerte morderles las entrañas.
Acto seguido organizó al ejército en pequeños grupos. Él, Dishlik y otra veintena de hombres encabezaba el primero, Drog lideraba el segundo y Markrors el tercero. En ese momento Zolken se adelantó esperando sus órdenes pero Dreylo lo detuvo.
—No, Zolken. Eres una pieza muy importante en la guerra y debes cuidarte. Tienes tantas habilidades que tu pérdida sería catastrófica, debes esperar a que la situación mejore. Y también me dirijo a ti, Lobragh—pese a que se notaba en sus caras la desilusión y el desacuerdo, ambos hombres asintieron—. Bien, Gollogh—el perro ladró obedientemente—, tú irás al frente conmigo.
Gritando con todas sus fuerzas, alzó su espada y corrió hacia la salida. Gollogh trotaba a su lado, mostrando sus colmillos en un gesto amenazador. Detrás de ellos iba el resto del grupo con sus armas listas para luchar, empuñadas por la crueldad que acababa de apoderarse de sus cuerpos.
Dreylo asomó primero la punta de su espada y lanzó un tajo horizontal tan amplio como lo permitía su brazo. Escuchó varios gritos de sorpresa, sin duda habría destruido varias espadas y otras armas, y emergió completamente, blandiendo su espada sin césar y girando, defendiéndose lo más que podía. Un segundo después vino Gollogh, siguiendo a su amo como un manto de oscuridad dispuesto a acabar con el día; saltaba ágilmente y él era todo un mar de garras y colmillos cortando gargantas a toda velocidad. Con cada hombre que mataba su tamaño parecía aumentar considerablemente, sin duda la parte de su alma que había vivido en Alcunter entrenada para matar se apoderaba cada vez más del cuerpo, convirtiéndolo en el Temor de Temores. No tardó un mar de sangre en nacer a su alrededor y morir en su estómago, mientras se relamía con malicia ante cada hombre que caía ante sus pies.
Unos segundos después el resto del grupo salió del túnel. Dishlik agitaba sus armas sobre su cabeza mientras se abría paso entre los enemigos, sin embargo no todos contaron con esa suerte, pues nueve de los veinte cayeron antes de que pudieran pensar en nada más. Mientras tanto, Dreylo había logrado adentrarse entre las filas enemigas y combatía con valor contra cuatro enemigos a la vez; cuando los hubo matado a todos, y durante el plazo existente entre la muerte de un rival y la llegada del siguiente, puedo detallar el lugar en que se encontraban.
La entrada al túnel se ubicaba frente a un árbol, al fondo de un callejón, el cual desembocaba exactamente en el centro de una plaza de mercado a rebosar. Los puestos ofrecían fruta y lana, leche y carne, y varias gemas de todos los colores que se encontraban en las montañas. Por el norte de la plaza, el camino torcía a la izquierda y llegaba frente a unas escaleras inmensas. En la parte sur de la plaza el camino seguía derecho hasta perderse de vista, varias puertas se veían espaciadas en intervalos regulares en ambos costados del camino, atrapadas entre las paredes de bronce que despedían un brillo opaco bajo la luz del sol. La tierra era tan oscura como la madera en otoño y seca como la ira. Todo el conjunto carecía de vida de una manera que Dreylo no hubiera creído de no haberlo visto.
El ejército enemigo se juntaba junto al árbol esperando la salida de sus contrincantes, aunque gran parte de él también se encontraba alrededor de la plaza. En cuanto a los niños, mujeres y ancianos, Dreylo habría podido jurar haber visto varias cabezas asomándose por las ventanas ubicadas unos tres metros sobre sus cabezas. También alcanzó a percibir, debido a la luz del sol, que debían ser aproximadamente las dos de la tarde. Aún quedaban suficientes horas de luz como para zanjar el asunto de una vez por todas, y aunque no las hubiera debían hacerlo.
Sin más demora, se arrojó al campo de batalla con un gran salto, agitando su espada frente a él, de modo que las espadas se rompieron, las hachas cedieron, las cotas de malla murieron y con ellas sus portadores. Sin tiempo de observar qué pasaba a su alrededor, continuó dando vueltas y matando enemigos. A lo lejos vislumbró a Gollogh saltar y rodar, morder y matar, nadie podía hacerle frente. No muy lejos se encontraba Drog, el brazo izquierdo le colgaba inerte y tenía varios cortes profundos en la cara, su cabeza había perdido la protección y un chorro de sangre le brotaba de la coronilla.
Markrors salía en esos momentos del túnel. Había logrado herir a un enemigo en la pantorrilla y ahora se escabullía a través del espacio libre, pasados unos segundos se levantó y entró al furor de la batalla gritando como loco. Detrás de él varios soldados más intentaban repetir una hazaña similar, pero cerca de la mitad fracasó en el intento. Estupefacto ante cómo sus fuerzas eran reducidas, Dreylo decidió despejar la salida del túnel, silbó agudamente y en menos de un parpadeo Gollogh se encontraba a su lado, juntos separaron a la multitud que impedía la salida del sexto grupo, el cual unió sus fuerzas en el ataque. La salida muy pronto quedó despejada y a partir de entonces los soldados no tuvieron problemas para unirse a sus compañeros, gracias a esto la balanza se inclinó a favor del ejército de Dreylo, pues ante la noticia de que la vía había sido asegurada, los grupos se disolvieron y el ejército en pleno comenzó a salir entre exclamaciones de batalla, con Zolken y Lobragh en cabeza.
Cincuenta minutos después de este acontecimiento, la batalla se encontraba en su punto máximo, pero no duró mucho, ya que la superioridad numérica (mil quinientos soldados entre alcunterinos, brandelkanos y bendercklinos, ante cerca de novecientos cincuenta voshlos) definió la victoria para Dreylo y sus hombres. Los sobrevivientes del ejército voshlo no tardaron en pedir clemencia para sus esposas e hijos, a cambio de su lealtad en la guerra, por toda respuesta Dreylo pidió que le llevaran ante el Señor del Castillo.
Ante su solicitud, los vencidos guiaron a Dreylo y su séquito de confianza por la salida norte de la plaza. Las escaleras que el jefe alcunterino había visto antes ascendían en línea recta al oeste por cerca de trescientos metros. En ese punto una pequeña colina se alzaba, dominando la vista de la ciudadela, las escaleras subían por la colina en forma de caracol y guiaban a una torre de seis pisos, hecha enteramente de bronce a excepción de la parte superior: los merlones y parte de la torre estaban pintados de rojo. La torre era la edificación más alta del lugar, no sólo por su ubicación, sino también por sus dimensiones, pues era única en Voshla.
Subieron las escaleras, con el sol frente a ellos en su camino de descenso hacia la noche, aunque todavía no era la hora para que el astro rey desapareciera. Las puertas de entrada se ubicaban en el costado oeste de la torre, estaban hechas de roble y no sólo eran inmensas, también muy anchas y gruesas. Un soldado se adelantó y desprendió una llave de su cinturón, la introdujo en la ranura y abrió las puertas. Se encontraron en una estancia circular pobremente iluminada, el suelo, cuyo diámetro alcanzaba los treinta metros, presentaba un diseño en forma de ajedrez, pero encerrado entre un círculo dividido en cuatro secciones mediante diseños elegantes, en tonos de amarillo ocre y azul noche. Otra escalera en forma de caracol subía sin descanso hasta un cuarto en lo más alto de la edificación, ninguna otra puerta o similar podía verse, parecía que el único objetivo de la torre era albergar al Señor, lo cual a Dreylo le pareció muy extraño. Él, Markrors y Dishlik comenzaron el ascenso, Zolken se había quedado cuidando de los heridos, entre los cuales se encontraba Drog, Lobragh había decidido buscar algo para alimentar a Gollogh que no fuera carne humana ni sangre, y en nadie más el Señor de Alcunter podía confiar para que le acompañara a reclamar el trono de Voshla.
En muy poco tiempo llegaron frente a la puerta de los aposentos del Señor y entraron. Dreylo esperaba encontrar a un hombre completamente armado, listo para la lucha final; en su lugar lo único que había en la habitación, blanca como la nieve, era una cama en la que reposaba una mujer inconsciente. A su lado, un hombre vestido con unas túnicas igual de claras a la habitación, le remojaba la frente con un trapo húmedo con un fervor que parecía obsesivo. Ninguna señal de reconocimiento por parte del hombre se vio, estaba tan ensimismado en su tarea que Dreylo hubiera podido jurar que no se había dado cuenta del paso del tiempo, de modo que se aclaró la garganta de manera muy ruidosa, y fue aumentando la intensidad de este sonido, hasta que el hombre no tuvo más remedio que prestarle atención, casi veinte minutos después de su entrada.
Una mirada fugaz a los intrusos le bastó para enterarse de quiénes eran. El que parecía ser el jefe llevaba un escudo de plata en el brazo izquierdo, con la cara de un jaguar pintada en rojo. No podía ser más inoportuno el momento, de modo que habló con rudeza y sin miramientos de ningún tipo:
— ¿Qué quieren? En estos momentos no tengo tiempo para nada. Mi mujer está terriblemente enferma y pronta a morir, y mi alma irá con ella. La guerra y el poder son simples sombras ante la luz del sol e incluso el bienestar de mi propio pueblo no es tan importante como esto—la voz del hombre se iba debilitando conforme hablaba. Carraspeó un par de veces y continuó—: mi nombre es Dorles, y Voshla está bajo mi mando. No me hagan perder más tiempo.
La insolencia del hombre era tan grande que en cualquier otra situación Dreylo lo hubiera matado ahí mismo. Sin embargo, el recuerdo de Eluney ocupó su mente y un extraño sentimiento de empatía le embargó. Decidió agachar la cabeza momentáneamente, por lo que habló con toda la humildad que pudo:
—Yo soy Dreylo, Señor de Alcunter. Hace poco vencí a Brandelkar y Benderlock en batalla e incluso los Mingred y los Nerk sucumbieron ante mi poder. Mi plan es conquistar todo Cómvarfulián y convertirme en su rey, lo cual dentro de muy poco será una realidad. El ejército voshlo fue vencido hace menos de dos horas y ahora sólo Glardem se interpone en mi camino. He venido a reclamar mis derechos como nuevo Señor del castillo y a exigir la lealtad de Voshla, la cual se verá expresada inicialmente en: entregar al traidor Xem, prestar ayuda en la batalla contra Glardem y rendir un tributo en oro y especies durante el verano equivalente al veinte por ciento de la producción anual de Voshla.
Dorles no dijo nada, por un momento sólo se preocupó por la salud de su mujer. Un manto delgado la cubría, y su temperatura era tan alta que inundaba toda la habitación. La desesperanza invadió el rostro de su marido, quien con lágrimas en los ojos se dirigió a Dreylo:
—A mí no me importa nada de lo que pase ahora. Por favor, salve a mi mujer de esta terrible enfermedad y haré lo que pida e incluso más.
—Markrors, ve a buscar a Zolken enseguida, y que venga aquí sin demora—el aludido se retiró tras una reverencia profunda—. Espero que es promesa se cumpla, Dorles—añadió con severidad.
Por toda respuesta el hombre humedeció de nuevo el trapo y lavó la cara de su mujer, admirando cada detalle de la vida que se le escapaba.
El sol ya se ocultaba tras el mar cuando Zolken entró en la habitación, precedido por Markrors. El rostro del herrero expresaba un evidente disgusto y su tono no fue amable cuando se dirigió a Dreylo.
—Muchos hombres morirán debido a mi retiro inexplicable. ¿Qué es tan importante como para sacrificar no menos de veinte vidas?
—La legitimación de mi poder sobre Voshla—Zolken se sorprendió ante la respuesta de Dreylo. La transformación que había sufrido había sido increíble; quizá él no la hubiera notado, pero todos a su alrededor no habían podido evitar percatarse de cómo el poder poseía su mente y la corrompía: las torturas, el egoísmo, aquel no era el Dreylo que Zolken había conocido durante el invierno. Sabiendo que sería mejor mantener la boca cerrada, no arriesgarse estúpidamente y esperar que el momento propicio llegara, Zolken inclinó la cabeza.
—Dígame que debo hacer, mi señor.
—Zolken, no sé qué padecimientos sufre esta mujer, pero necesito que la cures lo más rápido que puedas. En estos momentos no hay nada más importante que esto.
Sin más palabras Zolken se acercó al lecho de la enferma. Tomó el cuenco de agua que reposaba a los pies de la cama y murmuró unas palabras ininteligibles. El agua adquirió un tono plateado por unos momentos y después volvió a la normalidad, sin ninguna muestra de que hubiera sido alterada. Humedeció el trapo en el cuenco y lo dejó reposar sobre la frente de la mujer.
El cambio fue casi inmediato, la mujer se revolvió entre sueños pasados unos segundos y en menos tiempo del que tarda un rayo en azotar la tierra, abrió los ojos y se incorporó mirando alrededor. La alegría de Dorles fue como un río que se descongela inesperadamente y barre con una población entera, abrazó a su mujer, haciendo caso omiso de las explicaciones que le pedía. Cuando la euforia se hubo desvanecido, procedió a hacerle un breve resumen de los acontecimientos desde el momento en que había caído enferma, hacia trece días.
—Me llevaré el agua—dijo Zolken, aunque sólo Dreylo le escuchó. Con un breve asentimiento autorizó al herrero a salir. Zolken hizo una reverencia y abandonó la habitación: había dotado al agua de la cualidad de absorber la energía de la tierra apenas entrara en contacto con la piel humana. El sortilegio no había consumido casi energía, pues ésta no prevenía de él, de modo que aún tenía fuerzas para continuar sus curaciones y quería aprovechar la sustancia que había obtenido. Había pensado que sería más difícil, por lo cual no lo había intentado antes; pero ante una situación tan apremiante, se había armado de valor y ahora los resultados le asombraban.
—Ahora las curaciones no me llevarán más tiempo que un suspiro—se dijo mientras aceleraba el paso.
Mientras tanto, Dreylo se retiraba a un rincón del cuarto a la espera de que pudiera entablar una conversación más decente con Dorles acerca del futuro inmediato.
La luna se alzaba imponente en el firmamento cuando por fin la mujer de Dorles cayó en un profundo sueño. Dreylo se acercó a la luz que provenía de la vela que el Señor de Voshla había prendido con la llegada de las estrellas y esperó a que éste se percatara de su presencia.
—Muy bien, respecto a los términos de rendición de Voshla—comenzó Dreylo apenas tuvo la vista de su interlocutor sobre él—. Quiero a Xem bajo mi custodia esta misma noche y los estandartes alcunterinos ondeando de la torre más alta mañana por la mañana. La población completa hará el juramento de fidelidad al amanecer y de inmediato comenzarán los preparativos para el ataque a Glardem. Una parte del ejército cruzará el pasaje de las montañas y la otra se reunirá con el resto del ejército cuarenta kilómetros al sureste de Benderlock para atacar las puertas del Castillo Diamante. Cuando todos los preparativos estén listos nos pondremos en marcha.
Dorles se quedó estupefacto por un momento. No sabía que le impresionaba más: si la energía que demostraba aquel hombre, o la resolución, la derrota de Voshla o la sumisión que el mismo había demostrado hacia unas horas. Finalmente, cerró la boca y se recompuso, e inclinó la cabeza.
En ese momento Dreylo se fijó mejor en el hombre que había frente a él. Treinta y tres años como mucho, lampiño y pálido, un poco bajo y delgado y demasiado debilucho para su gusto. Sus ojos tenían el color de la noche y su cabello el de la tierra recién arada. No parecía un enemigo de temer.
Finalizado su estudio, Dreylo dio media vuelta y se alejó velozmente del lugar, buscaba a Drog, pues en esos momentos recordaba el estado en que había visto a su hijo por última vez y el temor roía sus entrañas como un ratón un trozo de queso.

