SEGUNDA PARTE: CONQUISTA
1
La Batalla de las Murallas Escarlata
La Batalla de las Murallas Escarlata
Cuando Dishlik partió de Brandelkar, muchos sentimientos se encontraron…
En primer lugar, Disner se dio cuenta de que no amaba a su hermano, que siempre lo había menos preciado y que, en realidad, Dishlik sólo era un peón en el juego. Un arma más para la conquista. Pero Disner sí amaba a su anciano padre de ya casi ochenta años; así que le mintió diciéndole que Dishlik había partido en una importante misión de carácter secreto y que no podía decir más. E hizo todo lo posible para que el viejo Maslirk se creyera todo. Después de todo, era sólo un viejo que a duras penas podía hablar y caminar al mismo tiempo, por eso le había dejado el mando de Brandelkar a Disner hacia muchos años. Sin embargo, Maslirk aún conservaba la fuerza brandelkana dormida muy dentro de sí, y sólo se necesitaba el momento adecuado para que surgiera de las profundidades del anciano, preparándose para el último aliento.
Nímer se dio cuenta que el amor por Brandelkar era más grande que cualquier otra cosa en el mundo, por eso no dudo en ofrecerse como voluntario para perseguir a Dishlik hasta Alcunter y atacar. Los recuerdos de su amistad con Dishlik desaparecieron tan rápido como una hoja llevada por el viento en el más crudo otoño. Decidió quedarse en Brandelkar esperando órdenes de Disner, y lo que recibió fueron reprimendas por no seguir a Dishlik en función de espía; después de los gritos se le dieron órdenes y de esta manera Nímer partió detrás de Dishlik. Por desgracia, Dishlik había sobrevivido al ataque dirigido contra él y el plan original (atacar a Dishlik y dejarlo agonizando, esperar que los brandelkanos traidores fueran a Alcunter buscando ayuda. Al localizar el Castillo Plateado eliminar a Dishlik y sus hombres y por último atacar Alcunter), había fracasado; pues habían subestimado el poder de la fuerza de voluntad. Y el poder de Dreylo y sus hombres había quedado al descubierto aquel día. Ninguna información de esta batalla llegó a Brandelkar, pues no quedó ni un solo brandelkano en pie. Disner supuso este resultado al ver que no volvieran sus hombres aunque esperara durante semanas. Luego llegó Galerz avisando acerca de los acontecimientos en Alcunter. La batalla se acercaba.
Bosner, hijo de Blam, descubrió que su fidelidad a Dishlik era tan grande como para arriesgar su vida en la última esperanza de Alcunter. Por lo que, cuando Dishlik lo buscó antes de partir, Bosner escuchó con mucha atención lo que su líder le pedía. Sin duda, su cargo en Brandelkar le facilitaría las cosas al momento de cumplir su tarea, y el sería feliz de ayudar al único señor que en verdad había amado. Ya que Bosner había cuidado de Dishlik cuando era un bebé, porque mientras se le asignaba un cargo dentro del castillo, fue la mejor idea que se le ocurrió a Maslirk. De esta manera, Dishlik vivió hasta los tres años bajo el cuidado de Bosner, y Bosner le cogió mucho afecto. Siempre vivió deseoso de poder seguir sirviendo a Dishlik y ahora se le presentaba una oportunidad tan dorada como el castillo en que habitaba.
Dishlik se fue, llevándose todos los hombres que le fueron leales menos uno, el herrero y todos los cuernos de guerra de Brandelkar. No fue muy difícil para Disner descubrir cuál era el plan de Dishlik, pero descubrir al traidor que abriría la puerta le costaría un poco más de esfuerzo. Investigadores a su orden día y noche recorriendo el castillo buscando la información con artimañas que funcionaban siempre y que sólo ellos sabían. Finalmente una noche llegó el hijo de Clam con el nombre del traidor. Disner decidió apresarlo al día siguiente y hacerle pagar, sin saber que ya el día siguiente era muy tarde.
Unas pocas semanas después de la partida de Dishlik, Galerz llegó en medio de la noche, a pasar su información mensual acerca de Alcunter. Llegó resoplando y un poco agitado. Gritaba:
—Mi señor, casi me descubren. Ése idiota de Markrors casi me atrapa, se alcanzó a quedar con mi capa y mi capucha y desde luego ya se debe saber todo.
—Bien en ese caso vuelve ahora mismo a Alcunter y que no se note tu ausencia—Disner parecía muy calmado, aunque en verdad en su interior se estaba librando una batalla que debía ganar. El miedo contra la resolución.
—Muy bien—Galerz partió de regresó a Alcunter.
Pero las cosas empezaron a complicarse, un mes después Galerz regresó, venía más apurado que en la última ocasión. Resoplaba y una expresión, mezcla de satisfacción y nervios, le cruzaba el rostro.
— ¿Qué sucede?—le preguntó Disner.
—Mi señor. Hace un mes, cuando estuve aquí, Dem fue capturado, el muy idiota se dejó descubrir. Por fortuna mi hermano y yo pudimos rescatarlo esta noche, pero cuando llegamos a los establos para irnos, nos estaban esperando Dreylo, Dishlik, y Drog y Markrors: dos soldados que usted todavía no conoce pero que tal vez se presenten aquí muy pronto. Entonces tendrá el gusto de matarlos a todos. Como iba diciendo, estos soldados tenían el claro objetivo de detenernos. Gracias al cielo pudimos escapar todos. En estos momentos todos nuestros aliados, (incluidos los Mingred y los Nerk) se están poniendo al tanto de la situación. No creo que Alcunter se atreva a atacarnos en pleno invierno, y para la primavera ya nosotros estaremos listos para su ataque así que…
— ¿Zolken ya terminó de forjar el arma?
—No. Pero ningún arma los puede salvar ahora. Están en una situación desesperada en extremo, con todo Cómvarfulián en su contra nada de lo que haga el herrero les servirá.
—Eres un estúpido. Es evidente que no conoces la capacidad de Zolken. Zolken puede ser una herramienta decisiva para la resolución de la guerra. Debemos estar preparados para lo que venga. Su talento no tiene límites, no lo subestimes.
Desde ese día hubo centinelas permanentes en cada una de las torres de Brandelkar, por órdenes de Disner. Así mismo, Disner le informó a su padre que era posible que Alcunter llegara muy pronto para la batalla, por lo que debían prepararse. A partir de ese día Maslirk se levantó de su lecho y se preparó en cuerpo y alma para la batalla. Aunque aún no sabía que su hijo estaría en las filas enemigas. De haberlo sabido, se habría arrojado al mar para morir y evitar la lucha.
Un cierto día, los oteadores del este, los que vigilaban la llanura, los ríos, el volcán y todo lo que de allí viniera, fueron enceguecidos por un súbito resplandor que surgió de las faldas del volcán. Pocos momentos más tarde se divisó al ejército alcunterino acercándose a las puertas del castillo. Aunque la distancia que los separaba del volcán era considerable, las torres brandelkanas eran las más altas de la región y sus centinelas tenían unos ojos tan penetrantes como agudos eran los oídos de Dishlik.
Al ver la ofensiva alcunterina acercarse, los arqueros dispararon sus flechas contra caballos y hombres por igual, muchos cayeron, pero de todas maneras aún había un significativo número de alcunterinos frente a Brandelkar. Los sonidos que producían las cuerdas de los arcos, las flechas surcando el aire, los gritos desesperados de hombres y animales y el galopar enemigo, quebrantaron la delicada paz que se vivía en Brandelkar desde comienzos de la guerra civil.
Entonces el sonido de uno de los cuernos de batalla de Brandelkar sonó. Una vez, dos veces, tres veces…
La llamada del cuerno era la única fortaleza del plan de Dishlik. El único punto que su hermano no pudo evitar, por eso los espías de Disner habían trabajado noche y día para descubrir al traidor. Pero las consecuencias de no haberlo matado la noche anterior, se verían ese día en Brandelkar. Era muy tarde para todos. La batalla estaba cerca, y con ella la muerte y el dolor.
Los alcunterinos llegaron frente a las puertas y volvieron a tocar el cuerno. Un leve movimiento se vio en la puerta, pero se apagó a los pocos instantes. Un hilo de sangre tan fino como un arroyo fue lo único que cruzó el umbral dorado.
Bosner, hijo de Blam, despertó el día de la batalla con una creciente ansiedad en el pecho. Algo le decía que en ese día muchos acontecimientos de gran importancia para Cómvarfulián tendrían lugar en Brandelkar. Desde que habían llegado los espías de Alcunter con sus noticias, Bosner se despertaba todos los días mirando las puertas con gran ansiedad. Era uno de los porteros de Brandelkar, su misión era abrir la puerta al llamado del cuerno. Y aunque todos los días se despertaba sintiendo una presión en el pecho, esa mañana era más fuerte. Un hormigueo le recorría todo el cuerpo y las piernas le temblaban.
Se levantó de su cama, se aseó, se vistió, comió algo y salió a los exteriores del castillo. Se quedó junto a la puerta de su casa esperando que llegara su hora para tomar su posición junto a las puertas.
Cuando los oteadores informaron acerca de una luz cerca del volcán, la opresión en el pecho de Bosner aumentó. Luego informaron de la llegada de los alcunterinos.
El silencio matutino fue roto por diversos sonidos propios de una batalla: gritos, arcos y cascos. Y el olor de vidas apagadas que sin duda atraerían a las aves de carroña.
Y el cuerno brandelkano sonó una vez, dos veces, tres veces…
Bosner se dirigió con rapidez a las puertas, y estaba dispuesto a abrirlas, pero un hombre se interpuso en su camino. Blam, hijo de Clam.
— ¿Qué haces aquí? ¿Esperando la llamada del cuerno para traicionarnos a todos?—le preguntó Blam.
—No entiendes…
—No entiendo qué. Yo creía que tenías un poco más de fidelidad por todos nosotros.
—Mi lealtad está con mis verdaderos amigos, no con unos déspotas como estos.
—No son amigos quienes intentan acabar con tu pueblo y tu hogar.
—Son mis amigos quienes me enseñaron la libertad y el libre albedrío.
— ¿Qué hicieron contigo? ¿Dónde está ese joven brandelkano que hacía lo que fuera por su ciudad?
—Se fue con Dishlik y aprendió de él. Mi lealtad está con Dishlik y con nadie más. Si no quieres morir, apártate de mi camino, debo cumplir mi misión.
—Yo estoy con Brandelkar, nada me moverá de este lugar, porque yo tengo la misión de detenerte.
Bosner no tuvo otra opción: desenfundó su espada. Bajo ninguna circunstancia hubiera deseado encontrarse en esta situación. No quería enfrentar al anciano que tenía frente a él, y dudaba ahora de su lealtad, pero había tomado una decisión y no podía dar marcha atrás. El ruido del metal se mezcló con el de la última llamada del cuerno. Luego, la cabeza de Blam rodó por el suelo.
Con lágrimas en los ojos, y cubierto por la sangre que brotaba del cuello de Blam, Bosner comenzó a abrir la puerta, pero un guardia vio la disputa desde la torre donde se encontraba. Alistó su arco y disparó: una flecha venida desde los cielos como un ángel del Día del Juicio se incrustó en el corazón de Bosner, quien aún no se había puesto la protección necesaria y cayó. Su mano alcanzó a cruzar el umbral de la puerta. Acompañada por un hilillo de sangre mezclada con lágrimas.
La sangre salía de la puerta en forma de fino hilillo. Sin embargo los alcunterinos no distinguieron las gotas cristalinas que se habían unido con el líquido de la vida. Dishlik comprendió que Bosner acababa de morir y que ya no podrían entrar. Las puertas de Brandelkar eran indestructibles. De todas maneras trató de entrar su mano por las puertas para terminarlas de abrir. Sus esfuerzos fueron inútiles.
A pesar de los silbidos de las flechas y de la desesperación que inundaba el ambiente, un silencio sepulcral cayó sobre todos los alcunterinos. Todas las cosas perdieron su sentido, la muerte y la vida se mezclaron y no pudieron diferenciarlas, de todas maneras ya no importaba. La barrera entre las dos era tan pequeña, que la cruzarían sin darse cuenta. Morirían allí: Alcunter había fracasado.
Entonces, la voz de Zolken surgió como la luz de un faro en medio de la noche marítima:
—Mi señor Dreylo. Use su espada para destruir las puertas.
Dreylo miró el arma que colgaba de su cintura, sostenida por un cinturón de cuero y la respectiva vaina. Hecha también por Zolken para que no se destruyera al tocar el arma. Y que tenía grabados en un costado el nombre y el linaje del arma.
Dreylo desenvainó su espada, un brillo volvió a enceguecer a todo el mundo, las flechas dejaron de llegar.
Dreylo alzó a Gollogh, apretando el mango con todas sus fuerzas, sintiendo la sangre fluir por cada uno de sus dedos. Las venas le palpitaban y sobresalían en las manos y brazos del Señor de Alcunter. Gollogh ascendió todo lo que permitía la longitud del brazo de Dreylo y cayó, asestando un gran golpe a las puertas con todas sus fuerzas. Golpeó una vez, dos veces, tres veces…
Los golpes fueron acompañados por un ruido estremecedor, que hizo temblar las paredes del castillo. Al primer golpe las puertas se estremecieron, al segundo se resquebrajaron y al tercero cedieron. Una brecha suficientemente grande quedó abierta, brindando el paso que necesitaban.
Todos quedaron enmudecidos por el poder que tenía el arma, por eso muchos se demoraron en entrar, de todas formas ninguna flecha llegó, pues los brandelkanos también estaban inmóviles por el horror de lo que presenciaban. Pero cuando Alcunter entró por la brecha que habían abierto el odio, la traición y la envidia, comenzó la mortandad.
Los arqueros que estaban apostados en las torres de guardia quedaron enceguecidos por un súbito resplandor, como si un rayo de sol descendiera del cielo para convivir entre los hombres. Las flechas cesaron y se oyeron fuertes golpes, como si un yunque gigante fuera azotado por un martillo. Se oyeron los golpes una vez, dos veces, tres veces. Y al tercer golpe todos los brandelkanos observaron horrorizados como las puertas cedían y los alcunterinos entraban. Muchos de los cuales se dirigieron a las torres de guardia. Para entrar tuvieron que abrirse paso entre muchos brandelkanos que bloqueaban el acceso. Acabaron con los guardianes de las puertas y entraron a las torres. Ningún arquero sobrevivió, aunque como tributo final a su ciudad alcanzaron a disparar sus últimas flechas. Cayeron tantos alcunterinos como flechas surcaron el aire, luego murieron bajo el filo del acero alcunterino que los alcanzó al subir las escaleras.
Luego los Jaguares de Plata continuaron su camino hacia el interior. No mataban inocentes, por órdenes de Dreylo. Morirían los que se lo merecieran. “De los otros nos ocuparemos más tarde”, decía Dreylo para acallar un poco la sed de sangre brandelkana que tenían sus hombres.
Así comenzó la Batalla de las Murallas Escarlata. Mucha sangre se derramó aquel día, y muchos de los sobrevivientes a la masacre tiempo después se preguntaron cómo habían sido capaces de cometer actos de brutalidad semejantes. Un llanto se oyó eternamente en Brandelkar y sus ruinas, y el territorio desocupado, durante décadas. Hasta que Cómvarfulián pereció y no quedó vestigio alguno de su población. Pero el llanto siguió allí, como una isla invisible en medio del mar. Si hubieran quedado barcos en ese mundo y hubieran cruzado por la región, habrían visto burbujas brotando del mar como una gran olla donde se cocinaba la Eterna Tristeza.
Los alcunterinos entraron y se dispersaron, buscando a un ejército que les hiciera frente. Y no tardaron en encontrarlo: centenares de valientes brandelkanos que se organizaron deprisa ante la inminente entrada del enemigo y dispuestos a morir defendiendo a su pueblo del ataque de los Jaguares Plateados. Nombre que adquirió el ejército alcunterino desde ese día y que conservó hasta el momento que llegó el hombre más noble de todos y unificó a todo el país sin necesidad de usar la violencia o el temor.
Dishlik se había marchado de Brandelkar con quinientos hombres, de los cuales quedaban cerca de trescientos, aún a su mando y que lo acompañaron en la búsqueda del hombre que deseaba encontrar más que a ninguno. Abriéndose paso entre todos los brandelkanos que se les atravesaban. Su espada atravesaba las cotas de malla y desgarraba el tejido de los que antes habían sido sus hermanos y que ahora eran sus enemigos mortales. También usó la porra que había adquirido en Alcunter, y con esta arma destrozó unos cuantos cráneos. Y no le importó si eran amigos o enemigos, porque estaba embravecido por la batalla que libraba ahora y la sed de sangre que tenía sólo acabaría con la muerte de un hombre.
Cuando Dishlik divisó a su hermano, ordenó a sus hombres irse a otro lugar en busca de sus propias batallas.
—Porque la mía está aquí—les dijo.
Sus hombres se fueron a apoyar a Dreylo en otro lugar de la ciudadela…
Disner despertó el día de la batalla con la sensación en su interior de que pronto se avecinaría el encuentro decisivo con Alcunter. Esta sensación había crecido en él desde que Galerz había llegado con toda la información.
Lo que más lo atemorizaba era Zolken. Aquel hombre que podía haber forjado la destrucción de Alcunter, en la forma de un arma misteriosa que nadie podía imaginar; ni su poder, ni la fuerza de su portador, y la de todos los portadores que la llevarían a través del tiempo…
Entonces le fue avisado que un destello se había divisado cerca del volcán, luego aparecieron los alcunterinos.
