lunes, 30 de noviembre de 2009

FINAL PRÓXIMO

Este es un fragmento del siguiente capítulo. He tratado de mejorar las descripciones y credibilidad de los hechos, por lo que espero que, al acabar el primer borrador, las posteriores correcciones adquieran este estilo para después ir mejorando las otras cosas que hagan falta. Quien lea esto por favor opine acerca del cambio de estilo que perciba.



7

El Castillo Escondido


Los días pasaron y nadie pudo hallar una explicación a la misteriosa muerte de Kulmod. Dreylo procuraba mantenerse apartado mientras los demás se enfrascaban en conversaciones comentando lo sucedido, porque sentía que lo descubrirían tarde o temprano, además, tenía otras cosas en mente por las que preocuparse.
Walerz, Galerz y Lem habían intentado resistir al interrogatorio alcunterino lo que más habían podido, “pero no hay cuerpos inquebrantables, ni voluntades invencibles” les repetía Dreylo constantemente a sus hombres para que no se desanimaran. Él sabía que sería cuestión de días para que el látigo y el hambre aflojaran la lengua, y si no, podía ser más “persuasivo”. También incitaba a los hombres que le ayudaban a serlo.
Después de aproximadamente una semana, ante los resultados tan pobres de sus acciones, Dreylo decidió, resignado por fin, a hacer él mismo el trabajo. Drog era demasiado blando, Markrors indeciso y Dishlik asesino, ninguno podía brindar una ayuda significativa. Ya se estaba volviendo algo personal: atrapar a los traidores y asegurarse de que pagaran era cada vez más importante para Dreylo.
El día amaneció frío, teniendo en cuenta el lugar donde se encontraban. En Alcunter hubiera sido tomado como un amanecer cálido, aunque tal vez para Dreylo hubiera sido igual. Últimamente tenía frío todo el tiempo y en los pocos instantes en los que el sol calentaba, el cambio en su temperatura corporal era casi insignificante. Quizá fueran sólo imaginaciones suyas, o algo estaba pasando en Cómvarfulián que no se podía explicar que causaba ese cambio tan insólito.
El sol se elevaba majestuosamente, tal y como lo había hecho durante las últimas semanas, iluminando el camino que Dreylo siguió hasta el lugar en donde estaban recluidos sus prisioneros. Le había costado un poco aprender el camino que llevaba hasta los calabozos de Benderlock, pues el castillo tenía tantos pasillos y tantas vueltas que era muy fácil perderse. El diseño de Alcunter era sencillo, y en cuestión de horas se podía memorizar la ubicación de cada cosa, pero en Benderlock era diferente, contaba con una distribución de las cosas mucho más compleja que la de Brandelkar.
La puerta tras la cual estaban retenidos los traidores estaba custodiada por cuatro soldados, dos de Benderlock y dos de Alcunter. Se mantenían firmes en su posición y parecía que ni siquiera parpadeaban. Cuando Dreylo les pidió que abrieran la puerta, se apartaron con los mismos movimientos ejecutados a igual velocidad y le cedieron paso.
Al abrir la puerta, Dreylo se encontró con unas escaleras que describían un pronunciado zigzag, el cual demoró en bajar durante dos minutos aproximadamente. La estancia a la que llegó contaba con cerca de quince metros de altura y un área de setenta metros cuadrados. Sin duda alguna, el cuarto tenía capacidad para más personas que aquellos diez que se encontraban en él en esos momentos.
Tres de ellos eran los prisioneros: Galerz, Walerz y Lem. Cada uno de ellos era vigilado por dos guardias y Dreylo completaba la decena. Al momento de entrar, todos posaron la vista en el Señor de Alcunter. Había entrado caminando con más elegancia y orgullo que los habituales, y la llama que descansaba en sus ojos ardía con más fiereza que en toda su vida. Tenía la mandíbula apretada y los labios tensados, completando una imagen de atemorizante furia. El eco de sus pasos resonó con fuerza por todo el lugar conforme se acercaba y los traidores comprendieron que el fin había llegado.
—Bien—comenzó Dreylo, con una tranquilidad de muerte—. Me temo informarles que estamos retrasándonos cada vez más en atacar a Voshla. Estos intentos que están haciendo para posponer su hora de muerte son vanos, pues tarde o temprano su voluntad flaqueará y a partir de ese instante sus días quedarán contados. ¿Acaso no prefieren partir de este mundo de una manera rápida y sin dolor? ¿Qué sentido tiene que sigan sufriendo cuando pueden acabarlo todo de una vez? Yo me encargaré de que hoy se cumpla mi objetivo, y más les vale cooperar si no quieren tener una existencia más miserable de la que ya tienen.
Los condenados mantuvieron la mirada más soberbia que pudieron encontrar, mientras Dreylo paseaba la vista por todos los rincones del salón, para luego dirigirse a los otros hombres y preguntarles:
— ¿Qué métodos han usado en ellos?
—Hasta ahora, hemos usado el brasero, los hemos colgado del techo, los hemos golpeado, pero aún no hablan.
Dreylo se detuvo para contemplar a los prisioneros un instante. La escasa luz de las antorchas permitía ver varios moretones, y cicatrices esparcidas por doquier en sus cuerpos. La sangre todavía escurría en algunas partes, mezclándose con el sudor y cubriendo a los traidores con una capa que no les protegía de nada en absoluto.
—Han sido muy blandos con ellos, me temo—dijo Dreylo—. Si no hablan a la primera hay que aumentar la crudeza de los métodos. Aunque, si aprendieron algo útil en Alcunter, la mayoría de procedimientos tradicionales no tendrá efecto en ellos. Si poseen la voluntad alcunterina, tendré que emplear unos mecanismos de mi invención. He pasado todos estos días pensando sin descanso, y por fin el resultado me complace. Presten atención y tráiganme todo lo que les pida.
Quince minutos después, los hombres habían vuelto trayendo todo lo que Dreylo había solicitado. El Señor Alcunterino sonrió con todas sus fuerzas mientras cogía todos los instrumentos. A la escasa luz de las antorchas, sus soldados se sintieron atemorizados, pues su expresión había resultado un tanto perturbadora. Una mezcla entre demencia y malicia.
Lo primero que Dreylo había pedido ya se encontraba en la habitación. La llave que abría los grilletes que sujetaban a los prisioneros a una pared. Cada prisionero tenía un grillete alrededor de su pie, de cada grillete salía una cadena que luego se unía con las demás y llegaba a la pared: como un colosal monstruo metálico de tres cabezas que se asomara para ver la tortura.
Dreylo avanzó hacia Galerz, escoltado por los dos hombres que le vigilaban, quienes se ubicaron por detrás del traidor y le sujetaron los brazos con firmeza. “Con el doble propósito de que no se retuerza y no se escape”, les había indicado Dreylo.
Acto seguido, se agachó junto a Galerz y lo liberó de las cadenas. Galerz ni siquiera intentó moverse. Sus fuerzas se escapaban poco a poco y lo tenían bien sujeto.
—Te he liberado de tu prisión exterior, pero debo liberarte también de la interior. Durante toda tu vida, no has sido consciente de ella, pero es momento de que despiertes y seas libre. Aquello que te está atando no es otra cosa que el dolor y el miedo. Si los pierdes no serás esclavo de nada ni de nadie, pero no es tan fácil hacerlo. Para eso estoy yo aquí, para hacerlo por ti.
Después de ese pequeño discurso, Dreylo ordenó a los otros hombres que le trajeran el martillo. Petición que fue cumplida de inmediato y en total silencio. Ahora todo estaba listo para comenzar.
