lunes, 14 de enero de 2008

SORPRESA

4


El Poder de la Espada
— ¿Cómo podemos vencer a este terror?—le preguntó Dreylo a Dishlik.
—No lo sé, nuestros enemigos son tan formidables que parecen ser invencibles. Nunca antes había tenido una batalla así, y dudo que la vuelva a tener si puedo salir con vida de esta.
Dishlik miró a su alrededor, los Mingred y los Nerk mataban sin piedad por donde se viera. Era cuestión de tiempo para que llegaran hasta donde se encontraba con Dreylo y encontraran su final. Después de tantos sinsabores y tanta suerte llegaba su final. “La fortuna no es eterna” se dijo Dishlik, sin apartar la vista de la mortandad que se expandía frente a él.
Aunque los Mingred y los Nerk mataban a sus víctimas desde adentro, y por lo tanto no había derramamiento de sangre, hubo muchas muertes violentas que tiñeron el agua del Larden con un tono rojizo que fue arrastrado hasta el mar y los lugares que nadie había visto. Muchos misterios envolvían los confines del mar, pero aquel no era momento para detenerse a pensar en ellos. Puesto que la batalla más grande de sus vidas tenía lugar en esos instantes.
Mientras más hombres caían inertes al suelo, más aves negras llegaban provenientes de Brandelkar, buscando su alimento. Estas aves eran las mismas de la Batalla de las Murallas Escarlata, que no habían abandonado el Castillo Dorado con la esperanza de poder tener otro banquete como aquel, tanta había sido la mortandad en Brandelkar. Ahora el alimento había vuelto y ante el olor de la muerte, las aves emprendieron rápido vuelo hacia el puente del Larden.
Dishlik se dirigió a buscar su última pelea. Ya se había resignado a morir pero quería morir con honor. La muerte era la única cosa a la que temía Dishlik. El hecho de no saber qué sucedería después de perecer lo atemorizaba. Ir a ninguna parte, para hacer no sabía qué. Una existencia misteriosa que inspiraba temor con sólo pensar en ello. Si hubiera sabido que era lo que le esperaba después de la muerte, no habría tenido más dudas. Pero lo supo mucho más tarde, cuando ya era inservible.
Aunque Dreylo había aprendido que una muerte con honor era lo menos que podía pedir un guerrero, él no veía el honor por ninguna parte. Habían sido traicionados, engañados y los mataban sin compasión, despojados de su dignidad. La furia crecía cada vez más dentro del pecho de Dreylo. Apretó con fuerza las manos. Conteniendo un grito de frustración y observando cómo se acercaban hacia él. Decidió esperarlos y luego luchar hasta la muerte, para obtener el honor que le habían despojado.
Drog se levantó del suelo con dificultad. Después del ataque, había obedecido la orden de su padre y había corrido con todas sus fuerzas. Pero tropezó con el cadáver inanimado de uno de sus compañeros y cayó de bodoque la empuñadura de la espada le rompió unas cuantas costillas. Resoplando para recuperar el aire, Drog se había levantado. Percibió un leve movimiento a su espalda y corrió de nuevo como pudo. Oía risas detrás de él, y se sintió herido en lo más profundo de su orgullo. Decidió enfrentar a los Mingred y los Nerk hasta morir.
Drog desenfundó la espada, aunque no lo sabía, su padre lo observaba inmóvil desde su posición. Dreylo contempló como Drog se lanzaba en feroz ataque, pero el golpe del muchacho fue detenido. Un Nerk agarró la espada con sus propias manos y comenzó a calentarla hasta que alcanzó una temperatura insoportable. Drog gritó de dolor, pero consiguió soltarse del Nerk con un rápido movimiento y, sobreponiéndose al dolor, atacó de nuevo. Esta vez su espada fue sostenida por un Mingred, quien las transformó en una vara de madera y luego la quebró con sus propias manos.
