5
La Crónica del Herrero
La Crónica del Herrero
Dreylo a duras penas pudo comprender las últimas palabras de Zolken. Había sido algo tan completamente inesperado, que parecía imposible que fuera verdad.
— ¿Qué tu qué?—fue lo único que pudo decir.
—Así es, mi señor. Usted mismo ha visto que hay muchos misterios que me envuelven y esta es la explicación a todos ellos. Tal como prometí, les contaré todo. Pero a su debido tiempo, mi padre debe descansar.
Dreylo posó la mirada en el Antiguo Jefe Mingred, a quien Zolken llamaba padre. ¿El padre de Zolken? Ninguno de los presentes lograba asimilarlo del todo. Dishlik estaba a punto de gritar debido a un sentimiento que no lograba definir con claridad. Suponía que era frustración, pero no estaba seguro.
Mientras la noticia iba siendo aceptada poco a poco, un silencio sepulcral los rodeó como un gran manto invisible, mucho más grande y poderoso que la noche que en estos momentos reinaba por Cómvarfulián.
Cómvarfulián: la tierra donde los poderes de la naturaleza coexistían con los hombres. La tierra bañada por la luna más hermosa de todas y por el sol más ardiente. La tierra condenada a la guerra. Una guerra sin final que acabaría con todo.
—Un momento—exclamó Dishlik—. Tu padre murió hace años.
—Eso es lo que todos creyeron—le respondió Zolken con la picardía reflejándose en sus ojos.
Instantes más tarde. Llegó un soldado trayendo comida para el Antiguo Jefe Mingred. Un poco de pan, y agua del río. Pues el hombre era su prisionero, y debían tratarlo como tal. Zolken notó el gesto y frunció el ceño, disgustado.
El padre de Zolken comió con extrema lentitud. Masticaba con exageración y tragaba con lo que parecía ser deliberada parsimonia. Como si disfrutase de la tensión del ambiente. Lo cierto es que, aunque gozara el momento, también le costaba trabajo comer. No lo había hecho en toda su vida.
Desesperado por la lentitud, Dishlik exclamó:
—Pero no es nada más que pan y agua. Apresúrese anciano, que no tengo todo el día.
Por primera vez en su vida, Dishlik vio a Zolken furioso. El herrero se puso de pie, con un fuego abrasador brillando en su mirada y una expresión implacable que calló a Dishlik de inmediato.
—Exijo más respeto hacia mi padre. Muchas veces he salvado sus vidas y ahora pido que tengan consideración. La razón de la lentitud de mi padre es que era un Mingred. No comía. Los Mingred se alimentan del aire fresco de las montañas, por así decirlo “renuevan su esencia”, así como los Nerk se alimentan de fuego y calor. Ahora que mi padre es un hombre, tiene necesidades humanas, y necesita tiempo para acostumbrarse. ¿Sigues con hambre?—le preguntó al ver que por fin acababa su comida. Él se contentó con asentir con la cabeza. Y, a una mirada de Zolken, Dreylo ordenó que le trajeran más comida. Y un poco más generosa que la anterior, tanto en raciones como calidad.
Al poco tiempo, un soldado trajo un trozo de carne salada y un poco de vino, guardado en una bota de cuero muy bella, pero sencilla. De nuevo el padre de Zolken comió con lentitud. Mirando a todas las personas a su alrededor con una expresión frívola en el rostro. La misma expresión de aquella tarde.
—No entiendo—dijo Drog—. Todos los Mingred y los Nerk desaparecieron apenas uno de ellos fue vencido. ¿Por qué él no?
El padre de Zolken terminó su comida y lo miró fijamente durante unos instantes. Apenado, Drog bajó la cabeza. Sintiendo que aquella mirada llegaba a lo más profundo de su ser.
—Creo que no puedo retrasarlo más—dijo, la resolución llegó a su rostro. Parpadeó varias veces y continuó—. Contaré el principio, pues es la parte que me corresponde, luego, Zolken terminará la historia.
Supongo que todo esto comienza, una hermosa mañana de hace ya casi cincuenta años. Después de una larga reunión entre los Mingred más importantes, habíamos acordado que varios de nosotros entrarían de infiltrados a todas las ciudades del país. Buscando información que nos fuera útil para recuperar lo que nos habían quitado. Yo, junto con cuatro compañeros más, fuimos escogidos para llevar a cabo esta misión. Ya que éramos los más calculadores y serenos entre los nuestros. Así que, convirtiéndonos en una fresca brisa, nos transportamos a los lugares que nos correspondían.
Yo había sido asignado a entrar a Brandelkar. Mi viaje era el más largo de todos, pues tenía que recorrer todo el país de extremo a extremo. Sin embargo, gracias a la velocidad del aire, llegué en muy poco tiempo a mi destino. Al llegar, me dirigí a un lugar por completo vacío: un estrecho callejón perdido en las profundidades del mercado. En este callejón adopté forma humana y me vinculé a Brandelkar. Por supuesto, era un lugar muy grande y nadie pareció darse cuenta de que había un habitante de más tras sus muros.
Aunque este problema fue fácilmente resuelto. Para aumentar la credibilidad de mi coartada, necesitaba adaptarme a todas las costumbres humanas. Lo primero en que pensé fue lo que ustedes llaman casa. De modo que busqué un brandelkano solitario y lo asesiné y me apoderé de su vivienda. Era un anciano decrépito que de todas formas hubiera muerto en poco tiempo. Por lo que el mal no fue tan grande. Arrojé su cuerpo sin vida al mar y me establecí por completo.
Nadie notó la ausencia del viejo. Por lo que tuve una preocupación menos. Ahora mi objetivo era conseguir mi entrada al castillo y cumplir mi tarea.
He de admitir que no me resulto difícil infiltrarme en el castillo. Bajo la apariencia de un joven, pero bastante hábil, cocinero. Desde luego, no me era para nada complicado transmutar la comida en platos de extrema calidad y elegancia, y por esto me gané el respeto de todos los habitantes del castillo. Maslirk elogiaba mi trabajo y muy pronto pude obtener datos bastante útiles para nuestro cometido.
Pero dentro de mí sentía una perturbación muy grande. Sabía que, aunque la caía de Brandelkar estaba en mis manos, aún debía hacer algo allí. Por lo que me quedé más tiempo del necesario.
Renuncié a mi trabajo en el castillo, pues sabía que no le podía sacar más provecho y, por el contrario, debía dedicar todo mi tiempo a encontrar aquello que me llamaba.
Me sorprendí a mí mismo vagando por todas las calles del Brandelkar, buscando no sabía qué. No podría vivir en paz hasta encontrarlo, esto lo asimilé en cuanto emprendí mi nueva tarea. Caminé sin descansar días y noches por todo el lugar. Pero mi destino me evitaba.
Yo no estaba dispuesto a rendirme, pues mi espíritu es mucho más fuerte que el de los hombres y mi voluntad es de hierro, incluso ahora que mi vida ha dado un cambio radical.
Pero, continuando con mi relato, llegó un día en que, dando un paseo por la costa, me encontré con un cuerpo tendido sobre la arena. Creí que dormía, y pensé que sería sensato continuar mi camino y no interrumpir a esta persona. Pero la dirección y sonido del aire, me dijeron que aquella mujer en realidad estaba inconsciente y era mi deber ayudarla. Este era un aviso proveniente de la naturaleza, y por supuesto no iba a desobedecerlo.
Me incliné sobre la mujer, y al contemplar su rostro, me sentí turbado. Pues aunque no soy un hombre y ninguna de sus costumbres me afecta, con esta mujer era diferente. Había algo en ella que me enmudecía y no sabía qué.
Por ahora no podía detenerme a pensar, tenía que despertarla.
Sin detenerme a pensar que mi poder era suficiente, recosté mi cabeza contra su pecho en un acto instintivo y, gracias a mi naturaleza sobre humana, descubrí que había tragado agua del mar en excesivas cantidades, y que no podía respirar bien.
Con mis manos, presioné sus pulmones repetidas veces hasta que la mujer escupió toda el agua que había ingerido y se incorporó con dificultad. Me miró, entre desconcertada y agradecida, y no supe que decir.
Sin duda este tipo de encuentros son mágicos. Tan especiales que llevan consigo un poder mucho más impresionante que cualquier otro sobre la tierra. Las personas tocadas por este poder llevan en su sangre más que vida. Esperanza y alegría durante el resto de su existencia.
Poco quiero decir de lo que sucedió en los meses que continuaron. La mujer se llamaba Silyun. Tenía un cabello rojo como la sangre y facciones redondeadas en su rostro. Para ser humana, era alta. Aunque claro, al lado mío no superaba la altura de mis hombros. El amor por la vida brillaba en su mirada desde aquel día y siempre me agradeció por salvarle la vida.
Aunque no sabía qué me pasaba, decidí quedarme un tiempo más. Para averiguar qué me había motivado a salvarle la vida a una humana. Mis días los pasaba con Silyun. Escuchaba todas las historias que tenía por contarme acerca de su vida y de la existencia en general. Como el día en que fue a pescar para poder vender en el mercado cualquier cosa que le ayudara a sobrevivir. Al no encontrar peces, navegó mar adentro, hasta un lugar donde aún no se atrevía a ir. Perdió por completo su sentido de la orientación y no podía ver la costa, cuando una tormenta sumamente cruel hizo añicos su embarcación y la arrojó a lo más profundo del mar. Silyun estaba a punto de ahogarse, y perdió la conciencia, creyendo que cuando cerrara los ojos, no los abriría nunca más. Pero entonces despertó en la costa y yo estaba a su lado.
No supo darle una explicación a lo que había pasado. Y yo, que si la tenía, no comenté nada al respecto. Pero era obvio que la habían rescatado los Durvel: los habitantes del agua.
Sin duda ustedes no han oído hablar de los Durvel, puesto que ellos saben esconderse bien de la vista humana y habitan la mayoría de las veces en aguas tan indomables, que nadie se atreve a ir hasta allí. Hace mucho tiempo que perdimos contacto con los Durvel, por lo que no sabemos qué traman. Les puedo decir que sus poderes difieren del entorno en el que nacieron. Un Durvel nacido en agua dulce, puede transformar el agua en lo que quiera, y uno de agua salada transforma todo en agua. Se dice que los Durvel fueron las primeras criaturas nacidas en el mundo, y que ellos dieron origen a los Mingred y los Verkan, y de los Verkan surgen los Nerk. Los Verkan son las criaturas de la tierra, si mal no recuerdo ahora habitan dentro de las montañas. Son grandes y pesados, y convierten todo en piedra. Cuando quieren pueden ser muy rudos pero también muy sensibles.