viernes, 6 de febrero de 2009

PEQUEÑO ANEXO

Después de pensar un tiempo, decidí intentar dar un poco más de complejidad a Cómvarfulián. De esta manera llegaron a mi mente capítulos acerca de la Creación de las Cosas, y desde hoy he comenzado a escribir, rellenando con nueva imaginación lo que aún falta. Este primer anexo habla del Primer Ciclo del Mundo.


El origen del mundo es un aspecto en el que las criaturas comvarfulianas no han podido ponerse de acuerdo. Los Seres de la Naturaleza sostienen que es un ciclo, por lo tanto no tiene principio ni final. De esta manera el mundo se construye a partir de pequeños fragmentos de vida esparcidos por el espacio, y cuando se agota la energía de esta vida se auto destruye para volverse a crear. Cambiando las formas y colores, olores y sabores, de manera que las novedades brinden la energía requerida para la existencia del mundo. No se sabe que se puede ser en el próximo ciclo, por lo que hay que respetar todas las formas de vida conocidas. Aparte de este sentimiento de empatía, esta ley primordial se mantiene debido a un Ser que los gobierna a todos ellos y que proporciona la energía suficiente para la reformación de las cosas. Este Ser es la entidad máxima de todo el universo y es quien primero nace y el último en morir.

Se trata de la Madre. Conocida en el Idioma Natural como Gali. Nunca tiene una forma definida, incluso dentro de un mismo ciclo de existencia, pues al igual que los Mingred puede cambiar su aspecto a voluntad. Fue un soplo de Ella quien creó a los primero Mingred, cuya existencia siempre se desenvuelve dentro del cuerpo de estas criaturas. Son los Jefes de la Raza y los más poderosos entre los poderos y fueron ellos quienes dieron origen a las demás Criaturas de la Naturaleza, usando para ello sus propias habilidades y las ventajas que brindaba el mundo de ese entonces. Un mundo donde el aire era completamente puro y toda la tierra era verde, no había montañas y el agua fluía desde el mismo centro de la Tierra, de manera que cualquiera que la llamara usando el Idioma Natural podía tener acceso a ella.