Con deliberada lentitud, Dreylo posó la llave sobre el tobillo de Galerz, y esperó unos instantes, dejando que el frío del acero le helará el alma. Luego, con la otra mano, levantó el martillo y propinó un brutal golpe a la llave.
Los gritos de Galerz inundaron la habitación. Aún no había terminado de gritar y Dreylo golpeaba de nuevo la llave con el martillo, redoblando la fuerza con la que lo hacía y sintiendo la alegría recorrerle el cuerpo en rápidos y fugaces escalofríos.
Al poco rato, la sangre comenzó a brotar conforme la llave se iba hundiendo en la carne de Galerz. Los gritos de dolor de éste no habían cesado ni por un instante y cada vez eran más estruendosos. Pero nada de eso detenía a Dreylo, quien con las manos bañadas en sangre y sudor continuaba con su labor sin inmutarse en lo más mínimo, cebándose con el espectáculo del cual él era el protagonista.
Cuando sintió que la llave tocaba el hueso, se detuvo y, por primera vez, alzó la vista hacia Galerz. Las lágrimas resbalaban copiosamente por su rostro, tenía los ojos cerrados y la mandíbula le temblaba.
—Muy bien, veo que nuestra terapia está ejerciendo el resultado esperado—dijo Dreylo con un tono falsamente amistoso—. Ya falta poco para acabar, así que se paciente.
Alzó el martillo y dio el golpe más fuerte que hubiera dado. Lleno de más odio que cualquiera que hubiera dado en Brandelkar, con más fuerza que aquellos que derribaron las puertas, con más rapidez que aquella con la que luchó contra Faxmar. El eco de los gritos de Galerz destrozaba los tímpanos de una manera que nadie de los presentes en la sala hubiera creído posible. Dreylo continuó impasiblemente con su tarea hasta que sintió que la llave traspasaba el hueso, momento en el que dijo:
—Ahora sólo es cuestión de abrir la cerradura.
Girando la llave lentamente, el hueso de Galerz fue destrozándose paulatinamente, hasta que el pie quedó separado de la pierna y sólo los músculos daban la apariencia de unidad.
Galerz no se había desmayado del dolor debido a que los hombres alcunterinos lo habían mantenido despierto de diferentes modos: rociándole agua, golpeando su cara o zarandeándolo sin césar. El tormento que sufría era nada más que una prueba de lo que le pasaría de no colaborar, además, Dreylo quería que viera el resultado de la operación.
Desenvainó un cuchillo y sin muchos miramientos cercenó el pie de Galerz en el punto en que el hueso se separaba, un último grito de dolor salió de la garganta del desdichado antes de que fuera callado.
—Ya eres libre—le dijo Dreylo—. Has afrontado el miedo y el dolor y has sobrevivido. No creo que haya sido tan malo como lo hiciste ver, ¿Dónde quedó la valentía?
—En el pie que no tiene—dijo una voz.
Dreylo sonrió macabramente y con un gesto cayó las risas que se habían iniciado.
—No es momento de festejar—aclaró—. Aún falta un largo camino para poder olvidarnos de las preocupaciones. Tal vez ustedes puedan ayudarnos. Nos gustaría saber todo lo que nos puedan decir acerca de Voshla. Dónde está ubicado, qué mecanismos de defensa posee, cuál es el tamaño de su ejército, qué tan difícil es llegar. En fin, necesitamos saberlo todo.
Nadie habló. Dreylo observó que sus hombres le miraban con respeto y Walerz y Lem con miedo, los labios les temblaban y sus cuerpos se retorcían. Galerz ni siquiera le miró, el dolor que sentía aún era tan profundo que le impedía concentrarse en lo que fuera.
—Muy bien, en vista de que nadie quiere colaborar, continuaremos el proceso. Venden a Galerz y continuemos con esto, no quiero que muera antes de tiempo.
Los hombres se apresuraron por agua y vendas; durante el poco tiempo que se demoraron en volver con todo lo necesario para la curación, Dreylo sujeto con fuerza la pierna de Galerz con el fin de evitar el derramamiento de sangre y una posterior hemorragia. El procedimiento se hizo rápidamente y en un instante el muñón de Galerz y la propia vida del traidor quedaron fuera de todo peligro.
A una orden de su jefe, los hombres que sujetaban a Galerz lo apresaron de nuevo, poniendo el grillete en el pie que todavía tenía y dejándolo ahí, tendido en el suelo, semiinconsciente y con una vaga idea de lo que sucedía a su alrededor.
Después los soldados se acercaron a Walerz y lo liberaron de sus cadenas después de sujetarle bien entre sus brazos. Sabiendo lo que vendría, cerró los ojos y se retorció de manera inútil contra sus captores durante un breve instante de tiempo, sin embargo, cuando sintió el frío del metal tocar su piel, la energía le abandonó y dejó de moverse.
El proceso fue idéntico al anterior. Los gritos eran devastadores y parecían cuchillos desgarrando la piel de los presentes: tanto la del torturado, como la de los observadores, ya fueran prisioneros o torturadores. Al mirar a Dreylo, sus hombres se dieron cuenta de que él era el único que aún disfrutaba con el acontecimiento que se llevaba a cabo. Sus ojos brillaban de manera demente, un gesto que era más propio de Dishlik que de Dreylo, y una sonrisa tan retorcida como la del Jefe Mingred al emboscarlos; se encontraban frente a otra persona que encontraba su felicidad en el dolor ajeno. Para ellos, en cambio, el sentido se había perdido al momento de soltar a Galerz y sólo querían que la cosa cesase. Pero aún faltaba más de lo que había pasado.
Cuando por fin, entre chorros de sangre manando profusamente como el agua de un manantial y ríos de lágrimas que parecían mares, el pie se desprendió del cuerpo, Walerz se desmayó. Había sufrido más de lo que podía soportar.
Al verlo desvanecerse, Dreylo estalló en carcajadas. Sus risas y sus palabras rompieron la tensión y cortaron el aire a tortura que se sentía en la sala. Y aunque sus palabras fueran despectivas, produjeron un cambio en el ambiente que se notó de inmediato.
—El pobre idiota se ha desmayado. No ha podido aguantar un poquito de dolor y se ha apartado del mundo mediante la manera más cobarde posible: le dio la espalda por otro mundo que ni siquiera es real. Es aquí donde el verdadero temple de las personas sale a relucir y yo digo que este desgraciado no guarda valor alguno dentro de sí.
Los hombres miraron a Walerz sin que ninguna expresión asomara a su rostro. No sabían cómo se sentían: por un lado, comprendían que ellos eran sus enemigos y que en la guerra no existía compasión; pero algo se revolvía dentro de ellos como protesta por el acto que habían visto y permitido, un sentimiento de empatía que ninguno había vivido antes, y que sólo les dejaba una palabra en la mente, repitiéndose incesantemente como el eco de las montañas, “asco”.
Sin embargo no podían detenerse a analizar sus pensamientos. Sin decir nada más, Dreylo hizo un gesto señalando a Walerz y luego a Lem. Los hombres vendaron al primero y se acercaron con paso decidido al segundo. La frialdad que emanaba Dreylo era tan grande que parecía como si el invierno hubiera tomado posesión de su cuerpo y manipulara sus acciones. No oyó las súplicas de Lem, diciendo que confesaría todo si le dejaban en paz, no vio los temblores que recorrieron su cuerpo de arriba abajo sin cesar. La calidez de Dreylo se había quedado en lo alto de las escaleras, no había lugar para la compasión ni para el perdón.
“Guerra, Victoria, Conquista, Voshla, Poder”. Eran las únicas palabras que había en la mente de Dreylo. Nada más podía entrar, o salir, de él.
