sábado, 12 de julio de 2008

RETORNO. PERDONEN LA DEMORA

6

El Límite Norte


La mañana amaneció fría y silenciosa. Dentro del campamento de Dreylo no se producía ningún ruido. Sólo el sonido que producían los insectos y el viento era lo que podía oírse en varios metros a la redonda. Pero, de repente unos pasos rompieron el silencio.
Se trataba de Zolken, el herrero no había podido dormir bien durante el transcurso de la noche y ahora se paseaba con inquietud, pues dentro de poco se acercarían al Límite Norte de Cómvarfulián. Benderlock. Su familia lo esperaba allí, y pese a no saber qué podría encontrar, las ansias bullían en su interior.
A los pocos minutos, Dreylo y Dishlik despertaron. También se sentían ansiosos, pero su curiosidad era totalmente diferente a la de Zolken. Querían conocer a la familia del herrero, pero también querían ultimar los planes de guerra. Dreylo creía que debían ir a Benderlock para conquistarla, y luego partir a Voshla, después de obtener el mando del Castillo de Bronce, buscarían el pasaje de las montañas que los llevaría a Glardem y podrían invadir el castillo. Dishlik no veía problemas en el plan y sólo faltaba comentarlo con los hombres.
Cuando ya eran casi las nueve de la mañana, todo estuvo listo para partir. Recogieron el equipaje y comieron un rápido desayuno y luego emprendieron la marcha. El hecho de acercarse al misterioso desierto Marglen inquietaba a la mayoría de los hombres, pues acerca de ese lugar se decían varias leyendas con las que se atemorizaban a los niños y que perduraban en la memoria por toda la vida. Ahora, las palabras de sus antepasados volvían a sus mentes y unos violentos escalofríos, que nada tenían con ver con la temperatura de aquel día, recorrían sus cuerpos.

“En ese lugar habitan criaturas que ningún hombre ha visto. Quienes se adentran en el desierto no vuelven, a excepción de unos pocos que no pueden describir lo que ven allí. Es una extensión de arena que parece inacabable. Por más que caminaran no encontrarían su fin y para empeorar las cosas los oasis son escasos. Para poder hacer una expedición por esas tierras es necesario llevar provisiones en abundancia y a veces ni siquiera así es suficiente. Por las noches, los misteriosos moradores del Marglen salen a buscar una presa, encontrando en los humanos un alimento mucho más provechoso que cualquier otro animal típico de la región. Atrapan a los hombres y los destripan con sus propias manos, se comen sus entrañas y se beben su sangre, con la piel de sus víctimas construyen unos extraños ropajes y con sus huesos edifican sus hogares. Excepto por el cráneo, el cual es exhibido a la entrada de todas las casas de la tribu. Se multiplican por montones y algún día invadirán el bosque”

Este y otros relatos por el estilo eran los que sobrevivían dentro de la cultura popular cómvarfuliana, sin importar a qué provincia se perteneciera, todo el mundo conocía las leyendas. Y temían a esas extrañas criaturas que hacían del desierto un lugar más hostil que de costumbre, sin embargo, hacia allá se dirigían ahora mismo.