Durante esta época llegó un día en que animales y hombres por igual comenzaron a hacer mal uso del agua. La desperdiciaban en asuntos inútiles y abrieron grandes agujeros en la tierra para esconder los desastres que ocasionaban. El agua quedó completamente contaminada y toda la vida empezó a morir.

Entonces los Jefes Mingred buscaron a Gali por todo el mundo. Recorriendo con forma de viento todos los rincones que encontraron en su camino. No dejaron nada por registrar pero su búsqueda fue en vano, pues Gali no apareció.

Ese hubiera sido el Primer Fin del Mundo de no ser por Gurdon, un Mingred que se había separado de su raza y ya no compartía su Destino. De esta manera pudo comprender mejor que cualquiera las cosas que sucedían en la tierra gracias a los conocimientos combinados de los Mingred y las demás criaturas. Todo el saber junto iluminó su camino y lo condujo hasta Gali. Quien sorprendida por todo lo que acontecía decidió intervenir. Se presentó a los Mingred y les habló de su plan. Les dijo que no hubiera creído que el mundo necesitara más Guardianes que ellos, por lo que no los había creado. También dijo que no lo volvería a hacer nunca más, pero que podía ayudar a los Mingred a crearlos. Descendió con un centenar de Mingred seleccionados cuidadosamente, entre los que se encontraba Gurdon, al Centro de la Tierra y allí creó a los Durvel. Arrojando a los Mingred al agua contaminada se aseguró que separaran su Destino para crear uno nuevo: los Guardianes que protegerían el agua de la maldad de las criaturas. La esencia Mingred murió al purificar las aguas y se unió a ésta, dando origen a las Segundas Criaturas Naturales.

Finalizada su tarea, Gali comprendió que el mundo necesitaba ser reformado, e hizo algo que nunca hubiera creído que podría hacer: reunió sus fuerzas y absorbió toda la energpia de la Vida. El mundo quedó reducido a nada y a partir de él Gali creó uno nuevo, Esta vez el agua fluyó hacia la superficie, y sólo de allí podría ser tomada; los Durvel, con Gurdon a la cabeza, se asegurarían de que no volviera a pasar nada parecido, aunque intentarían intervenir lo menos posible. Y los Mingred se dedicaron a recorrer el mundo vigilando a las plantas y animales por igual.


PD. Este primer anexo lo hago dedicado a Milena, uno de los principales motores de esta historia, y un gran estímulo para continuar. Además de ser una gran amiga dispuesta a ayudar en lo que pueda, justo como ahora.

Muchas Gracias por todo Mile :)

sábado, 12 de julio de 2008

RETORNO. PERDONEN LA DEMORA

6

El Límite Norte


La mañana amaneció fría y silenciosa. Dentro del campamento de Dreylo no se producía ningún ruido. Sólo el sonido que producían los insectos y el viento era lo que podía oírse en varios metros a la redonda. Pero, de repente unos pasos rompieron el silencio.
Se trataba de Zolken, el herrero no había podido dormir bien durante el transcurso de la noche y ahora se paseaba con inquietud, pues dentro de poco se acercarían al Límite Norte de Cómvarfulián. Benderlock. Su familia lo esperaba allí, y pese a no saber qué podría encontrar, las ansias bullían en su interior.
A los pocos minutos, Dreylo y Dishlik despertaron. También se sentían ansiosos, pero su curiosidad era totalmente diferente a la de Zolken. Querían conocer a la familia del herrero, pero también querían ultimar los planes de guerra. Dreylo creía que debían ir a Benderlock para conquistarla, y luego partir a Voshla, después de obtener el mando del Castillo de Bronce, buscarían el pasaje de las montañas que los llevaría a Glardem y podrían invadir el castillo. Dishlik no veía problemas en el plan y sólo faltaba comentarlo con los hombres.
Cuando ya eran casi las nueve de la mañana, todo estuvo listo para partir. Recogieron el equipaje y comieron un rápido desayuno y luego emprendieron la marcha. El hecho de acercarse al misterioso desierto Marglen inquietaba a la mayoría de los hombres, pues acerca de ese lugar se decían varias leyendas con las que se atemorizaban a los niños y que perduraban en la memoria por toda la vida. Ahora, las palabras de sus antepasados volvían a sus mentes y unos violentos escalofríos, que nada tenían con ver con la temperatura de aquel día, recorrían sus cuerpos.

“En ese lugar habitan criaturas que ningún hombre ha visto. Quienes se adentran en el desierto no vuelven, a excepción de unos pocos que no pueden describir lo que ven allí. Es una extensión de arena que parece inacabable. Por más que caminaran no encontrarían su fin y para empeorar las cosas los oasis son escasos. Para poder hacer una expedición por esas tierras es necesario llevar provisiones en abundancia y a veces ni siquiera así es suficiente. Por las noches, los misteriosos moradores del Marglen salen a buscar una presa, encontrando en los humanos un alimento mucho más provechoso que cualquier otro animal típico de la región. Atrapan a los hombres y los destripan con sus propias manos, se comen sus entrañas y se beben su sangre, con la piel de sus víctimas construyen unos extraños ropajes y con sus huesos edifican sus hogares. Excepto por el cráneo, el cual es exhibido a la entrada de todas las casas de la tribu. Se multiplican por montones y algún día invadirán el bosque”

Este y otros relatos por el estilo eran los que sobrevivían dentro de la cultura popular cómvarfuliana, sin importar a qué provincia se perteneciera, todo el mundo conocía las leyendas. Y temían a esas extrañas criaturas que hacían del desierto un lugar más hostil que de costumbre, sin embargo, hacia allá se dirigían ahora mismo.

