domingo, 9 de diciembre de 2007

FIN DE LA PRIMERA PARTE

5


Rumbo al Castillo Dorado
Dreylo apenas y durmió. Durante toda la noche se le aparecía la cara de Walerz. Dreylo podía verlo perfectamente frente a él, riéndose, mostrando aquellos dientes corroídos; pero no corroídos por la caries o cualquier otra enfermedad dental. Corroídos por la maldad y la falsedad. Entonces, cuando ya llevaba demasiado tiempo viendo la cara, ésta era sustituida por otras imágenes en la cabeza de Dreylo: sus sueños de venganza. Desde una muerte honrosa en la batalla (honor que no merece, se decía Dreylo), hasta la forma más patética de morir, suplicando por su vida, pero Dreylo no tendría compasión. Luego sus sueños cambiaban de curso: los recuerdos que había tenido esa noche aún no se esfumaban del todo, y esa noche, como muchas otras más, Dreylo soñó con Eluney. Se veía en un gran sendero, su esposa estaba a lo lejos y por más que el intentara acercarse no notaba cambio alguno en la distancia. Cuando por fin conseguía llegar frente al amor de su vida, Eluney caía al piso en un charco de sangre y su cuerpo desaparecía. Dreylo siempre despertaba en esa parte del sueño. Pero aquella noche fue diferente: Eluney cayó, pero antes de desaparecer, le dijo:
—Aún no se acaba mi caminar por este mundo. Un día volveré y nadie me recordará. Pero cumpliré mi misión e impediré la Verdadera Caída de Alcunter y Cómvarfulián a manos de nuestros verdaderos enemigos, pero llegará de todas maneras llegará el final de todo lo que amamos, y no podré impedirlo porque ustedes forjarán su destino. Luego partiré, esta vez para siempre. Porque la Madre de todos nosotros así lo ha dictaminado. No te preocupes más por mí, nos volveremos a ver, y todo será gozo de nuevo. Me sentí muy orgullosa al saber que esta misión estaría en mis manos, no los defraudaré y prometo que cada quien tendrá lo suyo.
Dreylo despertó envuelto en sudor. Faltaban casi dos horas para el alba. Y a la escasa luz del momento intentó descifrar el significado de las palabras de Eluney, pero no obtuvo resultados. De nuevo tendría que ser paciente y esperar a que todo cobrara sentido…
Y amaneció, y todo estuvo listo…
A la hora de partir Dreylo dio su última orden como señor de Alcunter:
—Zolken, quiero que cuando vuelva me tengas listos una corona y un cetro. Con tu asombrosa habilidad no dudo que los tendrás listos en poco tiempo, confío en ti para que en mi ceremonia de coronación todo sea perfecto.
—Mi señor—le respondió Zolken—, Yostermac fácilmente puede cumplir su petición, no veo que sea necesaria mi ayuda en el proyecto. Por esto le pido que me deje ir con usted a la batalla.
—Es una petición extraña—dijo Dreylo—, e imagino que esto es lo que quieres como pago por la creación de Gollogh.
—Así es. Y sé que es una petición extraña, y no hubiera pedido esto de no ser porque tengo el presentimiento de que se me requerirá en el campo de batalla antes del final—Zolken se detuvo, parecía medir el peso de sus palabras antes de continuar. Luego añadió—: Anoche tuve un sueño muy extraño. En él, yo me encontraba en un campo de batalla; el desorden a mi alrededor era impresionante. Pero yo pude reponerme en medio de la confusión. Los gritos dejaron de ser algo para mí. Me levanté, recogí una espada y yo solo acabé la batalla.