El mediodía se acercaba junto con las brillantes paredes del castillo amatista. Sus torres se elevaban majestuosamente, y de cada una de ellas ondeaba el estandarte de Benderlock. Un águila que sobrevolaba un bosque ardiendo. Las llamas transformaban los árboles en una inacabable extensión de arena, como la que se veía a lo lejos y era real.
Cuando estaban separados del castillo por una distancia alcanzable por una flecha, Dreylo enarboló una bandera blanca y él y Zolken se encaminaron a las puertas del Castillo. Una vez frente a la edificación, Dreylo tocó el cuerno de Brandelkar y anunció con voz potente:
—Que salga el Señor de Benderlock. Yo, Dreylo, Señor de Alcunter por herencia y de Brandelkar por victoria, deseo parlamentar con él. No quiero que se derrame sangre bendercklina, pero si Benderlock insiste en luchar, me temo que no tendré otra opción. Nada se interpondrá en mi camino hacia la conquista de Cómvarfulián, pero quiero evitar más dolor. Ya se ha derramado mucha sangre y se han desperdiciado muchas vidas. Que salga el Señor de Benderlock para que podamos parlamentar en condiciones de paz y negociar.
Dreylo y Zolken esperaron unos quince minutos frente a las puertas. Finalmente, éstas se abrieron y por ellas salieron tres hombres. El del centro era sin duda alguna el Señor de Benderlock, vestía ropas ligeras, pues el calor al estar tan cerca del desierto era sofocante. De su cintura colgaba una vaina finamente adornada con pequeños trozos de amatista, y la empuñadura lucía una piedra tan oscura como la tierra. Su cabello era plateado, al igual que sus ojos. Una barba poco espesa ocultaba parte de sus facciones, severas y angulosas. Una nariz aguileña adornaba su rostro, brindándole el verdadero aspecto de un águila, como si del estandarte de Benderlock hubiera bajado el animal para convertirse en hombre. Era un poco más bajo que Zolken, aunque era difícil decir quién entre los dos era el más viejo.
Dreylo reconoció al hombre ubicado a la izquierda del Señor de Benderlock como Lem. Al igual que su hermano, tenía un cabello de tinte rojizo, sin embargo era más alto y su piel más saludable. En su mano izquierda llevaba una lanza tan alta como él mismo cuya punta era tan gruesa como un dedo. Dreylo acercó la mano disimuladamente a la empuñadura de Gollogh.
El último hombre, ubicado a la derecha de su Señor, tenía el cabello negro como el carbón, al igual que sus ojos. Sus ropajes no tenían muchos lujos y su espada estaba depositada en una gastada vaina de cuero. Sus botas, hechas del mismo material, se encontraban en el mismo estado de deterioro, además estaban un poco agujereadas. Eran las marcas de los dientes de un perro inmenso, oscuro como la noche, que estaba a su lado y cuya altura alcanzaba la mitad de sus muslos. Su rostro estaba surcado por una barba que le llegaba hasta la nuez, pero sin bigote, (Dreylo no pudo evitar recordar a un chivo). Su estatura era cercana al metro ochenta. Posó una mirada arrogante en Dreylo y Zolken apenas tuvo la oportunidad.
El Señor de Benderlock se adelantó a los otros dos hombres y dijo:
—Saludos Dreylo. Mi nombre es Dirmadon, y gobierno en Benderlock desde hace veinticinco años—estaba usando un tono y unas palabras demasiado cordiales, teniendo en cuenta la ocasión. Esto a Dreylo no le gustó, por lo que se mantuvo precavido mientras Dirmadon proseguía con su discurso—. Sin duda ya debe conocer a Lem, nuestro informante asentado en Alcunter. A mi derecha se encuentra Lobragh, uno de mis soldados más valiosos. Ellos dos me ayudarán a llegar a un acuerdo con ustedes.
—En ese caso yo llamaré a otro de mis hombres, para que quedemos en igualdad de condiciones—dijo Dreylo, y con un gesto de su mano, indicó a Dishlik que se acercara. Al llegar donde se encontraban, Dreylo añadió—: Él es Dishlik, fue mi informante asentado en Brandelkar durante tres años, ahora ya ese servicio no es necesitado.
—Muy bien—dijo Dirmadon, mientras se sentaba sobre la fresca hierba, agregó—. Ahora ya estamos tres y tres, podemos dialogar.
Los demás hombres lo imitaron y Dreylo comenzó a exponer los hechos.
—La situación es la siguiente: Brandelkar ha pasado a estar bajo mi dominio. A finales de enero atacamos Brandelkar y vencimos, no sin dificultad por cierto. Ayer, en vista del retorno de la primavera, decidimos atacar Glardem, pero nos interceptaron los Mingred y los Nerk en el camino. Nos costó trabajo, pero volvimos a salir victoriosos. En este momento no queda ningún Mingred o Nerk en Cómvarfulián, todos han desaparecido—Lobragh miró a Dreylo consternado, sus ojos brillaban de manera misteriosa—. Ninguno de los dos pudo oponer resistencia al poder de Alcunter, y si ellos no pudieron, ustedes tampoco tienen oportunidades de enfrentarse a nosotros y triunfar. Tienen la oportunidad de solucionar esto por las buenas. Deberían sentirse afortunados por ser los primeros en obtener un aviso previo. Pero, como ya dije antes, estoy cansado de matar sin sentido. Es su decisión. Dirmadon, he dicho todo lo que tengo que decir, incluso ceo que he repetido ciertas cosas, pero no se me ocurre algo mejor para añadir. Quiero que Benderlock considere mi propuesta y se evite el dolor. Eso sí, como única condición pido que entreguen a Lem para que pague por sus actos. Si cumplen esto, y se adjuntan al dominio de Alcunter prometiendo brindarnos algunos hombres para la batalla como muestra de buena voluntad, se les dejará continuar con sus vidas en paz y…
—Por favor, esto son puras patrañas. ¿Cómo puede un simple hombre vencer a los Mingred y los Nerk? Se puede considerar la posibilidad de que hayan vencido a Brandelkar (aunque es difícil, se encontraban en una situación complicada), pero hablar de la destrucción de dos de los pueblos más poderosos de Cómvarfulián es otra cosa. Es evidente que este hombre miente. Debimos haberlo matado cuando tuvimos oportunidad de hacerlo. De hecho, no veo por qué no hacerlo ahora—las palabras de Lobragh estaban cargadas de escepticismo. Se había levantado en medio de su ira y miraba a Dreylo con frialdad.
Dreylo por su parte escuchó su discurso sin producir ningún gesto. Aunque se aguantaba las ganas de reír con todas sus fuerzas. Aquel hombre era un tonto por dudar de sus palabras y se arrepentiría por ello.
—Lobragh, por favor. No podemos matarlo en medio de la sesión de diálogo. Llegaron portando la bandera blanca y la ley establece que ni una gota de sangre se derramará hasta el fin de las conversaciones. Tal vez tus sentimientos te hicieron olvidar este aspecto, pero te pido que conserves la cordura un tiempo más—dijo Dirmadon con autoridad.
Lobragh se sentó con resignación observando a su Señor. En sus ojos aún se veían las ansias de matar a Dreylo, y el alcunterino lo notó, por lo que dijo:
—Dirmadon, es evidente que este hombre desea luchar. Y yo tengo una idea. Como ya dije antes, no quiero que se derrame más sangre. Por lo que propongo que hagamos un pequeño combate entre nuestros hombres. Tres de los míos contra tres de los suyos. Cuando uno de los hombres no pueda seguir el combate (por perder la vida, las fuerzas o los ánimos, o cualquier otra cosa) perderá de inmediato. Como pueden ver, son tres rondas, lo cual mantiene la balanza en un relativo equilibrio y tensión hasta el final. Cada provincia tiene las mismas oportunidades de ganar y perder. Me parece justo.
Dirmadon inclinó la cabeza unos instantes. Su rostro quedó por completo oculto hasta el momento en que levantó la cabeza con una sonrisa maliciosa y dijo:
—Acepto la propuesta. Escoge tus hombres Dreylo. Yo vuelvo con los míos.
Dreylo se retiró a donde descansaba su ejército y les informó la situación.
—Ahora para el combate que se va a hacer Drog y Dishlik irán conmigo. Yo también pelearé. Quiero que vean el poder de Gollogh y comprendan que no digo mentiras. El poder de la espada quedará claro y nadie dudará de mí otra vez.
Dreylo, Drog y Dishlik volvieron al punto de encuentro con Dirmadon. Éste iba acompañado de Lobragh y otro soldado. Musculoso y fornido, el cabello de color castaño caía sobre sus hombros y poseía una de las barbas más espesas y enmarañadas que Drog hubiera visto. Dreylo ya sabía con quién iba a enfrentarse cada uno, y no pudo evitar sentir un poco de temor.
El perro de Lobragh gruñía y echaba espuma por el hocico. Sus ojos centelleaban con fiereza y sus garras se hundían con fuerza en la tierra conforme se acercaban Dreylo y sus hombres.
—Quieto, Moruderaz—ordenó Lobragh, y a continuación profirió una serie de sonidos que parecían gruñidos. Moruderaz observó a Lobragh un momento, luego gruñó por lo bajo y se apartó un poco. Y si en vez de ser perro hubiera sido hombre, Dreylo hubiera jurado que lo miraba con curiosidad.
—Muy bien Dreylo, estos son mis tres hombres: Lobragh, Kulmod y yo. Estamos preparados para la lucha.
—Estos son mis hombres: mi hijo Drog, Dishlik y yo. Y haremos que Lobragh se arrepienta de sus palabras.
Lobragh resopló fuertemente como muestra de incredulidad, apretaba la empuñadura de su espada con fuerza, descargando su odio en ella.
—Los combates serán de la siguiente manera: Drog se enfrentará a Kulmod, Dishlik a Dirmadon y yo a Lobragh. Sobra decir que quien haya ganado dos combates o más será el triunfador. Si Alcunter gana, Benderlock se sumará a nuestro mando y nos entregará a Lem.
—Y si Benderlock gana ustedes se irán de aquí y nos dejaran vivir en paz. No nos atacaran y se marcharan de una vez—aclaró Dirmadon.
—Sí, claro. Se me había olvidado que Benderlock tiene derecho a un privilegio si ganan. Pero no es necesario contemplar esa posibilidad. Estoy seguro que ganaremos.
—No se confíe demasiado. Se puede llevar una sorpresa un tanto desagradable—dijo Lobragh.
—Soy realista, no confiado—afirmó Dreylo.
—Basta de charla, es hora de solucionar esto, no queremos que anochezca antes de acabar. Pero si seguimos a este paso, es lo más probable—exclamó Dirmadon.
—Muy bien, entonces que Drog y Kulmod luchen ahora—Dreylo estaba preocupado. Durante toda su vida había intentado creer que la maldición que recaía sobre Drog era irreal. Pero su hijo había sufrido muchos infortunios en batalla, y la única explicación posible era que en realidad estaba maldito.
El ejército bendercklino completo había salido a contemplar el evento. Formaban un círculo con los brandelkanos y alcunterinos, rodeando a los seis guerreros. El espacio para batallar era de cien metros, los contrincantes se ubicaban en extremos opuestos y se miraban con furia, como si esperaran acabar con su enemigo con el poder de sus ojos.
Drog avanzó hasta el centro del campo. Kulmod portaba en sus manos un hacha de aspecto colosal. Su espesa barba ocultaba parte de la sonrisa de suficiencia que no pudo contener al ver a su oponente. Le parecía que Drog era demasiado enclenque para presentarle una pelea digna de recordar. “Acabar con este insecto va a ser cuestión de segundos” pensó.
Drog desenvainó su espada. Consideraba que el tamaño y el peso de su enemigo eran su mayor fortaleza y debilidad a la vez. Un golpe podía ser mortal, pero sólo si lograba alcanzarlo. Debía ser rápido y acabar el combate lo más pronto posible.
Entonces, sin previo aviso, Kulmod levantó su hacha sobre su cabeza y dio un golpe. Drog se apartó justo a tiempo, el hacha sólo le rozó la cara y le quitó unos cuantos cabellos de la cabeza.
Pero al apartarse tan rápido había perdido el equilibrio. Cayó de espaldas un poco alejado de Kulmod. Quien demostró no ser tan lento como Drog creía, pues en menos de un parpadeo se encontraba a su lado y levantaba el hacha de nuevo.
Drog giró sobre sí mismo hasta apartarse de Kulmod, sin embargo éste lo persiguió dando grandes zancadas. Drog no había terminado de girar para levantarse y debía apartarse de nuevo. El hacha cayó con furia donde unos segundos antes estaba su cabeza, dejando una profunda zanja en el suelo. Pequeñas briznas de pasto se levantaron por el golpe y cayeron suavemente sobre las manos de Kulmod.
Mientras tanto, Drog había conseguido levantarse impulsándose con sus brazos para dar un salto y caer magníficamente sobre sus piernas. Kulmod se dio la vuelta y vio a Drog corriendo hacia donde se encontraba, con la espada preparada para atacar, para matar. Kulmod fue a su encuentro, desplazándose a una velocidad mayor.
Las dos armas chocaron. Drog y Kulmod estaban frente a frente, haciendo presión sobre el otro. De haber sido una lucha entre dos hombres de complexiones parecidas, se hubieran neutralizado. Pero Drog no tenía la misma musculatura que Kulmod, por lo que se veía obligado a retroceder gradualmente. Cada paso que daba hacia atrás lo debilitaba más que el anterior, no creía que pudiera durar mucho.
Las rodillas comenzaron a ceder ante la brutal fuerza de su oponente. Decidió escabullirse antes de terminar aplastado bajo el peso de Kulmod. Zafó su espada del enredo en que se encontraba y pasó corriendo por debajo del brazo aún levantado de Kulmod. Quien giró de inmediato y atacó de nuevo, pero no usó su hacha. Embistió a Drog dándole un fortísimo golpe con su hombro derecho en el centro exacto de la espalda. El muchacho cayó unos metros adelante, respirando con dificultad. Había soltado su espada en medio de su trayectoria por el aire y ahora ésta era recogida por Kulmod. El soldado sostenía el hacha en la mano derecha y la espada en la izquierda, sonreía con malicia y avanzaba con deliberada lentitud.
Drog se levantó ignorando la falta de aire. No sabía qué hacer, se encontraba por completo desarmado frente a su enemigo. Y esta vez no estaba su padre para salvarlo. La soledad se mezclaba con la duda, sus piernas no respondían y la vista se le nublaba a ratos. Kulmod se encontraba a quince pasos de distancia, a diez, a cinco, a tres, ahora estaba frente a él. Lo golpeaba en la cara con la empuñadura de su espada y salía despedido hacia en lado. Luego vio como su oponente soltaba las armas y lo apresaba en un abrazo asfixiante.
Drog no podía respirar, ni ver, ni moverse. La oscuridad lo envolvía por completo y sentía como su espacio vital se comprimía en medio de los brazos de Kulmod, luego perdió el sentido.
Kulmod soltó a Drog y lo lanzó hacia el ejército alcunterino. Markrors extendió los brazos y recibió al chico. La fuerza con la que había sido lanzado era inmensa, para no caer, debió ser ayudado por varios brazos amigos que detuvieron el impulso.
—Uno a cero a favor de Benderlock—anunció Kulmod con voz potente, de modo que todos pudieran oírlo. Las ovaciones que salían de las gargantas bendercklinas ahogaron su carcajada de triunfo. Sin embargo, Dreylo podía ver como se reía sin disimulo. Lágrimas de furia acudieron a su rostro y juró vengarse. Mientras tanto, Zolken revisaba que Drog se encontrara bien. El combate había durado menos de cinco minutos.
—Esto aún no acaba, ahora es mi turno—gritó Dishlik.
Se dirigió hacia el centro del círculo y esperó la llegada de Dirmadon. Llegó con la alegría desbordando por su rostro, acompañada de una tensión palpable. Sólo tenía que vencer a Dishlik para asegurar la paz de su pueblo durante muchos años. Tantos, que tal vez él ni siquiera alcanzaría a verlos todos.
Dishlik por su parte, empleaba toda su concentración para convocar todo su poder. No estaba dispuesto a correr el más leve riesgo, por lo que juntaba toda la fuerza física que poseía con el espíritu guerrero que había cultivado en Alcunter. Desenvainó su espada sin apartar la vista de Dirmadon, y su gesto fue correspondido.
Dishlik atacó con furia. Encadenaba sus golpes a una velocidad que ni siquiera sabía que poseía. Dirmadon sólo podía sostener su espada en alto y bloquear sus ataques. Su brazo se entumeció después de una buena tanda de golpes que eran cada vez más difíciles de soportar. Finalmente soltó su espada y retrocedió unos pasos. El sudor bajaba por su frente hasta sus mejillas perlando su rostro. Las gotas que se escurrían por su nariz iban a parar a su barba y ahí se quedaban. Como gotas de rocío en las hojas de una extraña planta.
Dishlik, al igual que Kulmod, recogió la espada de su oponente. Pero él la clavó en el suelo, lejos del alcance de Dirmadon, y luego posó su espada sobre el cuello del anciano. Sólo tenía que mover su brazo para acabar con su vida. Sin embargo, Dishlik se contentó con mirar a Dirmadon con malicia y decir en voz muy alta, de manera que todos pudieran oírlo, aunque no hacía falta, pues las imágenes hablaban solas: ­­
—Muerto. En condiciones normales, este combate no se podría seguir desarrollando. Y sin duda ardo en deseos de que sea un combate común y corriente. Pero cumpliré la voluntad de mi señor Dreylo y no derramaré más sangre. Sin embargo quiero que quede claro que gané yo, y si alguien insiste en lo contrario, me temo que tendré que cumplir mi deseo.
Dirmadon sonrió e hizo un leve movimiento de asentimiento con la cabeza, acto seguido se apartó hacia donde estaban sus hombres. Los alcunterinos no pudieron ver la resignación en su cara, pero Lobragh sí y la humillación que había sufrido su señor le dolía tanto como si fuera propia. Se decidió a ganar el combate y demostrar que era Benderlock quien se merecía el triunfo.
Dreylo por su parte liberó la tensión que cargaban sus hombros y se relajó. El siguiente combate lo ganaría él, sin duda alguna. Lobragh confirmaría con sus propios ojos el poder de Gollogh y entonces creería en todas las palabras de Dreylo.
Los dos oponentes avanzaron hacia el centro del círculo a igual velocidad. Se detuvieron al mismo tiempo y de igual manera desenvainaron sus espadas. La de Lobragh produjo un silbido y la de Dreylo un destello. Siguió un tenso silencio en el que nadie se movió ni dijo nada. El sol avanzaba hacia el ocaso ajeno a lo que sucedía en la tierra. Las sombras se alargaban conforme la temperatura, que había subido junto con el sol, bajaba de nuevo, como si estuviera siguiendo al astro en una carrera desenfrenada.
Lobragh lanzó un ataque. Dreylo se apartó con rapidez sin siquiera levantar los brazos, y esperó una nueva tentativa por parte de Lobragh. Detenía los golpes de su enemigo ayudándose de Gollogh o de su velocidad.
Lobragh estaba cada vez más furioso, perdía concentración con cada golpe que fallaba y sus facciones perdían más serenidad conforme avanzaba el tiempo. Sus ojos estaban desorbitados y su boca estaba abierta formando un gesto demente.
Dreylo decidió que no era sensato seguir jugando con Lobragh, por lo que bloqueó uno de sus ataques mientras gritaba:
—Ahora te arrepentirás de todo lo que has dicho. Es hora de que veas el poder que llevará a Alcunter a la victoria—acto seguido asestó un feroz golpe a la espada de Lobragh, la cual se quebró limpiamente por la mitad. Su propietario cayó de rodillas, mirando a Dreylo con incredulidad por unos instantes para luego agachar la cabeza como símbolo de su derrota.
—Alcunter ha vencido sobre Benderlock, es hora de que cumplan su palabra y que nunca más vuelvan a dudar de la espada del Señor de los Jaguares de Plata. Escuchen su nombre y témanlo, porque perteneció al más fiero guardián en toda la historia de Cómvarfulián. ¡Tiemblen ante la ira de Gollogh!