El martillo se elevó y cayó con la fuerza de un temblor. Una vez, dos veces, tres veces… quince veces. Una furia incontrolable se había apoderado de Dreylo, ya no controlaba sus movimientos, su cerebro estaba separado del cuerpo, la paz lo había abandonado, al igual que lo haría con Cómvarfulián apenas Dreylo abandonase la mazmorra.
El tercer pie cayó con un ruido sordo acompañado de los gemidos de Lem, quien no se había desmayado debido a que había pasado todo el tiempo gritando: “Mátenme, por favor mátenme”
— ¿Crees que te daré el lujo de morir?—le preguntó Dreylo sin darse cuenta en qué momento su boca se movió— ¿Crees que te permitiré dejar de sufrir y que abandones la tierra sin redimirte por lo que hiciste? No, vas a pagar tus culpas y me aseguraré de que sufras en el camino, y de que merezcas la muerte para cuando el día llegue. Ahora díganme—su voz se alzó estruendosamente despertando a Walerz y sacando a Galerz de su ensimismamiento—, si no quieren seguir sufriendo, dónde está ubicado Voshla, qué tan grande es su ejército, cómo se defiende. De lo contrario los seguiré despojando de todo aquellos que los ata al mundo para que no teman a la muerte. Y créanme que lo que viene es mucho peor: los apartaré de la lujuria—levantó un cuchillo—, de la codicia—levantó una porra— y de la ira—desenvainó a Gollogh—. Escojan, y no me hagan perder más tiempo.

—Mi señor—dijo Dishlik al ver llegar a Dreylo a la hora del almuerzo con una expresión que no hubiera sabido definir. Parecía dos personas dentro de una— ¿Qué ha pasado?
—Tuve una charla durante la mañana con los prisioneros—respondió Dreylo mientras cogía cualquier tipo de alimento que tuviera a su alcance.
— ¿Y bien?
—Pues ha sido interesante—las palabras de Dreylo casi no pudieron entenderse debido a que tenía la boca llena de pollo. Tomó un largo trago de hidromiel antes de continuar—. Su voluntad no era tan fuerte como esperaba. A pesar de haber vivido en Alcunter y haber aprendido nuestra forma de vida, cayeron como un pájaro ante una flecha. Mañana daré las indicaciones que necesitamos para partir, y lo haremos sin demora.
— ¿Será difícil triunfar en Voshla?
—En estos momentos nuestro ejército es el resultado de la unión de tres provincias, contamos con el arma más poderosa que haya visto la tierra y un terror que aún no se ha olvidado. Dudo que haya alguien sobre la tierra que sea capaz de oponernos resistencia, y nos hacemos más fuertes cada día.
—Entonces…
—Mañana se enterarán del plan. Por ahora relájate y disfruta de estas últimas horas de descanso, pues aunque nuestro poder sea inmenso, todavía necesitamos movilizarnos para lograr nuestros objetivos.
Dreylo terminó su comida y se levantó de inmediato. Buscaba a Lobragh con la mirada, pues necesitaba confirmar el apoyo que el hermano de Zolken iba a brindarle. Al localizarle, se dirigió con paso decidido y lo abordó sin mucha delicadeza
—Lobragh, necesito saber si nos acompañarás a Voshla y a Glardem. Y si lucharás a mi lado en caso de que se presente una batalla.
El aludido miró a Dreylo fijamente. Pensaba fría y rápidamente, evaluando las opciones y situaciones. Finalmente preguntó:
— ¿Y por qué se me hace esta pregunta? Como señor de Benderlock está en todo su derecho de comandar a sus hombres a su antojo.
—Cuidaste de Gollogh cuando lo necesitó, eres el hermano de Zolken y cuentas con un poder más allá de mi alcance. Al igual que tu hermano, eres diferente a cualquier ser viviente de Cómvarfulián, y por lo tanto, tienes derecho a tomar tus propias decisiones.
—Pues gracias por las consideraciones y el trato preferente, pero no creo que sea necesario. Yo soy un soldado bendercklino y lucharé donde sea que estén mis camaradas. Iré con ustedes.
—Me complace esa respuesta, nunca hacen falta manos para ayudar. Ahora hay otra cosa que me gustaría saber, ¿Podré llevar a Gollogh conmigo?
—Usted decide qué hacer con su espada—dijo Lobragh, empeñado en no aceptar la realidad.
—Sabes perfectamente a qué me refiero. Y necesito la respuesta.
—En estos momentos Moruderaz debe vivir una situación complicada. Debe estar confundido al no saber a cuál de sus dos amos obedecer, y si empezamos a luchar por saber quién de nosotros se quedará con él sólo empeoraremos las cosas. Me parece que Él tiene las capacidades suficientes para elegir entre ir a la guerra o quedarse.
—Pero si la elección estuviera en tus manos…
—No quiero que Moruderaz vuelva a ser el animal que fue. No quiero que sea un asesino. No quiero que vaya a la guerra; pero no puedo intervenir en este asunto.
—Pues en ese caso busquemos ahora a Gollogh y enterémonos de su decisión.
Ambos se dirigieron a los patios con paso decidido y la mirada fija al frente. Dreylo, aunque comprendía todo lo que Lobragh era, aún recordaba la manera en la que lo había tratado al llegar a Benderlock, y no estaba dispuesto a olvidar tan fácil. Lobragh, por su parte, no olvidaba todo lo sucedido desde la llegada de Dreylo y cada vez que se ponía a pensar en ello el odio y la frustración crecían dentro de él. ¿Por qué no lo habían dejado en paz? ¿Por qué tenía que ser quien era? Todo era culpa de su pasado, lo único que no podía cambiar en su vida.
Al llegar al patio, tanto Dreylo como Lobragh profirieron el mismo silbido bajo y cantarín. Al darse cuenta de lo sucedido, cruzaron una breve mirada de odio antes de enfocarse en la sombra que se acercaba por la izquierda. El perro llegó trotando alegremente y se detuvo consternado al ver a los dos hombres frente a él.
—Gollogh, mañana partiremos a la guerra. Aún hay unos asuntos que debo atender antes de poder volver a Alcunter. No sé cuántas batallas he de librar para cumplir mis objetivos, y no me importa, pues sé que la victoria siempre será mía. Sin embargo la ayuda nunca sobra y por eso quiero saber si me acompañarás a Voshla y a Glardem para restituir el honor de Alcunter, pues últimamente…
De este modo siguió hablando Dreylo, resumiendo rápidamente todos los sucesos relevantes que Gollogh aún no conocía y exponiendo las razones por la que quería que le acompañara. Al acabar, se hizo a un lado para que Lobragh pudiera tomar la palabra.
—Moruderaz. Durante el tiempo que has vivido aquí conmigo has conocido una nueva vida. Lejos de la sangre y la crueldad, lejos del horror y la furia. Eres un ser completamente diferente al que llegó aquí hace tanto tiempo y no me gustaría que volvieras a ser la misma máquina asesina que eras antes. En estos momentos hay dentro de ti dos personalidades completamente distintas luchando por gobernar tu voluntad. Cada una de ellas tiene algo de ti y por eso mismo tú eliges a cual escuchar. Sin duda la guerra aún ejerce cierto atractivo sobre ti, pero la guerra no es la única cosa bella en este mundo. Te pido que recuerdes todos los buenos momentos que pasaste aquí. La paz y la calma. Te pido que no vayas a luchar. Es sólo una petición lo que hago, pues ahora tú eres libre al no haber ningún hombre que pueda controlarte completamente; estás más allá de los designios humanos aunque puedes participar en ellos, pero yo no quiero que lo hagas.
El perro observó atentamente tanto al uno como al otro. Lobragh podía ver el mecanismo de sus pensamientos mientras intentaba tomar una decisión, pero era más complicado de lo que esperaba. Finalmente, el animal se dio la vuelta y abandonó el lugar, dejándolos sin respuesta alguna.