El mediodía se acercaba junto con las brillantes paredes del castillo amatista. Sus torres se elevaban majestuosamente, y de cada una de ellas ondeaba el estandarte de Benderlock. Un águila que sobrevolaba un bosque ardiendo. Las llamas transformaban los árboles en una inacabable extensión de arena, como la que se veía a lo lejos y era real.
Cuando estaban separados del castillo por una distancia alcanzable por una flecha, Dreylo enarboló una bandera blanca y él y Zolken se encaminaron a las puertas del Castillo. Una vez frente a la edificación, Dreylo tocó el cuerno de Brandelkar y anunció con voz potente:
—Que salga el Señor de Benderlock. Yo, Dreylo, Señor de Alcunter por herencia y de Brandelkar por victoria, deseo parlamentar con él. No quiero que se derrame sangre bendercklina, pero si Benderlock insiste en luchar, me temo que no tendré otra opción. Nada se interpondrá en mi camino hacia la conquista de Cómvarfulián, pero quiero evitar más dolor. Ya se ha derramado mucha sangre y se han desperdiciado muchas vidas. Que salga el Señor de Benderlock para que podamos parlamentar en condiciones de paz y negociar.
Dreylo y Zolken esperaron unos quince minutos frente a las puertas. Finalmente, éstas se abrieron y por ellas salieron tres hombres. El del centro era sin duda alguna el Señor de Benderlock, vestía ropas ligeras, pues el calor al estar tan cerca del desierto era sofocante. De su cintura colgaba una vaina finamente adornada con pequeños trozos de amatista, y la empuñadura lucía una piedra tan oscura como la tierra. Su cabello era plateado, al igual que sus ojos. Una barba poco espesa ocultaba parte de sus facciones, severas y angulosas. Una nariz aguileña adornaba su rostro, brindándole el verdadero aspecto de un águila, como si del estandarte de Benderlock hubiera bajado el animal para convertirse en hombre. Era un poco más bajo que Zolken, aunque era difícil decir quién entre los dos era el más viejo.
Dreylo reconoció al hombre ubicado a la izquierda del Señor de Benderlock como Lem. Al igual que su hermano, tenía un cabello de tinte rojizo, sin embargo era más alto y su piel más saludable. En su mano izquierda llevaba una lanza tan alta como él mismo cuya punta era tan gruesa como un dedo. Dreylo acercó la mano disimuladamente a la empuñadura de Gollogh.
El último hombre, ubicado a la derecha de su Señor, tenía el cabello negro como el carbón, al igual que sus ojos. Sus ropajes no tenían muchos lujos y su espada estaba depositada en una gastada vaina de cuero. Sus botas, hechas del mismo material, se encontraban en el mismo estado de deterioro, además estaban un poco agujereadas. Eran las marcas de los dientes de un perro inmenso, oscuro como la noche, que estaba a su lado y cuya altura alcanzaba la mitad de sus muslos. Su rostro estaba surcado por una barba que le llegaba hasta la nuez, pero sin bigote, (Dreylo no pudo evitar recordar a un chivo). Su estatura era cercana al metro ochenta. Posó una mirada arrogante en Dreylo y Zolken apenas tuvo la oportunidad.
El Señor de Benderlock se adelantó a los otros dos hombres y dijo:
—Saludos Dreylo. Mi nombre es Dirmadon, y gobierno en Benderlock desde hace veinticinco años—estaba usando un tono y unas palabras demasiado cordiales, teniendo en cuenta la ocasión. Esto a Dreylo no le gustó, por lo que se mantuvo precavido mientras Dirmadon proseguía con su discurso—. Sin duda ya debe conocer a Lem, nuestro informante asentado en Alcunter. A mi derecha se encuentra Lobragh, uno de mis soldados más valiosos. Ellos dos me ayudarán a llegar a un acuerdo con ustedes.
—En ese caso yo llamaré a otro de mis hombres, para que quedemos en igualdad de condiciones—dijo Dreylo, y con un gesto de su mano, indicó a Dishlik que se acercara. Al llegar donde se encontraban, Dreylo añadió—: Él es Dishlik, fue mi informante asentado en Brandelkar durante tres años, ahora ya ese servicio no es necesitado.
—Muy bien—dijo Dirmadon, mientras se sentaba sobre la fresca hierba, agregó—. Ahora ya estamos tres y tres, podemos dialogar.
Los demás hombres lo imitaron y Dreylo comenzó a exponer los hechos.
—La situación es la siguiente: Brandelkar ha pasado a estar bajo mi dominio. A finales de enero atacamos Brandelkar y vencimos, no sin dificultad por cierto. Ayer, en vista del retorno de la primavera, decidimos atacar Glardem, pero nos interceptaron los Mingred y los Nerk en el camino. Nos costó trabajo, pero volvimos a salir victoriosos. En este momento no queda ningún Mingred o Nerk en Cómvarfulián, todos han desaparecido—Lobragh miró a Dreylo consternado, sus ojos brillaban de manera misteriosa—. Ninguno de los dos pudo oponer resistencia al poder de Alcunter, y si ellos no pudieron, ustedes tampoco tienen oportunidades de enfrentarse a nosotros y triunfar. Tienen la oportunidad de solucionar esto por las buenas. Deberían sentirse afortunados por ser los primeros en obtener un aviso previo. Pero, como ya dije antes, estoy cansado de matar sin sentido. Es su decisión. Dirmadon, he dicho todo lo que tengo que decir, incluso ceo que he repetido ciertas cosas, pero no se me ocurre algo mejor para añadir. Quiero que Benderlock considere mi propuesta y se evite el dolor. Eso sí, como única condición pido que entreguen a Lem para que pague por sus actos. Si cumplen esto, y se adjuntan al dominio de Alcunter prometiendo brindarnos algunos hombres para la batalla como muestra de buena voluntad, se les dejará continuar con sus vidas en paz y…
—Por favor, esto son puras patrañas. ¿Cómo puede un simple hombre vencer a los Mingred y los Nerk? Se puede considerar la posibilidad de que hayan vencido a Brandelkar (aunque es difícil, se encontraban en una situación complicada), pero hablar de la destrucción de dos de los pueblos más poderosos de Cómvarfulián es otra cosa. Es evidente que este hombre miente. Debimos haberlo matado cuando tuvimos oportunidad de hacerlo. De hecho, no veo por qué no hacerlo ahora—las palabras de Lobragh estaban cargadas de escepticismo. Se había levantado en medio de su ira y miraba a Dreylo con frialdad.
Dreylo por su parte escuchó su discurso sin producir ningún gesto. Aunque se aguantaba las ganas de reír con todas sus fuerzas. Aquel hombre era un tonto por dudar de sus palabras y se arrepentiría por ello.
—Lobragh, por favor. No podemos matarlo en medio de la sesión de diálogo. Llegaron portando la bandera blanca y la ley establece que ni una gota de sangre se derramará hasta el fin de las conversaciones. Tal vez tus sentimientos te hicieron olvidar este aspecto, pero te pido que conserves la cordura un tiempo más—dijo Dirmadon con autoridad.
Lobragh se sentó con resignación observando a su Señor. En sus ojos aún se veían las ansias de matar a Dreylo, y el alcunterino lo notó, por lo que dijo:
—Dirmadon, es evidente que este hombre desea luchar. Y yo tengo una idea. Como ya dije antes, no quiero que se derrame más sangre. Por lo que propongo que hagamos un pequeño combate entre nuestros hombres. Tres de los míos contra tres de los suyos. Cuando uno de los hombres no pueda seguir el combate (por perder la vida, las fuerzas o los ánimos, o cualquier otra cosa) perderá de inmediato. Como pueden ver, son tres rondas, lo cual mantiene la balanza en un relativo equilibrio y tensión hasta el final. Cada provincia tiene las mismas oportunidades de ganar y perder. Me parece justo.
Dirmadon inclinó la cabeza unos instantes. Su rostro quedó por completo oculto hasta el momento en que levantó la cabeza con una sonrisa maliciosa y dijo:
—Acepto la propuesta. Escoge tus hombres Dreylo. Yo vuelvo con los míos.
Dreylo se retiró a donde descansaba su ejército y les informó la situación.
—Ahora para el combate que se va a hacer Drog y Dishlik irán conmigo. Yo también pelearé. Quiero que vean el poder de Gollogh y comprendan que no digo mentiras. El poder de la espada quedará claro y nadie dudará de mí otra vez.
Dreylo, Drog y Dishlik volvieron al punto de encuentro con Dirmadon. Éste iba acompañado de Lobragh y otro soldado. Musculoso y fornido, el cabello de color castaño caía sobre sus hombros y poseía una de las barbas más espesas y enmarañadas que Drog hubiera visto. Dreylo ya sabía con quién iba a enfrentarse cada uno, y no pudo evitar sentir un poco de temor.
El perro de Lobragh gruñía y echaba espuma por el hocico. Sus ojos centelleaban con fiereza y sus garras se hundían con fuerza en la tierra conforme se acercaban Dreylo y sus hombres.
—Quieto, Moruderaz—ordenó Lobragh, y a continuación profirió una serie de sonidos que parecían gruñidos. Moruderaz observó a Lobragh un momento, luego gruñó por lo bajo y se apartó un poco. Y si en vez de ser perro hubiera sido hombre, Dreylo hubiera jurado que lo miraba con curiosidad.
—Muy bien Dreylo, estos son mis tres hombres: Lobragh, Kulmod y yo. Estamos preparados para la lucha.
—Estos son mis hombres: mi hijo Drog, Dishlik y yo. Y haremos que Lobragh se arrepienta de sus palabras.
Lobragh resopló fuertemente como muestra de incredulidad, apretaba la empuñadura de su espada con fuerza, descargando su odio en ella.
—Los combates serán de la siguiente manera: Drog se enfrentará a Kulmod, Dishlik a Dirmadon y yo a Lobragh. Sobra decir que quien haya ganado dos combates o más será el triunfador. Si Alcunter gana, Benderlock se sumará a nuestro mando y nos entregará a Lem.
—Y si Benderlock gana ustedes se irán de aquí y nos dejaran vivir en paz. No nos atacaran y se marcharan de una vez—aclaró Dirmadon.
—Sí, claro. Se me había olvidado que Benderlock tiene derecho a un privilegio si ganan. Pero no es necesario contemplar esa posibilidad. Estoy seguro que ganaremos.
—No se confíe demasiado. Se puede llevar una sorpresa un tanto desagradable—dijo Lobragh.
—Soy realista, no confiado—afirmó Dreylo.
—Basta de charla, es hora de solucionar esto, no queremos que anochezca antes de acabar. Pero si seguimos a este paso, es lo más probable—exclamó Dirmadon.
—Muy bien, entonces que Drog y Kulmod luchen ahora—Dreylo estaba preocupado. Durante toda su vida había intentado creer que la maldición que recaía sobre Drog era irreal. Pero su hijo había sufrido muchos infortunios en batalla, y la única explicación posible era que en realidad estaba maldito.
El ejército bendercklino completo había salido a contemplar el evento. Formaban un círculo con los brandelkanos y alcunterinos, rodeando a los seis guerreros. El espacio para batallar era de cien metros, los contrincantes se ubicaban en extremos opuestos y se miraban con furia, como si esperaran acabar con su enemigo con el poder de sus ojos.
Drog avanzó hasta el centro del campo. Kulmod portaba en sus manos un hacha de aspecto colosal. Su espesa barba ocultaba parte de la sonrisa de suficiencia que no pudo contener al ver a su oponente. Le parecía que Drog era demasiado enclenque para presentarle una pelea digna de recordar. “Acabar con este insecto va a ser cuestión de segundos” pensó.
Drog desenvainó su espada. Consideraba que el tamaño y el peso de su enemigo eran su mayor fortaleza y debilidad a la vez. Un golpe podía ser mortal, pero sólo si lograba alcanzarlo. Debía ser rápido y acabar el combate lo más pronto posible.
Entonces, sin previo aviso, Kulmod levantó su hacha sobre su cabeza y dio un golpe. Drog se apartó justo a tiempo, el hacha sólo le rozó la cara y le quitó unos cuantos cabellos de la cabeza.
Pero al apartarse tan rápido había perdido el equilibrio. Cayó de espaldas un poco alejado de Kulmod. Quien demostró no ser tan lento como Drog creía, pues en menos de un parpadeo se encontraba a su lado y levantaba el hacha de nuevo.
Drog giró sobre sí mismo hasta apartarse de Kulmod, sin embargo éste lo persiguió dando grandes zancadas. Drog no había terminado de girar para levantarse y debía apartarse de nuevo. El hacha cayó con furia donde unos segundos antes estaba su cabeza, dejando una profunda zanja en el suelo. Pequeñas briznas de pasto se levantaron por el golpe y cayeron suavemente sobre las manos de Kulmod.
Mientras tanto, Drog había conseguido levantarse impulsándose con sus brazos para dar un salto y caer magníficamente sobre sus piernas. Kulmod se dio la vuelta y vio a Drog corriendo hacia donde se encontraba, con la espada preparada para atacar, para matar. Kulmod fue a su encuentro, desplazándose a una velocidad mayor.
Las dos armas chocaron. Drog y Kulmod estaban frente a frente, haciendo presión sobre el otro. De haber sido una lucha entre dos hombres de complexiones parecidas, se hubieran neutralizado. Pero Drog no tenía la misma musculatura que Kulmod, por lo que se veía obligado a retroceder gradualmente. Cada paso que daba hacia atrás lo debilitaba más que el anterior, no creía que pudiera durar mucho.