— ¡No!—Lobragh levantó la mirada hacia Dreylo gritando con toda la fuerza de sus pulmones. La desilusión se mezclaba con la impotencia de una manera que Dreylo no podía comprender, mientras tanto, un extraño fenómeno se desarrollaba ante los ojos de todos.
Moruderaz, el perro de Lobragh, que hasta ese momento se había mantenido por fuera del círculo que formaban los hombres, ahora entraba trotando a toda velocidad, ladrando y gruñendo mientras se dirigía a Dreylo. Algunos alcunterinos creyeron que intentaba atacar a su señor, por lo que se interpusieron en el camino de la bestia. Pero Moruderaz los apartó con un soberbio empujón y bendercklinos y alcunterinos por igual lanzaron gritos de terror al ver cómo el animal crecía de una manera impresionante ante sus propios ojos, hasta alcanzar la altura de los codos de Dishlik.
Cuando se encontraba a poca distancia de Dreylo, Moruderaz saltó y lo derribó. Markrors corrió aterrado para ayudar a su señor pero se detuvo impresionado al ver al perro lamiendo la cara de Dreylo y meneando la cola con alegría. Dreylo, por su parte, encontraba dificultades para respirar debido al peso que descansaba sobre su cuerpo y al aliento que llegaba hasta él. Era un penetrante olor a sangre que le mareaba. Había algo en ese aroma que le resultaba vagamente familiar, pero no podía recordar de dónde puesto que estaba empleando todas sus fuerzas en intentar quitarse el animal de encima. Sus esfuerzos no estaban dando resultados y ya se sentía morir de ahogamiento cuando imágenes y palabras venidas de un pasado remoto acudieron a su mente.
Reuniendo todo el aire que le quedaba, emitió un agudo silbido. Moruderaz se quedó quieto de inmediato y fulminó a Dreylo con la mirada, luego se apartó cuando el señor alcunterino chascó los dedos tres veces y dijo casi sin fuerzas:
—Sentado—luego le acarició el hocico y estiró el brazo para darle unas palmadas en los cuartos traseros.
El perro se apartó con presteza y sentó mirando a Dreylo con expectación. Dreylo se levantó con dificultad y acarició al perro en el lomo diciéndole:
— ¿Cómo viniste a parar aquí?
—Mi señor, ¿De qué habla?—preguntó Dishlik.
—Este perro no se llama Moruderaz, como dijo Lobragh. El verdadero nombre de este animal es Gollogh, y Él cuidó de Alcunter hasta mi infancia, luego desapareció sin dejar rastro. Hoy aparece en Benderlock con un nuevo nombre y un nuevo tamaño. No me explico nada de esto.
Dirmadon se acercó a Lobragh, quien seguía postrado de rodillas mirando al perro con melancolía. No hizo ninguna señal al percibir la llegada de su señor. Todos sus intentos habían sido en vano; de hecho, si lo pensaba bien, lo que había hecho no tenía fundamento ni probabilidades de acabar como el hubiera querido.
—Lobragh, exijo una explicación—dijo Dirmadon con voz potente.
—Entonces la tendrá—la voz de Lobragh no denotaba ninguna emoción. Seguía con la vista fija en el animal que permanecía sentado a pocos metros de él. Exhaló un suspiró largo que delataba que por fin se había resignado a su suerte. Se levantó y miró a Dirmadon con seriedad y luego comenzó su relato.
—Como ya dijo Dreylo, este es el perro que protegía Alcunter en años pasados. Su nombre era Gollogh y todas las criaturas sobre la tierra le tenían miedo. La razón de cómo llegó aquí es muy simple, pero debo explicar cómo sé todo esto.
Hace unos años, los Mingred decidieron infiltrarse a todas las ciudades de Cómvarfulián con el fin de descubrir datos que les fueran útiles para vencer a sus oponentes. Mi padre fue designado para entrar en Brandelkar. Encontró información muy valiosa, pero se enamoró de una mujer y escogió quedarse. Tuvieron un hijo al que llamaron Zolken, y debido a este acto mi padre fue desterrado. Decidió que para cuidar de mi madre la enviaría cerca del desierto, donde el aire es seco y los Mingred pierden parte de su fuerza. Él se quedaría en Brandelkar con Zolken, pues si se establecía en el desierto moriría sin duda alguna.
Tras unos años nací yo. Mi padre siempre se arriesgaba a visitarnos durante el verano, pues aunque sabía que eso lo debilitaría, también sabía que ningún Mingred se acercaría al desierto en la época más calurosa del año. De esta manera mi padre supo de mi existencia, por lo que convenció a mi madre de que debía seguir en Benderlock un poco más como medida extra para proteger mi vida. Mi madre aceptó todo esto a regañadientes, ya que de no haber sido por mi nacimiento habría retornado a Brandelkar con mi padre y Zolken.
Crecí de manera saludable y normal, a simple vista hubiera parecido un humano como cualquier otro, pero había algo que me hacía diferente. Desde que tengo memoria recuerdo extensas charlas con los animales, desde luego no me preocupaba, me parecía maravilloso poder hablar con los conejos, o con los caballos y que me contaran sus penurias y anécdotas. Sin embargo mi padre si encontró esto muy alarmante. Seguía visitándonos cada verano y cuando me atreví a contarle mi habilidad, el me explicó qué sucedía.
Me dijo que todos los Pueblos de la Naturaleza están conectados unos con otros y a su vez también existe un vínculo con la Madre Tierra y todos ellos, y, por lo tanto, hay un enlace que los une con todos los seres vivos. Me contó que creía que Zolken y yo, por ser mitad Mingred, tal vez hubiéramos heredado algunas de estas cualidades. Zolken todavía no había manifestado ninguna capacidad extra humana, pero yo podía hablar con animales. “El aire del desierto sin duda afectó tu parte Mingred, no posees ni rastro de nuestro poder de transformación, que es nuestro rasgo característico; sin embargo aún conservas parte del lazo que nos une con todas las criaturas. Gracias a este lazo es que puedes comunicarte con los animales, probablemente también puedas hablar con las plantas.”
Ahora podía entender el don que la vida me había dado. Aunque no podía encontrarle mucha utilidad, sólo me servía como diversión adicional; pero una noche de hace aproximadamente treinta años, mi vida cambió.
Estábamos en pleno invierno, el aire era más fresco que de costumbre pues el frío proveniente de Cómvarfulián neutralizaba el calor del desierto. Era un visión extraña, el inacabable desierto con su incambiable amarillo por un lado, y por el otro un extenso manto de nieve que parecía no tener vida.
La noche estaba avanzada, y yo paseaba muy cerca del límite que separa Cómvarfulián del Marglen. Las estrellas titilaban una tras otra sin parar y la luna quedaba parcialmente oculta tras las nubes. Yo estaba perdido en mis propios pensamientos, cuando unas sombras que se acercaban me sacaron de mi letargo. Procedí a esconderme lo mejor que pude y me mantuve a la espera.
Vi a un hombre que se acercaba junto con un perro inmenso, tan oscuro como la noche que nos rodeaba. El hombre se detuvo frente al desierto y le dio la orden al perro para que entrara allí y muriera, luego chascó los dedos en una sucesión determinada y dio unas palmadas. El perro lo miraba con inquietud, y yo, que comprendo mejor que nadie a los animales, supe que quería decir: “No quiero morir, pero si esa es la orden que me dan mis señores, eso haré”
Era una visión aterradora, por lo que decidí salir de las sombras y averiguar que sucedía. Cuando el hombre me vio, profirió un grito de furia y me dijo:
—Tú, esa cara yo la he visto antes. ¡Es el rostro de Minlax! Tú eres su hijo, ¡tú eres al mestizo!
No sabía cómo ese hombre conocía el nombre de mi padre y mi naturaleza, pero quedó claro cuando de un momento a otro un destello le iluminó y al instante siguiente me encontraba frente a un ser que parecía hecho de humo, de colores grises y azules alrededor de su cuerpo. Sólo había visto una vez a mi padre en forma de Mingred, pues llegaba desplazándose como el viento a Benderlock, y casi nunca se dejaba ver. Ahora me encontraba frente a otro como él que parecía enfadado, y mucho. Mis padres ya me habían explicado que los Mingred veían su unión con malos ojos, por lo que deduje que Zolken y yo debíamos ser odiados dentro de los Mingred.
El ser se acercó a mí de manera amenazante, veía en sus ojos un cruel deseo de matarme y su boca sin dientes se torcía en una mueca de maldad. Traté de correr pero en menos de un parpadeo el ser se desplazó como había visto hacer a mi padre y se ubicó frente a mí.
Di unos pasos hacia atrás y sin pensarlo comencé a gritar pidiendo ayuda. Entonces, surgiendo desde detrás de mí, el perro entró en escena dispuesto a defenderme del Mingred. Éste se convirtió de nuevo en hombre y chascó sus dedos de nuevo dándole nuevas órdenes al animal. El perro se retiró y mi atacante se acercó de nuevo. Desesperado, le pedí auxilio al perro una vez más, al mismo tiempo que el Mingred le daba nuevos comandos de la manera que había usado antes. El perro se quedó quieto unos instantes, pero de improviso lanzó un profundo aullido y atacó al Mingred, acabando con su vida. Por lo que pude deducir después, su muerte no afectó a los Mingred. Tal vez el hecho de hacerse pasar por hombre había roto el lazo que lo unía con su pueblo. Sea como fuere, ahora mi atacante se había marchado y el perro se acercaba a mí, fijando sus ojos en los míos.
“¿Quién eres?” Me preguntó por medio de gruñidos.
“Lobragh, un chico de Benderlock” Contesté de igual manera.
“¿Cómo comprendes mi lenguaje?” No pudo ocultar la curiosidad al hacerme tal pregunta.
“Mi padre es un Mingred, pero mi madre es humana. Gracias a esto puedo comprender a los animales ¿Tú qué hacías aquí con ese Mingred que quería que murieras?”
“No sabía que era un Mingred. Se presentaba ante mí con la apariencia de un hombre y me daba instrucciones usando el código que me enseñaron, por eso obedecía todo lo que me pedía. Y de no ser por tu intervención hubiera entrado en el desierto para no volver a salir.”
“Pero ¿Por qué haría eso?”
“Porque yo soy Gollogh, el perro guardián de Alcunter, y todos me temen y por mí no atacan al Castillo de Plata”
Entonces comprendí muchas cosas. Aquel Mingred sin duda sería el infiltrado en Alcunter. Había aprendido a dominar a Gollogh y quería acabar con él para poder destruir Alcunter. No me explicaba porqué lo había traído tan lejos a morir, supuse que la muerte de Gollogh estando cerca de Alcunter levantaría sospechas y que todavía debía permanecer infiltrado. No le hallaba otra explicación.
Por otra parte, entendí la razón por la que todos temían a Gollogh. Mi padre me había enseñado un poco del Lenguaje de la Naturaleza y gracias a eso descubrí el significado de su nombre. Gollogh es la abreviación de Golak Loghaz, que significa Guardián Fiero. Al llevar ese nombre, se había convertido en el ser más peligroso de Cómvarfulián y su fuerza había crecido de forma descomunal.
Ahora Gollogh estaba lejos de su hogar, solo y desamparado. Le propuse que se quedara conmigo y el aceptó de buena gana, la única condición que le puse fue que dejara cambiarse el nombre. Si seguía siendo un Guardián Fiero resultaría muy agresivo para conservarlo en casa y sin duda Dirmadon querría usarlo para que cuidara de Benderlock, pero yo creía que el merecía llevar una vida tranquila.
Decidí llamarlo Moruderaz, que significa Espíritu Viajero. El viaje que había hecho de Benderlock a Alcunter lo hacían merecedor del título, además, siendo un Espíritu Viajero no necesitaría tantos músculos y sería un poco menos agresivo. En efecto, apenas aceptó su nuevo nombre, perdió parte de su musculatura y tamaño, y aunque seguía siendo enorme para ser un perro, parecía más simpático e inofensivo.
Le conté a mi madre lo sucedido, y le hice prometer que no le contaría nada a mi padre. La idea de que supiera que Moruderaz había sido antes el guardián de Alcunter no me emocionaba, un extraño presentimiento me advertía de decirle.
Los años pasaron, Moruderaz olvidó por completo su vida anterior y creció pensando que había vivido conmigo toda su vida, la cual ya se extendía por un período fuera de lo común. La razón por la que ha vivido tantos años es desconocida para mí.
Cuando alcancé la mayoría de edad, me enlisté en el ejército bendercklino. La vida del soldado siempre me había parecido muy dura y atrayente a la vez, por lo que no dudé al momento de tomar mi decisión. Mi madre, en cambio, no se entusiasmaba con la idea y tuvimos un par de disputas al respecto. Al final, aceptó mi decisión de mala gana cuando amenacé con marcharme de casa.
Practicaba con esmero, a la espera del día en que saliéramos a la guerra. El poder militar de Benderlock no era reducido, pero tampoco muy grande. El plan sería atacar Voshla y Glardem para poder hacer frente a Brandelkar y Alcunter. La estrategia era buena, pero se necesitaban más hombres, razón por la cual Dirmadon inició una campaña que buscaba incentivar a las parejas para que tuvieran niños. Prometiendo privilegios para las familias más numerosas y cosas parecidas.
El número de soldados requerido para llevar a cabo nuestro plan ya casi estaba completo, y entonces llegaron los alcunterinos proclamando cosas inverosímiles. Había notado un pequeño cambio en el aire el día anterior, pero no se me había ocurrido que podía ser debido a la desaparición de los Mingred y los Nerk, y me negué a creerlo hasta ver las capacidades del arma del Señor Alcunterino, que se llama igual que Moruderaz en su vida pasada. Al parecer, al escuchar su antiguo nombre, recordó todo y volvió a ser el de antes. Es una lástima, me hubiera gustado que se mantuviera como estaba.
Dreylo miró a Lobragh con los ojos abiertos. Apenas se dio cuenta de que tenía la boca abierta dándole un aire de sorprendido, y estúpido, la cerró con brusquedad. Gollogh seguía sentado, mirando alternativamente a sus dos amos: Dreylo y Lobragh, Lobragh y Dreylo. Ahora por fin recordaba todo, y se encontraba confundido, pues no sabía ahora con quién de los dos iba a quedarse.
Zolken miraba a Lobragh con un profundo cosquilleo en todo el cuerpo, había escuchado su historia con suma atención y ahora sólo necesitaba preguntarle una cosa:
—Lobragh, ¿Cómo se llamaba tu madre?—aunque ya conocía la respuesta, quería escucharla para convencerse a sí mismo.
—Silyun—dijo Lobragh sin entender.
Zolken se quedó petrificado, sin saber que decir. Había caído en la cuenta de que no había dicho su nombre ni una sola vez desde que había llegado a Benderlock. Eso explicaba por qué Lobragh lo miraba con suspicacia.
—Lobragh, yo…—se detuvo, la voz le fallaba y las manos le temblaban, lo intentó de nuevo—Yo soy…soy…
—Soy qué—Lobragh estaba impacientándose, no le veía ni pies ni cabeza a nada de lo que pasaba.
Zolken respiró profundamente y dijo:
—Soy hijo de Minlax y Silyun. Soy Zolken, el herrero de Brandelkar que ahora está al servicio de Alcunter. Yo creé la espada que ahora Dreylo sostiene en sus manos, yo soy responsable de todo lo que ha pasado.
Lobragh se quedó sin habla, mirando a Zolken sin poder creer lo que había oído. Durante toda su vida había soñado con aquel momento y ahora que se le presentaba todo lo que había planeado se le había olvidado.
Dirmadon también miraba a Zolken fijamente. Abrió y cerró la boca varias veces, sin pronunciar palabra, hasta que por fin pudo decir:
—Zolken y Lobragh…
—Me parece Dirmadon, que deberíamos dejar que ellos dos hablaran en privado. Por ahora, y en vista de que ganamos la batalla, es hora de que cumplan su palabra.
—Claro, claro—dijo Dirmadon mientras Zolken y Lobragh se alejaban charlando en voz baja. Entonces mandó traer a Lem de inmediato. Dos hombres bien fornidos llegaron arrastrando al suplicante Lem, pedía que no lo entregaran, agregando que los alcunterinos lo matarían sin ninguna duda y que él no merecía aquello. Pedía que recordaran todo lo que había hecho por Benderlock.
—Cállate—ordenó Dreylo—. Un miserable como tú no tiene derecho a pedir clemencia. Traicionaste a Alcunter y trataste de vendernos a nuestros enemigos. Ahora llegamos por ti y no puedes escapar. Hicimos un trato y debes cumplirlo. Vas a pagar por habernos subestimado. Markrors, llévenselo y que no tenga contacto con ningún ser humano, y mucho menos con sus antiguos camaradas—Dreylo había llevado consigo a Walerz y Galerz como prisioneros, pues no quería perderlos de vista ni un instante.
Dirmadon observó impasible como se llevaban a Lem, quien no paraba de gritar pidiendo piedad. Apreciaba en verdad a Lem, pero debía cumplir su palabra y además, se daba cuenta que oponerse a Alcunter en esos momentos era una estupidez. Suspiró y miró a Dreylo, tratando de mantener una sonrisa sincera.
­ —Bueno, no hay nada más que ver aquí. Prosigamos al interior del castillo y discutamos un poco mientras llega la hora de comer, Dreylo.
—Me parece buena idea—dijo Dreylo.
Él y todos sus hombres, acompañados de los bendercklinos, entraron al Castillo de Amatista. Dreylo quedó sorprendido con la arquitectura bendercklina, pues estaba muy lejos de lo que había imaginado. Viviendo en el sur, la parte más agreste y verde de Cómvarfulián, había pensado que la vida en el límite del desierto sería diferente, pero ahora que veía que aquellos hombres no eran tan diferentes de él y los alcunterinos, quedó asombrado.
Los aposentos de Dirmadon estaban ubicados en la primera planta del castillo. Después de recorrer diferentes pasillos y dar múltiples curvas, Dreylo se encontró frente a una puerta cuya madera estaba muy gastada. Dirmadon abrió y le hizo pasar.
La sala no tenía chimenea, pues sin duda el calor del castillo era más que suficiente. La mesa de Dirmadon estaba en un rincón del cuarto, donde siempre había sombra sin importar la hora del día. Dreylo se dirigió allí y se sentó, cuando Dirmadon hubo hecho lo mismo, el señor de Benderlock dijo:
—Bueno, Dreylo. Un trato es un trato, debo cumplir mi palabra. ¿Qué servicios son solicitados de Benderlock?
—No muchos—respondió Dreylo—entregarnos a Lem, cosa que ya fue cumplida. Deben colgar un estandarte alcunterino de sus almenas y debe estar ubicado más alto que cualquier otro. Al momento de partir, deben proporcionarnos por lo menos trescientos hombres que nos acompañen a la guerra y deben jurar lealtad a Alcunter. Deberán pagar un tributo en oro, plata o especias durante el otoño. En el resto de los aspectos, su vida seguirá igual que antes.
—Exigencias razonables y justas ¿Cuándo parten y hacia donde?
—La fecha aún no está definida, quizás nos quedemos aquí un tiempo. En cuanto a nuestro destino, será Voshla. Aunque su ubicación aún no esté del todo clara y esté escondida, sabemos que queda cerca de aquí. Y planeo encontrarlos para vencerlos e infiltrarme en Glardem por el pasaje de las montañas.
—Deberías preguntarle a Lem, seguro que él debe conocer la ubicación de Voshla, o por lo menos debe tener una idea aproximada.
—Mañana mismo mandaré a interrogar a Galerz, Walerz y Lem. Por ahora, mis hombres y yo queremos descansar, ha sido una jornada larga y la noche casi llega.
—En estos momentos se está preparando la cena en las cocinas. Comeremos dentro de poco e iremos a dormir.
—Muy bien. En ese caso, mientras llega la hora, me gustaría pasear por Benderlock para conocerla mejor.