Pero no estoy aquí para relatar la historia de los Pueblos de la Naturaleza, sino para explicar el misterio que, según ustedes, envuelve a mi hijo. Aunque no quiera explicarles esto, lo hago por consideración a Zolken, que muy amablemente se ofreció a explicarlo todo. Pero para cumplir su promesa necesita de mi ayuda. Es la única razón por la que les cuento esto.
Los días transcurrieron y Silyun y yo teníamos cada vez más confianza entre nosotros. Muy pronto llegó el día en que cumplí mi año de estadía en Brandelkar y aún no sabía por qué no me había marchado para destruirlos a todos. Pero pensar en una muerte merecida para todos y mirar a Silyun me confundía en extremo. Reconocí, aunque me dolía hacerlo, que no quería que Silyun muriese y que por eso no me había marchado.
Admitir que por fin había encontrado el amor en manos de una mujer humana fue algo que en un principio me humilló en extremo. Pero pensando durante largas noches, descubrí que sentirme humillado me hacía sentirme sucio muy en el fondo, no por la situación, sino por el mismo hecho de creer a Silyun inferior a mí. Por lo que decidí no contenerme más, y una mañana le confesé a Silyun todo lo que sentía. Esa misma noche, consumé mi amor y quedé en paz conmigo mismo.
Nueve meses después, y para mi sorpresa, Silyun dio a luz a un niño. Para ser un bebé, era mucho más grande y pesado que cualquier bebé humano. En sus ojos brillaba el misterio y su cabello era casi blanco, sin perder tintes de negro azabache. Decidimos llamarle Zolken.
Yo por mi parte, no entendía cómo había podido nacer un mestizo. Un medio Mingred. No sabía que repercusiones tendría en el niño mi naturaleza sobre humana, y no quería averiguarlo de todos modos.
Entonces decidí confesar toda la verdad. Silyun se quedó sin habla, pero dijo que me amaba de todos modos. Yo le insistí para que le presentáramos el niño a mi pueblo y ella estuvo de acuerdo, siempre y cuando Zolken cumpliera los dos años primero. Pues ella quería que su hijo creciera bello y fuerte para poder presentarlo a los Mingred y que todos estuviéramos orgullosos de él.
El día del segundo aniversario de Zolken, partimos hacia el este del país. En aquella ocasión no pude viajar a la velocidad del viento, ya que debía acompañar a mi mujer y a mi hijo. Por lo que nuestro viaje demoró casi dos semanas. Sin embargo llegamos.
Los otros Mingred que habían ido en misión de espías al resto de provincias de Cómvarfulián ya habían vuelto con valiosa información. Sólo faltaba yo y ahora que volvía no me recibieron como esperaba. Al ver al niño y a Silyun, todos enfurecieron. Nos repudiaron. Dijeron que no tenía el honor de hacerme llamar Mingred, pues había rebajado mi condición al unirme con una brandelkana. Me desterraron, no me permitieron volver con ellos dos. Volvería yo solo, tal cual había partido. Ni siquiera aceptaron la información que tenía para ofrecerles. Aun así yo escogí permanecer con mi familia, y gracias a ello estoy aquí.
Verán. Todos los Pueblos de la Naturaleza estamos unidos entre nosotros. Somos hermanos y por lo tanto nuestro vínculo es algo especial. Por eso cuando un Mingred y un Nerk fueron vencidos esta tarde, todo sus compañeros cayeron con ellos. Esta es la fuerza que nos une. La razón por la cual yo ahora soy humano, es que al escoger a mi familia por encima de mi pueblo, rompí mi lazo con ellos, y me acerqué más a los humanos. Aunque aún estaba unido tenuemente a ellos. Al desaparecer ellos, se llevaron toda mi esencia Mingred y quedó toda mi humanidad, ocupando por completo mi cuerpo.
Los Mingred quedaron furiosos con mi elección. Por lo que nos dijeron que si nos veían juntos de nuevo, asesinarían a Silyun y a Zolken. Yo no dudé de su palabra y decidimos separarnos. Yo retorné a Brandelkar con Zolken y Silyun partió rumbo a Benderlock.
De vez en cuando volvía de nuevo a ser aire y viajaba a Benderlock, para ver qué tan bien la pasaba Silyun. En una de mis visitas, me recibió con otro niño. Sí Zolken, tienes un hermano—añadió al ver la expresión sorprendida de su hijo—. Decidí no contártelo porque si te enterabas, corría el riesgo de que los Mingred supieran también. Pues te tenían vigilado las veinticuatro horas del día. A Benderlock no se atrevían a ir pues el aire del desierto que llega al castillo es seco y puede debilitarnos, ya que los Mingred necesitan un ambiente fresco para vivir. Por esta razón envié a tu madre allí. Los Mingred no notaban mi ausencia pues partía en verano, una época donde el aire se calienta tanto que nuestras capacidades se reducen lo suficiente como para que pudiera escapar un tiempo.
Pasaron diez años, y una oscura noche se presentó unos de mis antiguos camaradas Mingred frente a mi puerta. Estaba a punto de ir a acostarme cuando tres golpes me llevaron a la puerta, sonaban siniestros, y por un momento pensé en no abrir. Pero decidí enfrentar mi destino. Mi antiguo compañero me informó acerca de una guerra que se avecinaba contra los hombres. Nuestra victoria estaba asegurada y él tenía un pacto que proponerme en nombre de todo el Pueblo del Aire. Si yo me unía ellos en la guerra, dejarían que Zolken y Silyun continuaran con vida incluso después de acabar con todos los seres humanos.
Acepté con gusto, pues lo más importante para mí era su seguridad. Informé a Zolken de lo que ocurría y fingimos mi muerte, luego partí a la guerra, como Jefe de todos los Mingred.
Un rotundo silencio siguió al relato. De repente, Dishlik miró a Zolken.
—Zolken, ¿Si sabías todo esto, por qué te uniste a la guerra conmigo?
—Yo no estimaba al pueblo de mi padre, y un mundo donde mi madre y yo fuéramos los últimos humanos no me apetecía en lo absoluto. Entonces decidí partir con usted e impedir la victoria de los Mingred y los Nerk con el poder que la vida me otorgó, lo que me lleva a mi historia.
Desde muy pequeño, mi padre me explicó todas estas cosas. Excepto el hecho de que tengo un hermano en Benderlock. Sabía que mi padre me había heredado sus habilidades, pero que la sangre de mi madre habría influenciado en algo el legado de mi padre.
Mi poder no se manifestó hasta que tuve siete años. Aunque no era muy social, tenía un buen puñado de amigos y una tarde decidimos jugar a la guerra. Sentirnos unos caballeros consagrados de Brandelkar, invencibles, con una espada que inspirase temor, nos llenaba de esperanzas.
Conseguimos unas cuantas ramas e improvisamos espadas de juguete con ellas. Mientras yo creaba mi arma, miraba la madera con nostalgia. Deseaba que fuera una espada real para poder luchar. Pero mis sueños eran sólo eso, sueños. De repente, mientras deseaba esto con todas mis fuerzas, me sentí cansado. Aún podía terminar el juego, pero el agotamiento era inusual. No había hecho nada aún y sin embargo, me faltaban fuerzas.
Nos dividimos en dos grupos y simulamos una batalla. Yo me dirigí a luchar, y al encontrarme con mi enemigo, chocamos nuestras armas.
Entonces, todos quedamos sorprendidos. Mi espada cortó la de mi compañero de una manera tan limpia, que parecía que en realidad fueran una espada de verdad, aunque en apariencia fuera de madera.
No le comenté este suceso a mi padre, pues no quería armar ningún tipo de alboroto, aunque fuera familiar. Pero desde ese día comprendí cuál era mi poder. Al tener un objeto frente a mí, puedo asignarle las características que quiera. Tendiendo ante mí una espada de madera, pude hacer que cortara como una de verdad, pues tal era mi deseo. El único inconveniente de este don es que requiere de mi energía para llevar a cabo la tarea. Mientras más dura sea la tarea, más energía pierdo yo.
Unos años después, mi padre me informó de su partida a la guerra y de todos los planes de los Mingred. De manera que simulamos el entierro de mi padre para que pudiera irse sin problemas. Su tumba aún está en Brandelkar, y todos creyeron la farsa.
Pero como ya dije antes, no quería vivir en un mundo donde sólo quedáramos mi madre y yo en representación de la raza humana. Decidí poner mis habilidades al servicio de los hombres. Acepté el cargo de aprendiz de herrero con gusto. Aprendí los principios básicos de la herrería en un tiempo más corto del habitual. Aprendía rápido y tenía un poder que nos ayudaría a ganar.
Cuando mi maestro murió, yo quedé como el herrero de Brandelkar, y pude disponer mi talento al servicio del Castillo Dorado. El rumor de mi sorprendente habilidad en la profesión corrió rápido y Disner me ordenó reconstruir la puerta de Brandelkar. Todo el castillo ya estaba hecho en oro, y yo podía con sólo tocar la puerta, proporcionarle la fuerza que me pedían. Pero debía simular una reconstrucción. Destrocé la puerta y con los mismos pedazos, la hice de nuevo, otorgándole el poder de resistir todos los golpes de cualquier arma o poder conocido hasta entonces. Pues como sabrán, yo no sospechaba en ese momento que crearía algo más. Por lo que la puerta no estaba construida para soportar sus ataques. También se me encargó crear cuernos de guerra nuevos para todo el castillo. Por ser Brandelkar una provincia rica en oro, los cuernos también los creé de este material, y les asigné la cualidad de producir un sonido característico, imposible de imitar. Nadie podría siquiera engañar a los centinelas de Brandelkar.