Las rodillas comenzaron a ceder ante la brutal fuerza de su oponente. Decidió escabullirse antes de terminar aplastado bajo el peso de Kulmod. Zafó su espada del enredo en que se encontraba y pasó corriendo por debajo del brazo aún levantado de Kulmod. Quien giró de inmediato y atacó de nuevo, pero no usó su hacha. Embistió a Drog dándole un fortísimo golpe con su hombro derecho en el centro exacto de la espalda. El muchacho cayó unos metros adelante, respirando con dificultad. Había soltado su espada en medio de su trayectoria por el aire y ahora ésta era recogida por Kulmod. El soldado sostenía el hacha en la mano derecha y la espada en la izquierda, sonreía con malicia y avanzaba con deliberada lentitud.
Drog se levantó ignorando la falta de aire. No sabía qué hacer, se encontraba por completo desarmado frente a su enemigo. Y esta vez no estaba su padre para salvarlo. La soledad se mezclaba con la duda, sus piernas no respondían y la vista se le nublaba a ratos. Kulmod se encontraba a quince pasos de distancia, a diez, a cinco, a tres, ahora estaba frente a él. Lo golpeaba en la cara con la empuñadura de su espada y salía despedido hacia en lado. Luego vio como su oponente soltaba las armas y lo apresaba en un abrazo asfixiante.
Drog no podía respirar, ni ver, ni moverse. La oscuridad lo envolvía por completo y sentía como su espacio vital se comprimía en medio de los brazos de Kulmod, luego perdió el sentido.
Kulmod soltó a Drog y lo lanzó hacia el ejército alcunterino. Markrors extendió los brazos y recibió al chico. La fuerza con la que había sido lanzado era inmensa, para no caer, debió ser ayudado por varios brazos amigos que detuvieron el impulso.
—Uno a cero a favor de Benderlock—anunció Kulmod con voz potente, de modo que todos pudieran oírlo. Las ovaciones que salían de las gargantas bendercklinas ahogaron su carcajada de triunfo. Sin embargo, Dreylo podía ver como se reía sin disimulo. Lágrimas de furia acudieron a su rostro y juró vengarse. Mientras tanto, Zolken revisaba que Drog se encontrara bien. El combate había durado menos de cinco minutos.
—Esto aún no acaba, ahora es mi turno—gritó Dishlik.
Se dirigió hacia el centro del círculo y esperó la llegada de Dirmadon. Llegó con la alegría desbordando por su rostro, acompañada de una tensión palpable. Sólo tenía que vencer a Dishlik para asegurar la paz de su pueblo durante muchos años. Tantos, que tal vez él ni siquiera alcanzaría a verlos todos.
Dishlik por su parte, empleaba toda su concentración para convocar todo su poder. No estaba dispuesto a correr el más leve riesgo, por lo que juntaba toda la fuerza física que poseía con el espíritu guerrero que había cultivado en Alcunter. Desenvainó su espada sin apartar la vista de Dirmadon, y su gesto fue correspondido.
Dishlik atacó con furia. Encadenaba sus golpes a una velocidad que ni siquiera sabía que poseía. Dirmadon sólo podía sostener su espada en alto y bloquear sus ataques. Su brazo se entumeció después de una buena tanda de golpes que eran cada vez más difíciles de soportar. Finalmente soltó su espada y retrocedió unos pasos. El sudor bajaba por su frente hasta sus mejillas perlando su rostro. Las gotas que se escurrían por su nariz iban a parar a su barba y ahí se quedaban. Como gotas de rocío en las hojas de una extraña planta.
Dishlik, al igual que Kulmod, recogió la espada de su oponente. Pero él la clavó en el suelo, lejos del alcance de Dirmadon, y luego posó su espada sobre el cuello del anciano. Sólo tenía que mover su brazo para acabar con su vida. Sin embargo, Dishlik se contentó con mirar a Dirmadon con malicia y decir en voz muy alta, de manera que todos pudieran oírlo, aunque no hacía falta, pues las imágenes hablaban solas: ­­
—Muerto. En condiciones normales, este combate no se podría seguir desarrollando. Y sin duda ardo en deseos de que sea un combate común y corriente. Pero cumpliré la voluntad de mi señor Dreylo y no derramaré más sangre. Sin embargo quiero que quede claro que gané yo, y si alguien insiste en lo contrario, me temo que tendré que cumplir mi deseo.
Dirmadon sonrió e hizo un leve movimiento de asentimiento con la cabeza, acto seguido se apartó hacia donde estaban sus hombres. Los alcunterinos no pudieron ver la resignación en su cara, pero Lobragh sí y la humillación que había sufrido su señor le dolía tanto como si fuera propia. Se decidió a ganar el combate y demostrar que era Benderlock quien se merecía el triunfo.
Dreylo por su parte liberó la tensión que cargaban sus hombros y se relajó. El siguiente combate lo ganaría él, sin duda alguna. Lobragh confirmaría con sus propios ojos el poder de Gollogh y entonces creería en todas las palabras de Dreylo.
Los dos oponentes avanzaron hacia el centro del círculo a igual velocidad. Se detuvieron al mismo tiempo y de igual manera desenvainaron sus espadas. La de Lobragh produjo un silbido y la de Dreylo un destello. Siguió un tenso silencio en el que nadie se movió ni dijo nada. El sol avanzaba hacia el ocaso ajeno a lo que sucedía en la tierra. Las sombras se alargaban conforme la temperatura, que había subido junto con el sol, bajaba de nuevo, como si estuviera siguiendo al astro en una carrera desenfrenada.
Lobragh lanzó un ataque. Dreylo se apartó con rapidez sin siquiera levantar los brazos, y esperó una nueva tentativa por parte de Lobragh. Detenía los golpes de su enemigo ayudándose de Gollogh o de su velocidad.
Lobragh estaba cada vez más furioso, perdía concentración con cada golpe que fallaba y sus facciones perdían más serenidad conforme avanzaba el tiempo. Sus ojos estaban desorbitados y su boca estaba abierta formando un gesto demente.
Dreylo decidió que no era sensato seguir jugando con Lobragh, por lo que bloqueó uno de sus ataques mientras gritaba:
—Ahora te arrepentirás de todo lo que has dicho. Es hora de que veas el poder que llevará a Alcunter a la victoria—acto seguido asestó un feroz golpe a la espada de Lobragh, la cual se quebró limpiamente por la mitad. Su propietario cayó de rodillas, mirando a Dreylo con incredulidad por unos instantes para luego agachar la cabeza como símbolo de su derrota.
—Alcunter ha vencido sobre Benderlock, es hora de que cumplan su palabra y que nunca más vuelvan a dudar de la espada del Señor de los Jaguares de Plata. Escuchen su nombre y témanlo, porque perteneció al más fiero guardián en toda la historia de Cómvarfulián. ¡Tiemblen ante la ira de Gollogh!
— ¡No!—Lobragh levantó la mirada hacia Dreylo gritando con toda la fuerza de sus pulmones. La desilusión se mezclaba con la impotencia de una manera que Dreylo no podía comprender, mientras tanto, un extraño fenómeno se desarrollaba ante los ojos de todos.
Moruderaz, el perro de Lobragh, que hasta ese momento se había mantenido por fuera del círculo que formaban los hombres, ahora entraba trotando a toda velocidad, ladrando y gruñendo mientras se dirigía a Dreylo. Algunos alcunterinos creyeron que intentaba atacar a su señor, por lo que se interpusieron en el camino de la bestia. Pero Moruderaz los apartó con un soberbio empujón y bendercklinos y alcunterinos por igual lanzaron gritos de terror al ver cómo el animal crecía de una manera impresionante ante sus propios ojos, hasta alcanzar la altura de los codos de Dishlik.
Cuando se encontraba a poca distancia de Dreylo, Moruderaz saltó y lo derribó. Markrors corrió aterrado para ayudar a su señor pero se detuvo impresionado al ver al perro lamiendo la cara de Dreylo y meneando la cola con alegría. Dreylo, por su parte, encontraba dificultades para respirar debido al peso que descansaba sobre su cuerpo y al aliento que llegaba hasta él. Era un penetrante olor a sangre que le mareaba. Había algo en ese aroma que le resultaba vagamente familiar, pero no podía recordar de dónde puesto que estaba empleando todas sus fuerzas en intentar quitarse el animal de encima. Sus esfuerzos no estaban dando resultados y ya se sentía morir de ahogamiento cuando imágenes y palabras venidas de un pasado remoto acudieron a su mente.
Reuniendo todo el aire que le quedaba, emitió un agudo silbido. Moruderaz se quedó quieto de inmediato y fulminó a Dreylo con la mirada, luego se apartó cuando el señor alcunterino chascó los dedos tres veces y dijo casi sin fuerzas:
—Sentado—luego le acarició el hocico y estiró el brazo para darle unas palmadas en los cuartos traseros.
El perro se apartó con presteza y sentó mirando a Dreylo con expectación. Dreylo se levantó con dificultad y acarició al perro en el lomo diciéndole:
— ¿Cómo viniste a parar aquí?
—Mi señor, ¿De qué habla?—preguntó Dishlik.
—Este perro no se llama Moruderaz, como dijo Lobragh. El verdadero nombre de este animal es Gollogh, y Él cuidó de Alcunter hasta mi infancia, luego desapareció sin dejar rastro. Hoy aparece en Benderlock con un nuevo nombre y un nuevo tamaño. No me explico nada de esto.
Dirmadon se acercó a Lobragh, quien seguía postrado de rodillas mirando al perro con melancolía. No hizo ninguna señal al percibir la llegada de su señor. Todos sus intentos habían sido en vano; de hecho, si lo pensaba bien, lo que había hecho no tenía fundamento ni probabilidades de acabar como el hubiera querido.
—Lobragh, exijo una explicación—dijo Dirmadon con voz potente.
—Entonces la tendrá—la voz de Lobragh no denotaba ninguna emoción. Seguía con la vista fija en el animal que permanecía sentado a pocos metros de él. Exhaló un suspiró largo que delataba que por fin se había resignado a su suerte. Se levantó y miró a Dirmadon con seriedad y luego comenzó su relato.
—Como ya dijo Dreylo, este es el perro que protegía Alcunter en años pasados. Su nombre era Gollogh y todas las criaturas sobre la tierra le tenían miedo. La razón de cómo llegó aquí es muy simple, pero debo explicar cómo sé todo esto.
Hace unos años, los Mingred decidieron infiltrarse a todas las ciudades de Cómvarfulián con el fin de descubrir datos que les fueran útiles para vencer a sus oponentes. Mi padre fue designado para entrar en Brandelkar. Encontró información muy valiosa, pero se enamoró de una mujer y escogió quedarse. Tuvieron un hijo al que llamaron Zolken, y debido a este acto mi padre fue desterrado. Decidió que para cuidar de mi madre la enviaría cerca del desierto, donde el aire es seco y los Mingred pierden parte de su fuerza. Él se quedaría en Brandelkar con Zolken, pues si se establecía en el desierto moriría sin duda alguna.
Tras unos años nací yo. Mi padre siempre se arriesgaba a visitarnos durante el verano, pues aunque sabía que eso lo debilitaría, también sabía que ningún Mingred se acercaría al desierto en la época más calurosa del año. De esta manera mi padre supo de mi existencia, por lo que convenció a mi madre de que debía seguir en Benderlock un poco más como medida extra para proteger mi vida. Mi madre aceptó todo esto a regañadientes, ya que de no haber sido por mi nacimiento habría retornado a Brandelkar con mi padre y Zolken.
Crecí de manera saludable y normal, a simple vista hubiera parecido un humano como cualquier otro, pero había algo que me hacía diferente. Desde que tengo memoria recuerdo extensas charlas con los animales, desde luego no me preocupaba, me parecía maravilloso poder hablar con los conejos, o con los caballos y que me contaran sus penurias y anécdotas. Sin embargo mi padre si encontró esto muy alarmante. Seguía visitándonos cada verano y cuando me atreví a contarle mi habilidad, el me explicó qué sucedía.
Me dijo que todos los Pueblos de la Naturaleza están conectados unos con otros y a su vez también existe un vínculo con la Madre Tierra y todos ellos, y, por lo tanto, hay un enlace que los une con todos los seres vivos. Me contó que creía que Zolken y yo, por ser mitad Mingred, tal vez hubiéramos heredado algunas de estas cualidades. Zolken todavía no había manifestado ninguna capacidad extra humana, pero yo podía hablar con animales. “El aire del desierto sin duda afectó tu parte Mingred, no posees ni rastro de nuestro poder de transformación, que es nuestro rasgo característico; sin embargo aún conservas parte del lazo que nos une con todas las criaturas. Gracias a este lazo es que puedes comunicarte con los animales, probablemente también puedas hablar con las plantas.”
Ahora podía entender el don que la vida me había dado. Aunque no podía encontrarle mucha utilidad, sólo me servía como diversión adicional; pero una noche de hace aproximadamente treinta años, mi vida cambió.
Estábamos en pleno invierno, el aire era más fresco que de costumbre pues el frío proveniente de Cómvarfulián neutralizaba el calor del desierto. Era un visión extraña, el inacabable desierto con su incambiable amarillo por un lado, y por el otro un extenso manto de nieve que parecía no tener vida.