Los arqueros no necesitaron ninguna orden para comenzar a disparar sus flechas. La muerte se extendía por el territorio circundante a Brandelkar y muy pronto Disner vio aves provenientes del norte atraídas por el olor de la putrefacción.
Y entonces llegó a oídos de Disner un sonido que le era muy familiar: el sonido del cuerno de Brandelkar. Sonó una vez, dos veces, tres veces…
Disner comprendió que por fin llegaba el momento decisivo de todos los habitantes de Brandelkar. Blam tenía órdenes directas de vigilar las puertas y detener al traidor. Ya que Bosner tendría que dirigirse hacia allí en cumplimiento de su trabajo, de todas maneras, aunque aún no era su hora, pronto estaría permitiendo el acceso de los enemigos; Blam debería detenerlo. No le importó a ninguno de los dos que el traidor fuera Bosner. Blam marchó a las puertas con expresión de inmenso odio. Sin siquiera pensar que iba a enfrentarse con su hijo para salvar a su señor. Sin embargo en el fondo de su corazón descansaba la melancolía y la agonía. No comprendía en qué se había equivocado con su hijo para que las cosas acabaran así. Blam marchó rumbo a las puertas disfrazando sus emociones con el traje del odio. Conteniendo las lágrimas con todas sus fuerzas e intentando no pensar en el hecho de que le importaba más Brandelkar que su hijo, así como a Bosner le importaba más Dishlik que Brandelkar. “Tal vez sea de familia” se dijo al darse cuenta que no podía detener los pensamientos.
Mientras eso sucedía, Disner fue por su equipo. En el tiempo que se demoró en equiparse, sonó de nuevo el cuerno y 3 golpes se oyeron, seguidos de un estruendo. Luego todo fue desorden total.
Disner salió a toda prisa de sus aposentos y sólo vio alcunterinos y brandelkanos en lucha, desperdigados por todas partes.
Disner alzó la vista hacia una de las torres superiores del castillo, allí, Maslirk, su padre, veía todo lo que sucedía. El Señor de Brandelkar se dirigió a la torre y subió las escaleras tan rápido como pudo.
Maslirk, antiguo señor de Brandelkar, despertó el día de la batalla por un mal sueño. En el sueño, había un hombre que no tenía control de ninguna de sus manos. La mano izquierda desenvainaba y, al mismo tiempo que se tornaba del color de la plata, cortaba la otra mano del hombre, la cual era dorada, y luego lo decapitaba. La sangre caía a chorros, y sangre fue lo último que Maslirk vio antes de despertar. No pudo reconocer el rostro del hombre, factor que aumentaba su curiosidad.
Fue despertado por un sonido muy familiar: el cuerno brandelkano. Sonó una vez, dos veces, tres veces…
Entonces Maslirk se asomó por la ventana de sus aposentos y alcanzó a ver a dos hombres discutiendo frente a las puertas, estaban tan lejos que Maslirk sólo distinguió que eran hombres. Luego uno de los hombres mató al otro tan solo unos instantes después de la última llamada del cuerno e intentó abrir las puertas. Pero, por una razón que Maslirk no comprendió, el hombre cayó, y su mano se asomó por el resquicio de las puertas que había alcanzado a abrir antes de caer.
Maslirk vio una mano que entraba por la rendija de la puerta abierta, antes de volver por donde había venido.
Y sonaron unos golpes muy profundos y fuertes, y las puertas cayeron como destruidas por el resplandor que acababa de entrar a Brandelkar. Detrás del resplandor entraron los alcunterinos, también iluminados por el brillo de la plata con la que estaban hechos sus instrumentos. Pero ningún brillo se equiparaba al primero. Enceguecía al primer vistazo, y nada volvía a brillar con la belleza de antes después de ver este resplandor tan especial.
Maslirk se quedó como idiotizado ante tal escena, hasta que Disner entró a su cuarto.
El anciano se dio la vuelta con extrema lentitud, con más lentitud aún articuló sus palabras:
— ¿Qué significa esto?
—Que la guerra ha estallado—le respondió Disner, luego añadió, mucho más serio—. Es el momento de enfrentarnos a Alcunter y vencer, o caer en el intento, porque desde mañana las cosas serán diferentes, no importa cómo acabe esta batalla. Pero de su resultado depende nuestro futuro.
—Tienes razón—Maslirk revolvió entre sus bártulos hasta que encontró una empolvada cota de malla, una espada ya casi por completo oxidada, un escudo en el mismo estado, un arco cuya cuerda estaba ya casi destruida, y unas flechas a medio carcomer. Mientras sacaba todo aquello, murmuró—: adelántate tú. Yo me encontraré contigo cuando esté listo para la batalla.
Disner asintió y salió de la habitación. No intentó discutir con su padre. Sabía que no serviría. Ya que Maslirk estaba listo para su última batalla y necesitaban de su ayuda.
Maslirk se vistió con sus ropas de guerra, se asomó por la ventana y comenzó a disparar todas las flechas que tenía, los alcunterinos caían y morían antes de comprender lo que les había pasado. La cuerda del arco no resistió mucho, así que Maslirk se quedó con una buena cantidad de flechas. Entonces bajó las escaleras y entró al campo de batalla. Muchos alcunterinos se abalanzaron sobre él, pero Maslirk cogía las flechas que tenía y se las incrustaba en cualquier parte. Si las flechas producían una herida mortal, Maslirk se iba y los dejaba morir; si no era así, las sacaba y, en medio de la confusión, la incrustaba en un lugar mortal y ahí sí se marchaba. Repitió este proceso hasta que se le acabaron todas las flechas. Luego desenvainó su espada y se lanzó al ataque. Dejó atrás el lugar, lleno de cadáveres con flechas en los ojos, el corazón y los oídos. Una vez lejos de la matanza, blandió su espada contra cualquier ser viviente que se abalanzara sobre él, confiado al ver sólo un viejo frente a él. Pero Maslirk era poderoso y no cayó, en cambio, acabó con mucho alcunterinos. Y sin duda ver a un anciano de casi cien años luchando con el vigor y la fuerza de un muchacho de veinte era algo que no se veía todos los días. Sólo un alcunterino con el que se enfrentó Maslirk sobrevivió al anciano.
Dreylo atacó las puertas con toda su fuerza, al tercer golpe Brandelkar no aguantó más y los Jaguares Plateados entraron, cundiendo el pánico y el desorden por todas partes.
Dreylo alcanzó a ver a Dishlik con sus hombres caminando de aquí para allá, buscando algo o alguien, pero la imagen sólo estuvo ahí un momento, ya que los brandelkanos se acercaban para enfrentarlos. Dishlik y Dreylo, y los demás alcunterinos, fueron al encuentro de un enemigo listos para arrastrarlo hasta el umbral de la muerte.
Dreylo encaró a su adversario, un hombre de aproximadamente treinta años; se veía que era fuerte, un fuerte adversario incluso para Dreylo. O lo hubiera sido si Dreylo no hubiera tenido a Gollogh. Ya que la espada del enemigo se quebró al primer choque con Gollogh, y el brandelkano quedó desarmado y Dreylo pudo atacarlo. La espada alcunterina quebró la armadura brandelkana como se quiebran las hojas secas al ser pisadas, y el brandelkano murió. Y así uno tras otro. Cayó un brandelkano, cayeron dos, cayeron tres…
Y siguieron cayendo…
Entonces Dreylo se dio la vuelta, alcanzó a ver a Dishlik acabando con su enemigo y muchos hombres que se abalanzaban sobre el brandelkano, de corazón alcunterino.
Disner salió del cuarto de su padre y entró al campo de batalla, muchos alcunterinos lo atacaron, pero Disner pudo burlarlos a todos, y acabarlos.
Mas no eran alcunterinos los que Disner buscaba, o sí quería enfrentarse a Alcunter, pero sólo a un alcunterino en especial. Buscaba Disner a Dreylo y no lo encontraba por ninguna parte. Y buscando a Dreylo, Dishlik se cruzó en su camino. “A este es otro al que también quería encontrar”, se dijo Disner.
Los dos hermanos se pararon cara a cara, Dishlik llevaba consigo todos los hombres que lo habían seguido y que todavía estaban vivos, a ellos les dijo:
—Ahora es tiempo de que me dejen solo. Vayan y busquen sus propias batallas. Búsquenlas y enfréntenlas, sin mí—en ese momento Dishlik miró a Disner con un odio como nunca antes se había visto y añadió, apretando los dientes—: porque la mía está aquí.
Los hombres obedecieron las órdenes de su señor y partieron en busca de brandelkanos. Buscaban un derramamiento de sangre que aplacara la de ellos.
Los brandelkanos caían, miraban con desesperación a los hombres de Dishlik y morían con el llanto a flor de piel, caían mirando al cielo y preguntándole el por qué de tanta tristeza. Los hombres de Dishlik vieron a sus antiguos camaradas caer y la duda asomó en su mirada. Luego, un grito aterrador les llegó a los oídos y los hombres se dieron la vuelta, preguntándose dónde estaba en verdad su lealtad. Y al darse la vuelta, vieron caer un cuerpo…
Los hombres partieron, los hermanos quedaron solos. La batalla seguía su curso, nadie se dio cuenta de que los dos hermanos combatían; nadie, excepto un anciano que observaba en silencio…
—Así que, todos los caminos llevan a este punto—Dishlik apretaba su espada con toda su fuerza.
—No podemos escapar a nuestro destino, esto debía ocurrir y sólo el mejor entre nosotros sobrevivirá. Entonces, tu fin ha llegado.
—Palabras inútiles de un tonto.
Los dos hermanos levantaron las espadas al mismo tiempo y las chocaron. El sonido que produjeron las dos armas al chocar fue más penetrante que el del cuerno, o el de Gollogh contra las puertas, sobre todo para el anciano que observaba en silencio, y ya estupefacto…
El metal silbaba, los cuerpos se movían, la furia se manifestaba en cada golpe. Cada golpe aumentaba el odio.
Disner atacaba con todo lo que tenía, sin embargo, sus golpes eran esquivados con gran facilidad por parte de Dishlik. Tan provechoso había sido para el hombre el entrenamiento con Dreylo. En verdad Dishlik notaba un gran avance en su estilo de combate, más certero, más rápido. No necesitaba ningún esfuerzo para vencer a Disner: Dishlik estaba jugando con su hermano. Un juego extraño, cuyos fines no eran la diversión, todo lo contrario. Un juego alimentado por el anhelo de sangre.
Disner se dio cuenta de su gran desventaja sobre Dishlik, en verdad, no podía creer que aquel fuera su hermano: mucho más fuerte y seguro de sí mismo. Disner casi llegó a sentir orgullo de Dishlik, pero entonces su mirada se posó en la expresión burlona de aquel hombre. Aquellos ojos brillantes, la sonrisa petulante y su expresión de suficiencia fueron suficientes para que Disner se sintiera humillado y la furia creciera en él, y redoblara la fuerza de sus golpes.
Pero para poder haber hecho frente a Dishlik hubiera necesitado una quintuplicación de su poder. Disner lo comprendió y entonces fue cuando gritó:
—Maldita sea, Dishlik. Es evidente que estás jugando conmigo, ¿Por qué no me muestras todo tu poder y acabamos con esto de una buena vez?
—Como quieras—Dishlik descargó su espada con todas sus fuerzas, Disner apenas y pudo poner se arma como bloqueo, aunque de nada sirvió. La fuerza de Dishlik quebró la espada de Disner, y le entumió la mano.
Disner soltó el pedazo de espada que le quedaba y se sujetó la mano lastimada con la otra a la altura de la muñeca, gritando de dolor, entonces Dishlik aprovechó la confusión. Alzó su porra por encima de su cabeza y la dejo caer sobre la de su hermano. Disner murió por el impacto que destrozó su cráneo y cayó, pero antes de que tocara el suelo Dishlik hizo un rápido movimiento con la espada y le cercenó la cabeza a su hermano.
Entonces Dishlik vio acercarse personas desde dos puntos diferentes, de cada grupo le llegaba un grito. En el primer grupo sólo venía corriendo alguien, del segundo llegaron muchos más.
Maslirk enfrentaba alcunterinos aquí y allá, nadie era en verdad un desafío. Y por eso mismo los alcunterinos dejaron de enfrentarlo. Huían ante su sola presencia.
El anciano corrió por todas partes buscando un enemigo digno, y buscándolo encontró otra cosa…
Resulta muy duro para un padre ser decepcionado por sus hijos. Después de que hace todo por ellos el sentir que no es retribuido es una sensación dura de confrontar. Después de que un padre es decepcionado, nadie sabe lo que puede pasar a continuación…
Por eso, cuando Maslirk vio a Disner frente su hermano, charlando como si nada, se preguntó lo que pasaba. Iba a acercarse cuando se quedó estupefacto.
Disner y Dishlik cruzaban espadas en una feroz batalla, moviéndose, atacando y defendiéndose. De súbito oyó a Disner gritar, y Maslirk pudo notar la desesperación en la voz de Disner—cosa que Dishlik por su odio no pudo hacer—:
—Maldita sea, Dishlik. Es evidente que estás jugando conmigo, ¿Por qué no me muestras todo tu poder y acabamos con esto de una buena vez?
Luego, Dishlik asesinó a su hermano.
Maslirk gritó, sin creer lo que veía. Sus pies reaccionaron solos, corriendo hacia donde estaba Dishlik. Su mano apretó con fuerza la espada y él ni siquiera lo notó.
Llegó donde estaba Dishlik, al mismo tiempo que una gran muchedumbre de hombres.
—Dishlik, ¿Qué has hecho?—preguntó.
Dishlik se dio la vuelta, con expresión de satisfacción en el rostro. Ya muchos hombres—los hombres que Dishlik había llevado y los cuales consideraba leales, por cierto—se acercaban a Dishlik con sus espadas.
—Quietos—ordenó Maslirk, y, para sorpresa de Dishlik, “sus” hombres le hicieron caso—. Dishlik es sólo mío. Vayan y busquen sus propios enemigos.
—Así es, ¿Por qué no luchan conmigo, todos juntos si quieren?—preguntó una voz.
Todos miraron hacia el lugar de procedencia de la voz. Allí, parado con una gran elegancia, envuelto por un brillo que parecía provenir del mismísimo sol, pero que en verdad provenían de su espada, estaba Dreylo, Señor de Alcunter.
Dreylo veía acercarse una gran multitud hacia donde estaba Dishlik. No podía quedarse de brazos cruzados. Se dirigió hacia allí de inmediato, en el camino se le cruzaron unos cuantos enemigos, pero él pudo abatirlos sin problema, al llegar, oyó a un viejo decir, con voz débil y quebrada:
—Quietos. Dishlik es sólo mío. Vayan y busquen sus propios enemigos.
—Así es, ¿Por qué no luchan conmigo, todos juntos si quieren?—preguntó Dreylo.
Todos los hombres se dieron la vuelta, muchos de ellos quedaron con la boca abierta. Dishlik dijo:
—Mi señor, no es prudente que se enfrente usted solo a estos hombres.
— ¿Así que te atreves a llamarlo “señor”?—Maslirk casi enloqueció al oír esto, la pena en su corazón fue sustituida por la furia y se lanzó al ataque con todas sus fuerzas. Pudo hacerle frente a Dishlik porque la furia le dio las fuerzas que le faltaban.
—Y bien ¿Qué dicen?—le preguntó Dreylo a los trescientos que allí estaban.
—Muy bien—le respondieron todos al unísono, cada uno con una sonrisa en los labios. Y se lanzaron todos juntos como si fueran un mismo cuerpo y un mismo pensar. “Cuanto mejor”, pensó Dreylo, “de esta manera se convierten en un solo hombre, y vencer a un hombre es más fácil que vencer a trescientos”.
Dreylo alzó su espada, e hizo su ataque. Muchos escudos y muchas espadas se quebraron. Varias cabezas rodaron. Y Dreylo bajó a Gollogh con toda su fuerza, ya las primeras líneas habían caído. Pero quedaban muchas más, para gran diversión de Dreylo, quien estaba feliz con su nueva arma y con todo el poder que ésta tenía, y así, uno a uno fueron cayendo todos aquellos que se le enfrentaron.
Cuando Dreylo acabó y se dio la vuelta, vio a Dishlik caer y a Maslirk alzando la espada, dispuesto para dar el golpe final…
Mientras Dreylo se ocupaba de los brandelkanos, Dishlik y Maslirk debían atender sus propios asuntos.
— ¿Por qué?—era lo único que lograba decir Maslirk.
—Te diré porque—Dishlik desahogó todos sus rencores, parecía como si estuviera confesándose en su lecho de muerte—. Porque Disner siempre fue el favorito, porque renunciaste al mando de Brandelkar antes de morir para que así Disner pudiera asumir el mando, porque me tuve que conformar con el mando del ejército. Mandar a unos perdedores fue la peor humillación de todas. Porque sí hubo alguien que supo apreciarme: mi señor Dreylo de Alcunter. Entré a su servicio buscando lo que aquí no encontré: alguien que me apreciara y que comprendiera mis grandes aptitudes para el mando. Cuando Cómvarfulián le pertenezca, yo por fin mandaré sobre Brandelkar.
—Pero, ¿Por qué nunca me hablaste de esto?
—Porque sabía que te pondrías de parte de Disner, anciano estúpido. Como siempre lo haces. Pero hoy por fin la gloria es mía—la demencia alteró la mirada de Dishlik.