El sol ya casi se ocultaba por el oeste. Las sombras se alargaban cada vez más y el silencio se apoderaba del ambiente. Zolken y Lobragh se encontraban frente a las puertas del castillo, y Gollogh los acompañaba. Aunque Lobragh estaba decidido a seguir llamándolo Moruderaz durante el resto de su vida.
—Bueno, esto es un completo misterio para mí—Lobragh no sabía qué palabras emplear.
—Eso tiene fácil solución—dijo Zolken, y procedió a contarle todo lo que había dicho y hecho desde el inicio de su vida, con las mismas palabras con las que lo había hecho ante Dreylo la noche anterior, que ahora le parecía perteneciente a un pasado muy lejano.
Cuando Zolken calló, un silencio se extendió sobre ellos al igual que la noche que ya había llegado. La luna brillaba con intensidad y las sombras dibujaban extrañas figuras alrededor de ellos. Lobragh no pudo evitar recordar la noche en la que había conocido a Moruderaz mientras se esforzaba por encontrar algo que decir.
—Bueno, entonces, parece que somos hermanos—dijo por fin con voz titubeante.
—Supongo que sí—dijo Zolken, se sentía muy incómodo.
—Vaya, este es un momento extraño.
—Sin duda, creo que nos va a costar un tiempo acostumbrarnos a este cambio.
—Tal vez—dijo Lobragh.
—Bueno, y hablando de todo un poco, ¿Dónde está mamá? —un nuevo silencio estaba volviendo a caer y Zolken se apresuró a cambiar de tema.
—Murió, durante el invierno. La vejez ya la había alcanzado—dijo Lobragh.
—Oh, veo—Zolken no supo que decir y por tercera vez el silencio los envolvió, al igual que la oscuridad, que camuflaba a Gollogh con el ambiente.
—Deberíamos ir a comer—sugirió Lobragh después de unos instantes.
—Claro—aceptó Zolken, y juntos entraron al castillo.