—Extraño—Dreylo parecía pensativo—. En fin, creo que tienes razón. Nunca hacen faltas manos para ayudar. Puedes ir, pero coge una espada, la protección necesaria y un caballo primero.
—Muchas gracias—Zolken se retiró y volvió después con todo lo que le había indicado Dreylo. Y verlo era un hecho muy curioso, ya que a Zolken la cota de malla no le lucía bien, y estaba usando una espada un poco vieja, y su caballo era el más viejo de Alcunter y ya no se le usaba para nada. Pero Zolken marchó a la guerra así. Y su ayuda fue muy importante para Dreylo.
“Noche de sueños extraños por lo que veo” se dijo el Señor de Alcunter al oír lo que Zolken había pasado la noche anterior.
Dreylo caminaba de aquí para allá. Comprobando que todas las cosas estuvieran en orden para poder partir. Desde el estado de las armas hasta el de los caballos. La cantidad de provisiones y de hombres: infantería, arquería y lanceros eran los que más abundaban, aunque no faltaban guerreros pertenecientes a otras divisiones, como la arquería montada y los manipuladores de la porra también se podían ver entre los hombres. Dishlik estaba entre este grupo, pero también llevaba colgada una espada al cinto.
Cuando Dreylo estuvo seguro de que todo estaba bien y en orden determinó que era hora de partir.
Llegó el momento de la despedida, muchas mujeres se acercaban a sus maridos para abrazarlos y transmitirles todo su amor. Luego, se acercaban los hijos. Por todas partes se oían cosas como:
—Cariño, prométeme que vas a volver y no me dejarás sola.
—Así será, te lo prometo.
—Papá, ¿Cuándo podré ir contigo?
—Muy pronto, hijo. Pero si triunfamos no creo que sea necesario volver a partir a la guerra.
—Pero, ¿Volverás pronto?
—Desde luego, hijita. Nadie me impedirá volver con ustedes.
Dreylo miraba todas las despedidas con un poco de nostalgia, un poco de envidia. Si Eluney siguiera viva, de seguro habría más niños, niñas tal vez. Y Dreylo estaría seguro de volver. Por ella, no se habría dejado detener ni por la muerte. Pero las cosas eran muy diferentes.
Para contener las lágrimas, Dreylo inició la marcha y todo el ejército partió detrás de su señor rumbo a la guerra. Justo detrás de Dreylo iban Drog y Markrors, también con la mirada fija en el horizonte y expresión solemne, sobre hermosos caballos que trotaban con elegancia. Los cuerpos de todos los guerreros alcunterinos se movían al compás de la marcha de los animales y del viento, el cual soplaba en dirección a las montañas, portando el salado aroma proveniente del mar. Sin duda el viento transportaría su olor lejos de Brandelkar, lo que aumentaría la sorpresa del ataque. La naturaleza estaba de su lado ese día, y no iban a desaprovechar la oportunidad que les estaba brindando.
Muy pronto el ejército se perdería en la lejanía, pero mientras dejaban atrás el castillo, los acompañó el canto del resto de pueblo alcunterino, unas pocas estrofas que decían algo parecido a esto:
A la guerra vas
Cargas más que armas
Mientras al enemigo acabas
Yo alisto tus cálidas mantas.
Para el momento en que regreses,
Y así recibirte como mereces.