La noche estaba avanzada, y yo paseaba muy cerca del límite que separa Cómvarfulián del Marglen. Las estrellas titilaban una tras otra sin parar y la luna quedaba parcialmente oculta tras las nubes. Yo estaba perdido en mis propios pensamientos, cuando unas sombras que se acercaban me sacaron de mi letargo. Procedí a esconderme lo mejor que pude y me mantuve a la espera.
Vi a un hombre que se acercaba junto con un perro inmenso, tan oscuro como la noche que nos rodeaba. El hombre se detuvo frente al desierto y le dio la orden al perro para que entrara allí y muriera, luego chascó los dedos en una sucesión determinada y dio unas palmadas. El perro lo miraba con inquietud, y yo, que comprendo mejor que nadie a los animales, supe que quería decir: “No quiero morir, pero si esa es la orden que me dan mis señores, eso haré”
Era una visión aterradora, por lo que decidí salir de las sombras y averiguar que sucedía. Cuando el hombre me vio, profirió un grito de furia y me dijo:
—Tú, esa cara yo la he visto antes. ¡Es el rostro de Minlax! Tú eres su hijo, ¡tú eres al mestizo!
No sabía cómo ese hombre conocía el nombre de mi padre y mi naturaleza, pero quedó claro cuando de un momento a otro un destello le iluminó y al instante siguiente me encontraba frente a un ser que parecía hecho de humo, de colores grises y azules alrededor de su cuerpo. Sólo había visto una vez a mi padre en forma de Mingred, pues llegaba desplazándose como el viento a Benderlock, y casi nunca se dejaba ver. Ahora me encontraba frente a otro como él que parecía enfadado, y mucho. Mis padres ya me habían explicado que los Mingred veían su unión con malos ojos, por lo que deduje que Zolken y yo debíamos ser odiados dentro de los Mingred.
El ser se acercó a mí de manera amenazante, veía en sus ojos un cruel deseo de matarme y su boca sin dientes se torcía en una mueca de maldad. Traté de correr pero en menos de un parpadeo el ser se desplazó como había visto hacer a mi padre y se ubicó frente a mí.
Di unos pasos hacia atrás y sin pensarlo comencé a gritar pidiendo ayuda. Entonces, surgiendo desde detrás de mí, el perro entró en escena dispuesto a defenderme del Mingred. Éste se convirtió de nuevo en hombre y chascó sus dedos de nuevo dándole nuevas órdenes al animal. El perro se retiró y mi atacante se acercó de nuevo. Desesperado, le pedí auxilio al perro una vez más, al mismo tiempo que el Mingred le daba nuevos comandos de la manera que había usado antes. El perro se quedó quieto unos instantes, pero de improviso lanzó un profundo aullido y atacó al Mingred, acabando con su vida. Por lo que pude deducir después, su muerte no afectó a los Mingred. Tal vez el hecho de hacerse pasar por hombre había roto el lazo que lo unía con su pueblo. Sea como fuere, ahora mi atacante se había marchado y el perro se acercaba a mí, fijando sus ojos en los míos.
“¿Quién eres?” Me preguntó por medio de gruñidos.
“Lobragh, un chico de Benderlock” Contesté de igual manera.
“¿Cómo comprendes mi lenguaje?” No pudo ocultar la curiosidad al hacerme tal pregunta.
“Mi padre es un Mingred, pero mi madre es humana. Gracias a esto puedo comprender a los animales ¿Tú qué hacías aquí con ese Mingred que quería que murieras?”
“No sabía que era un Mingred. Se presentaba ante mí con la apariencia de un hombre y me daba instrucciones usando el código que me enseñaron, por eso obedecía todo lo que me pedía. Y de no ser por tu intervención hubiera entrado en el desierto para no volver a salir.”
“Pero ¿Por qué haría eso?”
“Porque yo soy Gollogh, el perro guardián de Alcunter, y todos me temen y por mí no atacan al Castillo de Plata”
Entonces comprendí muchas cosas. Aquel Mingred sin duda sería el infiltrado en Alcunter. Había aprendido a dominar a Gollogh y quería acabar con él para poder destruir Alcunter. No me explicaba porqué lo había traído tan lejos a morir, supuse que la muerte de Gollogh estando cerca de Alcunter levantaría sospechas y que todavía debía permanecer infiltrado. No le hallaba otra explicación.
Por otra parte, entendí la razón por la que todos temían a Gollogh. Mi padre me había enseñado un poco del Lenguaje de la Naturaleza y gracias a eso descubrí el significado de su nombre. Gollogh es la abreviación de Golak Loghaz, que significa Guardián Fiero. Al llevar ese nombre, se había convertido en el ser más peligroso de Cómvarfulián y su fuerza había crecido de forma descomunal.
Ahora Gollogh estaba lejos de su hogar, solo y desamparado. Le propuse que se quedara conmigo y el aceptó de buena gana, la única condición que le puse fue que dejara cambiarse el nombre. Si seguía siendo un Guardián Fiero resultaría muy agresivo para conservarlo en casa y sin duda Dirmadon querría usarlo para que cuidara de Benderlock, pero yo creía que el merecía llevar una vida tranquila.
Decidí llamarlo Moruderaz, que significa Espíritu Viajero. El viaje que había hecho de Benderlock a Alcunter lo hacían merecedor del título, además, siendo un Espíritu Viajero no necesitaría tantos músculos y sería un poco menos agresivo. En efecto, apenas aceptó su nuevo nombre, perdió parte de su musculatura y tamaño, y aunque seguía siendo enorme para ser un perro, parecía más simpático e inofensivo.
Le conté a mi madre lo sucedido, y le hice prometer que no le contaría nada a mi padre. La idea de que supiera que Moruderaz había sido antes el guardián de Alcunter no me emocionaba, un extraño presentimiento me advertía de decirle.
Los años pasaron, Moruderaz olvidó por completo su vida anterior y creció pensando que había vivido conmigo toda su vida, la cual ya se extendía por un período fuera de lo común. La razón por la que ha vivido tantos años es desconocida para mí.
Cuando alcancé la mayoría de edad, me enlisté en el ejército bendercklino. La vida del soldado siempre me había parecido muy dura y atrayente a la vez, por lo que no dudé al momento de tomar mi decisión. Mi madre, en cambio, no se entusiasmaba con la idea y tuvimos un par de disputas al respecto. Al final, aceptó mi decisión de mala gana cuando amenacé con marcharme de casa.
Practicaba con esmero, a la espera del día en que saliéramos a la guerra. El poder militar de Benderlock no era reducido, pero tampoco muy grande. El plan sería atacar Voshla y Glardem para poder hacer frente a Brandelkar y Alcunter. La estrategia era buena, pero se necesitaban más hombres, razón por la cual Dirmadon inició una campaña que buscaba incentivar a las parejas para que tuvieran niños. Prometiendo privilegios para las familias más numerosas y cosas parecidas.
El número de soldados requerido para llevar a cabo nuestro plan ya casi estaba completo, y entonces llegaron los alcunterinos proclamando cosas inverosímiles. Había notado un pequeño cambio en el aire el día anterior, pero no se me había ocurrido que podía ser debido a la desaparición de los Mingred y los Nerk, y me negué a creerlo hasta ver las capacidades del arma del Señor Alcunterino, que se llama igual que Moruderaz en su vida pasada. Al parecer, al escuchar su antiguo nombre, recordó todo y volvió a ser el de antes. Es una lástima, me hubiera gustado que se mantuviera como estaba.
Dreylo miró a Lobragh con los ojos abiertos. Apenas se dio cuenta de que tenía la boca abierta dándole un aire de sorprendido, y estúpido, la cerró con brusquedad. Gollogh seguía sentado, mirando alternativamente a sus dos amos: Dreylo y Lobragh, Lobragh y Dreylo. Ahora por fin recordaba todo, y se encontraba confundido, pues no sabía ahora con quién de los dos iba a quedarse.
Zolken miraba a Lobragh con un profundo cosquilleo en todo el cuerpo, había escuchado su historia con suma atención y ahora sólo necesitaba preguntarle una cosa:
—Lobragh, ¿Cómo se llamaba tu madre?—aunque ya conocía la respuesta, quería escucharla para convencerse a sí mismo.
—Silyun—dijo Lobragh sin entender.
Zolken se quedó petrificado, sin saber que decir. Había caído en la cuenta de que no había dicho su nombre ni una sola vez desde que había llegado a Benderlock. Eso explicaba por qué Lobragh lo miraba con suspicacia.
—Lobragh, yo…—se detuvo, la voz le fallaba y las manos le temblaban, lo intentó de nuevo—Yo soy…soy…
—Soy qué—Lobragh estaba impacientándose, no le veía ni pies ni cabeza a nada de lo que pasaba.
Zolken respiró profundamente y dijo:
—Soy hijo de Minlax y Silyun. Soy Zolken, el herrero de Brandelkar que ahora está al servicio de Alcunter. Yo creé la espada que ahora Dreylo sostiene en sus manos, yo soy responsable de todo lo que ha pasado.
Lobragh se quedó sin habla, mirando a Zolken sin poder creer lo que había oído. Durante toda su vida había soñado con aquel momento y ahora que se le presentaba todo lo que había planeado se le había olvidado.
Dirmadon también miraba a Zolken fijamente. Abrió y cerró la boca varias veces, sin pronunciar palabra, hasta que por fin pudo decir:
—Zolken y Lobragh…
—Me parece Dirmadon, que deberíamos dejar que ellos dos hablaran en privado. Por ahora, y en vista de que ganamos la batalla, es hora de que cumplan su palabra.
—Claro, claro—dijo Dirmadon mientras Zolken y Lobragh se alejaban charlando en voz baja. Entonces mandó traer a Lem de inmediato. Dos hombres bien fornidos llegaron arrastrando al suplicante Lem, pedía que no lo entregaran, agregando que los alcunterinos lo matarían sin ninguna duda y que él no merecía aquello. Pedía que recordaran todo lo que había hecho por Benderlock.
—Cállate—ordenó Dreylo—. Un miserable como tú no tiene derecho a pedir clemencia. Traicionaste a Alcunter y trataste de vendernos a nuestros enemigos. Ahora llegamos por ti y no puedes escapar. Hicimos un trato y debes cumplirlo. Vas a pagar por habernos subestimado. Markrors, llévenselo y que no tenga contacto con ningún ser humano, y mucho menos con sus antiguos camaradas—Dreylo había llevado consigo a Walerz y Galerz como prisioneros, pues no quería perderlos de vista ni un instante.
Dirmadon observó impasible como se llevaban a Lem, quien no paraba de gritar pidiendo piedad. Apreciaba en verdad a Lem, pero debía cumplir su palabra y además, se daba cuenta que oponerse a Alcunter en esos momentos era una estupidez. Suspiró y miró a Dreylo, tratando de mantener una sonrisa sincera.
­ —Bueno, no hay nada más que ver aquí. Prosigamos al interior del castillo y discutamos un poco mientras llega la hora de comer, Dreylo.
—Me parece buena idea—dijo Dreylo.
Él y todos sus hombres, acompañados de los bendercklinos, entraron al Castillo de Amatista. Dreylo quedó sorprendido con la arquitectura bendercklina, pues estaba muy lejos de lo que había imaginado. Viviendo en el sur, la parte más agreste y verde de Cómvarfulián, había pensado que la vida en el límite del desierto sería diferente, pero ahora que veía que aquellos hombres no eran tan diferentes de él y los alcunterinos, quedó asombrado.
Los aposentos de Dirmadon estaban ubicados en la primera planta del castillo. Después de recorrer diferentes pasillos y dar múltiples curvas, Dreylo se encontró frente a una puerta cuya madera estaba muy gastada. Dirmadon abrió y le hizo pasar.
La sala no tenía chimenea, pues sin duda el calor del castillo era más que suficiente. La mesa de Dirmadon estaba en un rincón del cuarto, donde siempre había sombra sin importar la hora del día. Dreylo se dirigió allí y se sentó, cuando Dirmadon hubo hecho lo mismo, el señor de Benderlock dijo:
—Bueno, Dreylo. Un trato es un trato, debo cumplir mi palabra. ¿Qué servicios son solicitados de Benderlock?
—No muchos—respondió Dreylo—entregarnos a Lem, cosa que ya fue cumplida. Deben colgar un estandarte alcunterino de sus almenas y debe estar ubicado más alto que cualquier otro. Al momento de partir, deben proporcionarnos por lo menos trescientos hombres que nos acompañen a la guerra y deben jurar lealtad a Alcunter. Deberán pagar un tributo en oro, plata o especias durante el otoño. En el resto de los aspectos, su vida seguirá igual que antes.
—Exigencias razonables y justas ¿Cuándo parten y hacia donde?
—La fecha aún no está definida, quizás nos quedemos aquí un tiempo. En cuanto a nuestro destino, será Voshla. Aunque su ubicación aún no esté del todo clara y esté escondida, sabemos que queda cerca de aquí. Y planeo encontrarlos para vencerlos e infiltrarme en Glardem por el pasaje de las montañas.
—Deberías preguntarle a Lem, seguro que él debe conocer la ubicación de Voshla, o por lo menos debe tener una idea aproximada.
—Mañana mismo mandaré a interrogar a Galerz, Walerz y Lem. Por ahora, mis hombres y yo queremos descansar, ha sido una jornada larga y la noche casi llega.
—En estos momentos se está preparando la cena en las cocinas. Comeremos dentro de poco e iremos a dormir.
—Muy bien. En ese caso, mientras llega la hora, me gustaría pasear por Benderlock para conocerla mejor.