El Mingred pateó a Drog con todas sus fuerzas, Drog salió volando y cruzó el campo de batalla. Recorrió una distancia de treinta metros y chocó contra un árbol. Luego se desplomó, con todas las costillas rotas y sangre saliendo de las comisuras de la boca. Estaba inconsciente, pero aún así las sangre corría a su alrededor, como si él fuera un manantial del cual brotaba el líquido rojo.
Dreylo no pudo más, gritó con toda la fuerza de sus pulmones hasta quedarse sin aire. Corrió hasta donde estaba su hijo, se arrodilló y lo tomó entre sus brazos y trató de hacerlo reaccionar sin resultado alguno. Las lágrimas surgieron en su cara y se convirtieron en un río de cólera.
Justo frente a él se encontraba el ejército enemigo casi completo. Dreylo se levantó, preparado para la venganza. Avanzó un paso, dos pasos, y al tercer pasó unos brazos lo detuvieron, y una voz dijo:
—Mi señor, aguarde. Piense antes de actuar.
—Zolken—dijo Dreylo al reconocer la voz— ¿Qué haces aquí?
—Llegué a Alcunter lo más pronto que pude, dispuesto a terminar mi tarea. Pero cuando me dirigía a ver a Yostermac, los vigilantes avisaron de una densa niebla que se alzaba al norte. Temiendo lo peor me dirigí en esta dirección y esto es lo que encuentro. ¿Qué sucedió?
Dreylo le contó rápidamente a Zolken todo lo sucedido desde que abandonaron Brandelkar. Concluyó diciendo:
—Ahora me voy a vengar de lo que le hicieron a mi hijo. No me importa que sean muchos, no me importa que no tengamos oportunidad, no me importa que sean invencibles…
— ¿Invencibles? ¿Quiénes?—preguntó Zolken verdaderamente intrigado.
—Los Mingred y los Nerk, por supuesto. Tienen poderes más allá de lo humano y no hay nada que pueda vencerlos, pero no me importa.
—Perdone mi señor, pero ni los Mingred ni los Nerk son invencibles. Aunque sean muy fuertes hay una manera de ganarles.
— ¿Cuál?
—Su espada, mi señor.
Dreylo miró el arma que colgaba de su costado, de nuevo consternado. Había visto como la espada de Drog era destruida, ¿Por qué su espada iba a ser diferente? Claro, las espadas no podían romper puertas de oro sólido pero ¿De verdad su espada podía ser superior?, ¿Era posible que ahora fuera el dueño del Poder Supremo de Cómvarfulián?, ¿Cómo Zolken había podido crear algo así?
Sin tiempo para dudar, Dreylo desenfundó su espada y se encaminó hacia el enemigo, envuelto por un resplandor dorado tan deslumbrante como un rayo de sol. Conforme avanzaba, oía las risas burlonas de los Mingred y los Nerk. Nada lo detuvo, y cuando estuvo a diez pasos de distancia, emprendió carrera, con la espada en alto y gritando con toda su alma.
Un Mingred se adelantó, levantó su mano para detener el ataque. Cuando sostuvo la espada entre sus manos, profirió un gritó de dolor. Mientras la sangre color gris fluía desde su mano hasta el suelo, pasando por su brazo extendido y su cuerpo rígido por la impresión.
Dreylo aumentó la presión y los dedos del Mingred se desprendieron de la mano de su dueño y cayeron, pero antes de caer se vaporizaron y no quedó rastro. El Mingred gritó de la sorpresa. Son creer lo que veía: había intentado convertir la espada en un pescado, pero no había tenido efecto. El arma era inmune a sus poderes.
El Mingred se arrojó al suelo, suplicando clemencia. Pero de inmediato fue callado por los demás Mingred y Nerk. Quienes momentos después miraron q Dreylo con una expresión indescifrable en el rostro.
Dreylo, por su parte, no podía creer a sus ojos. Un Mingred sin dedos. Era increíble el pensarlo siquiera. Riendo como loco, Dreylo levantó su espada de nuevo y asestó otro golpe. Los Mingred y Nerk se apartaron con rapidez. Dreylo atacó con más fuerza. Pero los Mingred y los Nerk se apartaban ágilmente. No se atrevían a tocar a Dreylo, pues pensaban que esa espada era su verdugo y no querían acercarse, y miraban al alcunterino y su arma presas de un gran temor. Sus ojos se abrían cada vez más, y sus labios se apretaban con fuerza.