Voshla estaba ubicada al noreste de Cómvarfulián, ósea, al este de Benderlock. El agua que necesitaban la obtenían de un lago inmenso que alimentaba al Corden, por lo que debían seguir su curso para llegar a su destino. Por lo que había oído decir a los prisioneros, el ejército del Castillo de Bronce no era numeroso y podían vencerlo sin problemas. Por lo que por un instante estuvo tentado a liderar un ataque simultáneo, a Voshla y Glardem.; sin embargo las murallas del Castillo Diamante eran resistentes y sólo Gollogh podía romperlas, lo cual implicaría que Dreylo tenía que ir a Glardem. Pero el Señor Alcunterino quería conocer Voshla antes que nada, y sabía que enviar un ejército a Glardem, aunque fuera uno como el que tenía en esos momentos, era un sacrificio innecesario de hombres. Sin embargo, no veía otra opción que le sirviera en esos momentos; podía idear algo mejor, pero necesitaba asegurarse de otras cosas…
La mañana llegó sin contratiempos, Dreylo se vistió aprisa y bajó a los patios de Benderlock: el ejército ya se encontraba reunido allí. Eran tantos hombres que no cabían en el patio y habían tenido que agruparse en los pisos superiores de modo que pudieran ver a Dreylo y oírle. El Señor de los Jaguares estaba de pie sobre una pequeña tarima en el costado oriental del patio, a su derecha estaban Drog y Dishlik y a su izquierda Zolken y Markrors.
Mientras se hacía el silencio, una sombra cruzó el lugar y se dirigió a Dreylo rápidamente. Era Gollogh, el animal se veía mucho más grande y fiero que la noche anterior y sus pasos hacían vibrar todo el suelo. Al verle, Dreylo se alegró, pues ahora podía ejecutar el plan que deseaba. Sin más tiempo que perder, desenvainó su espada y la alzó lo más alto que pudo; los rayos de sol, al encontrarse con la hoja dorada, produjeron una explosión de color que encegueció a todos los presentes, nadie más habló.
—Bien—dijo Dreylo proyectando la voz todo lo que podía—deduzco, por la presencia de Gollogh, que ha decidido apoyarnos en la guerra, ¿no es así?—el animal emitió un leve gruñido—. En ese caso, lo que haremos es lo siguiente: no desgastaremos todo el ejército en el viaje a Voshla, es un lugar pequeño y poco fortificado, y no veo necesaria una batalla. Partiré con unos pocos hombres a Voshla, el resto del ejército se quedará aquí. Cuando todo esté listo, enviaré a Gollogh de vuelta, lo cual les indicará que deben dirigirse a las puertas de Glardem para atacar. Mis hombres y yo nos infiltraremos por los túneles de las montañas para atacar desde el flanco contrario.
—Entonces ¿por qué no parte con más hombres? De ese modo sería más fácil para todos nosotros la victoria—apuntó alguien.
—Dudo mucho que un ejército numeroso quepa por el pasaje de las montañas, no tomaré el riesgo. Ahora ¿Cuánto tiempo se tarda en viajar de aquí hasta Glardem?
—No más de un día—dijo otro.
—Pues nada más necesito saber. Partiremos lo más pronto posible. Quienes se queden aquí manténganse alertas, y no sólo ante el aviso de Gollogh, no sabemos qué más puede pasar.
A continuación Dreylo escogió cerca de mil quinientos hombres, entre alcunterinos, brandelkanos y bendercklinos, para que le acompañaran a Voshla. Entre ellos se encontraban Drog, Markrors, Zolken, Dishlik, Lobragh y varios soldados que habían sido curados por el herrero. Todo ellos eran hombres valientes y Dreylo estaba seguro que ninguno le fallaría llegado el momento. De todas formas, no quería derramar sangre en el Castillo Escondido, y no creía que fuera necesario.
El resto del día se fue mientras se ensillaban los caballos, se engrasaban las armas y las vestimentas, se empacaban las provisiones y se armaban los hombres. Al amanecer del día siguiente, más frío que el anterior, el ejército montó sus caballos y partió a buen paso hacia Voshla.
Dreylo confiaba en la información que le habían dado los prisioneros. Su voluntad se había ido con sus pies y su libertad. Le parecía increíble (y satisfactorio) cómo el dolor podía doblegar tan formidablemente a un ser humano, sin duda un arma a su favor. Él, por el contrario, era diferente a todos ellos: como miembro de la familia real de Alcunter, su fuerza de voluntad había crecido hasta tal punto que incluso parecía que no tuviera apego a la vida. Las pruebas por las que había pasado lo habían dejado tan cerca de la muerte, que le habían insensibilizado a todo el dolor terrenal; ahora estaba en una especie de umbral entre la vida y la muerte. Su boca y su espíritu eran una fortaleza que resistiría más que su cuerpo.
Seguían el curso del río Corden hacia el este, como buscando el sol naciente. Dreylo recordaba las muchas veces cómo sus exploradores habían hecho este camino para nunca volver. Voshla estaba tan bien oculto entre los árboles y las montañas, que la muerte aguardaba para quien se internara en sus dominios. Sin embargo había un modo, y Dreylo sabía cuál era.
Cerca de las dos de la tarde llegaron a la orilla occidental del lago Voshla. Ninguno de los presentes había soñado siquiera con la existencia de un cuerpo de agua tan grande. La distancia de la orilla occidental a la oriental era de casi 20 metros y de la orilla norte a la sur casi treinta; en cuanto a la profundidad, Dreylo no quería ni pensarlo. Sin embargo, no pudo evitar imaginar a las criaturas que habitaban en el lago. Sin duda allí se reunirían la mayor cantidad posible de criaturas acuáticas, los equivalentes del Mingred y el Nerk. ¿Cómo les había llamado Zolken? No podía recordarlo, pero la sensación de grandeza que le había producido ese nombre aún estaba presente. Grandeza y misterio.
La superficie del lago estaba tan calmada como un muerto, y el agua sin duda debía estar tan fría como uno. El Corden llegaba al lago a través del oeste, y por el norte otro río salía en dirección al desierto. Por lo que le habían contado a Dreylo, este último río llevaba el mismo nombre del lago. En el horizonte, se alcanzaba a ver una línea de árboles que se acercaban bastante a la orilla este. Incluso en la distancia se podía apreciar el grosor de sus ramas y su altura, lo cual explicaba cómo el castillo había logrado mantenerse oculto durante tanto tiempo.
Dreylo ordenó a sus hombres dirigirse hacia al sur, pues debían llegar a la orilla opuesta del lago, y la única manera de hacerlo era vadear el Corden y rodear el lago hasta alcanzar la línea de árboles del otro lado. Los caballos trotaron todo el camino hasta el río y luego torcieron unos cuantos kilómetros al oeste para poder cruzarlo. En ese momento, se detuvieron para comer un bocado rápido aprovechando los pastizales de la llanura, que proveían un espacio cómodo y propicio para el alimento de las monturas.
El atardecer se aproximaba, y Dreylo, sabiendo que no lograrían internarse en el bosque de noche, ordenó hacer su campamento en el mismo punto en el que se habían detenido. No podían avanzar más por ese día, pero todo el tiempo que desperdiciaban lo frustraba. Resignado, silbó para llamar a Gollogh, a lo cual el perro respondió de inmediato. Trotaba rápidamente, pese a su gran tamaño, y su agilidad tampoco se veía entorpecida debido a este factor.