—Antes que tu padre, soy señor de Brandelkar, y no dejaré que caiga mientras pueda sostenerme en pie.
Maslirk atacó a su hijo, cada golpe de su espada representaba una pregunta que no se podía responder: unas porque no conocía la respuesta, otras porque aumentaban su dolor.
Dishlik se defendía de su padre. “Mi padre”, aquel hombre que le había enseñado todo y había estado con él desde el principio. “Pero no me apreció”, se dijo Dishlik, para poder convencerse de que hacía lo correcto, y así, no flaquear. Porque ya no había marcha atrás.
Los golpes no se detenían, y nadie quería que se detuviesen. Detener un golpe demostraría debilidad y no serviría de nada, no en aquel punto, ésa era la razón por la que no se detenían. Pero todos estaban convencidos que no se detenían porque ya las armas tenían voluntad propia y se gobernaban ellas solas, actuando mediante sus portadores. Las manos de los hombres parecían poseídas por una fuerza sobrenatural que no les dejaba detenerse.
Maslirk le había enseñado a Dishlik todo lo que sabía, por eso ninguna estrategia de su hijo lo afectaba mucho. Aunque la fuerza de Dishlik hubiera aumentado de un modo increíble, no había ningún modo de que pudiera ganarle a su padre. Maslirk conocía cada movimiento de Dishlik. Cada ataque, cada giro, cada defensa, eran ya memorizadas por el viejo. Él mismo se las había enseñado a su hijo hacia mucho tiempo, cuando aún había esperanzas.
Pero las esperanzas se habían ido hace mucho tiempo—“Desde que Dishlik conoció a ése perro alcunterino”, se dijo Maslirk—, y en lugar de esperanzas estaban las guerras y los rencores. Traición y sangre.
Por esta razón Maslirk no tuvo compasión, toda su tristeza por verse en una situación como aquella fue reemplazada por una furia como jamás había visto el mundo. La furia que le daba a Maslirk las fuerzas para poder luchar con su hijo, y hacer lo que fuera necesario por el bien de su pueblo.
Dishlik, por su parte, veía morir sus ilusiones al enfrentarse con su padre. Había olvidado por completo que su padre lo conocía mejor que cualquier otra persona en el mundo. Su derrota era, por lo tanto, segura.
Dishlik, no obstante, pudo darle una buena pelea al viejo Maslirk. Aunque no sirvió de nada. Maslirk atacó con todas sus fuerzas a su hijo, quien apenas pudo defenderse. La espada de Dishlik cayó rota en mil pedazos, y, sobre ella, cayó su antiguo portador, presa del dolor que tenía en el brazo y del cansancio. No pudo resistir más y cayó.
Maslirk alzó su espada sin piedad, dispuesto (aunque con gran dolor), a dar el golpe final, pero una voz lo detuvo:
—Es de cobardes atacar a alguien desarmado, y, por demás, tirado en el suelo. ¿Por qué no te enfrentas a mí, rata? Arreglaremos todo de una vez y por todas—la voz de Dreylo transmitía toda la fuerza de aquel hombre.
Maslirk encaró a Dreylo. El culpable de todas sus desgracias. El encuentro entre los dos Señores más grandes de Cómvarfulián había llegado. Sin nadie que presenciase el evento. Únicamente Dishlik, desde el suelo, y medio desmayado, podía ver lo que sucedía. Los demás hombres estaban enfrascados en una batalla que aún no finalizaba. Sin embargo, dos hombres se acercaban al campo de batalla…
Por ahora, Dreylo y Maslirk luchaban en encarnizada batalla. Dreylo no quería usar todo el poder de Gollogh. Para poder alargar la batalla, el sufrimiento y la humillación de Maslirk cuando fuera derrotado. Pero, de haber querido, hubiera podido haber cortado la espada de Maslirk limpiamente. La elección de Dreylo no fue tal, lo cual casi le cuesta la vida.
Maslirk aún no estaba cansado, las fuerzas apenas y comenzaban a agotarse en el cuerpo del hombre, la batalla podría haber durado un día casi.
Pero al ver que las cosas empezaban a complicársele, Dreylo empezó a usar cada vez más su fuerza, con el objetivo de quebrar la espada de Maslirk. Pero no pudo. Maslirk supo contrarrestar la fuerza de Dreylo y el poder de Gollogh.
Entonces, un grito proveniente de su espalda le hizo darse la vuelta: a sus pies, yacía un brandelkano muerto, rodeado en sangre. Gotas del líquido rojo brotaban a chorros de su espalda y Zolken estaba justo detrás del cadáver, sonriendo ante su cuchillo ensangrentado.
Luego, el herrero, a una asombrante velocidad, sacó su cuchillo y lo arrojó por los aires. Y el arma se incrustó en la garganta de Maslirk, dándole muerte por fin.
—Casi, mi señor—fue lo único que dijo Zolken.
—Gracias—fue todo lo que pudo decir Dreylo.
Un aullido de dolor distrajo a Dreylo, era Dishlik: Maslirk le había ocasionado unas cuantas heridas y la sangre ya comenzaba a brotar.
—Zolken, cuida de Dishlik y mantenlo vivo a cualquier costo, yo acabaré esta guerra.
Entonces Dreylo le entregó a Zolken su espada para que pudiera defender a Dishlik sin ningún problema, mientras Dreylo cogía la espada del herrero y continuaba la batalla para volver con ayuda.
Dreylo agarró la espada del herrero y se marchó.
Zolken por su parte, se quedó con Dishlik, cuando algún brandelkano buscando enemigos los veía y se acercaba, moría después del destello que seguía al movimiento de Gollogh.
En primer lugar, Disner se dio cuenta de que no amaba a su hermano, que siempre lo había menos preciado y que, en realidad, Dishlik sólo era un peón en el juego. Un arma más para la conquista. Pero Disner sí amaba a su anciano padre de ya casi ochenta años; así que le mintió diciéndole que Dishlik había partido en una importante misión de carácter secreto y que no podía decir más. E hizo todo lo posible para que el viejo Maslirk se creyera todo. Después de todo, era sólo un viejo que a duras penas podía hablar y caminar al mismo tiempo, por eso le había dejado el mando de Brandelkar a Disner hacia muchos años. Sin embargo, Maslirk aún conservaba la fuerza brandelkana dormida muy dentro de sí, y sólo se necesitaba el momento adecuado para que surgiera de las profundidades del anciano, preparándose para el último aliento.
Nímer se dio cuenta que el amor por Brandelkar era más grande que cualquier otra cosa en el mundo, por eso no dudo en ofrecerse como voluntario para perseguir a Dishlik hasta Alcunter y atacar. Los recuerdos de su amistad con Dishlik desaparecieron tan rápido como una hoja llevada por el viento en el más crudo otoño. Decidió quedarse en Brandelkar esperando órdenes de Disner, y lo que recibió fueron reprimendas por no seguir a Dishlik en función de espía; después de los gritos se le dieron órdenes y de esta manera Nímer partió detrás de Dishlik. Por desgracia, Dishlik había sobrevivido al ataque dirigido contra él y el plan original (atacar a Dishlik y dejarlo agonizando, esperar que los brandelkanos traidores fueran a Alcunter buscando ayuda. Al localizar el Castillo Plateado eliminar a Dishlik y sus hombres y por último atacar Alcunter), había fracasado; pues habían subestimado el poder de la fuerza de voluntad. Y el poder de Dreylo y sus hombres había quedado al descubierto aquel día. Ninguna información de esta batalla llegó a Brandelkar, pues no quedó ni un solo brandelkano en pie. Disner supuso este resultado al ver que no volvieran sus hombres aunque esperara durante semanas. Luego llegó Galerz avisando acerca de los acontecimientos en Alcunter. La batalla se acercaba.
Bosner, hijo de Blam, descubrió que su fidelidad a Dishlik era tan grande como para arriesgar su vida en la última esperanza de Alcunter. Por lo que, cuando Dishlik lo buscó antes de partir, Bosner escuchó con mucha atención lo que su líder le pedía. Sin duda, su cargo en Brandelkar le facilitaría las cosas al momento de cumplir su tarea, y el sería feliz de ayudar al único señor que en verdad había amado. Ya que Bosner había cuidado de Dishlik cuando era un bebé, porque mientras se le asignaba un cargo dentro del castillo, fue la mejor idea que se le ocurrió a Maslirk. De esta manera, Dishlik vivió hasta los tres años bajo el cuidado de Bosner, y Bosner le cogió mucho afecto. Siempre vivió deseoso de poder seguir sirviendo a Dishlik y ahora se le presentaba una oportunidad tan dorada como el castillo en que habitaba.
Dishlik se fue, llevándose todos los hombres que le fueron leales menos uno, el herrero y todos los cuernos de guerra de Brandelkar. No fue muy difícil para Disner descubrir cuál era el plan de Dishlik, pero descubrir al traidor que abriría la puerta le costaría un poco más de esfuerzo. Investigadores a su orden día y noche recorriendo el castillo buscando la información con artimañas que funcionaban siempre y que sólo ellos sabían. Finalmente una noche llegó el hijo de Clam con el nombre del traidor. Disner decidió apresarlo al día siguiente y hacerle pagar, sin saber que ya el día siguiente era muy tarde.
Unas pocas semanas después de la partida de Dishlik, Galerz llegó en medio de la noche, a pasar su información mensual acerca de Alcunter. Llegó resoplando y un poco agitado. Gritaba:
—Mi señor, casi me descubren. Ése idiota de Markrors casi me atrapa, se alcanzó a quedar con mi capa y mi capucha y desde luego ya se debe saber todo.
—Bien en ese caso vuelve ahora mismo a Alcunter y que no se note tu ausencia—Disner parecía muy calmado, aunque en verdad en su interior se estaba librando una batalla que debía ganar. El miedo contra la resolución.
—Muy bien—Galerz partió de regresó a Alcunter.
Pero las cosas empezaron a complicarse, un mes después Galerz regresó, venía más apurado que en la última ocasión. Resoplaba y una expresión, mezcla de satisfacción y nervios, le cruzaba el rostro.
— ¿Qué sucede?—le preguntó Disner.
—Mi señor. Hace un mes, cuando estuve aquí, Dem fue capturado, el muy idiota se dejó descubrir. Por fortuna mi hermano y yo pudimos rescatarlo esta noche, pero cuando llegamos a los establos para irnos, nos estaban esperando Dreylo, Dishlik, y Drog y Markrors: dos soldados que usted todavía no conoce pero que tal vez se presenten aquí muy pronto. Entonces tendrá el gusto de matarlos a todos. Como iba diciendo, estos soldados tenían el claro objetivo de detenernos. Gracias al cielo pudimos escapar todos. En estos momentos todos nuestros aliados, (incluidos los Mingred y los Nerk) se están poniendo al tanto de la situación. No creo que Alcunter se atreva a atacarnos en pleno invierno, y para la primavera ya nosotros estaremos listos para su ataque así que…
— ¿Zolken ya terminó de forjar el arma?
—No. Pero ningún arma los puede salvar ahora. Están en una situación desesperada en extremo, con todo Cómvarfulián en su contra nada de lo que haga el herrero les servirá.
—Eres un estúpido. Es evidente que no conoces la capacidad de Zolken. Zolken puede ser una herramienta decisiva para la resolución de la guerra. Debemos estar preparados para lo que venga. Su talento no tiene límites, no lo subestimes.
Desde ese día hubo centinelas permanentes en cada una de las torres de Brandelkar, por órdenes de Disner. Así mismo, Disner le informó a su padre que era posible que Alcunter llegara muy pronto para la batalla, por lo que debían prepararse. A partir de ese día Maslirk se levantó de su lecho y se preparó en cuerpo y alma para la batalla. Aunque aún no sabía que su hijo estaría en las filas enemigas. De haberlo sabido, se habría arrojado al mar para morir y evitar la lucha.
Un cierto día, los oteadores del este, los que vigilaban la llanura, los ríos, el volcán y todo lo que de allí viniera, fueron enceguecidos por un súbito resplandor que surgió de las faldas del volcán. Pocos momentos más tarde se divisó al ejército alcunterino acercándose a las puertas del castillo. Aunque la distancia que los separaba del volcán era considerable, las torres brandelkanas eran las más altas de la región y sus centinelas tenían unos ojos tan penetrantes como agudos eran los oídos de Dishlik.
Al ver la ofensiva alcunterina acercarse, los arqueros dispararon sus flechas contra caballos y hombres por igual, muchos cayeron, pero de todas maneras aún había un significativo número de alcunterinos frente a Brandelkar. Los sonidos que producían las cuerdas de los arcos, las flechas surcando el aire, los gritos desesperados de hombres y animales y el galopar enemigo, quebrantaron la delicada paz que se vivía en Brandelkar desde comienzos de la guerra civil.
Entonces el sonido de uno de los cuernos de batalla de Brandelkar sonó. Una vez, dos veces, tres veces…
La llamada del cuerno era la única fortaleza del plan de Dishlik. El único punto que su hermano no pudo evitar, por eso los espías de Disner habían trabajado noche y día para descubrir al traidor. Pero las consecuencias de no haberlo matado la noche anterior, se verían ese día en Brandelkar. Era muy tarde para todos. La batalla estaba cerca, y con ella la muerte y el dolor.
Los alcunterinos llegaron frente a las puertas y volvieron a tocar el cuerno. Un leve movimiento se vio en la puerta, pero se apagó a los pocos instantes. Un hilo de sangre tan fino como un arroyo fue lo único que cruzó el umbral dorado.
Bosner, hijo de Blam, despertó el día de la batalla con una creciente ansiedad en el pecho. Algo le decía que en ese día muchos acontecimientos de gran importancia para Cómvarfulián tendrían lugar en Brandelkar. Desde que habían llegado los espías de Alcunter con sus noticias, Bosner se despertaba todos los días mirando las puertas con gran ansiedad. Era uno de los porteros de Brandelkar, su misión era abrir la puerta al llamado del cuerno. Y aunque todos los días se despertaba sintiendo una presión en el pecho, esa mañana era más fuerte. Un hormigueo le recorría todo el cuerpo y las piernas le temblaban.
Se levantó de su cama, se aseó, se vistió, comió algo y salió a los exteriores del castillo. Se quedó junto a la puerta de su casa esperando que llegara su hora para tomar su posición junto a las puertas.
Cuando los oteadores informaron acerca de una luz cerca del volcán, la opresión en el pecho de Bosner aumentó. Luego informaron de la llegada de los alcunterinos.
El silencio matutino fue roto por diversos sonidos propios de una batalla: gritos, arcos y cascos. Y el olor de vidas apagadas que sin duda atraerían a las aves de carroña.
Y el cuerno brandelkano sonó una vez, dos veces, tres veces…
Bosner se dirigió con rapidez a las puertas, y estaba dispuesto a abrirlas, pero un hombre se interpuso en su camino. Blam, hijo de Clam.
— ¿Qué haces aquí? ¿Esperando la llamada del cuerno para traicionarnos a todos?—le preguntó Blam.
—No entiendes…
—No entiendo qué. Yo creía que tenías un poco más de fidelidad por todos nosotros.
—Mi lealtad está con mis verdaderos amigos, no con unos déspotas como estos.
—No son amigos quienes intentan acabar con tu pueblo y tu hogar.
—Son mis amigos quienes me enseñaron la libertad y el libre albedrío.
— ¿Qué hicieron contigo? ¿Dónde está ese joven brandelkano que hacía lo que fuera por su ciudad?
—Se fue con Dishlik y aprendió de él. Mi lealtad está con Dishlik y con nadie más. Si no quieres morir, apártate de mi camino, debo cumplir mi misión.
—Yo estoy con Brandelkar, nada me moverá de este lugar, porque yo tengo la misión de detenerte.
Bosner no tuvo otra opción: desenfundó su espada. Bajo ninguna circunstancia hubiera deseado encontrarse en esta situación. No quería enfrentar al anciano que tenía frente a él, y dudaba ahora de su lealtad, pero había tomado una decisión y no podía dar marcha atrás. El ruido del metal se mezcló con el de la última llamada del cuerno. Luego, la cabeza de Blam rodó por el suelo.
Con lágrimas en los ojos, y cubierto por la sangre que brotaba del cuello de Blam, Bosner comenzó a abrir la puerta, pero un guardia vio la disputa desde la torre donde se encontraba. Alistó su arco y disparó: una flecha venida desde los cielos como un ángel del Día del Juicio se incrustó en el corazón de Bosner, quien aún no se había puesto la protección necesaria y cayó. Su mano alcanzó a cruzar el umbral de la puerta. Acompañada por un hilillo de sangre mezclada con lágrimas.
La sangre salía de la puerta en forma de fino hilillo. Sin embargo los alcunterinos no distinguieron las gotas cristalinas que se habían unido con el líquido de la vida. Dishlik comprendió que Bosner acababa de morir y que ya no podrían entrar. Las puertas de Brandelkar eran indestructibles. De todas maneras trató de entrar su mano por las puertas para terminarlas de abrir. Sus esfuerzos fueron inútiles.
A pesar de los silbidos de las flechas y de la desesperación que inundaba el ambiente, un silencio sepulcral cayó sobre todos los alcunterinos. Todas las cosas perdieron su sentido, la muerte y la vida se mezclaron y no pudieron diferenciarlas, de todas maneras ya no importaba. La barrera entre las dos era tan pequeña, que la cruzarían sin darse cuenta. Morirían allí: Alcunter había fracasado.