Al acabar mis labores, contacté con Dishlik y le dije que podría hacer un arma especial para él. La más poderosa de todas, la que lo llevaría la victoria. Pero Dishlik me dijo que prefería que hiciera el arma para aquel que se alzaría sobre los demás. Suponiendo que hablaba de su hermano Disner, le informé a él de todo, hasta las palabras de Dishlik. Disner me mandó a retirar, diciendo que cuando todo estuviera dispuesto podría comenzar mi trabajo.
Pero Disner nunca llegó a llamarme, pues una semana después, en una noche tan oscura como aquella en la que mi padre decidió ir a la guerra, mi puerta sonó, con los mismos tres golpes que oyó mi padre. De algún modo, cargaban el presagio de que yo también debía partir. Y. como mi padre, decidí encarar mi destino yo también. Nunca olvidaré esa noche. Al abrir, pude ver el cielo con claridad. Estaba nublado, se aproximaba una tormenta como no se había visto en años. Pero las nubes no importaron, ni el aire a muerte que ya comenzaba a olerse. Lo que me importó ese día fue Dishlik. Me pidió que lo acompañara para forjar el arma, tal como había prometido. Pensé que por fin iría donde Disner, pero me equivoqué. Traspusimos las puertas de Brandelkar y nos encaminamos en dirección sureste. No sabía lo que pasaba, y cuando pregunté nuestro destino, Dishlik dijo:
—Vamos hacia el hogar de quien se alzará sobre los demás. Quien puede apreciar a un hombre por su valentía y coraje. Quien es tan frió como el hielo—ante esta última expresión, Dishlik se sonrojó y el padre de Zolken bufó, pues creía que sólo un Mingred podía ser tan frío como el hielo. Iba a expresar su pensamiento, cuando algo más le llegó a la mente: “¿No eres tú ahora un humano? ¿Has perdido tu frialdad por serlo?”. Prefirió callarse y dejar que Zolken continuará con su relato—. En conclusión, nos dirigimos a Alcunter.
Entonces comprendí todo lo que había hecho. Preferí callarme y seguir a Dishlik, pues la propuesta se la había hecho a él, y además sentía que debía compensarle.
Poco puedo decir del viaje que ustedes no sepan. Cuando Dishlik fue atacado con las flechas brandelkanas, supe que pasaba. Mi padre me había transmitido esta información cuando era pequeño, porque este era uno de los datos que había averiguado. Sabía que las flechas producirían a Dishlik un sufrimiento atroz, por lo que decidí usar mis poderes para curarle. Mojé unos cuantos trapos, deseando que el agua tuviera la capacidad de contrarrestar la sustancia de las flechas que había llegado hasta la sangre de Dishlik. Funcionó, y se notó la mejora. Pero cada vez que los vendajes de Dishlik se secaban, me veía obligado a cambiarlos y renovar las curaciones.
Sentía como mi energía se agotaba con el pasar de los días, y por fortuna Dishlik no exigía un ritmo tan acelerado al caminar, pues de lo contrario creo que habría muerto.
La tormenta que había visto venir desde el día que Dishlik me pidió ayuda llegó un poco atrasada, favoreciendo a los brandelkanos que nos siguieron hasta la avanzadilla. Nos encontramos con Markrors, llegamos a la avanzadilla y de inmediato tuvimos que prepararnos para defenderla.
Quise luchar con uno de mis martillos de trabajo, para no ocupar armas que pudieran servirle a otro. Me sentía muy cansado, por lo que no pude dotar al martillo de una cualidad que nos ayudara a ganar. Habría acabado conmigo.
Después de un tiempo, noté la ausencia de Dishlik, creí que había muerto, por lo que la esperanza me abandonó y decidí dejar de luchar. Caí de rodillas mirando al cielo, preguntándole por qué pasaba esto. Qué habría hecho yo para merecer lo que me pasaba. La tristeza me abatió y caí inconsciente.
Desperté con gritos resonando por todas partes. Me levanté aturdido, tratando de recuperar los recuerdos de las últimas horas. Entonces vi a Dishlik frente a un hombre, la luz del amanecer iluminaba sus rostros y en ese preciso instante tuve la certeza de que ganaríamos.
Dreylo y Dishlik lucharon como valientes. Drog y Markrors les acompañaron en la batalla. Todo acabó con fortuna para nosotros, pero había muchos heridos, y muchos sufriendo por las flechas. Hubieran sido más de no ser por Markrors, pero le había visto alzarse victorioso sobre los arqueros brandelkanos. Y tiempo después su historia se la conté a un bardo que la relató en Brandelkar con lujo de detalles y mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho.
Debíamos cuidar a los heridos en batalla. De modo que me encargué de Dreylo, Dishlik, Drog y Markrors. Dishlik ya casi se había curado del ataque de las flechas, sólo necesitó un vendaje más para curarse. La herida de Dreylo fue fácilmente atendida por un alcunterino que le proporcionó los vendajes adecuados. A Drog le vendaron los dos brazos y no pude intervenir, pues mientras los auxiliaban a todos ellos, yo me encargaba de Markrors, repitiendo el mismo proceso que usé en Dishlik. Esta vez, y para no gastar mis energías, usé los mismos vendajes una y otra vez, mojándolos constantemente.
De esta manera curé a Markrors usando una cantidad mínima de energía, por lo que pude ayudar a otros heridos por las flechas. En cinco días pude encargarme de todos, descansando cuando lo necesitaba y usando el mismo método que usé en Markrors.
Mi señor Dreylo se restableció en una semana, mientras que Drog necesitó más tiempo. Sus heridas sanaban a un ritmo normal y ya no podía hacer nada para ayudarlo.
Cuando la situación mejoró, Dreylo y Dishlik partieron rumbo a Alcunter, llevando consigo la preocupación de la traición en el Castillo Plateado. Cuando la conspiración se descubrió, entendí todo. Cuando Disner oyó mis preocupantes comentarios, averiguó con su espía todo lo relacionado con la alianza entre Dishlik y Dreylo. En estos momentos les pido perdón a mi señor Dishlik, y a mi señor Dreylo también. Pues por mi culpa las cosas se complicaron de un modo impresionante.
Después de que Markrors casi atrapara a uno de los Cinco Traidores, partimos también hacia Alcunter. Allí se me informó acerca de mi tarea. Y todos mis pedidos fueron cumplidos. El arma que tenía en mente requería un gran trabajo y necesitaba toda la colaboración posible.
Cuando todo estuvo listo, comencé con la creación de la espada. En un principio todos mis ayudantes, y mucho más que nadie Yostermac, pusieron en duda mis planes. Pues a sus ojos estábamos creando una simple espada, pero no sabían todo.
Mi primer intento fue con una espada común y corriente, hecha por mí con la ayuda que me brindaron. Pero su hoja se rompió en miles de pedazos, pues el acero de la espada no soportó la tremenda carga de energía que se requería para obtener un arma tan poderosa.
Después de este primer intento, quedé mortalmente cansado, pues todas las características que tenía previstas para la espada requerían de toda mi energía, incluso más. Por lo que debía manipularla dándome espacios para descansar.
Después de mi primer fracaso, vinieron muchos más. Intentaba con todo tipo de material. Pero los resultados siempre eran los mismos y lo único que conseguía era agotarme cada vez más, porque no reponía mi energía en su totalidad, buscando rapidez.
Empezaron a perder la fe en mí todos los ayudantes que tenía. Unos pocos desertaron. Por lo que tuve que gritarles cada vez con más fuerza y más frecuencia. Si no podía ser respetado, debía ser temido, pues lo más importante era acabar la espada lo más pronto posible.
Sin embargo, ninguna de mis ideas funcionó. Todos los metales que probaba para crear la espada acaban como el primero, y, además, la desesperación cundía por Alcunter, porque los planes de Walerz ya se habían descubierto.
He de confesar que incluso yo casi caigo en la desesperación. Pues nuestra única oportunidad era la espada y aún no hallaba el material necesario. Finalmente, tome una decisión. Debía unir dos metales, tal vez aguantarían más que uno sólo. Pero no podía usar dos metales comunes y corrientes, como acero y hierro. Debía usar algo mucho más fuerte.
En Alcunter, por una razón que me es desconocida, la plata abunda tanto como el aire. Por lo tanto, nadie notaría la ausencia de la plata que necesitaba. Pero el oro no es tan abundante. Aún así, quería utilizar el oro. Y como todos ustedes ya sabrán, casi todo el oro alcunterino se fue en la creación de la espada. Pero yo sabía que con esta arma se ganaría la guerra, y el dinero sería una preocupación menor. Aunque no sabía a ciencia cierta si mi intento tendría éxito, debía intentarlo, pues de lo contrario Alcunter caería, con el oro o sin él.
Llevé los materiales a la herrería y todas las personas que me ayudaban pusieron manos a la obra en su tarea. Di instrucciones muy claras de lo que quería hacer, y mandé a llamar a más alcunterinos para que me ayudaran. Pero era un asunto complicado, por lo que mis gritos, aumentaron de frecuencia e intensidad y me quedé sin voz. Usé mi martillo para reprender a quien se equivocara. Fue una suerte que no le hubiera dado a capacidad de explotar lo que tocara, de lo contrario, me hubieran matado ante tantos asesinatos.
Finalmente, durante el invierno, mi obra quedó completa, por lo menos en el aspecto físico. Ahora necesitaba mi intervención para que se elevara sobre cualquier otra arma.
Ahora procederé a explicar lo que hice. Primero hicimos la hoja de plata alcunterina, que como todos ustedes saben es la plata más fina de todo Cómvarfulián. A esta primera hoja, la cubrimos con una segunda capa a base de oro. En conclusión, es de oro sólo por fuera, pues su centro es de la plata más fina del mundo. Y esta combinación funcionó, pues al cargar el arma con la energía para obtener sus habilidades, pudo soportarlo muy bien.
Las características que le proporcioné al arma exigieron toda mi energía, como ya dije. Por lo que esta tarea la comencé después de descansar como era debido.
En primer lugar, algo me decía que no podía confiarme de Bosner. Creo que en el fondo sabía que iba a fracasar. Entonces el primer don que le otorgué fue el de ser tan afilada, que pudiera cortar cualquier material sin problemas. Sin importar que fuera oro, acero, o rubí, o cualquier otra cosa. Y como ya ustedes deducirán, fue esta capacidad la que hizo que la espada cortara las puertas y cualquier otra arma a la que se enfrentó.