—Gollogh, me temo que no podemos avanzar más por hoy. Mañana llegaremos a Voshla y venceremos. Sin embargo, me gustaría que fueras e investigaras el camino. La noche te protegerá bien, y tus sentidos son muy agudos, por lo que podremos saber la posición del enemigo. Ve, intérnate en el bosque lo más que puedas, pero no te alejes demasiado y emprende el camino de vuelta cerca de la medianoche. Mañana guiarás la primera parte del recorrido.
El animal gruñó levemente y partió a su máxima velocidad. Dreylo lo observó alejarse un buen rato y luego se reunió con sus hombres. Ya casi estaba todo dispuesto para que descansaran esa noche. No había luna y las estrellas iluminaban poco. Un viento leve soplaba desde el sur, trayendo consigo los aromas de la Zona de Niebla y la Zona Quemada. Era algo parecido a azúcar quemada con un poco de azufre. Los hombres ya reunían madera para encender un fuego, con el doble propósito de preparar la cena y disimular los aromas.
—Quietos—ordenó Dreylo—nuestra presencia debe permanecer oculta.
—Pero si no hay nadie que pueda vernos en kilómetros a la redonda—replicó alguien.
—Los guardias de Voshla están muy bien escondidos, y créanme si les digo que podrían ver el fuego que quieren prender. Y antes de que nos demos cuenta, el veneno más mortal que se puedan imaginar (sí, mucho peor que el brandelkano) nos mataría al instante, antecedido por una lluvia de flechas invisibles. Hoy no encenderán ni la más pequeña llama.
— ¿Y por qué tenemos que quedarnos aquí esta noche?—sonó otra voz—podríamos avanzar otro trecho y acercarnos sin ser detectados.
—Los métodos de Voshla son eficientes. Detectarían incluso a una hormiga que entrara en sus dominios sin autorización. La única manera de entrar es de día, por un camino que sólo conocen sus aliados y nosotros. Estamos atrapados hasta el amanecer. Y no quiero escuchar más preguntas o más dudas. Sé perfectamente lo que hago y ustedes deben recordar que están bajo mis órdenes. Si quieren hacer las cosas a su manera pues váyanse. Váyanse y sufran la misma suerte de los cientos que han intentado entrar a Voshla por la fuerza.
Un silencio duro cayó sobre el campamento. Después de un tiempo, los soldados partieron, resignados a comer frío aquella noche, y el alma en el suelo mientras desempacaban un poco de la carne salada que habían traído.
Dreylo, por su parte, se alejó de los demás hombres y se sentó, mirando al sur. Allá a lo lejos, estaba su castillo, al que volvería muy pronto convertido en rey del país. Un brillo espectral se alzaba a lo lejos; Dreylo suponía que aquel marcaba el lugar donde se alzaba el Castillo de Diamante, su próximo objetivo. Todos los tesoros serían suyos, y la tierra y el poder.
Pero había un espacio, muy en el fondo de él, que no podía ser llenado con nada de esas cosas. Un espacio que estaría vacío el resto de su vida. Cuántas veces no había hablado de este tema con Eluney, soñando juntos con la paz, la victoria; cogidos de la mano en las terrazas del castillo bajo anocheceres infinitamente más bellos, con lunas gigantes como su alegría, ambientes cálidos de verano incluso en el más cruel de los inviernos, devolviéndole la sonrisa a las estrellas.
—Tengo algo que decirte—le dijo Eluney una de esas noches, apretando más fuerte su mano.
— ¿Y qué puede ser eso que te tiene tan ansiosa?—le preguntó Dreylo, le devolvió el apretón y la acercó más a él.
—Bueno, no sabía cómo decirte esto, pero bueno, ya no importa. El caso es que existe otro.
Dreylo le devolvió una mirada estupefacta, mil puñales se le clavaron en el corazón mientras todos sus miembros se congelaban.
—Yo no me esperaba esto—la voz de Eluney flaqueaba—pero la verdad es que ahora que él ha llegado no estoy segura de qué es lo que siento. Creo que mi corazón ahora le pertenece a alguien más.
— ¿Y quién es ese alguien?—preguntó Dreylo con una voz que no parecía la suya. Como un gruñido de lobo, herido en la garganta.
—El nuevo heredero de Alcunter—dijo Eluney con una sonrisa, acariciándose el vientre.
Dreylo lo comprendió todo entonces. Una risa escapó de sus labios mientras su cuerpo se relajaba y recuperaba su temperatura. Así había sido siempre Eluney, con un gusto casi enfermo por esa clase de juegos. Y así la amaba Dreylo, con ese sentido del humor tan particular, esa alegría contagiosa, que eran el mundo para él. Un mundo en crecimiento…

—Padre, como un poco—la voz de Drog lo devolvió al presente justo antes de que las lágrimas escaparan de su rostro. Dreylo lo miró mientras el recuerdo de aquella noche se desvanecía, arrastrado por el viento del sur, mientras que aquella nueva imagen se formaba en su mente: su hijo frente a él, extendiéndole un plato, con la preocupación en el rostro. Había algo de Eluney en él, aunque no lograba adivinar qué, pero sin duda era ese algo el que todavía lo mantenía vivo, pese a todas las dificultades que había vivido.
¿Estaría Drog de verdad maldito por sus propios abuelos? ¿Lo protegería su madre de todos los males? ¿Qué podría hacer él mismo para ayudar a su hijo? Dreylo cerró brevemente los ojos, “una preocupación a la vez” se dijo mientras la imagen de los grandes árboles volvía a su mente. Aceptó el plato que le ofrecía Drog con un asfixiante silencio y volvió a repasar las indicaciones que le habían dado los traidores. Cerca de las diez ordenó a sus hombres irse a dormir, y que despertaran al alba, pues se pondrían de marcha de inmediato.

El cantar de las aves anunció la llegada del sol. Los primeros rayos matutinos encontraron al ejército alcunterino recogiendo los restos del campamento y alistándose para partir. Alejados del resto de los hombres, Dreylo, Lobragh y Gollogh discutían los planes del día. Gollogh había vuelto de su viaje de reconocimiento aproximadamente y ahora hacía partícipes de sus hallazgos a Dreylo, con Lobragh como intérprete de su idioma. Dreylo escuchó atentamente lo que Gollogh había descubierto, mientras los detalles se concretaban en su mente.
—Muy bien, Gollogh, nos guiarás hasta el límite del bosque. En ese momento entraremos al camino secreto, y tú estarás a mi lado, atento a cualquier signo de hostilidad al frente. Con suerte, llegaremos a Voshla al anochecer.
Cuando todo estuvo listo, montaron en sus caballos y partieron. Gollogh trotaba delante del ejército, guiándolos en dirección noreste, con las montañas a su derecha, arrojando sus sombras sobre ellos. Aproximadamente a las nueve, llegaron al límite del bosque. Los árboles se alzaban frente a ellos, altos como las torres brandelkanas, y gruesos como siete osos unidos en un abrazo de muerte. Las ramas eran como hombres con abundante cabello, y conforme los árboles se hacían más altos, éstas iban adquiriendo cada vez más la apariencia de piernas y brazos saliendo de los troncos, como si sus dueños estuvieran siendo devorados por aquellos gigantes.
Sin duda era una visión imponente. El bosque parecía una fortaleza inexpugnable, y el verde que en esos momentos veían los hombres era el verde más vivo que hubieran de ver en toda su vida. Voshla perfectamente pudiera haber estado escondida entre las ramas de los árboles sin que nadie pudiera verlos. Sin embargo había un castillo, construido en las épocas de la conquista como evidencia del poder de los hombres sobre la naturaleza, destinado a servir de escondite ante cualquier adversidad que encontraran los cómvarfulianos, hasta que estalló la guerra civil. A partir de entonces, Voshla, pese a su reducida población y poco poder militar, se había convertido en un enemigo invencible. De todas las demás provincias del país habían partido espías intentando encontrar la ubicación del castillo, pero ninguno regresó. Habían pasado tantos años desde el inicio de la guerra que nadie que viviera recordaba el más mínimo detalle sobre Voshla, y la guerra había estallado tan repentinamente, que no había ningún registro de cómo llegar allí.