Entonces, la voz de Zolken surgió como la luz de un faro en medio de la noche marítima:
—Mi señor Dreylo. Use su espada para destruir las puertas.
Dreylo miró el arma que colgaba de su cintura, sostenida por un cinturón de cuero y la respectiva vaina. Hecha también por Zolken para que no se destruyera al tocar el arma. Y que tenía grabados en un costado el nombre y el linaje del arma.
Dreylo desenvainó su espada, un brillo volvió a enceguecer a todo el mundo, las flechas dejaron de llegar.
Dreylo alzó a Gollogh, apretando el mango con todas sus fuerzas, sintiendo la sangre fluir por cada uno de sus dedos. Las venas le palpitaban y sobresalían en las manos y brazos del Señor de Alcunter. Gollogh ascendió todo lo que permitía la longitud del brazo de Dreylo y cayó, asestando un gran golpe a las puertas con todas sus fuerzas. Golpeó una vez, dos veces, tres veces…
Los golpes fueron acompañados por un ruido estremecedor, que hizo temblar las paredes del castillo. Al primer golpe las puertas se estremecieron, al segundo se resquebrajaron y al tercero cedieron. Una brecha suficientemente grande quedó abierta, brindando el paso que necesitaban.
Todos quedaron enmudecidos por el poder que tenía el arma, por eso muchos se demoraron en entrar, de todas formas ninguna flecha llegó, pues los brandelkanos también estaban inmóviles por el horror de lo que presenciaban. Pero cuando Alcunter entró por la brecha que habían abierto el odio, la traición y la envidia, comenzó la mortandad.
Los arqueros que estaban apostados en las torres de guardia quedaron enceguecidos por un súbito resplandor, como si un rayo de sol descendiera del cielo para convivir entre los hombres. Las flechas cesaron y se oyeron fuertes golpes, como si un yunque gigante fuera azotado por un martillo. Se oyeron los golpes una vez, dos veces, tres veces. Y al tercer golpe todos los brandelkanos observaron horrorizados como las puertas cedían y los alcunterinos entraban. Muchos de los cuales se dirigieron a las torres de guardia. Para entrar tuvieron que abrirse paso entre muchos brandelkanos que bloqueaban el acceso. Acabaron con los guardianes de las puertas y entraron a las torres. Ningún arquero sobrevivió, aunque como tributo final a su ciudad alcanzaron a disparar sus últimas flechas. Cayeron tantos alcunterinos como flechas surcaron el aire, luego murieron bajo el filo del acero alcunterino que los alcanzó al subir las escaleras.
Luego los Jaguares de Plata continuaron su camino hacia el interior. No mataban inocentes, por órdenes de Dreylo. Morirían los que se lo merecieran. “De los otros nos ocuparemos más tarde”, decía Dreylo para acallar un poco la sed de sangre brandelkana que tenían sus hombres.
Así comenzó la Batalla de las Murallas Escarlata. Mucha sangre se derramó aquel día, y muchos de los sobrevivientes a la masacre tiempo después se preguntaron cómo habían sido capaces de cometer actos de brutalidad semejantes. Un llanto se oyó eternamente en Brandelkar y sus ruinas, y el territorio desocupado, durante décadas. Hasta que Cómvarfulián pereció y no quedó vestigio alguno de su población. Pero el llanto siguió allí, como una isla invisible en medio del mar. Si hubieran quedado barcos en ese mundo y hubieran cruzado por la región, habrían visto burbujas brotando del mar como una gran olla donde se cocinaba la Eterna Tristeza.
Los alcunterinos entraron y se dispersaron, buscando a un ejército que les hiciera frente. Y no tardaron en encontrarlo: centenares de valientes brandelkanos que se organizaron deprisa ante la inminente entrada del enemigo y dispuestos a morir defendiendo a su pueblo del ataque de los Jaguares Plateados. Nombre que adquirió el ejército alcunterino desde ese día y que conservó hasta el momento que llegó el hombre más noble de todos y unificó a todo el país sin necesidad de usar la violencia o el temor.
Dishlik se había marchado de Brandelkar con quinientos hombres, de los cuales quedaban cerca de trescientos, aún a su mando y que lo acompañaron en la búsqueda del hombre que deseaba encontrar más que a ninguno. Abriéndose paso entre todos los brandelkanos que se les atravesaban. Su espada atravesaba las cotas de malla y desgarraba el tejido de los que antes habían sido sus hermanos y que ahora eran sus enemigos mortales. También usó la porra que había adquirido en Alcunter, y con esta arma destrozó unos cuantos cráneos. Y no le importó si eran amigos o enemigos, porque estaba embravecido por la batalla que libraba ahora y la sed de sangre que tenía sólo acabaría con la muerte de un hombre.
Cuando Dishlik divisó a su hermano, ordenó a sus hombres irse a otro lugar en busca de sus propias batallas.
—Porque la mía está aquí—les dijo.
Sus hombres se fueron a apoyar a Dreylo en otro lugar de la ciudadela…
Disner despertó el día de la batalla con la sensación en su interior de que pronto se avecinaría el encuentro decisivo con Alcunter. Esta sensación había crecido en él desde que Galerz había llegado con toda la información.
Lo que más lo atemorizaba era Zolken. Aquel hombre que podía haber forjado la destrucción de Alcunter, en la forma de un arma misteriosa que nadie podía imaginar; ni su poder, ni la fuerza de su portador, y la de todos los portadores que la llevarían a través del tiempo…
Entonces le fue avisado que un destello se había divisado cerca del volcán, luego aparecieron los alcunterinos.
Los arqueros no necesitaron ninguna orden para comenzar a disparar sus flechas. La muerte se extendía por el territorio circundante a Brandelkar y muy pronto Disner vio aves provenientes del norte atraídas por el olor de la putrefacción.
Y entonces llegó a oídos de Disner un sonido que le era muy familiar: el sonido del cuerno de Brandelkar. Sonó una vez, dos veces, tres veces…
Disner comprendió que por fin llegaba el momento decisivo de todos los habitantes de Brandelkar. Blam tenía órdenes directas de vigilar las puertas y detener al traidor. Ya que Bosner tendría que dirigirse hacia allí en cumplimiento de su trabajo, de todas maneras, aunque aún no era su hora, pronto estaría permitiendo el acceso de los enemigos; Blam debería detenerlo. No le importó a ninguno de los dos que el traidor fuera Bosner. Blam marchó a las puertas con expresión de inmenso odio. Sin siquiera pensar que iba a enfrentarse con su hijo para salvar a su señor. Sin embargo en el fondo de su corazón descansaba la melancolía y la agonía. No comprendía en qué se había equivocado con su hijo para que las cosas acabaran así. Blam marchó rumbo a las puertas disfrazando sus emociones con el traje del odio. Conteniendo las lágrimas con todas sus fuerzas e intentando no pensar en el hecho de que le importaba más Brandelkar que su hijo, así como a Bosner le importaba más Dishlik que Brandelkar. “Tal vez sea de familia” se dijo al darse cuenta que no podía detener los pensamientos.
Mientras eso sucedía, Disner fue por su equipo. En el tiempo que se demoró en equiparse, sonó de nuevo el cuerno y 3 golpes se oyeron, seguidos de un estruendo. Luego todo fue desorden total.
Disner salió a toda prisa de sus aposentos y sólo vio alcunterinos y brandelkanos en lucha, desperdigados por todas partes.
Disner alzó la vista hacia una de las torres superiores del castillo, allí, Maslirk, su padre, veía todo lo que sucedía. El Señor de Brandelkar se dirigió a la torre y subió las escaleras tan rápido como pudo.
Maslirk, antiguo señor de Brandelkar, despertó el día de la batalla por un mal sueño. En el sueño, había un hombre que no tenía control de ninguna de sus manos. La mano izquierda desenvainaba y, al mismo tiempo que se tornaba del color de la plata, cortaba la otra mano del hombre, la cual era dorada, y luego lo decapitaba. La sangre caía a chorros, y sangre fue lo último que Maslirk vio antes de despertar. No pudo reconocer el rostro del hombre, factor que aumentaba su curiosidad.
Fue despertado por un sonido muy familiar: el cuerno brandelkano. Sonó una vez, dos veces, tres veces…
Entonces Maslirk se asomó por la ventana de sus aposentos y alcanzó a ver a dos hombres discutiendo frente a las puertas, estaban tan lejos que Maslirk sólo distinguió que eran hombres. Luego uno de los hombres mató al otro tan solo unos instantes después de la última llamada del cuerno e intentó abrir las puertas. Pero, por una razón que Maslirk no comprendió, el hombre cayó, y su mano se asomó por el resquicio de las puertas que había alcanzado a abrir antes de caer.
Maslirk vio una mano que entraba por la rendija de la puerta abierta, antes de volver por donde había venido.
Y sonaron unos golpes muy profundos y fuertes, y las puertas cayeron como destruidas por el resplandor que acababa de entrar a Brandelkar. Detrás del resplandor entraron los alcunterinos, también iluminados por el brillo de la plata con la que estaban hechos sus instrumentos. Pero ningún brillo se equiparaba al primero. Enceguecía al primer vistazo, y nada volvía a brillar con la belleza de antes después de ver este resplandor tan especial.
Maslirk se quedó como idiotizado ante tal escena, hasta que Disner entró a su cuarto.
El anciano se dio la vuelta con extrema lentitud, con más lentitud aún articuló sus palabras:
— ¿Qué significa esto?
—Que la guerra ha estallado—le respondió Disner, luego añadió, mucho más serio—. Es el momento de enfrentarnos a Alcunter y vencer, o caer en el intento, porque desde mañana las cosas serán diferentes, no importa cómo acabe esta batalla. Pero de su resultado depende nuestro futuro.
—Tienes razón—Maslirk revolvió entre sus bártulos hasta que encontró una empolvada cota de malla, una espada ya casi por completo oxidada, un escudo en el mismo estado, un arco cuya cuerda estaba ya casi destruida, y unas flechas a medio carcomer. Mientras sacaba todo aquello, murmuró—: adelántate tú. Yo me encontraré contigo cuando esté listo para la batalla.
Disner asintió y salió de la habitación. No intentó discutir con su padre. Sabía que no serviría. Ya que Maslirk estaba listo para su última batalla y necesitaban de su ayuda.
Maslirk se vistió con sus ropas de guerra, se asomó por la ventana y comenzó a disparar todas las flechas que tenía, los alcunterinos caían y morían antes de comprender lo que les había pasado. La cuerda del arco no resistió mucho, así que Maslirk se quedó con una buena cantidad de flechas. Entonces bajó las escaleras y entró al campo de batalla. Muchos alcunterinos se abalanzaron sobre él, pero Maslirk cogía las flechas que tenía y se las incrustaba en cualquier parte. Si las flechas producían una herida mortal, Maslirk se iba y los dejaba morir; si no era así, las sacaba y, en medio de la confusión, la incrustaba en un lugar mortal y ahí sí se marchaba. Repitió este proceso hasta que se le acabaron todas las flechas. Luego desenvainó su espada y se lanzó al ataque. Dejó atrás el lugar, lleno de cadáveres con flechas en los ojos, el corazón y los oídos. Una vez lejos de la matanza, blandió su espada contra cualquier ser viviente que se abalanzara sobre él, confiado al ver sólo un viejo frente a él. Pero Maslirk era poderoso y no cayó, en cambio, acabó con mucho alcunterinos. Y sin duda ver a un anciano de casi cien años luchando con el vigor y la fuerza de un muchacho de veinte era algo que no se veía todos los días. Sólo un alcunterino con el que se enfrentó Maslirk sobrevivió al anciano.
Dreylo atacó las puertas con toda su fuerza, al tercer golpe Brandelkar no aguantó más y los Jaguares Plateados entraron, cundiendo el pánico y el desorden por todas partes.
Dreylo alcanzó a ver a Dishlik con sus hombres caminando de aquí para allá, buscando algo o alguien, pero la imagen sólo estuvo ahí un momento, ya que los brandelkanos se acercaban para enfrentarlos. Dishlik y Dreylo, y los demás alcunterinos, fueron al encuentro de un enemigo listos para arrastrarlo hasta el umbral de la muerte.
Dreylo encaró a su adversario, un hombre de aproximadamente treinta años; se veía que era fuerte, un fuerte adversario incluso para Dreylo. O lo hubiera sido si Dreylo no hubiera tenido a Gollogh. Ya que la espada del enemigo se quebró al primer choque con Gollogh, y el brandelkano quedó desarmado y Dreylo pudo atacarlo. La espada alcunterina quebró la armadura brandelkana como se quiebran las hojas secas al ser pisadas, y el brandelkano murió. Y así uno tras otro. Cayó un brandelkano, cayeron dos, cayeron tres…
Y siguieron cayendo…
Entonces Dreylo se dio la vuelta, alcanzó a ver a Dishlik acabando con su enemigo y muchos hombres que se abalanzaban sobre el brandelkano, de corazón alcunterino.
Disner salió del cuarto de su padre y entró al campo de batalla, muchos alcunterinos lo atacaron, pero Disner pudo burlarlos a todos, y acabarlos.
Mas no eran alcunterinos los que Disner buscaba, o sí quería enfrentarse a Alcunter, pero sólo a un alcunterino en especial. Buscaba Disner a Dreylo y no lo encontraba por ninguna parte. Y buscando a Dreylo, Dishlik se cruzó en su camino. “A este es otro al que también quería encontrar”, se dijo Disner.
Los dos hermanos se pararon cara a cara, Dishlik llevaba consigo todos los hombres que lo habían seguido y que todavía estaban vivos, a ellos les dijo:
—Ahora es tiempo de que me dejen solo. Vayan y busquen sus propias batallas. Búsquenlas y enfréntenlas, sin mí—en ese momento Dishlik miró a Disner con un odio como nunca antes se había visto y añadió, apretando los dientes—: porque la mía está aquí.
Los hombres obedecieron las órdenes de su señor y partieron en busca de brandelkanos. Buscaban un derramamiento de sangre que aplacara la de ellos.
Los brandelkanos caían, miraban con desesperación a los hombres de Dishlik y morían con el llanto a flor de piel, caían mirando al cielo y preguntándole el por qué de tanta tristeza. Los hombres de Dishlik vieron a sus antiguos camaradas caer y la duda asomó en su mirada. Luego, un grito aterrador les llegó a los oídos y los hombres se dieron la vuelta, preguntándose dónde estaba en verdad su lealtad. Y al darse la vuelta, vieron caer un cuerpo…
Los hombres partieron, los hermanos quedaron solos. La batalla seguía su curso, nadie se dio cuenta de que los dos hermanos combatían; nadie, excepto un anciano que observaba en silencio…
—Así que, todos los caminos llevan a este punto—Dishlik apretaba su espada con toda su fuerza.
—No podemos escapar a nuestro destino, esto debía ocurrir y sólo el mejor entre nosotros sobrevivirá. Entonces, tu fin ha llegado.
—Palabras inútiles de un tonto.
Los dos hermanos levantaron las espadas al mismo tiempo y las chocaron. El sonido que produjeron las dos armas al chocar fue más penetrante que el del cuerno, o el de Gollogh contra las puertas, sobre todo para el anciano que observaba en silencio, y ya estupefacto…
El metal silbaba, los cuerpos se movían, la furia se manifestaba en cada golpe. Cada golpe aumentaba el odio.
Disner atacaba con todo lo que tenía, sin embargo, sus golpes eran esquivados con gran facilidad por parte de Dishlik. Tan provechoso había sido para el hombre el entrenamiento con Dreylo. En verdad Dishlik notaba un gran avance en su estilo de combate, más certero, más rápido. No necesitaba ningún esfuerzo para vencer a Disner: Dishlik estaba jugando con su hermano. Un juego extraño, cuyos fines no eran la diversión, todo lo contrario. Un juego alimentado por el anhelo de sangre.
Disner se dio cuenta de su gran desventaja sobre Dishlik, en verdad, no podía creer que aquel fuera su hermano: mucho más fuerte y seguro de sí mismo. Disner casi llegó a sentir orgullo de Dishlik, pero entonces su mirada se posó en la expresión burlona de aquel hombre. Aquellos ojos brillantes, la sonrisa petulante y su expresión de suficiencia fueron suficientes para que Disner se sintiera humillado y la furia creciera en él, y redoblara la fuerza de sus golpes.
Pero para poder haber hecho frente a Dishlik hubiera necesitado una quintuplicación de su poder. Disner lo comprendió y entonces fue cuando gritó:
—Maldita sea, Dishlik. Es evidente que estás jugando conmigo, ¿Por qué no me muestras todo tu poder y acabamos con esto de una buena vez?
—Como quieras—Dishlik descargó su espada con todas sus fuerzas, Disner apenas y pudo poner se arma como bloqueo, aunque de nada sirvió. La fuerza de Dishlik quebró la espada de Disner, y le entumió la mano.
Disner soltó el pedazo de espada que le quedaba y se sujetó la mano lastimada con la otra a la altura de la muñeca, gritando de dolor, entonces Dishlik aprovechó la confusión. Alzó su porra por encima de su cabeza y la dejo caer sobre la de su hermano. Disner murió por el impacto que destrozó su cráneo y cayó, pero antes de que tocara el suelo Dishlik hizo un rápido movimiento con la espada y le cercenó la cabeza a su hermano.
Entonces Dishlik vio acercarse personas desde dos puntos diferentes, de cada grupo le llegaba un grito. En el primer grupo sólo venía corriendo alguien, del segundo llegaron muchos más.