La segunda característica que le asigné, fue la decisiva en el día de hoy. Había pasado tanto tiempo con mi padre, que ya sabía como era la estructura interna de un Mingred y sabía cómo combatirla. Desde luego que los Nerk y demás Seres de la Naturaleza tenían una estructura diferente. Pero inferí que debían tener algo en común que les otorgara sus poderes. Sabía que los Seres de la Naturaleza sacaban la energía necesaria para utilizar sus capacidades de la tierra misma, y como todos tienen este aspecto en común, por lógica debían tener algo en común en su estructura. Para averiguarlo me demoré un buen tiempo, pues hice un viaje a mi interior. Pude analizar en qué se parecía mi estructura con la de mi padre. Y como yo no puedo usar la energía de la tierra (lo que me impide ser un Ser Natural y por lo tanto, inaceptado en su comunidad), deduje que algo que yo no tuviera pero mi padre sí, sería la cualidad que buscaba.
Encontré muchas diferencias, algunas porque eran elementos que no había heredado de él pero sí de mi madre, y otras porque mi condición semihumana lo impedía. Y para averiguar cuál era la que buscaba, necesité unos cuantos conejos de las praderas, a los cuales les fui asignando una por una estas características para saber cual era. Muchos murieron, pues era demasiada energía para un cuerpo tan pequeño, o su cuerpo era incompatible con esta característica. Pero algo me decía, que al ser un conejo un ser viviente, proveniente de la naturaleza, su organismo tenía que aceptar la habilidad de extraer energía del medio ambiente.
No me equivocaba, y pude encontrar lo que buscaba. Y después de hacer cálculos y pensar hasta que me doliera la cabeza, supe cómo contrarrestar esta característica, fueran Mingred, Nerk, Durvel o Verkan. Acumulé toda la energía que podía albergar mi cuerpo y puse manos a la obra. Pero combatir un rasgo tan especial, otorgado por la Madre Tierra, requería mucha energía, y por lo tanto tiempo. Fueron casi dos semanas en las que todos los días depositaba en la espada toda la energía posible para vencer a los Pueblos de la Naturaleza. Pero mis esfuerzos se vieron recompensados cuando vi cumplida mi tarea. Aunque estaba exhausto y no pude hacer más ese día. Me dirigí a descansar.
Estas son dos de las cualidades de la espada que han usado hasta ahora. Algo más he de añadir. Al otorgarle a la espada tantas cualidades, también se le ha proporcionado energía. La espada puede poseer habilidades que incluso yo desconozco, pues una combinación tan fuerte de energía puede producir efectos secundarios. Pero hay una más, que yo estoy consciente que posee.
No sé qué pueda pasar en el futuro. Tal vez Gollogh encuentre un rival que esté a su altura. Por lo que el día anterior a anunciar oficialmente el término de la construcción de la espada, hice algo más. Si la espada llega a recibir un golpe que no puede soportar, no se romperá como cualquier espada normal. El oro caerá y quedará un arma con un brillo como sólo lo puede proporcionar la plata alcunterina. Además de que la espada no sufrirá el paso del tiempo, pues su estado siempre será el mismo que el primer día.
Tengo unas cosas más que decir—añadió Zolken con rapidez al ver como sus oyentes comenzaban a cabecear presa del cansancio. Drog incluso se levantó, porque creyó la historia terminada. Pero ante las palabras de Zolken se sentó de nuevo y todos prestaron atención—. Le entregué la espada a mi señor Dreylo, y le demostré su poder. Luego fuimos rumbo a Brandelkar donde una vez más se admiró la fuerza que poseía el arma. Pero los brandelkanos son rudos, y como mi señor Dreylo recordará. El solo poder de Gollogh no bastó para ganar la batalla—Dreylo asintió, en su memoria aún tenía viva la imagen de Faxmar, y el temor que había sentido al no poderlo vencer hasta que Zolken le ayudó—. Por eso, al entrar al Castillo Dorado pronuncié unas palabras. Palabras que no repetiré, pues pertenecen a un Idioma Antiguo y Poderoso. Este lenguaje me lo enseñó mi padre. Ya que todos los Pueblos de la Naturaleza lo saben a la perfección. Las palabras provienen de la mismísima Madre Tierra y tienen la capacidad de transmitir los sentimientos de las cosas acerca de las cuales habla. Razón por la cual, cuando dije: “Vamos guerreros, la Victoria este día es nuestra ¡Por Alcunter!”, los alcunterinos sintieron la fuerza y la vitalidad que les ayudó a ganar la batalla. Aunque no pude evitar que hubieran heridos y muertos.
Como en el caso de Dishlik, que no pudo ganar el combate contra su padre y sufrió heridas que requirieron mi ayuda. No quería usar mi energía en una curación milagrosa, porque temía que necesitara de todas mis fuerzas para ayudar a mi señor Dreylo, pero finalmente me di cuenta de que no había otra salida y usé mi poder para curar a Dishlik. Luego ganamos la batalla y reparé la puerta con el mismo método que usé para su “reconstrucción”. Reuní todos los pedazos y los ensamblé. Pero las puertas aún son vulnerables a caer ante el ataque de Gollogh o de un arma con un poder similar. Pues una protección contra un arma así requiere el doble de energía, o incluso más. Claro que en estos momentos Gollogh es única y es el arma más poderosa de todo el país.
Ahora que lo recuerdo, he de decir que después de crear la espada, cuando sólo faltaba fortalecerla, y en la reconstrucción de las puertas, los aldeanos que estaban conmigo eran una manera de ocultar mis talentos. Al final del día les decía que no contaran nada de lo que hacían (que era por lo general mirar para otra parte y hacer lo que quisieran, siempre y cuando se mantuviera la apariencia), porque de lo contrario no vivirían para ver otro invierno. Han cumplido su promesa y yo he cumplido la mía. Pero si uno me hubiera fallado habría muerto sin lugar a dudas. Aunque creo que ya no hay necesidad de ocultarlo más.
Después de la batalla, y creyendo que había hecho lo que me pedía mi sueño. Partí a Alcunter para hacer lo que mi señor me pedía. El caballo galopó con su máxima velocidad y pronto llegué a mi destino. Pero durante el camino observé que desde el este se elevaban nubes que supuse eran de tormenta. Jamás he cometido un error tan grande, pues al llegar a Alcunter y ver la niebla, comprendí todo y me encaminé aquí. Donde mi señor Dreylo pudo de nuevo vencer gracias a mi creación. Pero creo que lo que en verdad quería decirme mi sueño era que mi señor Dreylo necesitaba mi ayuda y pienso acompañarlo en su Plan de Conquista hasta el final.
Luego tuve que encargarme del único herido: el joven Drog. Sus heridas hubieran significado un largo periodo de descanso en Alcunter y yo sabía que el muchacho prefería mil veces luchar junto a su padre. De nuevo le curé mediante mis habilidades, sabiendo que con este último acto me encontraría obligado a revelar todos mis secretos. Y eso es lo que he hecho. No tengo nada más que ocultar.
Un largo silencio siguió a la historia contada con Zolken. Era demasiado increíble para ser cierto. Sin embargo, ahora todo tenía sentido. No tuvieron más opción que aceptar lo que Zolken les decía como verdad.
Una sonrisa cruzó el rostro de Dreylo, y dijo:
—Bueno. Ahora por fin podemos entender lo que sucede a nuestro alrededor. Es bueno saber que tus capacidades están de nuestro lado, Zolken.
—Y siempre lo estarán—dijo el herrero inclinando la cabeza.
Pero el padre de Zolken no pudo soportar la situación. Había contado su historia con la frialdad que le caracterizaba, casi con arrogancia. Y había escuchado la de su hijo tratando de mantenerse calmado. Pero no entendía por qué había hecho lo que había hecho. Desde no contarle nada, hasta ayudar a Dreylo. La furia inundó su ser cada vez que Zolken dijo “mi señor” en su relato, y ahora no podía contenerse más.
Se levantó gritando. Y luego se abalanzó sobre su hijo. Entre gritos de “¡Maldito Traidor, ya me las pagarás todas!”, estrangulaba a Zolken. Y aunque el herrero era considerablemente musculoso, su padre lo era más, y su piel muy pronto comenzó a adquirir tintes azulados y el aire comenzó a faltarle.
—El Idioma de la Tierra, tus habilidades, tu Traición. Eres un maldito, mereces la muerte. ¿Cómo has podido fallarme así?
Zolken no podía reunir el aire para responder o la energía suficiente para hacer que su piel quemara como un Nerk, y cada vez se acercaba más a la muerte.
Pero Dreylo no podía permitir la muerte de Zolken. Desenfundó a Gollogh y atravesó al Antiguo Jefe Mingred desde el corazón hasta el estómago. El padre de Zolken murió con la furia en la mirada y sin comprender a su hijo.
—Muchas gracias, mi señor. Siempre amé a mi familia pero creo que él no era la mejor parte de ella—dijo Zolken jadeando.
—No hay problema—repuso Dreylo, mirando la sangre gotear por el filo de Gollogh. Aunque la sangre era roja, era mucho más clara de lo habitual, casi rosada. Evidentemente, hasta el momento de su muerte el padre de Zolken aún conservaba rasgos que lo unían levemente a su antiguo pueblo.
—Y hablando de familia—continuó Zolken con la ansiedad reflejada en sus ojos—. Después de lo que dijo mi padre, he quedado intrigado. Mi madre y un hermano cuya existencia desconocía habitan en Benderlock. Debo encontrarlos como sea. Pero primero, tengo que ayudar a que mi señor Dreylo termine su propósito.
Dreylo observó a Zolken, a la luz de la hoguera que los había calentado e iluminado durante toda aquella noche, pudo contemplar la tristeza en los rasgos de Zolken. Y comprendió que hubiera deseado ir a Benderlock primero, así que decidió hacerle un favor.
—Drog, avisa a todos los hombres que se alisten. Partimos mañana temprano. Diles que nuestra dirección es ahora hacia el norte. Hacia Benderlock.
Zolken observó a Dreylo con extrema gratitud. Eran estas las razones por las que un líder podía hacerse querer por sus hombres. Con lágrimas en los ojos, dijo “Gracias”. Luego fue a acostarse.
— ¿Qué tu qué?—fue lo único que pudo decir.