La comida y el festejo casi no se parecieron en nada a lo ocurrido en Brandelkar. Drog no se emborrachó, Dreylo no fijó su mirada en ninguna doncella (al contrario, sus pensamientos volvían con Likhré constantemente), y aquella noche sólo unas breves palabras de Dirmadon sirvieron de preludio a la comida.
Dreylo observaba a Kulmod con amargura. Aún recordaba su batalla con Drog, y aunque su hijo hubiera sido curado por Zolken en menos de un parpadeo, todavía sentía ganas de vengarse. Si Zolken no hubiera estado presente, quién sabe lo que hubiera podido pasar.
Sus pensamientos se interrumpieron mientras una idea acudía a su mente. Era tan obvio y sencillo. Llenó una copa de vino y mandó a llamar a Zolken.
—Diga, mi señor.
—Zolken, necesito que uses tu habilidad especial para que el vino de esta copa tenga los mismos efectos que un veneno mortal, pero que mate al cabo de unas horas. Debes asegurarte de que esta bebida la ingiera Kulmod, debe pagar por lo que le hizo a Drog. Lo humilló en público y eso no se lo perdonaré.
Zolken miró a Dreylo con los ojos abiertos durante unos segundos, luego asintió con la cabeza, tomó la copa entre sus manos, y se alejó con paso decidido.
Dreylo observó cómo Zolken le pasaba la copa a un soldado, y éste a su vez se lo pasaba a otro, y a otro y a otro, hasta que perdió la cuenta del número de veces en los que la copa cambió de dueño. Finalmente la bebida llegó frente a Kulmod, quien sonrió sin disimulo y la bebió afanosamente. El vino se chorreo por su barba y pecho hasta llegar al suelo. Kulmod dejó la copa sobre la mesa mientras profería un vasto eructo y se reclinaba contra su asiento. Los bardos llegaban una vez más, siendo éste el único parecido que tuvo la noche con la ocurrida en Brandelkar en enero.
Los bardos contaron la historia de cómo una erupción del Colerk de hacia muchos años había devastado gran parte de Cómvarfulián y había aniquilado toda la vida del país. Sólo las águilas y demás criaturas voladoras habían sobrevivido y debieron esperar a que la vegetación volviera a crecer, alimentándose de los peces que aún quedaban en el mar. Después de decenas de años las plantas habían florecido de nuevo y los ríos corrían de las montañas al océano. Sin embargo, en el norte del país las cosas no habían vuelto a ser como antes, y ahora una larga extensión de arena era el último vestigio de aquella erupción.
—Ahora ese lugar es conocido como el Desierto Marglen—concluyeron.
Muchas otras historias bendercklinas fueron contadas aquella noche. Hazañas de antiguos héroes que habían hecho peligrosas incursiones en el Marglen y habían salido con vida. Todas las historias eran tan asombrosas, que Dreylo no sabía hasta qué punto era verdad.
Por último, un joven bardo se acercó al centro de la sala y relató varias historias que ya eran conocidas por los alcunterinos. Relató la historia de Markrors, el Valiente. La historia de la Batalla de las Murallas Escarlata y la Batalla del Larden. La exactitud con las que fueron contadas hicieron adivinar a Dreylo quién había contado al bardo todos los sucesos.
Finalmente llegó la hora de dormir. Los alcunterinos fueron provistos de lechos que fueron distribuidos alrededor de Benderlock en lugares como el comedor o la cocina, también compartían cuarto con algunos soldados bendercklinos. De esta manera esperaron la llegada del nuevo día.
Al día siguiente Dreylo despertó feliz. Su plan de conquista ya casi había terminado. Ya más de la mitad del país era suyo y muy pronto le seguiría el resto. La primera orden que dio esa mañana, fue la de interrogar a los traidores para que revelaran la mayor cantidad de datos posibles sobre Voshla.
—Usen todos los métodos que necesiten, pero consigan lo que quiero—dijo.
Después de un rápido desayuno, se reunió una vez más con Dirmadon para concretar el plan de acción. Estaban a mitad de la discusión cuando fueron interrumpidos por unos golpes en la puerta. Un soldado entró con expresión de consternación y dijo:
—Lamento la interrupción, pero es un asunto urgente. Kulmod fue encontrado muerto esta mañana.
Dirmadon se levantó de inmediato y pidió a Dreylo que aguardara allí mientras regresaba, argumentando que no se demoraría mucho.
En efecto, Dirmadon volvió al poco tiempo, confundido y visiblemente triste debido a la noticia que acababa de recibir.
— ¿Y bien? —preguntó Dreylo.
—Está muerto, y nadie sabe la causa. Parece dormido, pero no se le siente respirar. Maldición, esta es una desgracia para Benderlock: Kulmod era uno de nuestros mejores hombres y su valor era incalculable. Nos va a ser difícil reponerlo en batalla.
—No dudo que tengas razón. Por lo que vi ayer de Kulmod, se notaba que era un gran soldado. Lamentaremos su ausencia. Ahora, si me disculpas, me gustaría ir a ver cómo van las interrogaciones. Me parece que después será más fácil organizar un plan.
Dreylo se levantó y salió de la sala. Intentando ocultar su sonrisa para que Dirmadon no lo descubriese. Una vez solo en los corredores, y asegurándose que nadie lo veía ni oía, sonrió con todas sus fuerzas y rió hasta quedarse sin aire. Su risa era tan despectiva y estaba tan disimulada como la que había proferido Kulmod el día anterior al vencer a Drog, firmando así su sentencia de muerte.