Maslirk enfrentaba alcunterinos aquí y allá, nadie era en verdad un desafío. Y por eso mismo los alcunterinos dejaron de enfrentarlo. Huían ante su sola presencia.
El anciano corrió por todas partes buscando un enemigo digno, y buscándolo encontró otra cosa…
Resulta muy duro para un padre ser decepcionado por sus hijos. Después de que hace todo por ellos el sentir que no es retribuido es una sensación dura de confrontar. Después de que un padre es decepcionado, nadie sabe lo que puede pasar a continuación…
Por eso, cuando Maslirk vio a Disner frente su hermano, charlando como si nada, se preguntó lo que pasaba. Iba a acercarse cuando se quedó estupefacto.
Disner y Dishlik cruzaban espadas en una feroz batalla, moviéndose, atacando y defendiéndose. De súbito oyó a Disner gritar, y Maslirk pudo notar la desesperación en la voz de Disner—cosa que Dishlik por su odio no pudo hacer—:
—Maldita sea, Dishlik. Es evidente que estás jugando conmigo, ¿Por qué no me muestras todo tu poder y acabamos con esto de una buena vez?
Luego, Dishlik asesinó a su hermano.
Maslirk gritó, sin creer lo que veía. Sus pies reaccionaron solos, corriendo hacia donde estaba Dishlik. Su mano apretó con fuerza la espada y él ni siquiera lo notó.
Llegó donde estaba Dishlik, al mismo tiempo que una gran muchedumbre de hombres.
—Dishlik, ¿Qué has hecho?—preguntó.
Dishlik se dio la vuelta, con expresión de satisfacción en el rostro. Ya muchos hombres—los hombres que Dishlik había llevado y los cuales consideraba leales, por cierto—se acercaban a Dishlik con sus espadas.
—Quietos—ordenó Maslirk, y, para sorpresa de Dishlik, “sus” hombres le hicieron caso—. Dishlik es sólo mío. Vayan y busquen sus propios enemigos.
—Así es, ¿Por qué no luchan conmigo, todos juntos si quieren?—preguntó una voz.
Todos miraron hacia el lugar de procedencia de la voz. Allí, parado con una gran elegancia, envuelto por un brillo que parecía provenir del mismísimo sol, pero que en verdad provenían de su espada, estaba Dreylo, Señor de Alcunter.
Dreylo veía acercarse una gran multitud hacia donde estaba Dishlik. No podía quedarse de brazos cruzados. Se dirigió hacia allí de inmediato, en el camino se le cruzaron unos cuantos enemigos, pero él pudo abatirlos sin problema, al llegar, oyó a un viejo decir, con voz débil y quebrada:
—Quietos. Dishlik es sólo mío. Vayan y busquen sus propios enemigos.
—Así es, ¿Por qué no luchan conmigo, todos juntos si quieren?—preguntó Dreylo.
Todos los hombres se dieron la vuelta, muchos de ellos quedaron con la boca abierta. Dishlik dijo:
—Mi señor, no es prudente que se enfrente usted solo a estos hombres.
— ¿Así que te atreves a llamarlo “señor”?—Maslirk casi enloqueció al oír esto, la pena en su corazón fue sustituida por la furia y se lanzó al ataque con todas sus fuerzas. Pudo hacerle frente a Dishlik porque la furia le dio las fuerzas que le faltaban.
—Y bien ¿Qué dicen?—le preguntó Dreylo a los trescientos que allí estaban.
—Muy bien—le respondieron todos al unísono, cada uno con una sonrisa en los labios. Y se lanzaron todos juntos como si fueran un mismo cuerpo y un mismo pensar. “Cuanto mejor”, pensó Dreylo, “de esta manera se convierten en un solo hombre, y vencer a un hombre es más fácil que vencer a trescientos”.
Dreylo alzó su espada, e hizo su ataque. Muchos escudos y muchas espadas se quebraron. Varias cabezas rodaron. Y Dreylo bajó a Gollogh con toda su fuerza, ya las primeras líneas habían caído. Pero quedaban muchas más, para gran diversión de Dreylo, quien estaba feliz con su nueva arma y con todo el poder que ésta tenía, y así, uno a uno fueron cayendo todos aquellos que se le enfrentaron.
Cuando Dreylo acabó y se dio la vuelta, vio a Dishlik caer y a Maslirk alzando la espada, dispuesto para dar el golpe final…
Mientras Dreylo se ocupaba de los brandelkanos, Dishlik y Maslirk debían atender sus propios asuntos.
— ¿Por qué?—era lo único que lograba decir Maslirk.
—Te diré porque—Dishlik desahogó todos sus rencores, parecía como si estuviera confesándose en su lecho de muerte—. Porque Disner siempre fue el favorito, porque renunciaste al mando de Brandelkar antes de morir para que así Disner pudiera asumir el mando, porque me tuve que conformar con el mando del ejército. Mandar a unos perdedores fue la peor humillación de todas. Porque sí hubo alguien que supo apreciarme: mi señor Dreylo de Alcunter. Entré a su servicio buscando lo que aquí no encontré: alguien que me apreciara y que comprendiera mis grandes aptitudes para el mando. Cuando Cómvarfulián le pertenezca, yo por fin mandaré sobre Brandelkar.
—Pero, ¿Por qué nunca me hablaste de esto?
—Porque sabía que te pondrías de parte de Disner, anciano estúpido. Como siempre lo haces. Pero hoy por fin la gloria es mía—la demencia alteró la mirada de Dishlik.
—Antes que tu padre, soy señor de Brandelkar, y no dejaré que caiga mientras pueda sostenerme en pie.
Maslirk atacó a su hijo, cada golpe de su espada representaba una pregunta que no se podía responder: unas porque no conocía la respuesta, otras porque aumentaban su dolor.
Dishlik se defendía de su padre. “Mi padre”, aquel hombre que le había enseñado todo y había estado con él desde el principio. “Pero no me apreció”, se dijo Dishlik, para poder convencerse de que hacía lo correcto, y así, no flaquear. Porque ya no había marcha atrás.
Los golpes no se detenían, y nadie quería que se detuviesen. Detener un golpe demostraría debilidad y no serviría de nada, no en aquel punto, ésa era la razón por la que no se detenían. Pero todos estaban convencidos que no se detenían porque ya las armas tenían voluntad propia y se gobernaban ellas solas, actuando mediante sus portadores. Las manos de los hombres parecían poseídas por una fuerza sobrenatural que no les dejaba detenerse.
Maslirk le había enseñado a Dishlik todo lo que sabía, por eso ninguna estrategia de su hijo lo afectaba mucho. Aunque la fuerza de Dishlik hubiera aumentado de un modo increíble, no había ningún modo de que pudiera ganarle a su padre. Maslirk conocía cada movimiento de Dishlik. Cada ataque, cada giro, cada defensa, eran ya memorizadas por el viejo. Él mismo se las había enseñado a su hijo hacia mucho tiempo, cuando aún había esperanzas.
Pero las esperanzas se habían ido hace mucho tiempo—“Desde que Dishlik conoció a ése perro alcunterino”, se dijo Maslirk—, y en lugar de esperanzas estaban las guerras y los rencores. Traición y sangre.
Por esta razón Maslirk no tuvo compasión, toda su tristeza por verse en una situación como aquella fue reemplazada por una furia como jamás había visto el mundo. La furia que le daba a Maslirk las fuerzas para poder luchar con su hijo, y hacer lo que fuera necesario por el bien de su pueblo.
Dishlik, por su parte, veía morir sus ilusiones al enfrentarse con su padre. Había olvidado por completo que su padre lo conocía mejor que cualquier otra persona en el mundo. Su derrota era, por lo tanto, segura.
Dishlik, no obstante, pudo darle una buena pelea al viejo Maslirk. Aunque no sirvió de nada. Maslirk atacó con todas sus fuerzas a su hijo, quien apenas pudo defenderse. La espada de Dishlik cayó rota en mil pedazos, y, sobre ella, cayó su antiguo portador, presa del dolor que tenía en el brazo y del cansancio. No pudo resistir más y cayó.
Maslirk alzó su espada sin piedad, dispuesto (aunque con gran dolor), a dar el golpe final, pero una voz lo detuvo:
—Es de cobardes atacar a alguien desarmado, y, por demás, tirado en el suelo. ¿Por qué no te enfrentas a mí, rata? Arreglaremos todo de una vez y por todas—la voz de Dreylo transmitía toda la fuerza de aquel hombre.
Maslirk encaró a Dreylo. El culpable de todas sus desgracias. El encuentro entre los dos Señores más grandes de Cómvarfulián había llegado. Sin nadie que presenciase el evento. Únicamente Dishlik, desde el suelo, y medio desmayado, podía ver lo que sucedía. Los demás hombres estaban enfrascados en una batalla que aún no finalizaba. Sin embargo, dos hombres se acercaban al campo de batalla…
Por ahora, Dreylo y Maslirk luchaban en encarnizada batalla. Dreylo no quería usar todo el poder de Gollogh. Para poder alargar la batalla, el sufrimiento y la humillación de Maslirk cuando fuera derrotado. Pero, de haber querido, hubiera podido haber cortado la espada de Maslirk limpiamente. La elección de Dreylo no fue tal, lo cual casi le cuesta la vida.
Maslirk aún no estaba cansado, las fuerzas apenas y comenzaban a agotarse en el cuerpo del hombre, la batalla podría haber durado un día casi.
Pero al ver que las cosas empezaban a complicársele, Dreylo empezó a usar cada vez más su fuerza, con el objetivo de quebrar la espada de Maslirk. Pero no pudo. Maslirk supo contrarrestar la fuerza de Dreylo y el poder de Gollogh.
Entonces, un grito proveniente de su espalda le hizo darse la vuelta: a sus pies, yacía un brandelkano muerto, rodeado en sangre. Gotas del líquido rojo brotaban a chorros de su espalda y Zolken estaba justo detrás del cadáver, sonriendo ante su cuchillo ensangrentado.
Luego, el herrero, a una asombrante velocidad, sacó su cuchillo y lo arrojó por los aires. Y el arma se incrustó en la garganta de Maslirk, dándole muerte por fin.
—Casi, mi señor—fue lo único que dijo Zolken.
—Gracias—fue todo lo que pudo decir Dreylo.
Un aullido de dolor distrajo a Dreylo, era Dishlik: Maslirk le había ocasionado unas cuantas heridas y la sangre ya comenzaba a brotar.
—Zolken, cuida de Dishlik y mantenlo vivo a cualquier costo, yo acabaré esta guerra.
Entonces Dreylo le entregó a Zolken su espada para que pudiera defender a Dishlik sin ningún problema, mientras Dreylo cogía la espada del herrero y continuaba la batalla para volver con ayuda.
Dreylo agarró la espada del herrero y se marchó.
Zolken por su parte, se quedó con Dishlik, cuando algún brandelkano buscando enemigos los veía y se acercaba, moría después del destello que seguía al movimiento de Gollogh.
Zolken marchaba con el ejército rumbo a Brandelkar, muy feliz porque se la había cumplido su deseo de participar en la guerra de una manera más directa. Estaba seguro de que su sueño era un aviso para animarlo a luchar y él no quería ignorarlo.
El caballo que escogió Zolken era el más viejo de todo Alcunter, quizás de todo Cómvarfulián. Había nacido el mismo año que Drog y ya casi era imposible montarlo debido a que su cuerpo no resistía mucho. Sin embargo, pudo transportar a Zolken sin problema hasta Brandelkar, donde murió.
Zolken iba último en la fila. Su caballo llevaba un andar lento debido a su edad, y por esto pudo continuar su camino durante un poco más de tiempo. Porque cuando las flechas brandelkanas llegaron, cayeron los soldados que iban en frente, y Zolken no apuró el paso, ya que no quería acabar con el caballo al que le estaba empezando a coger cariño.
Una flecha venida desde Brandelkar impactó contra el caballo de Zolken. El pobre animal no soportó más y cayó al suelo sangrando por el pecho y con las patas delanteras rotas por la caída. Zolken cayó a unos cuantos metros del caballo, y hubiera podido curarlo: nadie vería lo que estaba haciendo y su secreto permanecería a salvo, pero más flechas llegaban, el cuerno sonaba y Zolken tenía el presentimiento de que se le necesitaba al lado de Dreylo. Así que dejó atrás el caballo moribundo, no sin antes pedir por el bienestar de su alma y su cadáver, y corrió hasta encontrarse en las filas delanteras del ejército. Allí lo esperaba una visión aterradora.
La puerta de Brandelkar estaba entreabierta y un fino hilillo de sangre salía de éstas, junto con una mano que yacía sin vida. Dishlik tenía su brazo dentro de Brandelkar en un desesperado intento de abrir las puertas y poder entrar y todos los alcunterinos lo miraban con ansiedad y tristeza en el rostro. Cuando Dishlik sacó su extremidad de la rendija de la puerta con cara de resignación, los demás le acompañaron.
Zolken no se dejó llevar por la desesperación. Había previsto cualquier inconveniente que pudiera presentarse en la batalla y había trabajado duro para evitarlos. Por eso, con extrema seguridad en la voz, se dirigió a Dreylo diciendo:
—Mi señor Dreylo. Use su espada para destruir las puertas.
Zolken observó cómo Dreylo miraba su espada con cierto recelo. El herrero esperó pacientemente, pues sabía que Dreylo haría lo que le decía. Por fin Zolken vio la resolución en los ojos de Dreylo y complacido admiró el poder de su creación acabar con las puertas enemigas.
Zolken desenvainó su espada, la cual ya estaba oxidada por la vejez, y entró a Brandelkar gritando cosas incomprensibles. Un idioma que muy pocos conocían y que con el paso del tiempo se olvidó hasta la llegada de la Salvadora de la Vida. Las palabras que gritaba Zolken eran:
El caballo que escogió Zolken era el más viejo de todo Alcunter, quizás de todo Cómvarfulián. Había nacido el mismo año que Drog y ya casi era imposible montarlo debido a que su cuerpo no resistía mucho. Sin embargo, pudo transportar a Zolken sin problema hasta Brandelkar, donde murió.
Zolken iba último en la fila. Su caballo llevaba un andar lento debido a su edad, y por esto pudo continuar su camino durante un poco más de tiempo. Porque cuando las flechas brandelkanas llegaron, cayeron los soldados que iban en frente, y Zolken no apuró el paso, ya que no quería acabar con el caballo al que le estaba empezando a coger cariño.
Una flecha venida desde Brandelkar impactó contra el caballo de Zolken. El pobre animal no soportó más y cayó al suelo sangrando por el pecho y con las patas delanteras rotas por la caída. Zolken cayó a unos cuantos metros del caballo, y hubiera podido curarlo: nadie vería lo que estaba haciendo y su secreto permanecería a salvo, pero más flechas llegaban, el cuerno sonaba y Zolken tenía el presentimiento de que se le necesitaba al lado de Dreylo. Así que dejó atrás el caballo moribundo, no sin antes pedir por el bienestar de su alma y su cadáver, y corrió hasta encontrarse en las filas delanteras del ejército. Allí lo esperaba una visión aterradora.
La puerta de Brandelkar estaba entreabierta y un fino hilillo de sangre salía de éstas, junto con una mano que yacía sin vida. Dishlik tenía su brazo dentro de Brandelkar en un desesperado intento de abrir las puertas y poder entrar y todos los alcunterinos lo miraban con ansiedad y tristeza en el rostro. Cuando Dishlik sacó su extremidad de la rendija de la puerta con cara de resignación, los demás le acompañaron.
Zolken no se dejó llevar por la desesperación. Había previsto cualquier inconveniente que pudiera presentarse en la batalla y había trabajado duro para evitarlos. Por eso, con extrema seguridad en la voz, se dirigió a Dreylo diciendo:
—Mi señor Dreylo. Use su espada para destruir las puertas.
Zolken observó cómo Dreylo miraba su espada con cierto recelo. El herrero esperó pacientemente, pues sabía que Dreylo haría lo que le decía. Por fin Zolken vio la resolución en los ojos de Dreylo y complacido admiró el poder de su creación acabar con las puertas enemigas.
Zolken desenvainó su espada, la cual ya estaba oxidada por la vejez, y entró a Brandelkar gritando cosas incomprensibles. Un idioma que muy pocos conocían y que con el paso del tiempo se olvidó hasta la llegada de la Salvadora de la Vida. Las palabras que gritaba Zolken eran:
—Taruy jaren, lafunpova doskfol denlek. Alcunterluj!
Muchos hombres miraron a Zolken consternados ante sus palabras. Pero se sintieron imbuidos por una fuerza sobrenatural. Que los impulsó a luchar hasta más allá de la muerte.
Feliz por su tarea, Zolken continuó su camino. Buscando brandelkanos que se enfrentaran con él. No usó más el lenguaje de antes, pues aunque sabía que le traería una fácil victoria, prefería no arruinar la fiesta alcunterina.
Al entrar, muchos hombres se dirigieron a las torres y entraron por la fuerza. Otros corrieron gritando como locos buscando sangre, y otros se mantuvieron unidos esperando la llegada del enemigo. Zolken, por su parte, decidió adelantarse un poco y matar unos cuantos.
El herrero avanzó unos pocos metros y se encontró de frente con un joven brandelkano. Muy pocos en Brandelkar conocían de la existencia de Zolken, pues él prefería hacer su trabajo en secreto y todas sus creaciones eran entregadas por Disner o Dishlik. Por eso, cuando el brandelkano se encontró con Zolken, ninguno de los dos reconoció al otro.