El sol ya casi se ocultaba por el oeste. Las sombras se alargaban cada vez más y el silencio se apoderaba del ambiente. Zolken y Lobragh se encontraban frente a las puertas del castillo, y Gollogh los acompañaba. Aunque Lobragh estaba decidido a seguir llamándolo Moruderaz durante el resto de su vida.
—Bueno, esto es un completo misterio para mí—Lobragh no sabía qué palabras emplear.
—Eso tiene fácil solución—dijo Zolken, y procedió a contarle todo lo que había dicho y hecho desde el inicio de su vida, con las mismas palabras con las que lo había hecho ante Dreylo la noche anterior, que ahora le parecía perteneciente a un pasado muy lejano.
Cuando Zolken calló, un silencio se extendió sobre ellos al igual que la noche que ya había llegado. La luna brillaba con intensidad y las sombras dibujaban extrañas figuras alrededor de ellos. Lobragh no pudo evitar recordar la noche en la que había conocido a Moruderaz mientras se esforzaba por encontrar algo que decir.
—Bueno, entonces, parece que somos hermanos—dijo por fin con voz titubeante.
—Supongo que sí—dijo Zolken, se sentía muy incómodo.
—Vaya, este es un momento extraño.
—Sin duda, creo que nos va a costar un tiempo acostumbrarnos a este cambio.
—Tal vez—dijo Lobragh.
—Bueno, y hablando de todo un poco, ¿Dónde está mamá? —un nuevo silencio estaba volviendo a caer y Zolken se apresuró a cambiar de tema.
—Murió, durante el invierno. La vejez ya la había alcanzado—dijo Lobragh.
—Oh, veo—Zolken no supo que decir y por tercera vez el silencio los envolvió, al igual que la oscuridad, que camuflaba a Gollogh con el ambiente.
—Deberíamos ir a comer—sugirió Lobragh después de unos instantes.
—Claro—aceptó Zolken, y juntos entraron al castillo.