miércoles, 23 de enero de 2008

SECRETOS REVELADOS

5

La Crónica del Herrero
Dreylo a duras penas pudo comprender las últimas palabras de Zolken. Había sido algo tan completamente inesperado, que parecía imposible que fuera verdad.
— ¿Qué tu qué?—fue lo único que pudo decir.
—Así es, mi señor. Usted mismo ha visto que hay muchos misterios que me envuelven y esta es la explicación a todos ellos. Tal como prometí, les contaré todo. Pero a su debido tiempo, mi padre debe descansar.
Dreylo posó la mirada en el Antiguo Jefe Mingred, a quien Zolken llamaba padre. ¿El padre de Zolken? Ninguno de los presentes lograba asimilarlo del todo. Dishlik estaba a punto de gritar debido a un sentimiento que no lograba definir con claridad. Suponía que era frustración, pero no estaba seguro.
Mientras la noticia iba siendo aceptada poco a poco, un silencio sepulcral los rodeó como un gran manto invisible, mucho más grande y poderoso que la noche que en estos momentos reinaba por Cómvarfulián.
Cómvarfulián: la tierra donde los poderes de la naturaleza coexistían con los hombres. La tierra bañada por la luna más hermosa de todas y por el sol más ardiente. La tierra condenada a la guerra. Una guerra sin final que acabaría con todo.
—Un momento—exclamó Dishlik—. Tu padre murió hace años.
—Eso es lo que todos creyeron—le respondió Zolken con la picardía reflejándose en sus ojos.
Instantes más tarde. Llegó un soldado trayendo comida para el Antiguo Jefe Mingred. Un poco de pan, y agua del río. Pues el hombre era su prisionero, y debían tratarlo como tal. Zolken notó el gesto y frunció el ceño, disgustado.
El padre de Zolken comió con extrema lentitud. Masticaba con exageración y tragaba con lo que parecía ser deliberada parsimonia. Como si disfrutase de la tensión del ambiente. Lo cierto es que, aunque gozara el momento, también le costaba trabajo comer. No lo había hecho en toda su vida.
Desesperado por la lentitud, Dishlik exclamó:
—Pero no es nada más que pan y agua. Apresúrese anciano, que no tengo todo el día.
Por primera vez en su vida, Dishlik vio a Zolken furioso. El herrero se puso de pie, con un fuego abrasador brillando en su mirada y una expresión implacable que calló a Dishlik de inmediato.
—Exijo más respeto hacia mi padre. Muchas veces he salvado sus vidas y ahora pido que tengan consideración. La razón de la lentitud de mi padre es que era un Mingred. No comía. Los Mingred se alimentan del aire fresco de las montañas, por así decirlo “renuevan su esencia”, así como los Nerk se alimentan de fuego y calor. Ahora que mi padre es un hombre, tiene necesidades humanas, y necesita tiempo para acostumbrarse. ¿Sigues con hambre?—le preguntó al ver que por fin acababa su comida. Él se contentó con asentir con la cabeza. Y, a una mirada de Zolken, Dreylo ordenó que le trajeran más comida. Y un poco más generosa que la anterior, tanto en raciones como calidad.
Al poco tiempo, un soldado trajo un trozo de carne salada y un poco de vino, guardado en una bota de cuero muy bella, pero sencilla. De nuevo el padre de Zolken comió con lentitud. Mirando a todas las personas a su alrededor con una expresión frívola en el rostro. La misma expresión de aquella tarde.
—No entiendo—dijo Drog—. Todos los Mingred y los Nerk desaparecieron apenas uno de ellos fue vencido. ¿Por qué él no?
El padre de Zolken terminó su comida y lo miró fijamente durante unos instantes. Apenado, Drog bajó la cabeza. Sintiendo que aquella mirada llegaba a lo más profundo de su ser.
—Creo que no puedo retrasarlo más—dijo, la resolución llegó a su rostro. Parpadeó varias veces y continuó—. Contaré el principio, pues es la parte que me corresponde, luego, Zolken terminará la historia.
Supongo que todo esto comienza, una hermosa mañana de hace ya casi cincuenta años. Después de una larga reunión entre los Mingred más importantes, habíamos acordado que varios de nosotros entrarían de infiltrados a todas las ciudades del país. Buscando información que nos fuera útil para recuperar lo que nos habían quitado. Yo, junto con cuatro compañeros más, fuimos escogidos para llevar a cabo esta misión. Ya que éramos los más calculadores y serenos entre los nuestros. Así que, convirtiéndonos en una fresca brisa, nos transportamos a los lugares que nos correspondían.
Yo había sido asignado a entrar a Brandelkar. Mi viaje era el más largo de todos, pues tenía que recorrer todo el país de extremo a extremo. Sin embargo, gracias a la velocidad del aire, llegué en muy poco tiempo a mi destino. Al llegar, me dirigí a un lugar por completo vacío: un estrecho callejón perdido en las profundidades del mercado. En este callejón adopté forma humana y me vinculé a Brandelkar. Por supuesto, era un lugar muy grande y nadie pareció darse cuenta de que había un habitante de más tras sus muros.
Aunque este problema fue fácilmente resuelto. Para aumentar la credibilidad de mi coartada, necesitaba adaptarme a todas las costumbres humanas. Lo primero en que pensé fue lo que ustedes llaman casa. De modo que busqué un brandelkano solitario y lo asesiné y me apoderé de su vivienda. Era un anciano decrépito que de todas formas hubiera muerto en poco tiempo. Por lo que el mal no fue tan grande. Arrojé su cuerpo sin vida al mar y me establecí por completo.
Nadie notó la ausencia del viejo. Por lo que tuve una preocupación menos. Ahora mi objetivo era conseguir mi entrada al castillo y cumplir mi tarea.
He de admitir que no me resulto difícil infiltrarme en el castillo. Bajo la apariencia de un joven, pero bastante hábil, cocinero. Desde luego, no me era para nada complicado transmutar la comida en platos de extrema calidad y elegancia, y por esto me gané el respeto de todos los habitantes del castillo. Maslirk elogiaba mi trabajo y muy pronto pude obtener datos bastante útiles para nuestro cometido.
Pero dentro de mí sentía una perturbación muy grande. Sabía que, aunque la caía de Brandelkar estaba en mis manos, aún debía hacer algo allí. Por lo que me quedé más tiempo del necesario.
Renuncié a mi trabajo en el castillo, pues sabía que no le podía sacar más provecho y, por el contrario, debía dedicar todo mi tiempo a encontrar aquello que me llamaba.
Me sorprendí a mí mismo vagando por todas las calles del Brandelkar, buscando no sabía qué. No podría vivir en paz hasta encontrarlo, esto lo asimilé en cuanto emprendí mi nueva tarea. Caminé sin descansar días y noches por todo el lugar. Pero mi destino me evitaba.
Yo no estaba dispuesto a rendirme, pues mi espíritu es mucho más fuerte que el de los hombres y mi voluntad es de hierro, incluso ahora que mi vida ha dado un cambio radical.
Pero, continuando con mi relato, llegó un día en que, dando un paseo por la costa, me encontré con un cuerpo tendido sobre la arena. Creí que dormía, y pensé que sería sensato continuar mi camino y no interrumpir a esta persona. Pero la dirección y sonido del aire, me dijeron que aquella mujer en realidad estaba inconsciente y era mi deber ayudarla. Este era un aviso proveniente de la naturaleza, y por supuesto no iba a desobedecerlo.
Me incliné sobre la mujer, y al contemplar su rostro, me sentí turbado. Pues aunque no soy un hombre y ninguna de sus costumbres me afecta, con esta mujer era diferente. Había algo en ella que me enmudecía y no sabía qué.
Por ahora no podía detenerme a pensar, tenía que despertarla.
Sin detenerme a pensar que mi poder era suficiente, recosté mi cabeza contra su pecho en un acto instintivo y, gracias a mi naturaleza sobre humana, descubrí que había tragado agua del mar en excesivas cantidades, y que no podía respirar bien.
Con mis manos, presioné sus pulmones repetidas veces hasta que la mujer escupió toda el agua que había ingerido y se incorporó con dificultad. Me miró, entre desconcertada y agradecida, y no supe que decir.
Sin duda este tipo de encuentros son mágicos. Tan especiales que llevan consigo un poder mucho más impresionante que cualquier otro sobre la tierra. Las personas tocadas por este poder llevan en su sangre más que vida. Esperanza y alegría durante el resto de su existencia.
Poco quiero decir de lo que sucedió en los meses que continuaron. La mujer se llamaba Silyun. Tenía un cabello rojo como la sangre y facciones redondeadas en su rostro. Para ser humana, era alta. Aunque claro, al lado mío no superaba la altura de mis hombros. El amor por la vida brillaba en su mirada desde aquel día y siempre me agradeció por salvarle la vida.
Aunque no sabía qué me pasaba, decidí quedarme un tiempo más. Para averiguar qué me había motivado a salvarle la vida a una humana. Mis días los pasaba con Silyun. Escuchaba todas las historias que tenía por contarme acerca de su vida y de la existencia en general. Como el día en que fue a pescar para poder vender en el mercado cualquier cosa que le ayudara a sobrevivir. Al no encontrar peces, navegó mar adentro, hasta un lugar donde aún no se atrevía a ir. Perdió por completo su sentido de la orientación y no podía ver la costa, cuando una tormenta sumamente cruel hizo añicos su embarcación y la arrojó a lo más profundo del mar. Silyun estaba a punto de ahogarse, y perdió la conciencia, creyendo que cuando cerrara los ojos, no los abriría nunca más. Pero entonces despertó en la costa y yo estaba a su lado.
No supo darle una explicación a lo que había pasado. Y yo, que si la tenía, no comenté nada al respecto. Pero era obvio que la habían rescatado los Durvel: los habitantes del agua.
Sin duda ustedes no han oído hablar de los Durvel, puesto que ellos saben esconderse bien de la vista humana y habitan la mayoría de las veces en aguas tan indomables, que nadie se atreve a ir hasta allí. Hace mucho tiempo que perdimos contacto con los Durvel, por lo que no sabemos qué traman. Les puedo decir que sus poderes difieren del entorno en el que nacieron. Un Durvel nacido en agua dulce, puede transformar el agua en lo que quiera, y uno de agua salada transforma todo en agua. Se dice que los Durvel fueron las primeras criaturas nacidas en el mundo, y que ellos dieron origen a los Mingred y los Verkan, y de los Verkan surgen los Nerk. Los Verkan son las criaturas de la tierra, si mal no recuerdo ahora habitan dentro de las montañas. Son grandes y pesados, y convierten todo en piedra. Cuando quieren pueden ser muy rudos pero también muy sensibles.
Pero no estoy aquí para relatar la historia de los Pueblos de la Naturaleza, sino para explicar el misterio que, según ustedes, envuelve a mi hijo. Aunque no quiera explicarles esto, lo hago por consideración a Zolken, que muy amablemente se ofreció a explicarlo todo. Pero para cumplir su promesa necesita de mi ayuda. Es la única razón por la que les cuento esto.
Los días transcurrieron y Silyun y yo teníamos cada vez más confianza entre nosotros. Muy pronto llegó el día en que cumplí mi año de estadía en Brandelkar y aún no sabía por qué no me había marchado para destruirlos a todos. Pero pensar en una muerte merecida para todos y mirar a Silyun me confundía en extremo. Reconocí, aunque me dolía hacerlo, que no quería que Silyun muriese y que por eso no me había marchado.
Admitir que por fin había encontrado el amor en manos de una mujer humana fue algo que en un principio me humilló en extremo. Pero pensando durante largas noches, descubrí que sentirme humillado me hacía sentirme sucio muy en el fondo, no por la situación, sino por el mismo hecho de creer a Silyun inferior a mí. Por lo que decidí no contenerme más, y una mañana le confesé a Silyun todo lo que sentía. Esa misma noche, consumé mi amor y quedé en paz conmigo mismo.
Nueve meses después, y para mi sorpresa, Silyun dio a luz a un niño. Para ser un bebé, era mucho más grande y pesado que cualquier bebé humano. En sus ojos brillaba el misterio y su cabello era casi blanco, sin perder tintes de negro azabache. Decidimos llamarle Zolken.
Yo por mi parte, no entendía cómo había podido nacer un mestizo. Un medio Mingred. No sabía que repercusiones tendría en el niño mi naturaleza sobre humana, y no quería averiguarlo de todos modos.
Entonces decidí confesar toda la verdad. Silyun se quedó sin habla, pero dijo que me amaba de todos modos. Yo le insistí para que le presentáramos el niño a mi pueblo y ella estuvo de acuerdo, siempre y cuando Zolken cumpliera los dos años primero. Pues ella quería que su hijo creciera bello y fuerte para poder presentarlo a los Mingred y que todos estuviéramos orgullosos de él.
El día del segundo aniversario de Zolken, partimos hacia el este del país. En aquella ocasión no pude viajar a la velocidad del viento, ya que debía acompañar a mi mujer y a mi hijo. Por lo que nuestro viaje demoró casi dos semanas. Sin embargo llegamos.
Los otros Mingred que habían ido en misión de espías al resto de provincias de Cómvarfulián ya habían vuelto con valiosa información. Sólo faltaba yo y ahora que volvía no me recibieron como esperaba. Al ver al niño y a Silyun, todos enfurecieron. Nos repudiaron. Dijeron que no tenía el honor de hacerme llamar Mingred, pues había rebajado mi condición al unirme con una brandelkana. Me desterraron, no me permitieron volver con ellos dos. Volvería yo solo, tal cual había partido. Ni siquiera aceptaron la información que tenía para ofrecerles. Aun así yo escogí permanecer con mi familia, y gracias a ello estoy aquí.
Verán. Todos los Pueblos de la Naturaleza estamos unidos entre nosotros. Somos hermanos y por lo tanto nuestro vínculo es algo especial. Por eso cuando un Mingred y un Nerk fueron vencidos esta tarde, todo sus compañeros cayeron con ellos. Esta es la fuerza que nos une. La razón por la cual yo ahora soy humano, es que al escoger a mi familia por encima de mi pueblo, rompí mi lazo con ellos, y me acerqué más a los humanos. Aunque aún estaba unido tenuemente a ellos. Al desaparecer ellos, se llevaron toda mi esencia Mingred y quedó toda mi humanidad, ocupando por completo mi cuerpo.
Los Mingred quedaron furiosos con mi elección. Por lo que nos dijeron que si nos veían juntos de nuevo, asesinarían a Silyun y a Zolken. Yo no dudé de su palabra y decidimos separarnos. Yo retorné a Brandelkar con Zolken y Silyun partió rumbo a Benderlock.
De vez en cuando volvía de nuevo a ser aire y viajaba a Benderlock, para ver qué tan bien la pasaba Silyun. En una de mis visitas, me recibió con otro niño. Sí Zolken, tienes un hermano—añadió al ver la expresión sorprendida de su hijo—. Decidí no contártelo porque si te enterabas, corría el riesgo de que los Mingred supieran también. Pues te tenían vigilado las veinticuatro horas del día. A Benderlock no se atrevían a ir pues el aire del desierto que llega al castillo es seco y puede debilitarnos, ya que los Mingred necesitan un ambiente fresco para vivir. Por esta razón envié a tu madre allí. Los Mingred no notaban mi ausencia pues partía en verano, una época donde el aire se calienta tanto que nuestras capacidades se reducen lo suficiente como para que pudiera escapar un tiempo.
Pasaron diez años, y una oscura noche se presentó unos de mis antiguos camaradas Mingred frente a mi puerta. Estaba a punto de ir a acostarme cuando tres golpes me llevaron a la puerta, sonaban siniestros, y por un momento pensé en no abrir. Pero decidí enfrentar mi destino. Mi antiguo compañero me informó acerca de una guerra que se avecinaba contra los hombres. Nuestra victoria estaba asegurada y él tenía un pacto que proponerme en nombre de todo el Pueblo del Aire. Si yo me unía ellos en la guerra, dejarían que Zolken y Silyun continuaran con vida incluso después de acabar con todos los seres humanos.
Acepté con gusto, pues lo más importante para mí era su seguridad. Informé a Zolken de lo que ocurría y fingimos mi muerte, luego partí a la guerra, como Jefe de todos los Mingred.
Un rotundo silencio siguió al relato. De repente, Dishlik miró a Zolken.
—Zolken, ¿Si sabías todo esto, por qué te uniste a la guerra conmigo?
—Yo no estimaba al pueblo de mi padre, y un mundo donde mi madre y yo fuéramos los últimos humanos no me apetecía en lo absoluto. Entonces decidí partir con usted e impedir la victoria de los Mingred y los Nerk con el poder que la vida me otorgó, lo que me lleva a mi historia.
Desde muy pequeño, mi padre me explicó todas estas cosas. Excepto el hecho de que tengo un hermano en Benderlock. Sabía que mi padre me había heredado sus habilidades, pero que la sangre de mi madre habría influenciado en algo el legado de mi padre.
Mi poder no se manifestó hasta que tuve siete años. Aunque no era muy social, tenía un buen puñado de amigos y una tarde decidimos jugar a la guerra. Sentirnos unos caballeros consagrados de Brandelkar, invencibles, con una espada que inspirase temor, nos llenaba de esperanzas.
Conseguimos unas cuantas ramas e improvisamos espadas de juguete con ellas. Mientras yo creaba mi arma, miraba la madera con nostalgia. Deseaba que fuera una espada real para poder luchar. Pero mis sueños eran sólo eso, sueños. De repente, mientras deseaba esto con todas mis fuerzas, me sentí cansado. Aún podía terminar el juego, pero el agotamiento era inusual. No había hecho nada aún y sin embargo, me faltaban fuerzas.
Nos dividimos en dos grupos y simulamos una batalla. Yo me dirigí a luchar, y al encontrarme con mi enemigo, chocamos nuestras armas.
Entonces, todos quedamos sorprendidos. Mi espada cortó la de mi compañero de una manera tan limpia, que parecía que en realidad fueran una espada de verdad, aunque en apariencia fuera de madera.
No le comenté este suceso a mi padre, pues no quería armar ningún tipo de alboroto, aunque fuera familiar. Pero desde ese día comprendí cuál era mi poder. Al tener un objeto frente a mí, puedo asignarle las características que quiera. Tendiendo ante mí una espada de madera, pude hacer que cortara como una de verdad, pues tal era mi deseo. El único inconveniente de este don es que requiere de mi energía para llevar a cabo la tarea. Mientras más dura sea la tarea, más energía pierdo yo.
Unos años después, mi padre me informó de su partida a la guerra y de todos los planes de los Mingred. De manera que simulamos el entierro de mi padre para que pudiera irse sin problemas. Su tumba aún está en Brandelkar, y todos creyeron la farsa.
Pero como ya dije antes, no quería vivir en un mundo donde sólo quedáramos mi madre y yo en representación de la raza humana. Decidí poner mis habilidades al servicio de los hombres. Acepté el cargo de aprendiz de herrero con gusto. Aprendí los principios básicos de la herrería en un tiempo más corto del habitual. Aprendía rápido y tenía un poder que nos ayudaría a ganar.
Cuando mi maestro murió, yo quedé como el herrero de Brandelkar, y pude disponer mi talento al servicio del Castillo Dorado. El rumor de mi sorprendente habilidad en la profesión corrió rápido y Disner me ordenó reconstruir la puerta de Brandelkar. Todo el castillo ya estaba hecho en oro, y yo podía con sólo tocar la puerta, proporcionarle la fuerza que me pedían. Pero debía simular una reconstrucción. Destrocé la puerta y con los mismos pedazos, la hice de nuevo, otorgándole el poder de resistir todos los golpes de cualquier arma o poder conocido hasta entonces. Pues como sabrán, yo no sospechaba en ese momento que crearía algo más. Por lo que la puerta no estaba construida para soportar sus ataques. También se me encargó crear cuernos de guerra nuevos para todo el castillo. Por ser Brandelkar una provincia rica en oro, los cuernos también los creé de este material, y les asigné la cualidad de producir un sonido característico, imposible de imitar. Nadie podría siquiera engañar a los centinelas de Brandelkar.
Al acabar mis labores, contacté con Dishlik y le dije que podría hacer un arma especial para él. La más poderosa de todas, la que lo llevaría la victoria. Pero Dishlik me dijo que prefería que hiciera el arma para aquel que se alzaría sobre los demás. Suponiendo que hablaba de su hermano Disner, le informé a él de todo, hasta las palabras de Dishlik. Disner me mandó a retirar, diciendo que cuando todo estuviera dispuesto podría comenzar mi trabajo.