El brandelkano desenvainó su espada y atacó, Zolken bloqueó el ataque con su espada. “Si hubiera tenido tiempo de forjar otra” se dijo al ver su oxidada arma. Pero después de acabar la creación de Gollogh, había estado ocupado en los preparativos de la marcha, y en las noches practicando con cualquier espada en el campo de entrenamiento, pues estaba seguro que Dreylo accedería a sus peticiones, así que no había podido crear otra arma, sin importar cual fuera. Ahora, las repercusiones de estos actos se reflejaban en la batalla. Pues su enemigo atacó con tal fuerza que la espada de Zolken no aguantó y quedó arruinada, no se pudo volver a usar.
Fue en ese momento que Zolken, con extrema rapidez, sacó el martillo que había usado en la batalla de la avanzadilla y que llevaba en secreto, y de un golpe en la cabeza, mató a su enemigo. Luego, Zolken le quitó la espada y usó su nueva adquisición.
Muchos brandelkanos iban hacia un lugar ubicado un poco cerca de las torres y las puertas, Zolken no se preocupó. Pues sospechaba que se dirigían el encuentro de los alcunterinos y no sentía temor. Por lo que decidió seguir a un brandelkano que se dirigía en dirección contraria. Después de unos metros, Zolken vio al brandelkano dirigiéndose hacia donde estaban Dreylo y Maslirk, Zolken pudo reconocerlos muy bien a pesar de que se movían a una velocidad impresionante enfrascados en cruel batalla.
El brandelkano se encaminaba hacia Dreylo, específicamente. Llevaba un cuchillo en la mano derecha y Zolken pudo adivinar una sonrisa en su rostro, anticipándose a la muerte de Dreylo.
Zolken corrió a toda su capacidad, agarró al brandelkano del brazo, y, con una fuerza mucho más descomunal que la típica en Brandelkar, ubicó el brazo detrás de la espalda de su dueño y lo apuñaló con su propio cuchillo. El brandelkano se desplomó gritando de dolor y cayó muerto. Zolken sonreía al cuchillo que había logrado conservar y, antes de que alguien hiciera algo más, lo lanzó con certera puntería hacia Maslirk y el anciano murió.
—Casi, mi señor—dijo Zolken con alivio.
—Gracias—le respondió Dreylo.
Un aullido de dolor atrajo la atención de Zolken, era Dishlik: el herrero no había podido verlo desde donde se encontraba, pero ahora podía ver las sangrantes heridas alrededor del cuerpo de su capitán.
—Zolken, cuida de Dishlik y mantenlo vivo a cualquier costo, yo acabaré esta guerra.
Entonces Dreylo le entregó a Zolken su espada para que pudiera defender a Dishlik sin ningún problema, mientras Dreylo cogía la espada del herrero y continuaba la batalla para volver con ayuda.
Dreylo agarró la espada del herrero y se marchó.
Dreylo se despidió de Zolken y se encaminó hacia donde estaban sus hombres, para brindarles el apoyo que les podía brindar. Sólo necesitaba seguir la dirección del sonido de los gritos y del chocar del metal.
Y vaya que necesitaban la ayuda de Dreylo. Sin su señor, los alcunterinos perdieron mucho de su fuerza. Los brandelkanos se reorganizaron con rapidez y muy pronto tenían su formación de hombres listos para la defensa. Flechas y lanzas les llegaban desde muy lejos, incluso había hachas voladoras; muchos morían, pero no de las heridas producidas en la batalla, de miedo morían. Porque veían que Brandelkar poseía un poder que habían subestimado y no podían hacerle frente. De nuevo, la desesperanza atacó a los alcunterinos.
Entonces entró Dreylo en el campo de batalla, con la espada de Zolken asida fuertemente y gritando a sus hombres:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Muchas ovaciones salieron de las gargantas de sus hombres. Digo muchas porque unos pocos aún sentían miedo: Dreylo había vuelto sin Gollogh y la victoria sería más difícil de conseguir.
Entonces el capitán alcunterino se lanzó al ataque como un loco. Esquivando todas las flechas, lanzas, hachas y saetas. Y cortando todo lo que se interponían en su camino…
Drog iba casi a la cabeza de la formación del ejército alcunterino. Un poco detrás de su padre y sumido en sus pensamientos.
Durante toda su vida su padre le había contado unas cuantas cosas de su madre. Dreylo hablaba de Eluney como sólo puede hablar un hombre enamorado: “sus cabellos más valiosos que el oro, sus ojos las dos estrellas más brillantes del cielo, unos labios que te tentaban a besarla y sostenerla junto a ti por toda tu vida. Su piel más tersa, suave y delicada que la más fina seda del mundo, más allá que cualquier comparación. Perfección es una palabra que se queda pequeña al lado de Eluney”.
Por lo que Drog le había oído hablar a su padre, su madre había sido una mujer muy especial. Muchas noches, al despertar confundido, se encontraba de repente pensando en cómo hubiera sido su vida si hubiera conocido a su madre, y preguntándose también qué haría él cuando encontrara a una mujer tan especial como para que valiera más que su propia vida.
“Es cuestión de esperar. Cuando llegue la mujer de tu vida tú lo sentirás hasta el fondo. Cuando sin ella no puedas vivir ni morir, el momento habrá llegado”.
Drog estaba convencido de que así sería, siempre había confiado al cien por ciento en su padre. Su momento llegaría y por fin le hallaría un sentido diferente a la vida. Pero por ahora, un sonido hizo que su mente retornara hasta el día de la batalla y dejara atrás los sueños y los recuerdos.
Sin que Drog se diera cuenta, habían llegado frente a las murallas de Brandelkar. A través de las flechas y los cuerpos de sus compañeros caídos. La ciudadela estaba completamente cerrada, por lo que Dreylo había sacado el cuerno brandelkano y, con su sonido, Drog pudo despertar. El cuerno sonó una vez, dos veces, tres veces…
Y seguían avanzando.
Por fin llegaron a las puertas, cubriéndose con sus escudos. Volvieron a tocar el cuerno. La puerta se abrió, se oyó un grito y una mano salió por la puerta, seguida por un hilillo de sangre.
Zolken gritó algo que Drog no entendió, y su padre desenvainó la espada. Cegando a todo el mundo.
Un ruido ensordecedor llenó el ambiente, seguido de gritos de emoción. Cuando Drog recuperó la vista, vio las puertas doradas destruidas, dándole paso al interior de Brandelkar.
El muchacho no lo dudó ni un instante y se metió de lleno en la batalla, siguiendo a muchos otros soldados en el ataque a las torres de guardia, acompañado por Markrors, sin embargo, se separaron ante la gran cantidad de torres por atacar.
—Nos vemos—le dijo Markrors, como quien se despide para ir a pasear por el parque.
—Nos vemos—le respondió Drog con el mismo tono.
Entonces Drog, acompañado de unos cuantos hombres, subió a la torre que estaba más cerca, y allí mataron a todos los brandelkanos. Luego, cogieron los arcos de los muertos y dispararon las flechas que quedaban a todos los brandelkanos que veían. Incluso los hombres con la puntería más prodigiosa, después de acabar todas las flechas, lanzaban lanzas, hasta espadas. Las cuales increíblemente daban en el blanco.
Luego, bajaron de la torre, y buscaron más compañeros para atacar los brandelkanos. Pero a mitad de camino apareció el ejército brandelkano en pleno. Completamente organizado y listo para luchar.
Drog y sus compañeros no superaban los dos centenares, pero así tendrían que enfrentarse a los más de cinco mil brandelkanos que conformaban el ejército.
—Debemos aguantar este ataque hasta que nos llegue la ayuda necesaria. Por la gloria que está detrás de este ataque debemos resistir. Por Alcunter y por todos aquellos que nos esperan en casa. No debemos caer.
Todos gritaron con furia y agarraron sus armas con mucha más fuerza. Y se cuenta que ninguno de ésos hombres cayó en la batalla. Nunca más recibieron herida alguna, salieron victoriosos de todas sus batallas, excepto de la batalla final, donde fueron traicionados y ninguno salió vivo.
Pero en la Batalla de las Murallas ninguno de ellos salió herido siquiera.
Claro que no tuvieron que sobrevivir toda la batalla. Sólo habían pasado muy pocos minutos cuando llegó el resto del ejército, con Markrors a la cabeza, corriendo y gritando tan alto, que hasta el cielo parecía estremecerse y sentir miedo de la fuerza de los alcunterinos…
La alegría fue común en todos los alcunterinos, quienes renovaron sus ataques.
Los brandelkanos, no obstante, no se dejaron intimidar y ellos también renovaron sus fuerzas: las flechas llegaban más rápidas y mortales, y lo mismo sucedía con las otras armas voladoras.
Entonces un brandelkano se acercó, en una mano sostenía su espada y en la otra cargaba un bulto; alzó este último pronunciando palabras terroríficas:
—Perros arrogantes, aquí tengo la cabeza de su estúpido líder, que se atrevió a retarnos pese a saber que no tenía oportunidad contra nuestra fuerza. Ahora su atrevido intento de doblegarnos ha caído. No tienen oportunidad—desde luego, el brandelkano no había matado a Dreylo. En realidad era la cabeza de unos sus propios hombres, asesinado por sus propios compañeros y desfigurado para que los alcunterinos creyeran la farsa y perdieran los ánimos para la pelea y así acabar la batalla. Descubrió el contenido de su paquete y vio cómo la duda se expandía por rostros alcunterinos cada vez más rápido. Como si fuera una peste venida desde un mundo lejano dispuesta a matarlos a todos.
La confusión se apoderó de Drog. No, era demasiado terrible para creerlo, no quería creerlo, no lo creyó. Para él, su padre seguía vivo no iba a dejar que sus esfuerzos murieran. Si las lágrimas brotaron de él fue por rabia, no por tristeza.
En un principio el plan brandelkano pareció funcionar bien: los alcunterinos creyeron la mentira y no lucharon con el mismo ímpetu de antes. Y los brandelkanos, motivados por este hecho, redoblaron la fuerza de sus ataques. La mortandad se expandió entre los alcunterinos; el miedo no se apoderó de ellos, sino la desesperanza, al ver—o eso creían ellos— lo que quedaba de su líder. Y la razón por la que no se dejaron dominar por el miedo fue Drog: el muchacho los alentaba para la batalla diciendo que no había acabado aún, que todavía había esperanzas. “Los brandelkanos se arrepentirán” repetía a sus hombres, claro que el mismo dudaba de sus palabras.
Pero en ese momento Dreylo irrumpió en el campo de batalla, gritando:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Entonces el júbilo volvió a los alcunterinos, muchos gritos de felicidad se oyeron por todo el lugar, pero no gritaban todos. Dreylo se presentó sin Gollogh; los hombres se preguntaban la razón de este fenómeno.
“Padre, qué te ocurrió para que te presentes ante nosotros sin tu espada. La esperanza que nos has traído no está completa; a pesar de que te vemos vivo y con fuerzas, la victoria se ve lejana ahora que no contamos con la ayuda de un arma tan poderosa. Que el cielo nos ayude: madre, desde allá arriba te ruego que ilumines a mi padre con el amor que siempre tuvo por ti. Impide que caiga, por el bien de todos” le dijo Drog al cielo, al tiempo que la resolución final surgía de él: ese era el momento final de la batalla, vencer o morir, no quedaba nada más. Si vencían seguirían con el plan, si morían nadie podía saber lo que sucedería después.
Un grito de guerra se elevó tanto de gargantas alcunterinas como brandelkanas y el ataque inició.
Markrors observaba estupefacto como las puertas cedían ante el poder de la espada de Dreylo, parecía que la victoria era segura y que nada se podría interponer en su camino. Tuvo unas ganas locas de reír, pero recordó que aún no había acabado la batalla, así que decidió seguir con su propósito.
Entró a Brandelkar, pisando los restos de las puertas de oro, como los demás hombres, iba un poco atrás de Drog y Dreylo, y muy pronto los perdió de vista, ya que los alcunterinos se dispersaron alrededor del lugar, motivados por una loca alegría que después costó unas vidas, de ambos bandos.
Markrors alcanzó a Drog—Dreylo ya se había perdido de vista con Dishlik—, y siguieron recto un buen trecho hasta que la cantidad de torres fue una tentación muy grande para los dos hombres.
—Nos vemos—le dijo Markrors a Drog, con una tranquilidad que lo sorprendió a él mismo, pero que pensándolo bien tenía fundamento: dentro de Markrors había más tranquilidad que en un lago perdido en medio de las montañas, tranquilidad infundida por la confianza.
—Nos vemos—le respondió Drog, con el mismo tono e idéntica cara, mezcla de sorpresa, confianza, tranquilidad y felicidad.
Markrors reunió a unos cien hombres y se acercaron a una de las torres, entonces los grupos se dispersaron, para poder atacar así más torres, forzaron las puertas, subieron las escaleras y mataron a los guardias brandelkanos. Luego usaron los arcos de los muertos guardias para matar sin ser detectados, de vez en cuando subía un alcunterino a matar a los supuestos guardias brandelkanos, y al encontrar amigos, se unía a ellos. Y cuando un brandelkano subía, no volvía a bajar.
Markrors contó con suerte, en la torre en la que se encontraba había exceso de flechas y lanzas y el panorama del campo de batalla era perfecto. Por lo que vio sin dificultades como no más de doscientos alcunterinos, liderados por Drog, se encontraban con más de cinco mil brandelkanos. Oyó las palabras que Drog usó para motivar a sus hombres y entonces Markrors bajó las escaleras a toda prisa, convocando a todos los hombres que se le cruzaban. Casi todo el ejército estaba ahí, y muchos hombres llegaron después. Irrumpieron en el campo de batalla, gritando y uniéndose a sus compañeros. Los ataques en ambos bando se redoblaron, ya que ninguno estaba dispuesto a perder.
Entonces, se acercó un brandelkano, llevaba en sus manos un bulto, mientras lo revelaba a sus enemigos dijo:
—Perros arrogantes, aquí tengo la cabeza de su estúpido líder, que se atrevió a retarnos pese a saber que no tenía oportunidad contra nuestra fuerza. Ahora su atrevido intento de doblegarnos ha caído. No tienen oportunidad.
Markrors se sintió abatido, ¿Cómo era posible que su señor hubiera muerto?, las lágrimas brotaron de sus ojos, al igual que de muchos de los hombres, que lloraban la desgracia de su señor caído en batalla. Una muerte honrosa pero triste.
Entonces se alzó la voz de Drog sobre todas las demás:
— ¡No se dejen abatir, no ha acabado aún, ganemos por Dreylo y hagamos que todo el mundo conozca nuestro nombre!
Las palabras de Drog no eran suficientes para animar a los hombres, ya que él no era su padre, por mucho que se pareciera a él. Así que Drog no podía hacer mucho.
Los ataques brandelkanos aumentaron en intensidad. Los hombres se dejaban atravesar por los proyectiles una vez perdida toda esperanza. Las lágrimas se mezclaban con la sangre del mismo modo en que había ocurrido con Bosner. La tristeza y la alegría inundaban el ambiente, junto con la fe y el dolor.
Muchos alcunterinos habían muerto en el campo de batalla: unos de miedo, otros de dolor, otros más por las heridas. Pero en ese momento Dreylo irrumpió en el campo de batalla, gritando:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Muchas ovaciones salieron de las gargantas alcunterinas, Markrors notó que eran tan potentes que ahogaban los gritos de desesperación brandelkanos. De puro júbilo gritó y rió, cosa que no hacían los que basaban sus esperanzas en la espada dorada de Dreylo y no en la fuerza de su señor. De esos Markrors sentía lástima, ya que todavía no comprendían que la fuerza de un hombre venía de su determinación y no de sus armas. De todas maneras, poco importaba en aquel momento, porque la batalla aún no acababa. Pero muy pronto lo haría: Dreylo se lanzó al ataque como un loco. Esquivando todas las flechas, lanzas, hachas y saetas. Y cortando todo lo que se interponían en su camino. Y detrás de él iba su hijo, y detrás de él el resto del ejército, eran invencibles. Fueron invencibles.
Dreylo entró a las filas enemigas y no paró, hasta que divisó al desgraciado que había matado a su propio compañero para fingir su muerte. Y se paró en frente de él. Un hombre de no más de treinta y cinco años, vigoroso y fuerte, con una espada casi tan grande como él y una mirada de loco surcándole todas las facciones del rostro y transformándolo por completo, impidiendo ver al hombre bondadoso que podía esconderse detrás del odio.
Dreylo alzó la espada de Zolken y lanzó un tajo al hombro de su adversario, éste lo interceptó sin problema, a pesar de que la espada de aquél debía ser muy pesada, se movía con soltura y fluidez, y muy pronto doblegó a Dreylo. Estaba jugando con él, aprovechando la descomunal fuerza de su arma para vencer al alcunterino.
El alcunterino no soportó tal humillación, la furia sacó de él fuerzas hasta ahora escondidas. Lanzó sus ataques con más fuerza y rapidez, su enemigo a duras penas y podía bloquear sus ataques, y Dreylo cada vez atacaba más certeramente, hasta que desarmó a su oponente. Pero él se agachó, con una agilidad que hizo que desapareciera de la vista de Dreylo por unos instantes, y desenfundó otra espada, más pequeña que la que tenía antes, y sin duda alguna más rápida. Con lo que se igualó la lucha de nuevo.