La comida y el festejo casi no se parecieron en nada a lo ocurrido en Brandelkar. Drog no se emborrachó, Dreylo no fijó su mirada en ninguna doncella (al contrario, sus pensamientos volvían con Likhré constantemente), y aquella noche sólo unas breves palabras de Dirmadon sirvieron de preludio a la comida.
Dreylo observaba a Kulmod con amargura. Aún recordaba su batalla con Drog, y aunque su hijo hubiera sido curado por Zolken en menos de un parpadeo, todavía sentía ganas de vengarse. Si Zolken no hubiera estado presente, quién sabe lo que hubiera podido pasar.
Sus pensamientos se interrumpieron mientras una idea acudía a su mente. Era tan obvio y sencillo. Llenó una copa de vino y mandó a llamar a Zolken.
—Diga, mi señor.
—Zolken, necesito que uses tu habilidad especial para que el vino de esta copa tenga los mismos efectos que un veneno mortal, pero que mate al cabo de unas horas. Debes asegurarte de que esta bebida la ingiera Kulmod, debe pagar por lo que le hizo a Drog. Lo humilló en público y eso no se lo perdonaré.
Zolken miró a Dreylo con los ojos abiertos durante unos segundos, luego asintió con la cabeza, tomó la copa entre sus manos, y se alejó con paso decidido.
Dreylo observó cómo Zolken le pasaba la copa a un soldado, y éste a su vez se lo pasaba a otro, y a otro y a otro, hasta que perdió la cuenta del número de veces en los que la copa cambió de dueño. Finalmente la bebida llegó frente a Kulmod, quien sonrió sin disimulo y la bebió afanosamente. El vino se chorreo por su barba y pecho hasta llegar al suelo. Kulmod dejó la copa sobre la mesa mientras profería un vasto eructo y se reclinaba contra su asiento. Los bardos llegaban una vez más, siendo éste el único parecido que tuvo la noche con la ocurrida en Brandelkar en enero.
Los bardos contaron la historia de cómo una erupción del Colerk de hacia muchos años había devastado gran parte de Cómvarfulián y había aniquilado toda la vida del país. Sólo las águilas y demás criaturas voladoras habían sobrevivido y debieron esperar a que la vegetación volviera a crecer, alimentándose de los peces que aún quedaban en el mar. Después de decenas de años las plantas habían florecido de nuevo y los ríos corrían de las montañas al océano. Sin embargo, en el norte del país las cosas no habían vuelto a ser como antes, y ahora una larga extensión de arena era el último vestigio de aquella erupción.
—Ahora ese lugar es conocido como el Desierto Marglen—concluyeron.
Muchas otras historias bendercklinas fueron contadas aquella noche. Hazañas de antiguos héroes que habían hecho peligrosas incursiones en el Marglen y habían salido con vida. Todas las historias eran tan asombrosas, que Dreylo no sabía hasta qué punto era verdad.
Por último, un joven bardo se acercó al centro de la sala y relató varias historias que ya eran conocidas por los alcunterinos. Relató la historia de Markrors, el Valiente. La historia de la Batalla de las Murallas Escarlata y la Batalla del Larden. La exactitud con las que fueron contadas hicieron adivinar a Dreylo quién había contado al bardo todos los sucesos.
Finalmente llegó la hora de dormir. Los alcunterinos fueron provistos de lechos que fueron distribuidos alrededor de Benderlock en lugares como el comedor o la cocina, también compartían cuarto con algunos soldados bendercklinos. De esta manera esperaron la llegada del nuevo día.
Al día siguiente Dreylo despertó feliz. Su plan de conquista ya casi había terminado. Ya más de la mitad del país era suyo y muy pronto le seguiría el resto. La primera orden que dio esa mañana, fue la de interrogar a los traidores para que revelaran la mayor cantidad de datos posibles sobre Voshla.
—Usen todos los métodos que necesiten, pero consigan lo que quiero—dijo.
Después de un rápido desayuno, se reunió una vez más con Dirmadon para concretar el plan de acción. Estaban a mitad de la discusión cuando fueron interrumpidos por unos golpes en la puerta. Un soldado entró con expresión de consternación y dijo:
—Lamento la interrupción, pero es un asunto urgente. Kulmod fue encontrado muerto esta mañana.
Dirmadon se levantó de inmediato y pidió a Dreylo que aguardara allí mientras regresaba, argumentando que no se demoraría mucho.
En efecto, Dirmadon volvió al poco tiempo, confundido y visiblemente triste debido a la noticia que acababa de recibir.
— ¿Y bien? —preguntó Dreylo.
—Está muerto, y nadie sabe la causa. Parece dormido, pero no se le siente respirar. Maldición, esta es una desgracia para Benderlock: Kulmod era uno de nuestros mejores hombres y su valor era incalculable. Nos va a ser difícil reponerlo en batalla.
—No dudo que tengas razón. Por lo que vi ayer de Kulmod, se notaba que era un gran soldado. Lamentaremos su ausencia. Ahora, si me disculpas, me gustaría ir a ver cómo van las interrogaciones. Me parece que después será más fácil organizar un plan.
Dreylo se levantó y salió de la sala. Intentando ocultar su sonrisa para que Dirmadon no lo descubriese. Una vez solo en los corredores, y asegurándose que nadie lo veía ni oía, sonrió con todas sus fuerzas y rió hasta quedarse sin aire. Su risa era tan despectiva y estaba tan disimulada como la que había proferido Kulmod el día anterior al vencer a Drog, firmando así su sentencia de muerte.