—Así es, mi señor. Usted mismo ha visto que hay muchos misterios que me envuelven y esta es la explicación a todos ellos. Tal como prometí, les contaré todo. Pero a su debido tiempo, mi padre debe descansar.
Dreylo posó la mirada en el Antiguo Jefe Mingred, a quien Zolken llamaba padre. ¿El padre de Zolken? Ninguno de los presentes lograba asimilarlo del todo. Dishlik estaba a punto de gritar debido a un sentimiento que no lograba definir con claridad. Suponía que era frustración, pero no estaba seguro.
Mientras la noticia iba siendo aceptada poco a poco, un silencio sepulcral los rodeó como un gran manto invisible, mucho más grande y poderoso que la noche que en estos momentos reinaba por Cómvarfulián.
Cómvarfulián: la tierra donde los poderes de la naturaleza coexistían con los hombres. La tierra bañada por la luna más hermosa de todas y por el sol más ardiente. La tierra condenada a la guerra. Una guerra sin final que acabaría con todo.
—Un momento—exclamó Dishlik—. Tu padre murió hace años.
—Eso es lo que todos creyeron—le respondió Zolken con la picardía reflejándose en sus ojos.
Instantes más tarde. Llegó un soldado trayendo comida para el Antiguo Jefe Mingred. Un poco de pan, y agua del río. Pues el hombre era su prisionero, y debían tratarlo como tal. Zolken notó el gesto y frunció el ceño, disgustado.
El padre de Zolken comió con extrema lentitud. Masticaba con exageración y tragaba con lo que parecía ser deliberada parsimonia. Como si disfrutase de la tensión del ambiente. Lo cierto es que, aunque gozara el momento, también le costaba trabajo comer. No lo había hecho en toda su vida.
Desesperado por la lentitud, Dishlik exclamó:
—Pero no es nada más que pan y agua. Apresúrese anciano, que no tengo todo el día.
Por primera vez en su vida, Dishlik vio a Zolken furioso. El herrero se puso de pie, con un fuego abrasador brillando en su mirada y una expresión implacable que calló a Dishlik de inmediato.
—Exijo más respeto hacia mi padre. Muchas veces he salvado sus vidas y ahora pido que tengan consideración. La razón de la lentitud de mi padre es que era un Mingred. No comía. Los Mingred se alimentan del aire fresco de las montañas, por así decirlo “renuevan su esencia”, así como los Nerk se alimentan de fuego y calor. Ahora que mi padre es un hombre, tiene necesidades humanas, y necesita tiempo para acostumbrarse. ¿Sigues con hambre?—le preguntó al ver que por fin acababa su comida. Él se contentó con asentir con la cabeza. Y, a una mirada de Zolken, Dreylo ordenó que le trajeran más comida. Y un poco más generosa que la anterior, tanto en raciones como calidad.
Al poco tiempo, un soldado trajo un trozo de carne salada y un poco de vino, guardado en una bota de cuero muy bella, pero sencilla. De nuevo el padre de Zolken comió con lentitud. Mirando a todas las personas a su alrededor con una expresión frívola en el rostro. La misma expresión de aquella tarde.
—No entiendo—dijo Drog—. Todos los Mingred y los Nerk desaparecieron apenas uno de ellos fue vencido. ¿Por qué él no?
El padre de Zolken terminó su comida y lo miró fijamente durante unos instantes. Apenado, Drog bajó la cabeza. Sintiendo que aquella mirada llegaba a lo más profundo de su ser.
—Creo que no puedo retrasarlo más—dijo, la resolución llegó a su rostro. Parpadeó varias veces y continuó—. Contaré el principio, pues es la parte que me corresponde, luego, Zolken terminará la historia.
Supongo que todo esto comienza, una hermosa mañana de hace ya casi cincuenta años. Después de una larga reunión entre los Mingred más importantes, habíamos acordado que varios de nosotros entrarían de infiltrados a todas las ciudades del país. Buscando información que nos fuera útil para recuperar lo que nos habían quitado. Yo, junto con cuatro compañeros más, fuimos escogidos para llevar a cabo esta misión. Ya que éramos los más calculadores y serenos entre los nuestros. Así que, convirtiéndonos en una fresca brisa, nos transportamos a los lugares que nos correspondían.
Yo había sido asignado a entrar a Brandelkar. Mi viaje era el más largo de todos, pues tenía que recorrer todo el país de extremo a extremo. Sin embargo, gracias a la velocidad del aire, llegué en muy poco tiempo a mi destino. Al llegar, me dirigí a un lugar por completo vacío: un estrecho callejón perdido en las profundidades del mercado. En este callejón adopté forma humana y me vinculé a Brandelkar. Por supuesto, era un lugar muy grande y nadie pareció darse cuenta de que había un habitante de más tras sus muros.
Aunque este problema fue fácilmente resuelto. Para aumentar la credibilidad de mi coartada, necesitaba adaptarme a todas las costumbres humanas. Lo primero en que pensé fue lo que ustedes llaman casa. De modo que busqué un brandelkano solitario y lo asesiné y me apoderé de su vivienda. Era un anciano decrépito que de todas formas hubiera muerto en poco tiempo. Por lo que el mal no fue tan grande. Arrojé su cuerpo sin vida al mar y me establecí por completo.
Nadie notó la ausencia del viejo. Por lo que tuve una preocupación menos. Ahora mi objetivo era conseguir mi entrada al castillo y cumplir mi tarea.
He de admitir que no me resulto difícil infiltrarme en el castillo. Bajo la apariencia de un joven, pero bastante hábil, cocinero. Desde luego, no me era para nada complicado transmutar la comida en platos de extrema calidad y elegancia, y por esto me gané el respeto de todos los habitantes del castillo. Maslirk elogiaba mi trabajo y muy pronto pude obtener datos bastante útiles para nuestro cometido.
Pero dentro de mí sentía una perturbación muy grande. Sabía que, aunque la caía de Brandelkar estaba en mis manos, aún debía hacer algo allí. Por lo que me quedé más tiempo del necesario.
Renuncié a mi trabajo en el castillo, pues sabía que no le podía sacar más provecho y, por el contrario, debía dedicar todo mi tiempo a encontrar aquello que me llamaba.
Me sorprendí a mí mismo vagando por todas las calles del Brandelkar, buscando no sabía qué. No podría vivir en paz hasta encontrarlo, esto lo asimilé en cuanto emprendí mi nueva tarea. Caminé sin descansar días y noches por todo el lugar. Pero mi destino me evitaba.
Yo no estaba dispuesto a rendirme, pues mi espíritu es mucho más fuerte que el de los hombres y mi voluntad es de hierro, incluso ahora que mi vida ha dado un cambio radical.
Pero, continuando con mi relato, llegó un día en que, dando un paseo por la costa, me encontré con un cuerpo tendido sobre la arena. Creí que dormía, y pensé que sería sensato continuar mi camino y no interrumpir a esta persona. Pero la dirección y sonido del aire, me dijeron que aquella mujer en realidad estaba inconsciente y era mi deber ayudarla. Este era un aviso proveniente de la naturaleza, y por supuesto no iba a desobedecerlo.
Me incliné sobre la mujer, y al contemplar su rostro, me sentí turbado. Pues aunque no soy un hombre y ninguna de sus costumbres me afecta, con esta mujer era diferente. Había algo en ella que me enmudecía y no sabía qué.
Por ahora no podía detenerme a pensar, tenía que despertarla.
Sin detenerme a pensar que mi poder era suficiente, recosté mi cabeza contra su pecho en un acto instintivo y, gracias a mi naturaleza sobre humana, descubrí que había tragado agua del mar en excesivas cantidades, y que no podía respirar bien.
Con mis manos, presioné sus pulmones repetidas veces hasta que la mujer escupió toda el agua que había ingerido y se incorporó con dificultad. Me miró, entre desconcertada y agradecida, y no supe que decir.
Sin duda este tipo de encuentros son mágicos. Tan especiales que llevan consigo un poder mucho más impresionante que cualquier otro sobre la tierra. Las personas tocadas por este poder llevan en su sangre más que vida. Esperanza y alegría durante el resto de su existencia.
Poco quiero decir de lo que sucedió en los meses que continuaron. La mujer se llamaba Silyun. Tenía un cabello rojo como la sangre y facciones redondeadas en su rostro. Para ser humana, era alta. Aunque claro, al lado mío no superaba la altura de mis hombros. El amor por la vida brillaba en su mirada desde aquel día y siempre me agradeció por salvarle la vida.
Aunque no sabía qué me pasaba, decidí quedarme un tiempo más. Para averiguar qué me había motivado a salvarle la vida a una humana. Mis días los pasaba con Silyun. Escuchaba todas las historias que tenía por contarme acerca de su vida y de la existencia en general. Como el día en que fue a pescar para poder vender en el mercado cualquier cosa que le ayudara a sobrevivir. Al no encontrar peces, navegó mar adentro, hasta un lugar donde aún no se atrevía a ir. Perdió por completo su sentido de la orientación y no podía ver la costa, cuando una tormenta sumamente cruel hizo añicos su embarcación y la arrojó a lo más profundo del mar. Silyun estaba a punto de ahogarse, y perdió la conciencia, creyendo que cuando cerrara los ojos, no los abriría nunca más. Pero entonces despertó en la costa y yo estaba a su lado.
No supo darle una explicación a lo que había pasado. Y yo, que si la tenía, no comenté nada al respecto. Pero era obvio que la habían rescatado los Durvel: los habitantes del agua.
Sin duda ustedes no han oído hablar de los Durvel, puesto que ellos saben esconderse bien de la vista humana y habitan la mayoría de las veces en aguas tan indomables, que nadie se atreve a ir hasta allí. Hace mucho tiempo que perdimos contacto con los Durvel, por lo que no sabemos qué traman. Les puedo decir que sus poderes difieren del entorno en el que nacieron. Un Durvel nacido en agua dulce, puede transformar el agua en lo que quiera, y uno de agua salada transforma todo en agua. Se dice que los Durvel fueron las primeras criaturas nacidas en el mundo, y que ellos dieron origen a los Mingred y los Verkan, y de los Verkan surgen los Nerk. Los Verkan son las criaturas de la tierra, si mal no recuerdo ahora habitan dentro de las montañas. Son grandes y pesados, y convierten todo en piedra. Cuando quieren pueden ser muy rudos pero también muy sensibles.