Dreylo atacaba con las fuerzas que venían de lo más profundo de su ser, su enemigo era un gran reto; a esa edad, Dreylo no era así de rápido y fuerte, porque eso lo había conseguido con la experiencia. Dreylo no se explicaba cómo había conseguido el brandelkano tal poder.
—No perderé—se dijo Dreylo, cuando otro de sus ataques fue repelido de manera excepcional—. He luchado mucho por llegar hasta aquí y no dejaré que mis planes se arruinen por un inconveniente tan estúpido como éste. Ya verán.
Desde luego, a Dreylo se le ocurrían mil maneras de ganar, usando trucos sucios y trampas malvadas, pero no era su estilo, y menos contra un oponente como aquel, que presentaba una lucha que era el primer reto que encontraba desde hacia mucho tiempo. “Ganaré limpiamente o no ganaré. Porque si no gano eso demostrará que no merezco lo que me propongo y que no dispongo de la fuerza suficiente para lograrlo. Pero si gano, todos sabrán que soy imparable y que estoy destinado a la grandeza”
Pasaba el tiempo, sus ataques se hacían más lentos, la espada le pesaba más que antes, por fin Dreylo cayó al suelo y el brandelkano alzó su espada. Pero de repente una sombra embistió al brandelkano y lo arrojó al suelo, luego la sombra se dio la vuelta, y Zolken le entregó a Dreylo su espada Gollogh.
Zolken miraba como la sangre brotaba de Dishlik, preguntándose que podía hacer. Claro que no disponía de mucho tiempo, pues de vez en cuando se veía un brandelkano dirigiéndose al campo de batalla. Al ver a Zolken y a Dishlik, trataba de matarlos, pero Gollogh era invencible. Zolken estaba orgulloso de su obra.
“Debo disimular el cuerpo de Dishlik para que no sufra más y yo pueda ayudar a Alcunter en la batalla”, Zolken miraba a su alrededor buscando una manera de esconder el cuerpo sangrante de Dishlik, por fin, y sin nada más que pudiera hacer, Zolken se arrancó la camisa e hizo unos vendajes para Dishlik, ya había improvisado algunos, pero no eran muy buenos y necesitaban refuerzos. Cuando acabó de vendar a Dishlik le puso encima unos cuantos cadáveres para disimularlo un poco, luego partió al campo de batalla envuelto en una luz dorada.
El herrero seguía el camino que le indicaban los gritos y los ruidos de las armas, cuando por fin encontró su lugar de procedencia, vio hombres repartidos por todos lados luchando con sus semejantes. Matando a sus iguales, sin saber que ellos eran como un espejo y que al matarlos a otros hombres se mataban a ellos mismos.
Pero no había tiempo para meditar acerca de la brutalidad el hombre, porque la brutalidad atacaba a Zolken desde todos lados. La destrucción llegaba a sus ojos y se transformaba en lágrimas que lloraban por tantas vidas perdidas por una estupidez. “¿Por qué el hombre no ve lo esencial y deja de hacer tantas atrocidades en contra de él mismo y del mundo?” se preguntó Zolken, y antes de que pudiera darse una respuesta satisfactoria, vio una sombra caer al suelo; reconoció a Dreylo que había sido vencido por un brandelkano al que Zolken reconoció como Faxmar, un hombre de una fuerza y una brutalidad increíbles y que mataba sólo por diversión, con una sed de sangre insaciable que le había quitado el mando del ejército y por eso tal cargo había sido delegado a Dishlik (incluso eso querían quitarle al pobre, pensó Zolken). El anciano sabía perfectamente que Dreylo nunca podría ganarle a Faxmar por muchos trucos que usara, ya que nada podía combatir el instinto asesino de aquella bestia. Nada excepto…
Zolken corrió rumbo a Dreylo para brindarle la ayuda que le hacía falta: embistió a Faxmar y lo tumbó al suelo. Entre la confusión, y mientras Faxmar se levantaba, Zolken le devolvió a Dreylo su espada Gollogh.
Dishlik despertó sintiendo una gran presión sobre todo su cuerpo, se sentía muy débil y su entendimiento no alcanzaba siquiera para descubrir dónde estaba, ni que era todo eso que estaba encima de él. Pero haciendo una acoplo de fuerzas, consiguió apartar los bultos de su cuerpo y levantarse.
Se hallaba rodeado de varios cadáveres—entre los cuales se hallaban los de su padre y su hermano—, eso no le servía de mucho, sólo para aumentar su creencia de que tal vez ya hubiera muerto. “Pero no puede ser, vi morir a mi hermano, si estoy muerto no tendría por qué ver su cadáver”, se aferró a ese pensamiento y decidió hacer algo.
Hasta donde él podía recordar, todavía estaban en plena batalla, no podía explicarse por qué no había sido asesinado, ni por qué lo habían sepultado entra tantos cadáveres. “Tal vez las heridas que me causó mi padre eran tan graves que pensaron que estaba muerto, pero si eran tan graves ¿Por qué me recupere tan pronto?” se dijo.
Pero no tenía tiempo para pensar. Si todavía estaban en batalla, tenía que ayudar a Dreylo; así que recogió una espada—ya que la suya se había roto en la batalla contra Maslirk—y comenzó a buscar el campo de batalla.
Como el oído de Dishlik era uno de los más agudos de toda la región, no le fue difícil hallar el lugar de la batalla.
Allí, vio como Dreylo se levantaba, y recibía su espada de las manos de Zolken, luego una sombra—que Dishlik reconoció como Faxmar, uno de los hombres más brutales de todo Brandelkar—se levantó y se lanzó al ataque, pero Dreylo bloqueó el golpe, con el poder de Gollogh rompió la espada de Faxmar y luego lo decapitó.
Dishlik corrió directo rumbo a su señor, al llegar, hizo una reverencia y dijo: —Mi señor, espero no haber llegado tarde.
—Por el contrario Dishlik, has llegado en el momento más oportuno, es hora de acabar esto. Veo que Zolken te cuidó bien.
—Así es, vendé las heridas de Dishlik lo mejor que pude.
De esa forma Dishlik se enteró de todo lo que había pasado después de su batalla con Maslirk.
— ¿Pero cómo pude curar tan rápido?
—Ya les dije que después del ataque de los brandelkanos a Dishlik, mis habilidades como curandero han mejorado.
—Pero nadie podría hacer que unas heridas curarán tan deprisa—apuntó Dreylo.
—Este no es momento para explicarles cómo lo hice—les dijo Zolken—. Otro día les contaré mi historia.
Luego los tres hombres se dispersaron por el campo de batalla, ayudando a los compañeros que lo necesitaran, o enfrentando a los brandelkanos que encontraban.
Después de matar a un adversario, y estando seguro de que podría tener un instante de paz, Dreylo miraba su espada ensangrentada, recordando su encuentro con Faxmar, y la oportuna llegada de Zolken. “¿Qué hubiera pasado si no hubiera llegado Zolken?, ¿Seguiría con vida?” se preguntaba con la mirada fija en el dorado-escarlata de su espada. Recordaba que Faxmar se había levantado y que él a duras penas y había podido contener su ataque. Y que sólo gracias a la fuerza de Gollogh ahora Faxmar era una cabeza perdida entre el tumulto.
La confusión llegaba a la cabeza de Dreylo, sabiendo que no recibiría respuesta a su interrogante, pero necesitándola. Al no poder conseguir su objetivo, seguía con la batalla.
La frustración que sentía Dreylo por no recibir respuesta, la desahogaba matando brandelkanos; y al matar a otro enemigo, y tras asegurarse de poder tener un minuto de paz, volvía a mirar su espada…
Zolken, por su parte, al acabar con un enemigo, miraba a todos lados, buscando a Dreylo y a Dishlik. Por un lado quería asegurarse de que no tenían problemas, por el otro quería asegurarse de que no lo observaban demasiado. “Si se llegan a enterar…”pensaba, pero siempre dejando inconclusos sus pensamientos. Porque no quería oír la verdad ni siquiera en su propia cabeza…
Al acabar con un enemigo, Dishlik se quedaba mirando el cadáver. “Mis hermanos” pensaba. Recordaba que su padre siempre le había dicho que todos los brandelkanos eran sus hermanos, y que por lo tanto debía respetarlos como tal. Pero en lo referente a las demás personas, podían irse al infierno. Dishlik no comprendía muy bien eso: todas las personas eran iguales, ¿Por qué tener preferencia sobre un grupo determinado de gente?, “Además a los brandelkanos les estoy dando el mismo respeto que a mi hermano” pensaba Dishlik, recordando el cuerpo de su hermano. Pero no podía borrar el recuerdo de las palabras de su padre, nunca pudo borrarlo y el recuerdo fue fundamental para la futura historia de Cómvarfulián.
Drog luchaba muy poco. Había logrado resistir el impacto que le había causado el horror de la batalla; pero ahora no podía resistir más. Decidió esconderse del horror que le rodeaba y sólo luchaba cuando no había más salida. Era mucha sangre para un solo día.
Cada vez que un brandelkano caía a manos de Markrors, éste le cortaba la cabeza. “Por si las dudas” se decía. Debían ganar la batalla para que todos sus esfuerzos no fueran en vano. “He llegado muy lejos, no me detendré”.
Los minutos se hicieron horas: aún quedaban un número considerable de brandelkanos que preferían morir antes que caer.
Casi al final del día, cinco de la tarde, según le indicaba el sol a Dreylo, el ejército se formó de nuevo: frente a ellos tenían a los últimos dos mil brandelkanos, quienes al verse tan cerca de nueve mil alcunterinos, se rindieron por fin. Y Dreylo pudo mandar colgar el estandarte del jaguar alcunterino en las almenas del Castillo Dorado. Los hombres se apresuraron a bajar el estandarte de Brandelkar: un cocodrilo surgiendo del mar, con una masa de carne y sangre indistinguible en el hocico, y por fin Alcunter se alzó sobre Brandelkar.
Después Dreylo hizo una pequeña requisa de los cadáveres, cuando encontró lo que buscaba, mandó reunir todos los hombres (tanto vencedores como vencidos) en el patio central de Brandelkar. Dispuso de una tarima para sí y para Dishlik, Drog, Markrors y Zolken. Cuando se aseguró de que todos lo veían y lo oían, dijo:
—Estamos aquí reunidos para celebrar la victoria de Alcunter sobre Brandelkar. Y ahora el dominio sobre los brandelkanos es evidente, tanto por nuestra victoria en armas como por el hecho de que en batalla Maslirk y Disner murieron, por lo que Dishlik es ahora el legítimo señor del Castillo Dorado y ha aceptado, como nuevo Señor, unirse a Alcunter bajo mis órdenes. Y para celebrar este acontecimiento ordeno hacer una gran fiesta. Que se abran los mejores toneles, se cocinen las mejores carnes y las mejores bailarinas que bailen para nuestro halago. Quiero que todo sea júbilo esta noche, porque dentro de poco iremos rumbo a Glardem y después todo Cómvarfulián se unirá bajo el mismo estandarte—Dreylo acabó su discurso casi gritando, a lo que todos los hombres respondieron con ovaciones. Los alcunterinos por todo lo que había dicho su señor y los brandelkanos porque ahora sabían que muy pronto todos sufrirían igual que ellos, y porque no podían negarse al placer de una celebración como la que ofrecía Dreylo. Además, los argumentos bajo las cuales Dreylo había expuesto la victoria de los Jaguares eran irrefutables de acuerdo con las propias leyes que regían en Cómvarfulián desde hacia ya muchos años y que aún se mantenían vigentes en las cinco provincias.
Dreylo bajó de la tarima, delante de sus hombres. Aún tenía muchas dudas acerca de su victoria y todo lo que había pasado. Se preguntaba si Faxmar hubiera muerto si él no hubiera recibido ayuda. Recordaba la milagrosa y repentina curación de todas las heridas de Dishlik, y el misterio que encerraba Zolken respecto al tema, como también guardaba misterios en la creación de Gollogh; ya que Dreylo no podía explicarse cómo había hecho Zolken para hacer una espada de oro puro, que no pesara en lo absoluto y que cortara más que cualquier otro material en el mundo.
“Zolken tendrá que oírme” decidió, pero no aquella noche, en la que quería desconectarse del mundo por unos instantes en la celebración que había organizado.
Sin embargo, tenía que ocuparse primero de una cosa…
—Markrors, necesito que averigües si Walerz sigue con vida.
Markrors hizo una reverencia y se dirigió al lugar donde estaban organizados todos los sobrevivientes.
Volvió a los pocos minutos con Walerz: el traidor iba encadenado y andrajoso, cubierto de sangre de pies a cabeza y con expresión de pesadumbre; pues no había conseguido suicidarse antes de que sus compañeros se rindieran y les quitaran las armas, porque hubiera preferido la muerte a la derrota. De hecho, había sido el único que no había gritado después del discurso de Dreylo, en parte porque no se lo merecía y en parte porque esperaba que sus compañeros en las diferentes provincias pudieran vencer a Dreylo, pero no guardaba muchas esperanzas, ya que había visto el poder de la nueva espada de Dreylo y ahora se arrepentía de haber subestimado la destreza de Zolken. Incluso se preguntaba si los Mingred y los Nerk podrían ganarle a Dreylo. Pero ya nada importaba, porque Dreylo lo mataría.
Dreylo vio todos los pensamientos de Walerz reflejados en su mirada. No quería matarlo, no aún. Por eso escogió aquel momento para ordenar:
—Enciérrenlo en una celda hasta que sus demás compañeros se reúnan con él para emprender su último viaje.
Markrors hizo otra reverencia y se llevó consigo al encadenado Walerz.
Dreylo no quería matar a Walerz aún, quería aprisionar a todos los traicioneros, y luego llevarlos frente a todo el mundo y matarlos con sus propias manos uno por uno, después de humillarlos, obviamente.
Por ahora, sólo quería relajarse, descansar y reponer fuerzas para partir a Glardem lo más rápido posible.
Todos se reunieron en uno de los principales salones de Brandelkar: tan ancho que cabían sin problema cerca de veinte mil hombres y tan alto que el techo era un cuadrado apenas más grande que un puño, con paredes recubiertas en oro. Con ilustraciones representando la historia de Cómvarfulián adornando las ya lujosas paredes.
Se sirvieron muchos platos y muchas copas fueron vaciadas una y otra vez: había gran cantidad de peces, ya que Brandelkar quedaba en la costa occidental de Cómvarfulián, y por lo tanto, los productos marítimos sólo podían conseguirse allí, y como el país estaba en guerra, el comercio era nulo entre las provincias, ya que cada cual conseguía de los alrededores los recursos necesarios para la supervivencia. Aunque había dificultades, Alcunter conseguía del bosque los animales necesarios para alimentarse, el agua del río Larden, pero tenía problemas con los minerales que se conseguían en las montañas, ya que debían hacer incursiones peligrosas en las montañas y cada vez se acercaban menos, ya que Glardem vigilaba sus territorios constantemente y acercarse a las montañas no era sensato; por eso Dreylo se había preocupado tanto al ver que todo el oro alcunterino se había ido en la producción de la espada. Brandelkar conseguía sus alimentos del mar, el agua del río Larden, pero sus dificultades mineras eran más grandes que las alcunterinas. Glardem, era tal vez la provincia con menos dificultades de todas, tenía suficientes recursos mineros, el agua del río Larden pasaba muy cerca, y los animales para la caza los conseguían en las montañas, el único inconveniente era que estaba entre la Zona de Niebla y la Zona Quemada, y sus precauciones debían ser muy grandes para que ni los Mingred ni los Nerk los agarraran por sorpresa. Benderlock, sufría más penurias, estaba en el límite con el desierto, el agua la obtenía del Corden, y los animales eran escasos, debido a que por esa zona pocas criaturas comestibles y de buen tamaño se acercaban, debido a la escasez de hierba que empezaba a presentarse en la región, y los minerales no abundaban. Voshla era también una provincia muy próspera, cerca había un lago de casi treinta kilómetros de ancho, los animales que vivían en el bosque eran la base de su sustento y los minerales los extraían del lado norte de las montañas, pero era un lugar pequeño y perdido entre el bosque y no contaba con un gran poder militar. Las espadas eran fabricadas con los minerales de las montañas, por lo que en Alcunter, Brandelkar y Benderlock, cuidaban mucho las espadas que tenían, las cuales eran tan viejas como sus abuelos, la única espada oxidada era la que había usado Zolken, y estaba en ese estado porque su dueño no había aparecido. Muchos decían que había muerto, otros decían que había dejado su espada como recuerdo y unos últimos, que volvería por su arma. De todas maneras, ya no importaba puesto que el arma era inservible. La madera para arcos flechas y lanzas se conseguía sobre todo en Alcunter, por lo que eran las armas más abundantes del Castillo Plateado, y se encontraban en más número que en cualquier otra provincia.