Pero Disner nunca llegó a llamarme, pues una semana después, en una noche tan oscura como aquella en la que mi padre decidió ir a la guerra, mi puerta sonó, con los mismos tres golpes que oyó mi padre. De algún modo, cargaban el presagio de que yo también debía partir. Y. como mi padre, decidí encarar mi destino yo también. Nunca olvidaré esa noche. Al abrir, pude ver el cielo con claridad. Estaba nublado, se aproximaba una tormenta como no se había visto en años. Pero las nubes no importaron, ni el aire a muerte que ya comenzaba a olerse. Lo que me importó ese día fue Dishlik. Me pidió que lo acompañara para forjar el arma, tal como había prometido. Pensé que por fin iría donde Disner, pero me equivoqué. Traspusimos las puertas de Brandelkar y nos encaminamos en dirección sureste. No sabía lo que pasaba, y cuando pregunté nuestro destino, Dishlik dijo:
—Vamos hacia el hogar de quien se alzará sobre los demás. Quien puede apreciar a un hombre por su valentía y coraje. Quien es tan frió como el hielo—ante esta última expresión, Dishlik se sonrojó y el padre de Zolken bufó, pues creía que sólo un Mingred podía ser tan frío como el hielo. Iba a expresar su pensamiento, cuando algo más le llegó a la mente: “¿No eres tú ahora un humano? ¿Has perdido tu frialdad por serlo?”. Prefirió callarse y dejar que Zolken continuará con su relato—. En conclusión, nos dirigimos a Alcunter.
Entonces comprendí todo lo que había hecho. Preferí callarme y seguir a Dishlik, pues la propuesta se la había hecho a él, y además sentía que debía compensarle.
Poco puedo decir del viaje que ustedes no sepan. Cuando Dishlik fue atacado con las flechas brandelkanas, supe que pasaba. Mi padre me había transmitido esta información cuando era pequeño, porque este era uno de los datos que había averiguado. Sabía que las flechas producirían a Dishlik un sufrimiento atroz, por lo que decidí usar mis poderes para curarle. Mojé unos cuantos trapos, deseando que el agua tuviera la capacidad de contrarrestar la sustancia de las flechas que había llegado hasta la sangre de Dishlik. Funcionó, y se notó la mejora. Pero cada vez que los vendajes de Dishlik se secaban, me veía obligado a cambiarlos y renovar las curaciones.
Sentía como mi energía se agotaba con el pasar de los días, y por fortuna Dishlik no exigía un ritmo tan acelerado al caminar, pues de lo contrario creo que habría muerto.
La tormenta que había visto venir desde el día que Dishlik me pidió ayuda llegó un poco atrasada, favoreciendo a los brandelkanos que nos siguieron hasta la avanzadilla. Nos encontramos con Markrors, llegamos a la avanzadilla y de inmediato tuvimos que prepararnos para defenderla.
Quise luchar con uno de mis martillos de trabajo, para no ocupar armas que pudieran servirle a otro. Me sentía muy cansado, por lo que no pude dotar al martillo de una cualidad que nos ayudara a ganar. Habría acabado conmigo.
Después de un tiempo, noté la ausencia de Dishlik, creí que había muerto, por lo que la esperanza me abandonó y decidí dejar de luchar. Caí de rodillas mirando al cielo, preguntándole por qué pasaba esto. Qué habría hecho yo para merecer lo que me pasaba. La tristeza me abatió y caí inconsciente.
Desperté con gritos resonando por todas partes. Me levanté aturdido, tratando de recuperar los recuerdos de las últimas horas. Entonces vi a Dishlik frente a un hombre, la luz del amanecer iluminaba sus rostros y en ese preciso instante tuve la certeza de que ganaríamos.
Dreylo y Dishlik lucharon como valientes. Drog y Markrors les acompañaron en la batalla. Todo acabó con fortuna para nosotros, pero había muchos heridos, y muchos sufriendo por las flechas. Hubieran sido más de no ser por Markrors, pero le había visto alzarse victorioso sobre los arqueros brandelkanos. Y tiempo después su historia se la conté a un bardo que la relató en Brandelkar con lujo de detalles y mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho.
Debíamos cuidar a los heridos en batalla. De modo que me encargué de Dreylo, Dishlik, Drog y Markrors. Dishlik ya casi se había curado del ataque de las flechas, sólo necesitó un vendaje más para curarse. La herida de Dreylo fue fácilmente atendida por un alcunterino que le proporcionó los vendajes adecuados. A Drog le vendaron los dos brazos y no pude intervenir, pues mientras los auxiliaban a todos ellos, yo me encargaba de Markrors, repitiendo el mismo proceso que usé en Dishlik. Esta vez, y para no gastar mis energías, usé los mismos vendajes una y otra vez, mojándolos constantemente.
De esta manera curé a Markrors usando una cantidad mínima de energía, por lo que pude ayudar a otros heridos por las flechas. En cinco días pude encargarme de todos, descansando cuando lo necesitaba y usando el mismo método que usé en Markrors.
Mi señor Dreylo se restableció en una semana, mientras que Drog necesitó más tiempo. Sus heridas sanaban a un ritmo normal y ya no podía hacer nada para ayudarlo.
Cuando la situación mejoró, Dreylo y Dishlik partieron rumbo a Alcunter, llevando consigo la preocupación de la traición en el Castillo Plateado. Cuando la conspiración se descubrió, entendí todo. Cuando Disner oyó mis preocupantes comentarios, averiguó con su espía todo lo relacionado con la alianza entre Dishlik y Dreylo. En estos momentos les pido perdón a mi señor Dishlik, y a mi señor Dreylo también. Pues por mi culpa las cosas se complicaron de un modo impresionante.
Después de que Markrors casi atrapara a uno de los Cinco Traidores, partimos también hacia Alcunter. Allí se me informó acerca de mi tarea. Y todos mis pedidos fueron cumplidos. El arma que tenía en mente requería un gran trabajo y necesitaba toda la colaboración posible.
Cuando todo estuvo listo, comencé con la creación de la espada. En un principio todos mis ayudantes, y mucho más que nadie Yostermac, pusieron en duda mis planes. Pues a sus ojos estábamos creando una simple espada, pero no sabían todo.
Mi primer intento fue con una espada común y corriente, hecha por mí con la ayuda que me brindaron. Pero su hoja se rompió en miles de pedazos, pues el acero de la espada no soportó la tremenda carga de energía que se requería para obtener un arma tan poderosa.
Después de este primer intento, quedé mortalmente cansado, pues todas las características que tenía previstas para la espada requerían de toda mi energía, incluso más. Por lo que debía manipularla dándome espacios para descansar.
Después de mi primer fracaso, vinieron muchos más. Intentaba con todo tipo de material. Pero los resultados siempre eran los mismos y lo único que conseguía era agotarme cada vez más, porque no reponía mi energía en su totalidad, buscando rapidez.
Empezaron a perder la fe en mí todos los ayudantes que tenía. Unos pocos desertaron. Por lo que tuve que gritarles cada vez con más fuerza y más frecuencia. Si no podía ser respetado, debía ser temido, pues lo más importante era acabar la espada lo más pronto posible.
Sin embargo, ninguna de mis ideas funcionó. Todos los metales que probaba para crear la espada acaban como el primero, y, además, la desesperación cundía por Alcunter, porque los planes de Walerz ya se habían descubierto.
He de confesar que incluso yo casi caigo en la desesperación. Pues nuestra única oportunidad era la espada y aún no hallaba el material necesario. Finalmente, tome una decisión. Debía unir dos metales, tal vez aguantarían más que uno sólo. Pero no podía usar dos metales comunes y corrientes, como acero y hierro. Debía usar algo mucho más fuerte.
En Alcunter, por una razón que me es desconocida, la plata abunda tanto como el aire. Por lo tanto, nadie notaría la ausencia de la plata que necesitaba. Pero el oro no es tan abundante. Aún así, quería utilizar el oro. Y como todos ustedes ya sabrán, casi todo el oro alcunterino se fue en la creación de la espada. Pero yo sabía que con esta arma se ganaría la guerra, y el dinero sería una preocupación menor. Aunque no sabía a ciencia cierta si mi intento tendría éxito, debía intentarlo, pues de lo contrario Alcunter caería, con el oro o sin él.
Llevé los materiales a la herrería y todas las personas que me ayudaban pusieron manos a la obra en su tarea. Di instrucciones muy claras de lo que quería hacer, y mandé a llamar a más alcunterinos para que me ayudaran. Pero era un asunto complicado, por lo que mis gritos, aumentaron de frecuencia e intensidad y me quedé sin voz. Usé mi martillo para reprender a quien se equivocara. Fue una suerte que no le hubiera dado a capacidad de explotar lo que tocara, de lo contrario, me hubieran matado ante tantos asesinatos.
Finalmente, durante el invierno, mi obra quedó completa, por lo menos en el aspecto físico. Ahora necesitaba mi intervención para que se elevara sobre cualquier otra arma.
Ahora procederé a explicar lo que hice. Primero hicimos la hoja de plata alcunterina, que como todos ustedes saben es la plata más fina de todo Cómvarfulián. A esta primera hoja, la cubrimos con una segunda capa a base de oro. En conclusión, es de oro sólo por fuera, pues su centro es de la plata más fina del mundo. Y esta combinación funcionó, pues al cargar el arma con la energía para obtener sus habilidades, pudo soportarlo muy bien.
Las características que le proporcioné al arma exigieron toda mi energía, como ya dije. Por lo que esta tarea la comencé después de descansar como era debido.
En primer lugar, algo me decía que no podía confiarme de Bosner. Creo que en el fondo sabía que iba a fracasar. Entonces el primer don que le otorgué fue el de ser tan afilada, que pudiera cortar cualquier material sin problemas. Sin importar que fuera oro, acero, o rubí, o cualquier otra cosa. Y como ya ustedes deducirán, fue esta capacidad la que hizo que la espada cortara las puertas y cualquier otra arma a la que se enfrentó.
La segunda característica que le asigné, fue la decisiva en el día de hoy. Había pasado tanto tiempo con mi padre, que ya sabía como era la estructura interna de un Mingred y sabía cómo combatirla. Desde luego que los Nerk y demás Seres de la Naturaleza tenían una estructura diferente. Pero inferí que debían tener algo en común que les otorgara sus poderes. Sabía que los Seres de la Naturaleza sacaban la energía necesaria para utilizar sus capacidades de la tierra misma, y como todos tienen este aspecto en común, por lógica debían tener algo en común en su estructura. Para averiguarlo me demoré un buen tiempo, pues hice un viaje a mi interior. Pude analizar en qué se parecía mi estructura con la de mi padre. Y como yo no puedo usar la energía de la tierra (lo que me impide ser un Ser Natural y por lo tanto, inaceptado en su comunidad), deduje que algo que yo no tuviera pero mi padre sí, sería la cualidad que buscaba.
Encontré muchas diferencias, algunas porque eran elementos que no había heredado de él pero sí de mi madre, y otras porque mi condición semihumana lo impedía. Y para averiguar cuál era la que buscaba, necesité unos cuantos conejos de las praderas, a los cuales les fui asignando una por una estas características para saber cual era. Muchos murieron, pues era demasiada energía para un cuerpo tan pequeño, o su cuerpo era incompatible con esta característica. Pero algo me decía, que al ser un conejo un ser viviente, proveniente de la naturaleza, su organismo tenía que aceptar la habilidad de extraer energía del medio ambiente.
No me equivocaba, y pude encontrar lo que buscaba. Y después de hacer cálculos y pensar hasta que me doliera la cabeza, supe cómo contrarrestar esta característica, fueran Mingred, Nerk, Durvel o Verkan. Acumulé toda la energía que podía albergar mi cuerpo y puse manos a la obra. Pero combatir un rasgo tan especial, otorgado por la Madre Tierra, requería mucha energía, y por lo tanto tiempo. Fueron casi dos semanas en las que todos los días depositaba en la espada toda la energía posible para vencer a los Pueblos de la Naturaleza. Pero mis esfuerzos se vieron recompensados cuando vi cumplida mi tarea. Aunque estaba exhausto y no pude hacer más ese día. Me dirigí a descansar.
Estas son dos de las cualidades de la espada que han usado hasta ahora. Algo más he de añadir. Al otorgarle a la espada tantas cualidades, también se le ha proporcionado energía. La espada puede poseer habilidades que incluso yo desconozco, pues una combinación tan fuerte de energía puede producir efectos secundarios. Pero hay una más, que yo estoy consciente que posee.
No sé qué pueda pasar en el futuro. Tal vez Gollogh encuentre un rival que esté a su altura. Por lo que el día anterior a anunciar oficialmente el término de la construcción de la espada, hice algo más. Si la espada llega a recibir un golpe que no puede soportar, no se romperá como cualquier espada normal. El oro caerá y quedará un arma con un brillo como sólo lo puede proporcionar la plata alcunterina. Además de que la espada no sufrirá el paso del tiempo, pues su estado siempre será el mismo que el primer día.
Tengo unas cosas más que decir—añadió Zolken con rapidez al ver como sus oyentes comenzaban a cabecear presa del cansancio. Drog incluso se levantó, porque creyó la historia terminada. Pero ante las palabras de Zolken se sentó de nuevo y todos prestaron atención—. Le entregué la espada a mi señor Dreylo, y le demostré su poder. Luego fuimos rumbo a Brandelkar donde una vez más se admiró la fuerza que poseía el arma. Pero los brandelkanos son rudos, y como mi señor Dreylo recordará. El solo poder de Gollogh no bastó para ganar la batalla—Dreylo asintió, en su memoria aún tenía viva la imagen de Faxmar, y el temor que había sentido al no poderlo vencer hasta que Zolken le ayudó—. Por eso, al entrar al Castillo Dorado pronuncié unas palabras. Palabras que no repetiré, pues pertenecen a un Idioma Antiguo y Poderoso. Este lenguaje me lo enseñó mi padre. Ya que todos los Pueblos de la Naturaleza lo saben a la perfección. Las palabras provienen de la mismísima Madre Tierra y tienen la capacidad de transmitir los sentimientos de las cosas acerca de las cuales habla. Razón por la cual, cuando dije: “Vamos guerreros, la Victoria este día es nuestra ¡Por Alcunter!”, los alcunterinos sintieron la fuerza y la vitalidad que les ayudó a ganar la batalla. Aunque no pude evitar que hubieran heridos y muertos.
Como en el caso de Dishlik, que no pudo ganar el combate contra su padre y sufrió heridas que requirieron mi ayuda. No quería usar mi energía en una curación milagrosa, porque temía que necesitara de todas mis fuerzas para ayudar a mi señor Dreylo, pero finalmente me di cuenta de que no había otra salida y usé mi poder para curar a Dishlik. Luego ganamos la batalla y reparé la puerta con el mismo método que usé para su “reconstrucción”. Reuní todos los pedazos y los ensamblé. Pero las puertas aún son vulnerables a caer ante el ataque de Gollogh o de un arma con un poder similar. Pues una protección contra un arma así requiere el doble de energía, o incluso más. Claro que en estos momentos Gollogh es única y es el arma más poderosa de todo el país.
Ahora que lo recuerdo, he de decir que después de crear la espada, cuando sólo faltaba fortalecerla, y en la reconstrucción de las puertas, los aldeanos que estaban conmigo eran una manera de ocultar mis talentos. Al final del día les decía que no contaran nada de lo que hacían (que era por lo general mirar para otra parte y hacer lo que quisieran, siempre y cuando se mantuviera la apariencia), porque de lo contrario no vivirían para ver otro invierno. Han cumplido su promesa y yo he cumplido la mía. Pero si uno me hubiera fallado habría muerto sin lugar a dudas. Aunque creo que ya no hay necesidad de ocultarlo más.
Después de la batalla, y creyendo que había hecho lo que me pedía mi sueño. Partí a Alcunter para hacer lo que mi señor me pedía. El caballo galopó con su máxima velocidad y pronto llegué a mi destino. Pero durante el camino observé que desde el este se elevaban nubes que supuse eran de tormenta. Jamás he cometido un error tan grande, pues al llegar a Alcunter y ver la niebla, comprendí todo y me encaminé aquí. Donde mi señor Dreylo pudo de nuevo vencer gracias a mi creación. Pero creo que lo que en verdad quería decirme mi sueño era que mi señor Dreylo necesitaba mi ayuda y pienso acompañarlo en su Plan de Conquista hasta el final.
Luego tuve que encargarme del único herido: el joven Drog. Sus heridas hubieran significado un largo periodo de descanso en Alcunter y yo sabía que el muchacho prefería mil veces luchar junto a su padre. De nuevo le curé mediante mis habilidades, sabiendo que con este último acto me encontraría obligado a revelar todos mis secretos. Y eso es lo que he hecho. No tengo nada más que ocultar.
Un largo silencio siguió a la historia contada con Zolken. Era demasiado increíble para ser cierto. Sin embargo, ahora todo tenía sentido. No tuvieron más opción que aceptar lo que Zolken les decía como verdad.
Una sonrisa cruzó el rostro de Dreylo, y dijo:
—Bueno. Ahora por fin podemos entender lo que sucede a nuestro alrededor. Es bueno saber que tus capacidades están de nuestro lado, Zolken.
—Y siempre lo estarán—dijo el herrero inclinando la cabeza.
Pero el padre de Zolken no pudo soportar la situación. Había contado su historia con la frialdad que le caracterizaba, casi con arrogancia. Y había escuchado la de su hijo tratando de mantenerse calmado. Pero no entendía por qué había hecho lo que había hecho. Desde no contarle nada, hasta ayudar a Dreylo. La furia inundó su ser cada vez que Zolken dijo “mi señor” en su relato, y ahora no podía contenerse más.
Se levantó gritando. Y luego se abalanzó sobre su hijo. Entre gritos de “¡Maldito Traidor, ya me las pagarás todas!”, estrangulaba a Zolken. Y aunque el herrero era considerablemente musculoso, su padre lo era más, y su piel muy pronto comenzó a adquirir tintes azulados y el aire comenzó a faltarle.
—El Idioma de la Tierra, tus habilidades, tu Traición. Eres un maldito, mereces la muerte. ¿Cómo has podido fallarme así?
Zolken no podía reunir el aire para responder o la energía suficiente para hacer que su piel quemara como un Nerk, y cada vez se acercaba más a la muerte.
Pero Dreylo no podía permitir la muerte de Zolken. Desenfundó a Gollogh y atravesó al Antiguo Jefe Mingred desde el corazón hasta el estómago. El padre de Zolken murió con la furia en la mirada y sin comprender a su hijo.
—Muchas gracias, mi señor. Siempre amé a mi familia pero creo que él no era la mejor parte de ella—dijo Zolken jadeando.
—No hay problema—repuso Dreylo, mirando la sangre gotear por el filo de Gollogh. Aunque la sangre era roja, era mucho más clara de lo habitual, casi rosada. Evidentemente, hasta el momento de su muerte el padre de Zolken aún conservaba rasgos que lo unían levemente a su antiguo pueblo.
—Y hablando de familia—continuó Zolken con la ansiedad reflejada en sus ojos—. Después de lo que dijo mi padre, he quedado intrigado. Mi madre y un hermano cuya existencia desconocía habitan en Benderlock. Debo encontrarlos como sea. Pero primero, tengo que ayudar a que mi señor Dreylo termine su propósito.
Dreylo observó a Zolken, a la luz de la hoguera que los había calentado e iluminado durante toda aquella noche, pudo contemplar la tristeza en los rasgos de Zolken. Y comprendió que hubiera deseado ir a Benderlock primero, así que decidió hacerle un favor.
—Drog, avisa a todos los hombres que se alisten. Partimos mañana temprano. Diles que nuestra dirección es ahora hacia el norte. Hacia Benderlock.
Zolken observó a Dreylo con extrema gratitud. Eran estas las razones por las que un líder podía hacerse querer por sus hombres. Con lágrimas en los ojos, dijo “Gracias”. Luego fue a acostarse.