Sin dejarse atemorizar por ninguno de estos hechos, Dreylo desmontó de su caballo y comenzó a buscar las señales en el suelo de las que le habían hablado. Finalmente, después de quince minutos de estar agachado, revolviendo entre las hojas caídas y las muchas raíces que sobresalían de la tierra, encontró lo que buscaba. Había una raíz cuya corteza formaba unos nudos bastante particulares, parecían formar la cara de una rana mirando al cielo, perfectamente detallada.
Dreylo se enderezó y mediante gestos indicó a sus hombres que no hicieran ningún ruido. Rodeó el tronco del árbol hasta que se encontró en el costado norte, y se quedó un tiempo inmóvil, como esperando una señal. Súbitamente, pateó el tronco y un agujero con forma de puerta apareció, dejando ver el inicio de un túnel gigantesco y oscuro como una tumba. Guardando la entrada al túnel se encontraban dos guardias, a los que Dreylo mató desenvainando rápidamente su espada.
Mientras esto sucedía, arios arqueros aparecieron colgados de las ramas de los árboles y comenzaron a disparar sin compasión. Antes de que las primeras flechas llegaran a su objetivo Dreylo gritó “¡Cúbranse!” y alzó su escudo para protegerse, sus hombres le imitaron, pero ya varios caían sin vida. El ejército alcunterino comenzó a entrar al túnel, pero éste no era tan ancho como para que todos pudieran ponerse a salvo de inmediato, de modo que más hombres empezaron a caer mientras los arqueros de tierra respondían a los del cielo.
Un cuerno sonó desde lo más alto de uno de los árboles y pareció que su sonido cobijaba al bosque como un manto de peligro y muerte. Varios cuernos respondieron al llamado del primero desde diferentes partes del bosque durante varios minutos. Los arqueros voshlos caían muertos a la vez, hasta que finalmente no quedó ninguno. Sin embargo, los cuernos seguían dando su alarma a todo el bosque y varios soldados alcunterinos habían muerto. Dreylo hizo entrar a sus hombres a todo prisa al túnel y después cerró la puerta, dejándolos sumidos en una oscuridad casi total. Pues Gollogh brillaba tenuemente, como una antorcha apunto de apagarse.
—Bien, ahora Voshla está al tanto de nuestra llegada. Sin embargo esta era la única manera de llegar. No habríamos podido cruzar el bosque sin morir y para entrar al túnel necesitábamos luchar; pero no hay de qué preocuparse, el ejército de Voshla es pequeño y estaba casi totalmente dedicado a vigilar el bosque. Aunque el túnel y la salida también estén protegidos podremos llegar al castillo sin problemas, y aunque el ejército entero alcance a organizarse, no podrán hacer mucho contra el nuestro. Ahora sólo tenemos que preocuparnos por cruzar el túnel y estar atentos. Aproximadamente cada medio kilómetro habrá centinelas esperándonos, ocultos en las sombras.
Sin demora emprendieron la marcha. El túnel, pese a ser muy sencillo según podían ver, era lo suficientemente alto y ancho como para que pudieran cruzarlo ocho hombres alineados y montados en caballos decentes. Se veía que el pasaje no había sido pensado como una salida del ejército a la guerra, parecía más bien un camino directo al castillo para las pocas personas que en él habitaban. La confianza de Dreylo crecía conforme avanzaban y cada vez veía con más nitidez su trono, su corona y su cetro. Se preguntaba si Yostermac ya habría cumplido sus órdenes y cuánto tiempo faltaría para volver a casa, sin embargo el camino que quedaba por recorrer no era tan duro como las cosas por las que ya había pasado. De esta manera se sumió en sus pensamientos mientras cruzaban el túnel trotando apaciblemente. Cada medio kilómetro, tal y como lo había previsto, un par de guardias surgían de las sombras de repente y atacaban al ejército cuando ésta ya casi había pasado frente a ellos. Unos cuantos soldados fueron heridos y unos menos asesinados. Por su parte, ningún enemigo quedó con vida.
Casi dos horas después de haber entrado al túnel, cuando la oscuridad ya los oprimía y el encierro comenzaba a enloquecerlos (pues ninguno de los hombres estaba acostumbrado a aquel ambiente), vieron a lo lejos un cuadrado de luz que iba creciendo conforme se acercaban. Esperanzados con salir al aire libre, apretaron el paso y pasados diez minutos se encontraron frente a una elevación del terreno que conducía a la salida del túnel y el Castillo de Bronce. Sintiéndose vencedor, Dreylo avanzó con paso firme hacia la salida, pero una mano le aferró el hombro y lo detuvo.
—Mi señor—se oyó la voz de Zolken—no sería sensato salir tan apresuradamente. No sabemos quién puede estarnos esperando afuera y a la hora emerger por el túnel nos encontramos en una posición poco favorable. Nuestro enemigo podrá diezmarnos antes de que alguno de nosotros logre salir, ponerse a su altura e inclinar la balanza de nuestro lado. Debería mandar a alguien a que se asegure de que no hay problemas.
Dreylo hubiera querido salir sin más, pero debía reconocer que Zolken podía tener razón y era peligroso arriesgarse. Preguntó a sus hombres quien se ofrecía como voluntario para despejar el camino y un hombre fornido, aunque sin barba y con muy poco cabello, se adelantó. Un escudo gigante colgaba de su espalda y un hacha colgaba de su cinturón. Llevaba puesta una túnica violeta, color insigne de Benderlock, sobre la cota de malla y unas magníficas botas de cuero le llegaban hasta las rodillas. No era muy alto, pero si parecía ser muy peligroso y temerario.
De inmediato le ordenó al hombre que se asegurara la salida. El hombre se dirigió sin temor a la salida, escalando el pequeño montículo de tierra que a ella conducía. Apenas sacó su cabeza por el agujero (pues era la única manera de ver el exterior), los temores de Zolken se confirmaron. Se escuchó un gemido y el silbido del metal cortando el aire, un instante después, la cabeza del hombre rodó hasta los pies de Dreylo y una voz les llegó desde fuera:
—Ya están aquí. No sé cuántos hay pero todos van a morir. No hay manera de que puedan salir sin ser acabados por nuestro acero. Hoy el destino nos favorece y esta victoria nos pondrá a la delantera del control de Cómvarfulián.
Dreylo se dio la vuelta y observó a sus hombres con solemnidad. Las caras de los soldados estaban levemente a lumbradas por el brillo de Gollogh y la luz que alcanzaba a llegarles desde Voshla. El aire se sentía espeso y el silencio asesino.
—Este momento es crucial. Tengan valor y no muestren misericordia, pues ella murió cuando los hombres pisaron esta tierra y ya no hay marcha atrás. Se arrepentirán de su osadía apenas sientan el frío de la muerte morderles las entrañas.
Acto seguido organizó al ejército en pequeños grupos. Él, Dishlik y otra veintena de hombres encabezaba el primero, Drog lideraba el segundo y Markrors el tercero. En ese momento Zolken se adelantó esperando sus órdenes pero Dreylo lo detuvo.
—No, Zolken. Eres una pieza muy importante en la guerra y debes cuidarte. Tienes tantas habilidades que tu pérdida sería catastrófica, debes esperar a que la situación mejore. Y también me dirijo a ti, Lobragh—pese a que se notaba en sus caras la desilusión y el desacuerdo, ambos hombres asintieron—. Bien, Gollogh—el perro ladró obedientemente—, tú irás al frente conmigo.