A la guerra vas
Mis esperanzas
En tu grupa ya van montadas
Y yo alisto tus frescas mantas.
Para el momento en que regreses,
Y así recibirte como mereces.
A lo que el ejército entero respondió:
Así es, a la guerra voy
Mujer no te preocupes
Tu fiel enamorado soy
Volveré, no lo dudes.
Porque cuando vuelva,
Quiero mi recompensa.

Así es, a la guerra voy
Por que amor, escúchame
Fiel a mi promesa estoy
Volveré, no lo dudes.
Porque cuando vuelva,
Quiero mi recompensa.
Luego espolearon a los caballos rumbo al norte, para cruzar el río Larden por el puente. Se demoraron un poco más de una hora en llegar, y al hacerlo dejaron descansar a los caballos y todos bebieron agua del dulce río. Una frescura que ya no se consigue en ninguna parte del mundo
A las sombras del volcán se detuvieron a concretar los últimos detalles del plan.
—Ahora no nos demoraremos más de hora y media para llegar a Brandelkar, deben estar sobre aviso, ya que sin duda cuando esas ratas escaparon debieron haber dado toda la información que tenían a las demás provincias, como lo venían haciendo desde hace un tiempo. No es de extrañar que Brandelkar esté sumamente protegida—dijo Dishlik.
—En ese caso, es hora de ver qué nos tiene deparada la vida y pelear la última batalla. Sea cual sea el resultado, juro que haré que paguen, y que teman a Alcunter por el resto de su vida—Dreylo desenfundó entonces a Gollogh en señal de triunfo. Un grito se alzó de la garganta de cada hombre y el brillo que provenía de la espada encegueció a todo el mundo. Luego Dreylo añadió—Es hora de que el mundo recuerde el nombre del Guardián de Alcunter y lo vean de nuevo en esta espada, y que sea su martirio y verdugo.
Los hombres de nuevo lanzaron gritos de entusiasmo, mucho más fuertes que los anteriores. Era el momento de la venganza y se sentían confiados, pues habían visto el poder de Gollogh y sabían que no existía nada en el mundo que lo igualara. Felices como estaban, comieron sus provisiones, montaron en los caballos de nuevo y reemprendieron la marcha.
Al poco tiempo divisaron unas murallas doradas, a un kilómetro de distancia, aproximadamente. En ese momento llegaron las flechas. Centenares de flechas que provenían de las torres de guardia del castillo. Ubicadas en ambos costados de las puertas y adentro del castillo, y también alrededor de las murallas en un intervalo de cerca de cien metros. Y todas las flechas iban encaminadas hacia los alcunterinos que galopaban rumbo a Brandelkar.
—Ahora Dishlik—gritó Dreylo al tiempo que se agachaba para esquivar una flecha. La cual sobrevoló su cabeza y fue a dar en el cuerpo de un caballo que iba detrás. Montura y jinete cayeron al piso. El alcunterino fue aplastado por los demás jinetes que venían detrás y que no tuvieron tiempo de reaccionar.
Más flechas provenientes del castillo llegaban. Hombres y animales caían por igual al suelo y por igual morían. Aunque Brandelkar se encontraba entre un bosque, los caballos se hallaban formas de cabalgar sin que los árboles estorbaran su paso y las flechas de alguna manera daban en el blanco.
— ¡Ahora Dishlik!—gritó Dreylo, agachándose de nuevo y produciendo el mismo efecto.
Dishlik se agarró con fuerza del cuello del caballo con un brazo, escondió la cabeza lo más que pudo de las flechas. Después, con el brazo que tenía libre, revolvió en su equipaje y sacó el cuerno dorado de Brandelkar; todavía con cuidado para no ser alcanzado por los proyectiles brandelkanos (que de seguro están empapados con esa mortal sustancia, pensó), se llevó el instrumento a los labios y sopló con todas sus fuerzas. Una vez, dos veces, tres veces…
Y seguían avanzando. Tratando de llegar con vida a las puertas de oro de Brandelkar. Los gritos de los hombres, los zumbidos de las flechas, los relinchos de los caballos y el golpeteo de sus cascos, quebraba el silencio natural del ambiente.
Por fin, el ejército alcunterino había llegado frente a las puertas, cubriéndose con sus escudos, y protegiéndose también usando sus animales: sacando el mayor provecho de los caballos, de manera que ellos recibieran las flechas. Y condenándolos al sufrimiento que producían los proyectiles brandelkanos. No les importaba el dolor de los caballos, después de todo, sólo eran animales a su servicio y podían disponer de ellos como quisieran. Herramientas de una guerra que no tenía que ver con ellos pero que los alcanzaba por ser inferiores al hombre que quería controlarlo todo, pero que tendría que pagar cuando la Tierra se rebelara contra la explotación.
Pero ajenos a esto, los alcunterinos seguían galopando y sacrificando, y los brandelkanos seguían disparando y sacrificando, la diferencia no era mucha. De todas maneras, era momento de la guerra, y debían seguir, porque tal era la disposición de los hechos. La retribución vendría dentro de unos años.
Los alcunterinos continuaban luchando por sus vidas, cada vez con más fervor. Ahora por fin veían las puertas con claridad. Necesitaban que la estructura se moviera, pero las puertas no se abrieron por mucho que se acercaron…
Con los escudos sobre sus cabezas, los alcunterinos quedaron petrificados ante lo que vieron.
Dishlik tocó el cuerno de nuevo, y, como llamado desde otro mundo, un leve movimiento se percibió en las puertas. Después se oyó un grito y el sonido de una caída y, por la rendija que se había alcanzado crear, cayó una mano sin vida y salió un hilillo muy fino de sangre, como un arroyo recién nacido, y las puertas no volvieron a moverse.

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