Pero no estoy aquí para relatar la historia de los Pueblos de la Naturaleza, sino para explicar el misterio que, según ustedes, envuelve a mi hijo. Aunque no quiera explicarles esto, lo hago por consideración a Zolken, que muy amablemente se ofreció a explicarlo todo. Pero para cumplir su promesa necesita de mi ayuda. Es la única razón por la que les cuento esto.
Los días transcurrieron y Silyun y yo teníamos cada vez más confianza entre nosotros. Muy pronto llegó el día en que cumplí mi año de estadía en Brandelkar y aún no sabía por qué no me había marchado para destruirlos a todos. Pero pensar en una muerte merecida para todos y mirar a Silyun me confundía en extremo. Reconocí, aunque me dolía hacerlo, que no quería que Silyun muriese y que por eso no me había marchado.
Admitir que por fin había encontrado el amor en manos de una mujer humana fue algo que en un principio me humilló en extremo. Pero pensando durante largas noches, descubrí que sentirme humillado me hacía sentirme sucio muy en el fondo, no por la situación, sino por el mismo hecho de creer a Silyun inferior a mí. Por lo que decidí no contenerme más, y una mañana le confesé a Silyun todo lo que sentía. Esa misma noche, consumé mi amor y quedé en paz conmigo mismo.
Nueve meses después, y para mi sorpresa, Silyun dio a luz a un niño. Para ser un bebé, era mucho más grande y pesado que cualquier bebé humano. En sus ojos brillaba el misterio y su cabello era casi blanco, sin perder tintes de negro azabache. Decidimos llamarle Zolken.
Yo por mi parte, no entendía cómo había podido nacer un mestizo. Un medio Mingred. No sabía que repercusiones tendría en el niño mi naturaleza sobre humana, y no quería averiguarlo de todos modos.
Entonces decidí confesar toda la verdad. Silyun se quedó sin habla, pero dijo que me amaba de todos modos. Yo le insistí para que le presentáramos el niño a mi pueblo y ella estuvo de acuerdo, siempre y cuando Zolken cumpliera los dos años primero. Pues ella quería que su hijo creciera bello y fuerte para poder presentarlo a los Mingred y que todos estuviéramos orgullosos de él.
El día del segundo aniversario de Zolken, partimos hacia el este del país. En aquella ocasión no pude viajar a la velocidad del viento, ya que debía acompañar a mi mujer y a mi hijo. Por lo que nuestro viaje demoró casi dos semanas. Sin embargo llegamos.
Los otros Mingred que habían ido en misión de espías al resto de provincias de Cómvarfulián ya habían vuelto con valiosa información. Sólo faltaba yo y ahora que volvía no me recibieron como esperaba. Al ver al niño y a Silyun, todos enfurecieron. Nos repudiaron. Dijeron que no tenía el honor de hacerme llamar Mingred, pues había rebajado mi condición al unirme con una brandelkana. Me desterraron, no me permitieron volver con ellos dos. Volvería yo solo, tal cual había partido. Ni siquiera aceptaron la información que tenía para ofrecerles. Aun así yo escogí permanecer con mi familia, y gracias a ello estoy aquí.
Verán. Todos los Pueblos de la Naturaleza estamos unidos entre nosotros. Somos hermanos y por lo tanto nuestro vínculo es algo especial. Por eso cuando un Mingred y un Nerk fueron vencidos esta tarde, todo sus compañeros cayeron con ellos. Esta es la fuerza que nos une. La razón por la cual yo ahora soy humano, es que al escoger a mi familia por encima de mi pueblo, rompí mi lazo con ellos, y me acerqué más a los humanos. Aunque aún estaba unido tenuemente a ellos. Al desaparecer ellos, se llevaron toda mi esencia Mingred y quedó toda mi humanidad, ocupando por completo mi cuerpo.
Los Mingred quedaron furiosos con mi elección. Por lo que nos dijeron que si nos veían juntos de nuevo, asesinarían a Silyun y a Zolken. Yo no dudé de su palabra y decidimos separarnos. Yo retorné a Brandelkar con Zolken y Silyun partió rumbo a Benderlock.
De vez en cuando volvía de nuevo a ser aire y viajaba a Benderlock, para ver qué tan bien la pasaba Silyun. En una de mis visitas, me recibió con otro niño. Sí Zolken, tienes un hermano—añadió al ver la expresión sorprendida de su hijo—. Decidí no contártelo porque si te enterabas, corría el riesgo de que los Mingred supieran también. Pues te tenían vigilado las veinticuatro horas del día. A Benderlock no se atrevían a ir pues el aire del desierto que llega al castillo es seco y puede debilitarnos, ya que los Mingred necesitan un ambiente fresco para vivir. Por esta razón envié a tu madre allí. Los Mingred no notaban mi ausencia pues partía en verano, una época donde el aire se calienta tanto que nuestras capacidades se reducen lo suficiente como para que pudiera escapar un tiempo.
Pasaron diez años, y una oscura noche se presentó unos de mis antiguos camaradas Mingred frente a mi puerta. Estaba a punto de ir a acostarme cuando tres golpes me llevaron a la puerta, sonaban siniestros, y por un momento pensé en no abrir. Pero decidí enfrentar mi destino. Mi antiguo compañero me informó acerca de una guerra que se avecinaba contra los hombres. Nuestra victoria estaba asegurada y él tenía un pacto que proponerme en nombre de todo el Pueblo del Aire. Si yo me unía ellos en la guerra, dejarían que Zolken y Silyun continuaran con vida incluso después de acabar con todos los seres humanos.
Acepté con gusto, pues lo más importante para mí era su seguridad. Informé a Zolken de lo que ocurría y fingimos mi muerte, luego partí a la guerra, como Jefe de todos los Mingred.
Un rotundo silencio siguió al relato. De repente, Dishlik miró a Zolken.
—Zolken, ¿Si sabías todo esto, por qué te uniste a la guerra conmigo?
—Yo no estimaba al pueblo de mi padre, y un mundo donde mi madre y yo fuéramos los últimos humanos no me apetecía en lo absoluto. Entonces decidí partir con usted e impedir la victoria de los Mingred y los Nerk con el poder que la vida me otorgó, lo que me lleva a mi historia.
Desde muy pequeño, mi padre me explicó todas estas cosas. Excepto el hecho de que tengo un hermano en Benderlock. Sabía que mi padre me había heredado sus habilidades, pero que la sangre de mi madre habría influenciado en algo el legado de mi padre.
Mi poder no se manifestó hasta que tuve siete años. Aunque no era muy social, tenía un buen puñado de amigos y una tarde decidimos jugar a la guerra. Sentirnos unos caballeros consagrados de Brandelkar, invencibles, con una espada que inspirase temor, nos llenaba de esperanzas.
Conseguimos unas cuantas ramas e improvisamos espadas de juguete con ellas. Mientras yo creaba mi arma, miraba la madera con nostalgia. Deseaba que fuera una espada real para poder luchar. Pero mis sueños eran sólo eso, sueños. De repente, mientras deseaba esto con todas mis fuerzas, me sentí cansado. Aún podía terminar el juego, pero el agotamiento era inusual. No había hecho nada aún y sin embargo, me faltaban fuerzas.
Nos dividimos en dos grupos y simulamos una batalla. Yo me dirigí a luchar, y al encontrarme con mi enemigo, chocamos nuestras armas.
Entonces, todos quedamos sorprendidos. Mi espada cortó la de mi compañero de una manera tan limpia, que parecía que en realidad fueran una espada de verdad, aunque en apariencia fuera de madera.
No le comenté este suceso a mi padre, pues no quería armar ningún tipo de alboroto, aunque fuera familiar. Pero desde ese día comprendí cuál era mi poder. Al tener un objeto frente a mí, puedo asignarle las características que quiera. Tendiendo ante mí una espada de madera, pude hacer que cortara como una de verdad, pues tal era mi deseo. El único inconveniente de este don es que requiere de mi energía para llevar a cabo la tarea. Mientras más dura sea la tarea, más energía pierdo yo.
Unos años después, mi padre me informó de su partida a la guerra y de todos los planes de los Mingred. De manera que simulamos el entierro de mi padre para que pudiera irse sin problemas. Su tumba aún está en Brandelkar, y todos creyeron la farsa.
Pero como ya dije antes, no quería vivir en un mundo donde sólo quedáramos mi madre y yo en representación de la raza humana. Decidí poner mis habilidades al servicio de los hombres. Acepté el cargo de aprendiz de herrero con gusto. Aprendí los principios básicos de la herrería en un tiempo más corto del habitual. Aprendía rápido y tenía un poder que nos ayudaría a ganar.
Cuando mi maestro murió, yo quedé como el herrero de Brandelkar, y pude disponer mi talento al servicio del Castillo Dorado. El rumor de mi sorprendente habilidad en la profesión corrió rápido y Disner me ordenó reconstruir la puerta de Brandelkar. Todo el castillo ya estaba hecho en oro, y yo podía con sólo tocar la puerta, proporcionarle la fuerza que me pedían. Pero debía simular una reconstrucción. Destrocé la puerta y con los mismos pedazos, la hice de nuevo, otorgándole el poder de resistir todos los golpes de cualquier arma o poder conocido hasta entonces. Pues como sabrán, yo no sospechaba en ese momento que crearía algo más. Por lo que la puerta no estaba construida para soportar sus ataques. También se me encargó crear cuernos de guerra nuevos para todo el castillo. Por ser Brandelkar una provincia rica en oro, los cuernos también los creé de este material, y les asigné la cualidad de producir un sonido característico, imposible de imitar. Nadie podría siquiera engañar a los centinelas de Brandelkar.
Al acabar mis labores, contacté con Dishlik y le dije que podría hacer un arma especial para él. La más poderosa de todas, la que lo llevaría la victoria. Pero Dishlik me dijo que prefería que hiciera el arma para aquel que se alzaría sobre los demás. Suponiendo que hablaba de su hermano Disner, le informé a él de todo, hasta las palabras de Dishlik. Disner me mandó a retirar, diciendo que cuando todo estuviera dispuesto podría comenzar mi trabajo.