Gritando con todas sus fuerzas, alzó su espada y corrió hacia la salida. Gollogh trotaba a su lado, mostrando sus colmillos en un gesto amenazador. Detrás de ellos iba el resto del grupo con sus armas listas para luchar, empuñadas por la crueldad que acababa de apoderarse de sus cuerpos.
Dreylo asomó primero la punta de su espada y lanzó un tajo horizontal tan amplio como lo permitía su brazo. Escuchó varios gritos de sorpresa, sin duda habría destruido varias espadas y otras armas, y emergió completamente, blandiendo su espada sin césar y girando, defendiéndose lo más que podía. Un segundo después vino Gollogh, siguiendo a su amo como un manto de oscuridad dispuesto a acabar con el día; saltaba ágilmente y él era todo un mar de garras y colmillos cortando gargantas a toda velocidad. Con cada hombre que mataba su tamaño parecía aumentar considerablemente, sin duda la parte de su alma que había vivido en Alcunter entrenada para matar se apoderaba cada vez más del cuerpo, convirtiéndolo en el Temor de Temores. No tardó un mar de sangre en nacer a su alrededor y morir en su estómago, mientras se relamía con malicia ante cada hombre que caía ante sus pies.
Unos segundos después el resto del grupo salió del túnel. Dishlik agitaba sus armas sobre su cabeza mientras se abría paso entre los enemigos, sin embargo no todos contaron con esa suerte, pues nueve de los veinte cayeron antes de que pudieran pensar en nada más. Mientras tanto, Dreylo había logrado adentrarse entre las filas enemigas y combatía con valor contra cuatro enemigos a la vez; cuando los hubo matado a todos, y durante el plazo existente entre la muerte de un rival y la llegada del siguiente, puedo detallar el lugar en que se encontraban.
La entrada al túnel se ubicaba frente a un árbol, al fondo de un callejón, el cual desembocaba exactamente en el centro de una plaza de mercado a rebosar. Los puestos ofrecían fruta y lana, leche y carne, y varias gemas de todos los colores que se encontraban en las montañas. Por el norte de la plaza, el camino torcía a la izquierda y llegaba frente a unas escaleras inmensas. En la parte sur de la plaza el camino seguía derecho hasta perderse de vista, varias puertas se veían espaciadas en intervalos regulares en ambos costados del camino, atrapadas entre las paredes de bronce que despedían un brillo opaco bajo la luz del sol. La tierra era tan oscura como la madera en otoño y seca como la ira. Todo el conjunto carecía de vida de una manera que Dreylo no hubiera creído de no haberlo visto.
El ejército enemigo se juntaba junto al árbol esperando la salida de sus contrincantes, aunque gran parte de él también se encontraba alrededor de la plaza. En cuanto a los niños, mujeres y ancianos, Dreylo habría podido jurar haber visto varias cabezas asomándose por las ventanas ubicadas unos tres metros sobre sus cabezas. También alcanzó a percibir, debido a la luz del sol, que debían ser aproximadamente las dos de la tarde. Aún quedaban suficientes horas de luz como para zanjar el asunto de una vez por todas, y aunque no las hubiera debían hacerlo.
Sin más demora, se arrojó al campo de batalla con un gran salto, agitando su espada frente a él, de modo que las espadas se rompieron, las hachas cedieron, las cotas de malla murieron y con ellas sus portadores. Sin tiempo de observar qué pasaba a su alrededor, continuó dando vueltas y matando enemigos. A lo lejos vislumbró a Gollogh saltar y rodar, morder y matar, nadie podía hacerle frente. No muy lejos se encontraba Drog, el brazo izquierdo le colgaba inerte y tenía varios cortes profundos en la cara, su cabeza había perdido la protección y un chorro de sangre le brotaba de la coronilla.
Markrors salía en esos momentos del túnel. Había logrado herir a un enemigo en la pantorrilla y ahora se escabullía a través del espacio libre, pasados unos segundos se levantó y entró al furor de la batalla gritando como loco. Detrás de él varios soldados más intentaban repetir una hazaña similar, pero cerca de la mitad fracasó en el intento. Estupefacto ante cómo sus fuerzas eran reducidas, Dreylo decidió despejar la salida del túnel, silbó agudamente y en menos de un parpadeo Gollogh se encontraba a su lado, juntos separaron a la multitud que impedía la salida del sexto grupo, el cual unió sus fuerzas en el ataque. La salida muy pronto quedó despejada y a partir de entonces los soldados no tuvieron problemas para unirse a sus compañeros, gracias a esto la balanza se inclinó a favor del ejército de Dreylo, pues ante la noticia de que la vía había sido asegurada, los grupos se disolvieron y el ejército en pleno comenzó a salir entre exclamaciones de batalla, con Zolken y Lobragh en cabeza.
Cincuenta minutos después de este acontecimiento, la batalla se encontraba en su punto máximo, pero no duró mucho, ya que la superioridad numérica (mil quinientos soldados entre alcunterinos, brandelkanos y bendercklinos, ante cerca de novecientos cincuenta voshlos) definió la victoria para Dreylo y sus hombres. Los sobrevivientes del ejército voshlo no tardaron en pedir clemencia para sus esposas e hijos, a cambio de su lealtad en la guerra, por toda respuesta Dreylo pidió que le llevaran ante el Señor del Castillo.
Ante su solicitud, los vencidos guiaron a Dreylo y su séquito de confianza por la salida norte de la plaza. Las escaleras que el jefe alcunterino había visto antes ascendían en línea recta al oeste por cerca de trescientos metros. En ese punto una pequeña colina se alzaba, dominando la vista de la ciudadela, las escaleras subían por la colina en forma de caracol y guiaban a una torre de seis pisos, hecha enteramente de bronce a excepción de la parte superior: los merlones y parte de la torre estaban pintados de rojo. La torre era la edificación más alta del lugar, no sólo por su ubicación, sino también por sus dimensiones, pues era única en Voshla.
Subieron las escaleras, con el sol frente a ellos en su camino de descenso hacia la noche, aunque todavía no era la hora para que el astro rey desapareciera. Las puertas de entrada se ubicaban en el costado oeste de la torre, estaban hechas de roble y no sólo eran inmensas, también muy anchas y gruesas. Un soldado se adelantó y desprendió una llave de su cinturón, la introdujo en la ranura y abrió las puertas. Se encontraron en una estancia circular pobremente iluminada, el suelo, cuyo diámetro alcanzaba los treinta metros, presentaba un diseño en forma de ajedrez, pero encerrado entre un círculo dividido en cuatro secciones mediante diseños elegantes, en tonos de amarillo ocre y azul noche. Otra escalera en forma de caracol subía sin descanso hasta un cuarto en lo más alto de la edificación, ninguna otra puerta o similar podía verse, parecía que el único objetivo de la torre era albergar al Señor, lo cual a Dreylo le pareció muy extraño. Él, Markrors y Dishlik comenzaron el ascenso, Zolken se había quedado cuidando de los heridos, entre los cuales se encontraba Drog, Lobragh había decidido buscar algo para alimentar a Gollogh que no fuera carne humana ni sangre, y en nadie más el Señor de Alcunter podía confiar para que le acompañara a reclamar el trono de Voshla.
En muy poco tiempo llegaron frente a la puerta de los aposentos del Señor y entraron. Dreylo esperaba encontrar a un hombre completamente armado, listo para la lucha final; en su lugar lo único que había en la habitación, blanca como la nieve, era una cama en la que reposaba una mujer inconsciente. A su lado, un hombre vestido con unas túnicas igual de claras a la habitación, le remojaba la frente con un trapo húmedo con un fervor que parecía obsesivo. Ninguna señal de reconocimiento por parte del hombre se vio, estaba tan ensimismado en su tarea que Dreylo hubiera podido jurar que no se había dado cuenta del paso del tiempo, de modo que se aclaró la garganta de manera muy ruidosa, y fue aumentando la intensidad de este sonido, hasta que el hombre no tuvo más remedio que prestarle atención, casi veinte minutos después de su entrada.