lunes, 14 de enero de 2008

SORPRESA

4


El Poder de la Espada
— ¿Cómo podemos vencer a este terror?—le preguntó Dreylo a Dishlik.
—No lo sé, nuestros enemigos son tan formidables que parecen ser invencibles. Nunca antes había tenido una batalla así, y dudo que la vuelva a tener si puedo salir con vida de esta.
Dishlik miró a su alrededor, los Mingred y los Nerk mataban sin piedad por donde se viera. Era cuestión de tiempo para que llegaran hasta donde se encontraba con Dreylo y encontraran su final. Después de tantos sinsabores y tanta suerte llegaba su final. “La fortuna no es eterna” se dijo Dishlik, sin apartar la vista de la mortandad que se expandía frente a él.
Aunque los Mingred y los Nerk mataban a sus víctimas desde adentro, y por lo tanto no había derramamiento de sangre, hubo muchas muertes violentas que tiñeron el agua del Larden con un tono rojizo que fue arrastrado hasta el mar y los lugares que nadie había visto. Muchos misterios envolvían los confines del mar, pero aquel no era momento para detenerse a pensar en ellos. Puesto que la batalla más grande de sus vidas tenía lugar en esos instantes.
Mientras más hombres caían inertes al suelo, más aves negras llegaban provenientes de Brandelkar, buscando su alimento. Estas aves eran las mismas de la Batalla de las Murallas Escarlata, que no habían abandonado el Castillo Dorado con la esperanza de poder tener otro banquete como aquel, tanta había sido la mortandad en Brandelkar. Ahora el alimento había vuelto y ante el olor de la muerte, las aves emprendieron rápido vuelo hacia el puente del Larden.
Dishlik se dirigió a buscar su última pelea. Ya se había resignado a morir pero quería morir con honor. La muerte era la única cosa a la que temía Dishlik. El hecho de no saber qué sucedería después de perecer lo atemorizaba. Ir a ninguna parte, para hacer no sabía qué. Una existencia misteriosa que inspiraba temor con sólo pensar en ello. Si hubiera sabido que era lo que le esperaba después de la muerte, no habría tenido más dudas. Pero lo supo mucho más tarde, cuando ya era inservible.
Aunque Dreylo había aprendido que una muerte con honor era lo menos que podía pedir un guerrero, él no veía el honor por ninguna parte. Habían sido traicionados, engañados y los mataban sin compasión, despojados de su dignidad. La furia crecía cada vez más dentro del pecho de Dreylo. Apretó con fuerza las manos. Conteniendo un grito de frustración y observando cómo se acercaban hacia él. Decidió esperarlos y luego luchar hasta la muerte, para obtener el honor que le habían despojado.
Drog se levantó del suelo con dificultad. Después del ataque, había obedecido la orden de su padre y había corrido con todas sus fuerzas. Pero tropezó con el cadáver inanimado de uno de sus compañeros y cayó de bodoque la empuñadura de la espada le rompió unas cuantas costillas. Resoplando para recuperar el aire, Drog se había levantado. Percibió un leve movimiento a su espalda y corrió de nuevo como pudo. Oía risas detrás de él, y se sintió herido en lo más profundo de su orgullo. Decidió enfrentar a los Mingred y los Nerk hasta morir.
Drog desenfundó la espada, aunque no lo sabía, su padre lo observaba inmóvil desde su posición. Dreylo contempló como Drog se lanzaba en feroz ataque, pero el golpe del muchacho fue detenido. Un Nerk agarró la espada con sus propias manos y comenzó a calentarla hasta que alcanzó una temperatura insoportable. Drog gritó de dolor, pero consiguió soltarse del Nerk con un rápido movimiento y, sobreponiéndose al dolor, atacó de nuevo. Esta vez su espada fue sostenida por un Mingred, quien las transformó en una vara de madera y luego la quebró con sus propias manos.
El Mingred pateó a Drog con todas sus fuerzas, Drog salió volando y cruzó el campo de batalla. Recorrió una distancia de treinta metros y chocó contra un árbol. Luego se desplomó, con todas las costillas rotas y sangre saliendo de las comisuras de la boca. Estaba inconsciente, pero aún así las sangre corría a su alrededor, como si él fuera un manantial del cual brotaba el líquido rojo.
Dreylo no pudo más, gritó con toda la fuerza de sus pulmones hasta quedarse sin aire. Corrió hasta donde estaba su hijo, se arrodilló y lo tomó entre sus brazos y trató de hacerlo reaccionar sin resultado alguno. Las lágrimas surgieron en su cara y se convirtieron en un río de cólera.
Justo frente a él se encontraba el ejército enemigo casi completo. Dreylo se levantó, preparado para la venganza. Avanzó un paso, dos pasos, y al tercer pasó unos brazos lo detuvieron, y una voz dijo:
—Mi señor, aguarde. Piense antes de actuar.
—Zolken—dijo Dreylo al reconocer la voz— ¿Qué haces aquí?
—Llegué a Alcunter lo más pronto que pude, dispuesto a terminar mi tarea. Pero cuando me dirigía a ver a Yostermac, los vigilantes avisaron de una densa niebla que se alzaba al norte. Temiendo lo peor me dirigí en esta dirección y esto es lo que encuentro. ¿Qué sucedió?
Dreylo le contó rápidamente a Zolken todo lo sucedido desde que abandonaron Brandelkar. Concluyó diciendo:
—Ahora me voy a vengar de lo que le hicieron a mi hijo. No me importa que sean muchos, no me importa que no tengamos oportunidad, no me importa que sean invencibles…
— ¿Invencibles? ¿Quiénes?—preguntó Zolken verdaderamente intrigado.
—Los Mingred y los Nerk, por supuesto. Tienen poderes más allá de lo humano y no hay nada que pueda vencerlos, pero no me importa.
—Perdone mi señor, pero ni los Mingred ni los Nerk son invencibles. Aunque sean muy fuertes hay una manera de ganarles.
— ¿Cuál?
—Su espada, mi señor.
Dreylo miró el arma que colgaba de su costado, de nuevo consternado. Había visto como la espada de Drog era destruida, ¿Por qué su espada iba a ser diferente? Claro, las espadas no podían romper puertas de oro sólido pero ¿De verdad su espada podía ser superior?, ¿Era posible que ahora fuera el dueño del Poder Supremo de Cómvarfulián?, ¿Cómo Zolken había podido crear algo así?
Sin tiempo para dudar, Dreylo desenfundó su espada y se encaminó hacia el enemigo, envuelto por un resplandor dorado tan deslumbrante como un rayo de sol. Conforme avanzaba, oía las risas burlonas de los Mingred y los Nerk. Nada lo detuvo, y cuando estuvo a diez pasos de distancia, emprendió carrera, con la espada en alto y gritando con toda su alma.
Un Mingred se adelantó, levantó su mano para detener el ataque. Cuando sostuvo la espada entre sus manos, profirió un gritó de dolor. Mientras la sangre color gris fluía desde su mano hasta el suelo, pasando por su brazo extendido y su cuerpo rígido por la impresión.
Dreylo aumentó la presión y los dedos del Mingred se desprendieron de la mano de su dueño y cayeron, pero antes de caer se vaporizaron y no quedó rastro. El Mingred gritó de la sorpresa. Son creer lo que veía: había intentado convertir la espada en un pescado, pero no había tenido efecto. El arma era inmune a sus poderes.
El Mingred se arrojó al suelo, suplicando clemencia. Pero de inmediato fue callado por los demás Mingred y Nerk. Quienes momentos después miraron q Dreylo con una expresión indescifrable en el rostro.
Dreylo, por su parte, no podía creer a sus ojos. Un Mingred sin dedos. Era increíble el pensarlo siquiera. Riendo como loco, Dreylo levantó su espada de nuevo y asestó otro golpe. Los Mingred y Nerk se apartaron con rapidez. Dreylo atacó con más fuerza. Pero los Mingred y los Nerk se apartaban ágilmente. No se atrevían a tocar a Dreylo, pues pensaban que esa espada era su verdugo y no querían acercarse, y miraban al alcunterino y su arma presas de un gran temor. Sus ojos se abrían cada vez más, y sus labios se apretaban con fuerza.
Dreylo advirtió estas señales en sus oponentes y se dio cuenta de que necesitaba velocidad y no fuerza para ganar. Aumentó el ritmo de sus ataques y éstos se volvieron más ligeros. Los Mingred y los Nerk se apartaban cada vez con más dificultad. Finalmente, y después de una batalla que pareció interminable, Dreylo mató a un Mingred enterrando su espada en su corazón. El Mingred gritó con todas sus fuerzas y se desvaneció por completo. Los otros Mingred gritaron a su vez y muchos se desvanecieron en el aire como su compañero.
Luego Dreylo atacó a los Nerk. Cuando el primero de estos seres fue asesinado, su cuerpo se convirtió en una llamarada que no afectó ni a Dreylo ni a Gollogh. Luego todos los Mingred se desvanecieron igual que el primero, y el humo producto de su incineración se dirigió al Colerk y descansó en las llamas del volcán. El aire en el que fueron transformados casi todos los Mingred, se dirigió a lo más alto de las montañas, y sus picos quedaron ocultos entre la bruma.
Sin embargo, quedaban dos personas aún: la primera era Walerz, que al ver el poder de la espada de Dreylo se había acurrucado contra sí mismo y aún permanecía en esa posición. El segundo era el Jefe Mingred, que se había convertido en todo un hombre cuando sus otros compañeros desaparecieron.
Los sobrevivientes alcunterinos y brandelkanos se acercaron y, a una orden de Dreylo, apresaron a Walerz y el Antiguo Jefe Mingred y se designaron diez hombres para vigilarlos. Mientras tanto, los demás sepultaron a los muertos y auxiliaron al herido.
Drog era el único soldado lastimado. Nadie sabía porque lo habían pateado en vez de haberlo matado como a cualquier otro. A Dreylo no le importaba, sólo agradecía que su hijo siguiera con vida.
Cuando descubrieron que Drog tenía todas las costillas rotas y que escupía sangre, lo llevaron a una tienda de inmediato y lo auxiliaron como pudieron. Cuando acabaron su tarea, los alcunterinos le dijeron a Dreylo que Drog estaba muy herido y que era recomendable que volviera a casa.
—Un momento, creo que yo puedo solucionarlo—dijo Zolken después de mucho meditar.
El herrero entró a la tienda apenas Dreylo le autorizó a hacerlo. Zolken trabajó sin que nadie pudiera verlo, cuando el día se hacía noche, Zolken salió de la tienda, y a su lado iba Drog, completamente curado.
Dreylo quedó absolutamente sorprendido ante el prodigio, cuando logró reponerse, le preguntó a Zolken:
— ¿Cómo has podido curarlo tan rápido?
—Como le dije antes, yo tengo mis maneras.
—Zolken, exijo una explicación.
—No esperaba menos de usted, y he prometido dársela—el herrero suspiró, luego dijo—: me gustaría que trajeran al Antiguo Jefe Mingred para poder explicar todo. Si cumplen esta petición, haré todo lo que digan
Dreylo mandó a traer al hombre. Llegó custodiado por tres soldados, quienes lo dejaron frente a Dreylo y Zolken y se retiraron. Zolken avanzó, abrazó al Antiguo Jefe Mingred y dijo:
—Padre, me da mucho gusto volver a verte. Ven, siéntate y come algo. Ahora que ya no tienes poderes, debes tener hambre. Después de que te sientas mejor, me ayudarás a contarles mi historia a estas gentiles personas.