Dreylo advirtió estas señales en sus oponentes y se dio cuenta de que necesitaba velocidad y no fuerza para ganar. Aumentó el ritmo de sus ataques y éstos se volvieron más ligeros. Los Mingred y los Nerk se apartaban cada vez con más dificultad. Finalmente, y después de una batalla que pareció interminable, Dreylo mató a un Mingred enterrando su espada en su corazón. El Mingred gritó con todas sus fuerzas y se desvaneció por completo. Los otros Mingred gritaron a su vez y muchos se desvanecieron en el aire como su compañero.
Luego Dreylo atacó a los Nerk. Cuando el primero de estos seres fue asesinado, su cuerpo se convirtió en una llamarada que no afectó ni a Dreylo ni a Gollogh. Luego todos los Mingred se desvanecieron igual que el primero, y el humo producto de su incineración se dirigió al Colerk y descansó en las llamas del volcán. El aire en el que fueron transformados casi todos los Mingred, se dirigió a lo más alto de las montañas, y sus picos quedaron ocultos entre la bruma.
Sin embargo, quedaban dos personas aún: la primera era Walerz, que al ver el poder de la espada de Dreylo se había acurrucado contra sí mismo y aún permanecía en esa posición. El segundo era el Jefe Mingred, que se había convertido en todo un hombre cuando sus otros compañeros desaparecieron.
Los sobrevivientes alcunterinos y brandelkanos se acercaron y, a una orden de Dreylo, apresaron a Walerz y el Antiguo Jefe Mingred y se designaron diez hombres para vigilarlos. Mientras tanto, los demás sepultaron a los muertos y auxiliaron al herido.
Drog era el único soldado lastimado. Nadie sabía porque lo habían pateado en vez de haberlo matado como a cualquier otro. A Dreylo no le importaba, sólo agradecía que su hijo siguiera con vida.
Cuando descubrieron que Drog tenía todas las costillas rotas y que escupía sangre, lo llevaron a una tienda de inmediato y lo auxiliaron como pudieron. Cuando acabaron su tarea, los alcunterinos le dijeron a Dreylo que Drog estaba muy herido y que era recomendable que volviera a casa.
—Un momento, creo que yo puedo solucionarlo—dijo Zolken después de mucho meditar.
El herrero entró a la tienda apenas Dreylo le autorizó a hacerlo. Zolken trabajó sin que nadie pudiera verlo, cuando el día se hacía noche, Zolken salió de la tienda, y a su lado iba Drog, completamente curado.
Dreylo quedó absolutamente sorprendido ante el prodigio, cuando logró reponerse, le preguntó a Zolken:
— ¿Cómo has podido curarlo tan rápido?
—Como le dije antes, yo tengo mis maneras.
—Zolken, exijo una explicación.
—No esperaba menos de usted, y he prometido dársela—el herrero suspiró, luego dijo—: me gustaría que trajeran al Antiguo Jefe Mingred para poder explicar todo. Si cumplen esta petición, haré todo lo que digan
Dreylo mandó a traer al hombre. Llegó custodiado por tres soldados, quienes lo dejaron frente a Dreylo y Zolken y se retiraron. Zolken avanzó, abrazó al Antiguo Jefe Mingred y dijo:
—Padre, me da mucho gusto volver a verte. Ven, siéntate y come algo. Ahora que ya no tienes poderes, debes tener hambre. Después de que te sientas mejor, me ayudarás a contarles mi historia a estas gentiles personas.

1 comentario:

Milena dijo...

jjajja
n o te preocupes y gracias por lo de mi hermano, enserio me da mucho gusto que escribas esto, lo he utilizado como escape de mi mal genio y cosas asi n.n
enserio muuuchas gracias y ahí tataré de fritarme un rato para pensar lo de las aramas de zolken!!!

bueno otravez, gracias y tienes mia poyo!!!

chao!!