Una mirada fugaz a los intrusos le bastó para enterarse de quiénes eran. El que parecía ser el jefe llevaba un escudo de plata en el brazo izquierdo, con la cara de un jaguar pintada en rojo. No podía ser más inoportuno el momento, de modo que habló con rudeza y sin miramientos de ningún tipo:
— ¿Qué quieren? En estos momentos no tengo tiempo para nada. Mi mujer está terriblemente enferma y pronta a morir, y mi alma irá con ella. La guerra y el poder son simples sombras ante la luz del sol e incluso el bienestar de mi propio pueblo no es tan importante como esto—la voz del hombre se iba debilitando conforme hablaba. Carraspeó un par de veces y continuó—: mi nombre es Dorles, y Voshla está bajo mi mando. No me hagan perder más tiempo.
La insolencia del hombre era tan grande que en cualquier otra situación Dreylo lo hubiera matado ahí mismo. Sin embargo, el recuerdo de Eluney ocupó su mente y un extraño sentimiento de empatía le embargó. Decidió agachar la cabeza momentáneamente, por lo que habló con toda la humildad que pudo:
—Yo soy Dreylo, Señor de Alcunter. Hace poco vencí a Brandelkar y Benderlock en batalla e incluso los Mingred y los Nerk sucumbieron ante mi poder. Mi plan es conquistar todo Cómvarfulián y convertirme en su rey, lo cual dentro de muy poco será una realidad. El ejército voshlo fue vencido hace menos de dos horas y ahora sólo Glardem se interpone en mi camino. He venido a reclamar mis derechos como nuevo Señor del castillo y a exigir la lealtad de Voshla, la cual se verá expresada inicialmente en: entregar al traidor Xem, prestar ayuda en la batalla contra Glardem y rendir un tributo en oro y especies durante el verano equivalente al veinte por ciento de la producción anual de Voshla.
Dorles no dijo nada, por un momento sólo se preocupó por la salud de su mujer. Un manto delgado la cubría, y su temperatura era tan alta que inundaba toda la habitación. La desesperanza invadió el rostro de su marido, quien con lágrimas en los ojos se dirigió a Dreylo:
—A mí no me importa nada de lo que pase ahora. Por favor, salve a mi mujer de esta terrible enfermedad y haré lo que pida e incluso más.
—Markrors, ve a buscar a Zolken enseguida, y que venga aquí sin demora—el aludido se retiró tras una reverencia profunda—. Espero que es promesa se cumpla, Dorles—añadió con severidad.
Por toda respuesta el hombre humedeció de nuevo el trapo y lavó la cara de su mujer, admirando cada detalle de la vida que se le escapaba.
El sol ya se ocultaba tras el mar cuando Zolken entró en la habitación, precedido por Markrors. El rostro del herrero expresaba un evidente disgusto y su tono no fue amable cuando se dirigió a Dreylo.
—Muchos hombres morirán debido a mi retiro inexplicable. ¿Qué es tan importante como para sacrificar no menos de veinte vidas?
—La legitimación de mi poder sobre Voshla—Zolken se sorprendió ante la respuesta de Dreylo. La transformación que había sufrido había sido increíble; quizá él no la hubiera notado, pero todos a su alrededor no habían podido evitar percatarse de cómo el poder poseía su mente y la corrompía: las torturas, el egoísmo, aquel no era el Dreylo que Zolken había conocido durante el invierno. Sabiendo que sería mejor mantener la boca cerrada, no arriesgarse estúpidamente y esperar que el momento propicio llegara, Zolken inclinó la cabeza.
—Dígame que debo hacer, mi señor.
—Zolken, no sé qué padecimientos sufre esta mujer, pero necesito que la cures lo más rápido que puedas. En estos momentos no hay nada más importante que esto.
Sin más palabras Zolken se acercó al lecho de la enferma. Tomó el cuenco de agua que reposaba a los pies de la cama y murmuró unas palabras ininteligibles. El agua adquirió un tono plateado por unos momentos y después volvió a la normalidad, sin ninguna muestra de que hubiera sido alterada. Humedeció el trapo en el cuenco y lo dejó reposar sobre la frente de la mujer.
El cambio fue casi inmediato, la mujer se revolvió entre sueños pasados unos segundos y en menos tiempo del que tarda un rayo en azotar la tierra, abrió los ojos y se incorporó mirando alrededor. La alegría de Dorles fue como un río que se descongela inesperadamente y barre con una población entera, abrazó a su mujer, haciendo caso omiso de las explicaciones que le pedía. Cuando la euforia se hubo desvanecido, procedió a hacerle un breve resumen de los acontecimientos desde el momento en que había caído enferma, hacia trece días.
—Me llevaré el agua—dijo Zolken, aunque sólo Dreylo le escuchó. Con un breve asentimiento autorizó al herrero a salir. Zolken hizo una reverencia y abandonó la habitación: había dotado al agua de la cualidad de absorber la energía de la tierra apenas entrara en contacto con la piel humana. El sortilegio no había consumido casi energía, pues ésta no prevenía de él, de modo que aún tenía fuerzas para continuar sus curaciones y quería aprovechar la sustancia que había obtenido. Había pensado que sería más difícil, por lo cual no lo había intentado antes; pero ante una situación tan apremiante, se había armado de valor y ahora los resultados le asombraban.
—Ahora las curaciones no me llevarán más tiempo que un suspiro—se dijo mientras aceleraba el paso.
Mientras tanto, Dreylo se retiraba a un rincón del cuarto a la espera de que pudiera entablar una conversación más decente con Dorles acerca del futuro inmediato.
La luna se alzaba imponente en el firmamento cuando por fin la mujer de Dorles cayó en un profundo sueño. Dreylo se acercó a la luz que provenía de la vela que el Señor de Voshla había prendido con la llegada de las estrellas y esperó a que éste se percatara de su presencia.
—Muy bien, respecto a los términos de rendición de Voshla—comenzó Dreylo apenas tuvo la vista de su interlocutor sobre él—. Quiero a Xem bajo mi custodia esta misma noche y los estandartes alcunterinos ondeando de la torre más alta mañana por la mañana. La población completa hará el juramento de fidelidad al amanecer y de inmediato comenzarán los preparativos para el ataque a Glardem. Una parte del ejército cruzará el pasaje de las montañas y la otra se reunirá con el resto del ejército cuarenta kilómetros al sureste de Benderlock para atacar las puertas del Castillo Diamante. Cuando todos los preparativos estén listos nos pondremos en marcha.
Dorles se quedó estupefacto por un momento. No sabía que le impresionaba más: si la energía que demostraba aquel hombre, o la resolución, la derrota de Voshla o la sumisión que el mismo había demostrado hacia unas horas. Finalmente, cerró la boca y se recompuso, e inclinó la cabeza.
En ese momento Dreylo se fijó mejor en el hombre que había frente a él. Treinta y tres años como mucho, lampiño y pálido, un poco bajo y delgado y demasiado debilucho para su gusto. Sus ojos tenían el color de la noche y su cabello el de la tierra recién arada. No parecía un enemigo de temer.
Finalizado su estudio, Dreylo dio media vuelta y se alejó velozmente del lugar, buscaba a Drog, pues en esos momentos recordaba el estado en que había visto a su hijo por última vez y el temor roía sus entrañas como un ratón un trozo de queso.

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