Pero Disner nunca llegó a llamarme, pues una semana después, en una noche tan oscura como aquella en la que mi padre decidió ir a la guerra, mi puerta sonó, con los mismos tres golpes que oyó mi padre. De algún modo, cargaban el presagio de que yo también debía partir. Y. como mi padre, decidí encarar mi destino yo también. Nunca olvidaré esa noche. Al abrir, pude ver el cielo con claridad. Estaba nublado, se aproximaba una tormenta como no se había visto en años. Pero las nubes no importaron, ni el aire a muerte que ya comenzaba a olerse. Lo que me importó ese día fue Dishlik. Me pidió que lo acompañara para forjar el arma, tal como había prometido. Pensé que por fin iría donde Disner, pero me equivoqué. Traspusimos las puertas de Brandelkar y nos encaminamos en dirección sureste. No sabía lo que pasaba, y cuando pregunté nuestro destino, Dishlik dijo:
—Vamos hacia el hogar de quien se alzará sobre los demás. Quien puede apreciar a un hombre por su valentía y coraje. Quien es tan frió como el hielo—ante esta última expresión, Dishlik se sonrojó y el padre de Zolken bufó, pues creía que sólo un Mingred podía ser tan frío como el hielo. Iba a expresar su pensamiento, cuando algo más le llegó a la mente: “¿No eres tú ahora un humano? ¿Has perdido tu frialdad por serlo?”. Prefirió callarse y dejar que Zolken continuará con su relato—. En conclusión, nos dirigimos a Alcunter.
Entonces comprendí todo lo que había hecho. Preferí callarme y seguir a Dishlik, pues la propuesta se la había hecho a él, y además sentía que debía compensarle.
Poco puedo decir del viaje que ustedes no sepan. Cuando Dishlik fue atacado con las flechas brandelkanas, supe que pasaba. Mi padre me había transmitido esta información cuando era pequeño, porque este era uno de los datos que había averiguado. Sabía que las flechas producirían a Dishlik un sufrimiento atroz, por lo que decidí usar mis poderes para curarle. Mojé unos cuantos trapos, deseando que el agua tuviera la capacidad de contrarrestar la sustancia de las flechas que había llegado hasta la sangre de Dishlik. Funcionó, y se notó la mejora. Pero cada vez que los vendajes de Dishlik se secaban, me veía obligado a cambiarlos y renovar las curaciones.
Sentía como mi energía se agotaba con el pasar de los días, y por fortuna Dishlik no exigía un ritmo tan acelerado al caminar, pues de lo contrario creo que habría muerto.
La tormenta que había visto venir desde el día que Dishlik me pidió ayuda llegó un poco atrasada, favoreciendo a los brandelkanos que nos siguieron hasta la avanzadilla. Nos encontramos con Markrors, llegamos a la avanzadilla y de inmediato tuvimos que prepararnos para defenderla.
Quise luchar con uno de mis martillos de trabajo, para no ocupar armas que pudieran servirle a otro. Me sentía muy cansado, por lo que no pude dotar al martillo de una cualidad que nos ayudara a ganar. Habría acabado conmigo.
Después de un tiempo, noté la ausencia de Dishlik, creí que había muerto, por lo que la esperanza me abandonó y decidí dejar de luchar. Caí de rodillas mirando al cielo, preguntándole por qué pasaba esto. Qué habría hecho yo para merecer lo que me pasaba. La tristeza me abatió y caí inconsciente.
Desperté con gritos resonando por todas partes. Me levanté aturdido, tratando de recuperar los recuerdos de las últimas horas. Entonces vi a Dishlik frente a un hombre, la luz del amanecer iluminaba sus rostros y en ese preciso instante tuve la certeza de que ganaríamos.
Dreylo y Dishlik lucharon como valientes. Drog y Markrors les acompañaron en la batalla. Todo acabó con fortuna para nosotros, pero había muchos heridos, y muchos sufriendo por las flechas. Hubieran sido más de no ser por Markrors, pero le había visto alzarse victorioso sobre los arqueros brandelkanos. Y tiempo después su historia se la conté a un bardo que la relató en Brandelkar con lujo de detalles y mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho.
Debíamos cuidar a los heridos en batalla. De modo que me encargué de Dreylo, Dishlik, Drog y Markrors. Dishlik ya casi se había curado del ataque de las flechas, sólo necesitó un vendaje más para curarse. La herida de Dreylo fue fácilmente atendida por un alcunterino que le proporcionó los vendajes adecuados. A Drog le vendaron los dos brazos y no pude intervenir, pues mientras los auxiliaban a todos ellos, yo me encargaba de Markrors, repitiendo el mismo proceso que usé en Dishlik. Esta vez, y para no gastar mis energías, usé los mismos vendajes una y otra vez, mojándolos constantemente.
De esta manera curé a Markrors usando una cantidad mínima de energía, por lo que pude ayudar a otros heridos por las flechas. En cinco días pude encargarme de todos, descansando cuando lo necesitaba y usando el mismo método que usé en Markrors.
Mi señor Dreylo se restableció en una semana, mientras que Drog necesitó más tiempo. Sus heridas sanaban a un ritmo normal y ya no podía hacer nada para ayudarlo.
Cuando la situación mejoró, Dreylo y Dishlik partieron rumbo a Alcunter, llevando consigo la preocupación de la traición en el Castillo Plateado. Cuando la conspiración se descubrió, entendí todo. Cuando Disner oyó mis preocupantes comentarios, averiguó con su espía todo lo relacionado con la alianza entre Dishlik y Dreylo. En estos momentos les pido perdón a mi señor Dishlik, y a mi señor Dreylo también. Pues por mi culpa las cosas se complicaron de un modo impresionante.
Después de que Markrors casi atrapara a uno de los Cinco Traidores, partimos también hacia Alcunter. Allí se me informó acerca de mi tarea. Y todos mis pedidos fueron cumplidos. El arma que tenía en mente requería un gran trabajo y necesitaba toda la colaboración posible.
Cuando todo estuvo listo, comencé con la creación de la espada. En un principio todos mis ayudantes, y mucho más que nadie Yostermac, pusieron en duda mis planes. Pues a sus ojos estábamos creando una simple espada, pero no sabían todo.
Mi primer intento fue con una espada común y corriente, hecha por mí con la ayuda que me brindaron. Pero su hoja se rompió en miles de pedazos, pues el acero de la espada no soportó la tremenda carga de energía que se requería para obtener un arma tan poderosa.
Después de este primer intento, quedé mortalmente cansado, pues todas las características que tenía previstas para la espada requerían de toda mi energía, incluso más. Por lo que debía manipularla dándome espacios para descansar.
Después de mi primer fracaso, vinieron muchos más. Intentaba con todo tipo de material. Pero los resultados siempre eran los mismos y lo único que conseguía era agotarme cada vez más, porque no reponía mi energía en su totalidad, buscando rapidez.
Empezaron a perder la fe en mí todos los ayudantes que tenía. Unos pocos desertaron. Por lo que tuve que gritarles cada vez con más fuerza y más frecuencia. Si no podía ser respetado, debía ser temido, pues lo más importante era acabar la espada lo más pronto posible.
Sin embargo, ninguna de mis ideas funcionó. Todos los metales que probaba para crear la espada acaban como el primero, y, además, la desesperación cundía por Alcunter, porque los planes de Walerz ya se habían descubierto.
He de confesar que incluso yo casi caigo en la desesperación. Pues nuestra única oportunidad era la espada y aún no hallaba el material necesario. Finalmente, tome una decisión. Debía unir dos metales, tal vez aguantarían más que uno sólo. Pero no podía usar dos metales comunes y corrientes, como acero y hierro. Debía usar algo mucho más fuerte.
En Alcunter, por una razón que me es desconocida, la plata abunda tanto como el aire. Por lo tanto, nadie notaría la ausencia de la plata que necesitaba. Pero el oro no es tan abundante. Aún así, quería utilizar el oro. Y como todos ustedes ya sabrán, casi todo el oro alcunterino se fue en la creación de la espada. Pero yo sabía que con esta arma se ganaría la guerra, y el dinero sería una preocupación menor. Aunque no sabía a ciencia cierta si mi intento tendría éxito, debía intentarlo, pues de lo contrario Alcunter caería, con el oro o sin él.
Llevé los materiales a la herrería y todas las personas que me ayudaban pusieron manos a la obra en su tarea. Di instrucciones muy claras de lo que quería hacer, y mandé a llamar a más alcunterinos para que me ayudaran. Pero era un asunto complicado, por lo que mis gritos, aumentaron de frecuencia e intensidad y me quedé sin voz. Usé mi martillo para reprender a quien se equivocara. Fue una suerte que no le hubiera dado a capacidad de explotar lo que tocara, de lo contrario, me hubieran matado ante tantos asesinatos.
Finalmente, durante el invierno, mi obra quedó completa, por lo menos en el aspecto físico. Ahora necesitaba mi intervención para que se elevara sobre cualquier otra arma.
Ahora procederé a explicar lo que hice. Primero hicimos la hoja de plata alcunterina, que como todos ustedes saben es la plata más fina de todo Cómvarfulián. A esta primera hoja, la cubrimos con una segunda capa a base de oro. En conclusión, es de oro sólo por fuera, pues su centro es de la plata más fina del mundo. Y esta combinación funcionó, pues al cargar el arma con la energía para obtener sus habilidades, pudo soportarlo muy bien.
Las características que le proporcioné al arma exigieron toda mi energía, como ya dije. Por lo que esta tarea la comencé después de descansar como era debido.
En primer lugar, algo me decía que no podía confiarme de Bosner. Creo que en el fondo sabía que iba a fracasar. Entonces el primer don que le otorgué fue el de ser tan afilada, que pudiera cortar cualquier material sin problemas. Sin importar que fuera oro, acero, o rubí, o cualquier otra cosa. Y como ya ustedes deducirán, fue esta capacidad la que hizo que la espada cortara las puertas y cualquier otra arma a la que se enfrentó.
La segunda característica que le asigné, fue la decisiva en el día de hoy. Había pasado tanto tiempo con mi padre, que ya sabía como era la estructura interna de un Mingred y sabía cómo combatirla. Desde luego que los Nerk y demás Seres de la Naturaleza tenían una estructura diferente. Pero inferí que debían tener algo en común que les otorgara sus poderes. Sabía que los Seres de la Naturaleza sacaban la energía necesaria para utilizar sus capacidades de la tierra misma, y como todos tienen este aspecto en común, por lógica debían tener algo en común en su estructura. Para averiguarlo me demoré un buen tiempo, pues hice un viaje a mi interior. Pude analizar en qué se parecía mi estructura con la de mi padre. Y como yo no puedo usar la energía de la tierra (lo que me impide ser un Ser Natural y por lo tanto, inaceptado en su comunidad), deduje que algo que yo no tuviera pero mi padre sí, sería la cualidad que buscaba.
Encontré muchas diferencias, algunas porque eran elementos que no había heredado de él pero sí de mi madre, y otras porque mi condición semihumana lo impedía. Y para averiguar cuál era la que buscaba, necesité unos cuantos conejos de las praderas, a los cuales les fui asignando una por una estas características para saber cual era. Muchos murieron, pues era demasiada energía para un cuerpo tan pequeño, o su cuerpo era incompatible con esta característica. Pero algo me decía, que al ser un conejo un ser viviente, proveniente de la naturaleza, su organismo tenía que aceptar la habilidad de extraer energía del medio ambiente.
No me equivocaba, y pude encontrar lo que buscaba. Y después de hacer cálculos y pensar hasta que me doliera la cabeza, supe cómo contrarrestar esta característica, fueran Mingred, Nerk, Durvel o Verkan. Acumulé toda la energía que podía albergar mi cuerpo y puse manos a la obra. Pero combatir un rasgo tan especial, otorgado por la Madre Tierra, requería mucha energía, y por lo tanto tiempo. Fueron casi dos semanas en las que todos los días depositaba en la espada toda la energía posible para vencer a los Pueblos de la Naturaleza. Pero mis esfuerzos se vieron recompensados cuando vi cumplida mi tarea. Aunque estaba exhausto y no pude hacer más ese día. Me dirigí a descansar.
Estas son dos de las cualidades de la espada que han usado hasta ahora. Algo más he de añadir. Al otorgarle a la espada tantas cualidades, también se le ha proporcionado energía. La espada puede poseer habilidades que incluso yo desconozco, pues una combinación tan fuerte de energía puede producir efectos secundarios. Pero hay una más, que yo estoy consciente que posee.
No sé qué pueda pasar en el futuro. Tal vez Gollogh encuentre un rival que esté a su altura. Por lo que el día anterior a anunciar oficialmente el término de la construcción de la espada, hice algo más. Si la espada llega a recibir un golpe que no puede soportar, no se romperá como cualquier espada normal. El oro caerá y quedará un arma con un brillo como sólo lo puede proporcionar la plata alcunterina. Además de que la espada no sufrirá el paso del tiempo, pues su estado siempre será el mismo que el primer día.
Tengo unas cosas más que decir—añadió Zolken con rapidez al ver como sus oyentes comenzaban a cabecear presa del cansancio. Drog incluso se levantó, porque creyó la historia terminada. Pero ante las palabras de Zolken se sentó de nuevo y todos prestaron atención—. Le entregué la espada a mi señor Dreylo, y le demostré su poder. Luego fuimos rumbo a Brandelkar donde una vez más se admiró la fuerza que poseía el arma. Pero los brandelkanos son rudos, y como mi señor Dreylo recordará. El solo poder de Gollogh no bastó para ganar la batalla—Dreylo asintió, en su memoria aún tenía viva la imagen de Faxmar, y el temor que había sentido al no poderlo vencer hasta que Zolken le ayudó—. Por eso, al entrar al Castillo Dorado pronuncié unas palabras. Palabras que no repetiré, pues pertenecen a un Idioma Antiguo y Poderoso. Este lenguaje me lo enseñó mi padre. Ya que todos los Pueblos de la Naturaleza lo saben a la perfección. Las palabras provienen de la mismísima Madre Tierra y tienen la capacidad de transmitir los sentimientos de las cosas acerca de las cuales habla. Razón por la cual, cuando dije: “Vamos guerreros, la Victoria este día es nuestra ¡Por Alcunter!”, los alcunterinos sintieron la fuerza y la vitalidad que les ayudó a ganar la batalla. Aunque no pude evitar que hubieran heridos y muertos.
Como en el caso de Dishlik, que no pudo ganar el combate contra su padre y sufrió heridas que requirieron mi ayuda. No quería usar mi energía en una curación milagrosa, porque temía que necesitara de todas mis fuerzas para ayudar a mi señor Dreylo, pero finalmente me di cuenta de que no había otra salida y usé mi poder para curar a Dishlik. Luego ganamos la batalla y reparé la puerta con el mismo método que usé para su “reconstrucción”. Reuní todos los pedazos y los ensamblé. Pero las puertas aún son vulnerables a caer ante el ataque de Gollogh o de un arma con un poder similar. Pues una protección contra un arma así requiere el doble de energía, o incluso más. Claro que en estos momentos Gollogh es única y es el arma más poderosa de todo el país.
Ahora que lo recuerdo, he de decir que después de crear la espada, cuando sólo faltaba fortalecerla, y en la reconstrucción de las puertas, los aldeanos que estaban conmigo eran una manera de ocultar mis talentos. Al final del día les decía que no contaran nada de lo que hacían (que era por lo general mirar para otra parte y hacer lo que quisieran, siempre y cuando se mantuviera la apariencia), porque de lo contrario no vivirían para ver otro invierno. Han cumplido su promesa y yo he cumplido la mía. Pero si uno me hubiera fallado habría muerto sin lugar a dudas. Aunque creo que ya no hay necesidad de ocultarlo más.
Después de la batalla, y creyendo que había hecho lo que me pedía mi sueño. Partí a Alcunter para hacer lo que mi señor me pedía. El caballo galopó con su máxima velocidad y pronto llegué a mi destino. Pero durante el camino observé que desde el este se elevaban nubes que supuse eran de tormenta. Jamás he cometido un error tan grande, pues al llegar a Alcunter y ver la niebla, comprendí todo y me encaminé aquí. Donde mi señor Dreylo pudo de nuevo vencer gracias a mi creación. Pero creo que lo que en verdad quería decirme mi sueño era que mi señor Dreylo necesitaba mi ayuda y pienso acompañarlo en su Plan de Conquista hasta el final.
Luego tuve que encargarme del único herido: el joven Drog. Sus heridas hubieran significado un largo periodo de descanso en Alcunter y yo sabía que el muchacho prefería mil veces luchar junto a su padre. De nuevo le curé mediante mis habilidades, sabiendo que con este último acto me encontraría obligado a revelar todos mis secretos. Y eso es lo que he hecho. No tengo nada más que ocultar.
Un largo silencio siguió a la historia contada con Zolken. Era demasiado increíble para ser cierto. Sin embargo, ahora todo tenía sentido. No tuvieron más opción que aceptar lo que Zolken les decía como verdad.
Una sonrisa cruzó el rostro de Dreylo, y dijo:
—Bueno. Ahora por fin podemos entender lo que sucede a nuestro alrededor. Es bueno saber que tus capacidades están de nuestro lado, Zolken.
—Y siempre lo estarán—dijo el herrero inclinando la cabeza.
Pero el padre de Zolken no pudo soportar la situación. Había contado su historia con la frialdad que le caracterizaba, casi con arrogancia. Y había escuchado la de su hijo tratando de mantenerse calmado. Pero no entendía por qué había hecho lo que había hecho. Desde no contarle nada, hasta ayudar a Dreylo. La furia inundó su ser cada vez que Zolken dijo “mi señor” en su relato, y ahora no podía contenerse más.
Se levantó gritando. Y luego se abalanzó sobre su hijo. Entre gritos de “¡Maldito Traidor, ya me las pagarás todas!”, estrangulaba a Zolken. Y aunque el herrero era considerablemente musculoso, su padre lo era más, y su piel muy pronto comenzó a adquirir tintes azulados y el aire comenzó a faltarle.
—El Idioma de la Tierra, tus habilidades, tu Traición. Eres un maldito, mereces la muerte. ¿Cómo has podido fallarme así?
Zolken no podía reunir el aire para responder o la energía suficiente para hacer que su piel quemara como un Nerk, y cada vez se acercaba más a la muerte.
Pero Dreylo no podía permitir la muerte de Zolken. Desenfundó a Gollogh y atravesó al Antiguo Jefe Mingred desde el corazón hasta el estómago. El padre de Zolken murió con la furia en la mirada y sin comprender a su hijo.
—Muchas gracias, mi señor. Siempre amé a mi familia pero creo que él no era la mejor parte de ella—dijo Zolken jadeando.
—No hay problema—repuso Dreylo, mirando la sangre gotear por el filo de Gollogh. Aunque la sangre era roja, era mucho más clara de lo habitual, casi rosada. Evidentemente, hasta el momento de su muerte el padre de Zolken aún conservaba rasgos que lo unían levemente a su antiguo pueblo.
—Y hablando de familia—continuó Zolken con la ansiedad reflejada en sus ojos—. Después de lo que dijo mi padre, he quedado intrigado. Mi madre y un hermano cuya existencia desconocía habitan en Benderlock. Debo encontrarlos como sea. Pero primero, tengo que ayudar a que mi señor Dreylo termine su propósito.
Dreylo observó a Zolken, a la luz de la hoguera que los había calentado e iluminado durante toda aquella noche, pudo contemplar la tristeza en los rasgos de Zolken. Y comprendió que hubiera deseado ir a Benderlock primero, así que decidió hacerle un favor.
—Drog, avisa a todos los hombres que se alisten. Partimos mañana temprano. Diles que nuestra dirección es ahora hacia el norte. Hacia Benderlock.
Zolken observó a Dreylo con extrema gratitud. Eran estas las razones por las que un líder podía hacerse querer por sus hombres. Con lágrimas en los ojos, dijo “Gracias”. Luego fue a acostarse.
1 comentario:
Hello. This post is likeable, and your blog is very interesting, congratulations :-). I will add in my blogroll =). If possible gives a last there on my blog, it is about the Aluguel de Computadores, I hope you enjoy. The address is http://aluguel-de-computadores.blogspot.com. A hug.
Publicar un comentario