Dreylo decidió que más tarde pensaría en eso, por ahora sólo quería relajarse y disfrutar de una buena noche, y vaya que fue buena…
Se sirvieron, como ya se dijo, grandes cantidades de diferentes peces, pero también había ciervos y jabalíes, se abrieron toneles, tanto de vino como de cerveza y todos los hombres cantaban y reían. En mitad de la fiesta, Drog se levantó sobre una mesa; era evidente que muchas cervezas se habían subido en su cabeza, por el modo en el que habló y por lo que dijo:
—Alcunterinos y brandelkanos, hoy es día de regocijo para todos nosotros, hoy comienza la unión do todo el país, la guerra acabará. Comamos y bebamos y festejemos juntos hermanos por el nuevo mañana que viene—Drog tomó otro trago de su jarra y prosiguió—: recuerdo en estos momentos una canción que acostumbraban cantar los soldados en mi hogar. La cantaban sobre todo cuando yo era muy pequeño, y en ese entonces no comprendía muy bien su significado, ni por qué la cantaban: hoy, en este día de fiesta, por fin todo es claro para mí—Drog se aclaró la garganta y comenzó:
Feliz por su tarea, Zolken continuó su camino. Buscando brandelkanos que se enfrentaran con él. No usó más el lenguaje de antes, pues aunque sabía que le traería una fácil victoria, prefería no arruinar la fiesta alcunterina.
Al entrar, muchos hombres se dirigieron a las torres y entraron por la fuerza. Otros corrieron gritando como locos buscando sangre, y otros se mantuvieron unidos esperando la llegada del enemigo. Zolken, por su parte, decidió adelantarse un poco y matar unos cuantos.
El herrero avanzó unos pocos metros y se encontró de frente con un joven brandelkano. Muy pocos en Brandelkar conocían de la existencia de Zolken, pues él prefería hacer su trabajo en secreto y todas sus creaciones eran entregadas por Disner o Dishlik. Por eso, cuando el brandelkano se encontró con Zolken, ninguno de los dos reconoció al otro.
El brandelkano desenvainó su espada y atacó, Zolken bloqueó el ataque con su espada. “Si hubiera tenido tiempo de forjar otra” se dijo al ver su oxidada arma. Pero después de acabar la creación de Gollogh, había estado ocupado en los preparativos de la marcha, y en las noches practicando con cualquier espada en el campo de entrenamiento, pues estaba seguro que Dreylo accedería a sus peticiones, así que no había podido crear otra arma, sin importar cual fuera. Ahora, las repercusiones de estos actos se reflejaban en la batalla. Pues su enemigo atacó con tal fuerza que la espada de Zolken no aguantó y quedó arruinada, no se pudo volver a usar.
Fue en ese momento que Zolken, con extrema rapidez, sacó el martillo que había usado en la batalla de la avanzadilla y que llevaba en secreto, y de un golpe en la cabeza, mató a su enemigo. Luego, Zolken le quitó la espada y usó su nueva adquisición.
Muchos brandelkanos iban hacia un lugar ubicado un poco cerca de las torres y las puertas, Zolken no se preocupó. Pues sospechaba que se dirigían el encuentro de los alcunterinos y no sentía temor. Por lo que decidió seguir a un brandelkano que se dirigía en dirección contraria. Después de unos metros, Zolken vio al brandelkano dirigiéndose hacia donde estaban Dreylo y Maslirk, Zolken pudo reconocerlos muy bien a pesar de que se movían a una velocidad impresionante enfrascados en cruel batalla.
El brandelkano se encaminaba hacia Dreylo, específicamente. Llevaba un cuchillo en la mano derecha y Zolken pudo adivinar una sonrisa en su rostro, anticipándose a la muerte de Dreylo.
Zolken corrió a toda su capacidad, agarró al brandelkano del brazo, y, con una fuerza mucho más descomunal que la típica en Brandelkar, ubicó el brazo detrás de la espalda de su dueño y lo apuñaló con su propio cuchillo. El brandelkano se desplomó gritando de dolor y cayó muerto. Zolken sonreía al cuchillo que había logrado conservar y, antes de que alguien hiciera algo más, lo lanzó con certera puntería hacia Maslirk y el anciano murió.
—Casi, mi señor—dijo Zolken con alivio.
—Gracias—le respondió Dreylo.
Un aullido de dolor atrajo la atención de Zolken, era Dishlik: el herrero no había podido verlo desde donde se encontraba, pero ahora podía ver las sangrantes heridas alrededor del cuerpo de su capitán.
—Zolken, cuida de Dishlik y mantenlo vivo a cualquier costo, yo acabaré esta guerra.
Entonces Dreylo le entregó a Zolken su espada para que pudiera defender a Dishlik sin ningún problema, mientras Dreylo cogía la espada del herrero y continuaba la batalla para volver con ayuda.
Dreylo agarró la espada del herrero y se marchó.
Dreylo se despidió de Zolken y se encaminó hacia donde estaban sus hombres, para brindarles el apoyo que les podía brindar. Sólo necesitaba seguir la dirección del sonido de los gritos y del chocar del metal.
Y vaya que necesitaban la ayuda de Dreylo. Sin su señor, los alcunterinos perdieron mucho de su fuerza. Los brandelkanos se reorganizaron con rapidez y muy pronto tenían su formación de hombres listos para la defensa. Flechas y lanzas les llegaban desde muy lejos, incluso había hachas voladoras; muchos morían, pero no de las heridas producidas en la batalla, de miedo morían. Porque veían que Brandelkar poseía un poder que habían subestimado y no podían hacerle frente. De nuevo, la desesperanza atacó a los alcunterinos.
Entonces entró Dreylo en el campo de batalla, con la espada de Zolken asida fuertemente y gritando a sus hombres:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Muchas ovaciones salieron de las gargantas de sus hombres. Digo muchas porque unos pocos aún sentían miedo: Dreylo había vuelto sin Gollogh y la victoria sería más difícil de conseguir.
Entonces el capitán alcunterino se lanzó al ataque como un loco. Esquivando todas las flechas, lanzas, hachas y saetas. Y cortando todo lo que se interponían en su camino…
Drog iba casi a la cabeza de la formación del ejército alcunterino. Un poco detrás de su padre y sumido en sus pensamientos.
Durante toda su vida su padre le había contado unas cuantas cosas de su madre. Dreylo hablaba de Eluney como sólo puede hablar un hombre enamorado: “sus cabellos más valiosos que el oro, sus ojos las dos estrellas más brillantes del cielo, unos labios que te tentaban a besarla y sostenerla junto a ti por toda tu vida. Su piel más tersa, suave y delicada que la más fina seda del mundo, más allá que cualquier comparación. Perfección es una palabra que se queda pequeña al lado de Eluney”.
Por lo que Drog le había oído hablar a su padre, su madre había sido una mujer muy especial. Muchas noches, al despertar confundido, se encontraba de repente pensando en cómo hubiera sido su vida si hubiera conocido a su madre, y preguntándose también qué haría él cuando encontrara a una mujer tan especial como para que valiera más que su propia vida.
“Es cuestión de esperar. Cuando llegue la mujer de tu vida tú lo sentirás hasta el fondo. Cuando sin ella no puedas vivir ni morir, el momento habrá llegado”.
Drog estaba convencido de que así sería, siempre había confiado al cien por ciento en su padre. Su momento llegaría y por fin le hallaría un sentido diferente a la vida. Pero por ahora, un sonido hizo que su mente retornara hasta el día de la batalla y dejara atrás los sueños y los recuerdos.
Sin que Drog se diera cuenta, habían llegado frente a las murallas de Brandelkar. A través de las flechas y los cuerpos de sus compañeros caídos. La ciudadela estaba completamente cerrada, por lo que Dreylo había sacado el cuerno brandelkano y, con su sonido, Drog pudo despertar. El cuerno sonó una vez, dos veces, tres veces…
Y seguían avanzando.
Por fin llegaron a las puertas, cubriéndose con sus escudos. Volvieron a tocar el cuerno. La puerta se abrió, se oyó un grito y una mano salió por la puerta, seguida por un hilillo de sangre.
Zolken gritó algo que Drog no entendió, y su padre desenvainó la espada. Cegando a todo el mundo.
Un ruido ensordecedor llenó el ambiente, seguido de gritos de emoción. Cuando Drog recuperó la vista, vio las puertas doradas destruidas, dándole paso al interior de Brandelkar.
El muchacho no lo dudó ni un instante y se metió de lleno en la batalla, siguiendo a muchos otros soldados en el ataque a las torres de guardia, acompañado por Markrors, sin embargo, se separaron ante la gran cantidad de torres por atacar.
—Nos vemos—le dijo Markrors, como quien se despide para ir a pasear por el parque.
—Nos vemos—le respondió Drog con el mismo tono.
Entonces Drog, acompañado de unos cuantos hombres, subió a la torre que estaba más cerca, y allí mataron a todos los brandelkanos. Luego, cogieron los arcos de los muertos y dispararon las flechas que quedaban a todos los brandelkanos que veían. Incluso los hombres con la puntería más prodigiosa, después de acabar todas las flechas, lanzaban lanzas, hasta espadas. Las cuales increíblemente daban en el blanco.
Luego, bajaron de la torre, y buscaron más compañeros para atacar los brandelkanos. Pero a mitad de camino apareció el ejército brandelkano en pleno. Completamente organizado y listo para luchar.
Drog y sus compañeros no superaban los dos centenares, pero así tendrían que enfrentarse a los más de cinco mil brandelkanos que conformaban el ejército.
—Debemos aguantar este ataque hasta que nos llegue la ayuda necesaria. Por la gloria que está detrás de este ataque debemos resistir. Por Alcunter y por todos aquellos que nos esperan en casa. No debemos caer.
Todos gritaron con furia y agarraron sus armas con mucha más fuerza. Y se cuenta que ninguno de ésos hombres cayó en la batalla. Nunca más recibieron herida alguna, salieron victoriosos de todas sus batallas, excepto de la batalla final, donde fueron traicionados y ninguno salió vivo.
Pero en la Batalla de las Murallas ninguno de ellos salió herido siquiera.
Claro que no tuvieron que sobrevivir toda la batalla. Sólo habían pasado muy pocos minutos cuando llegó el resto del ejército, con Markrors a la cabeza, corriendo y gritando tan alto, que hasta el cielo parecía estremecerse y sentir miedo de la fuerza de los alcunterinos…
La alegría fue común en todos los alcunterinos, quienes renovaron sus ataques.
Los brandelkanos, no obstante, no se dejaron intimidar y ellos también renovaron sus fuerzas: las flechas llegaban más rápidas y mortales, y lo mismo sucedía con las otras armas voladoras.
Entonces un brandelkano se acercó, en una mano sostenía su espada y en la otra cargaba un bulto; alzó este último pronunciando palabras terroríficas:
—Perros arrogantes, aquí tengo la cabeza de su estúpido líder, que se atrevió a retarnos pese a saber que no tenía oportunidad contra nuestra fuerza. Ahora su atrevido intento de doblegarnos ha caído. No tienen oportunidad—desde luego, el brandelkano no había matado a Dreylo. En realidad era la cabeza de unos sus propios hombres, asesinado por sus propios compañeros y desfigurado para que los alcunterinos creyeran la farsa y perdieran los ánimos para la pelea y así acabar la batalla. Descubrió el contenido de su paquete y vio cómo la duda se expandía por rostros alcunterinos cada vez más rápido. Como si fuera una peste venida desde un mundo lejano dispuesta a matarlos a todos.
La confusión se apoderó de Drog. No, era demasiado terrible para creerlo, no quería creerlo, no lo creyó. Para él, su padre seguía vivo no iba a dejar que sus esfuerzos murieran. Si las lágrimas brotaron de él fue por rabia, no por tristeza.
En un principio el plan brandelkano pareció funcionar bien: los alcunterinos creyeron la mentira y no lucharon con el mismo ímpetu de antes. Y los brandelkanos, motivados por este hecho, redoblaron la fuerza de sus ataques. La mortandad se expandió entre los alcunterinos; el miedo no se apoderó de ellos, sino la desesperanza, al ver—o eso creían ellos— lo que quedaba de su líder. Y la razón por la que no se dejaron dominar por el miedo fue Drog: el muchacho los alentaba para la batalla diciendo que no había acabado aún, que todavía había esperanzas. “Los brandelkanos se arrepentirán” repetía a sus hombres, claro que el mismo dudaba de sus palabras.
Pero en ese momento Dreylo irrumpió en el campo de batalla, gritando:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Entonces el júbilo volvió a los alcunterinos, muchos gritos de felicidad se oyeron por todo el lugar, pero no gritaban todos. Dreylo se presentó sin Gollogh; los hombres se preguntaban la razón de este fenómeno.
“Padre, qué te ocurrió para que te presentes ante nosotros sin tu espada. La esperanza que nos has traído no está completa; a pesar de que te vemos vivo y con fuerzas, la victoria se ve lejana ahora que no contamos con la ayuda de un arma tan poderosa. Que el cielo nos ayude: madre, desde allá arriba te ruego que ilumines a mi padre con el amor que siempre tuvo por ti. Impide que caiga, por el bien de todos” le dijo Drog al cielo, al tiempo que la resolución final surgía de él: ese era el momento final de la batalla, vencer o morir, no quedaba nada más. Si vencían seguirían con el plan, si morían nadie podía saber lo que sucedería después.
Un grito de guerra se elevó tanto de gargantas alcunterinas como brandelkanas y el ataque inició.
Markrors observaba estupefacto como las puertas cedían ante el poder de la espada de Dreylo, parecía que la victoria era segura y que nada se podría interponer en su camino. Tuvo unas ganas locas de reír, pero recordó que aún no había acabado la batalla, así que decidió seguir con su propósito.
Entró a Brandelkar, pisando los restos de las puertas de oro, como los demás hombres, iba un poco atrás de Drog y Dreylo, y muy pronto los perdió de vista, ya que los alcunterinos se dispersaron alrededor del lugar, motivados por una loca alegría que después costó unas vidas, de ambos bandos.
Markrors alcanzó a Drog—Dreylo ya se había perdido de vista con Dishlik—, y siguieron recto un buen trecho hasta que la cantidad de torres fue una tentación muy grande para los dos hombres.
—Nos vemos—le dijo Markrors a Drog, con una tranquilidad que lo sorprendió a él mismo, pero que pensándolo bien tenía fundamento: dentro de Markrors había más tranquilidad que en un lago perdido en medio de las montañas, tranquilidad infundida por la confianza.
—Nos vemos—le respondió Drog, con el mismo tono e idéntica cara, mezcla de sorpresa, confianza, tranquilidad y felicidad.
Markrors reunió a unos cien hombres y se acercaron a una de las torres, entonces los grupos se dispersaron, para poder atacar así más torres, forzaron las puertas, subieron las escaleras y mataron a los guardias brandelkanos. Luego usaron los arcos de los muertos guardias para matar sin ser detectados, de vez en cuando subía un alcunterino a matar a los supuestos guardias brandelkanos, y al encontrar amigos, se unía a ellos. Y cuando un brandelkano subía, no volvía a bajar.
Markrors contó con suerte, en la torre en la que se encontraba había exceso de flechas y lanzas y el panorama del campo de batalla era perfecto. Por lo que vio sin dificultades como no más de doscientos alcunterinos, liderados por Drog, se encontraban con más de cinco mil brandelkanos. Oyó las palabras que Drog usó para motivar a sus hombres y entonces Markrors bajó las escaleras a toda prisa, convocando a todos los hombres que se le cruzaban. Casi todo el ejército estaba ahí, y muchos hombres llegaron después. Irrumpieron en el campo de batalla, gritando y uniéndose a sus compañeros. Los ataques en ambos bando se redoblaron, ya que ninguno estaba dispuesto a perder.
Entonces, se acercó un brandelkano, llevaba en sus manos un bulto, mientras lo revelaba a sus enemigos dijo:
—Perros arrogantes, aquí tengo la cabeza de su estúpido líder, que se atrevió a retarnos pese a saber que no tenía oportunidad contra nuestra fuerza. Ahora su atrevido intento de doblegarnos ha caído. No tienen oportunidad.
Markrors se sintió abatido, ¿Cómo era posible que su señor hubiera muerto?, las lágrimas brotaron de sus ojos, al igual que de muchos de los hombres, que lloraban la desgracia de su señor caído en batalla. Una muerte honrosa pero triste.
Entonces se alzó la voz de Drog sobre todas las demás:
— ¡No se dejen abatir, no ha acabado aún, ganemos por Dreylo y hagamos que todo el mundo conozca nuestro nombre!
Las palabras de Drog no eran suficientes para animar a los hombres, ya que él no era su padre, por mucho que se pareciera a él. Así que Drog no podía hacer mucho.
Los ataques brandelkanos aumentaron en intensidad. Los hombres se dejaban atravesar por los proyectiles una vez perdida toda esperanza. Las lágrimas se mezclaban con la sangre del mismo modo en que había ocurrido con Bosner. La tristeza y la alegría inundaban el ambiente, junto con la fe y el dolor.
Muchos alcunterinos habían muerto en el campo de batalla: unos de miedo, otros de dolor, otros más por las heridas. Pero en ese momento Dreylo irrumpió en el campo de batalla, gritando:
— ¡Vamos, aún no termina, no desesperen! Haremos que los brandelkanos se arrepientan de haberse interpuesto a nuestro paso. ¡Que mueran todos bajo el peso de nuestra espada!
Muchas ovaciones salieron de las gargantas alcunterinas, Markrors notó que eran tan potentes que ahogaban los gritos de desesperación brandelkanos. De puro júbilo gritó y rió, cosa que no hacían los que basaban sus esperanzas en la espada dorada de Dreylo y no en la fuerza de su señor. De esos Markrors sentía lástima, ya que todavía no comprendían que la fuerza de un hombre venía de su determinación y no de sus armas. De todas maneras, poco importaba en aquel momento, porque la batalla aún no acababa. Pero muy pronto lo haría: Dreylo se lanzó al ataque como un loco. Esquivando todas las flechas, lanzas, hachas y saetas. Y cortando todo lo que se interponían en su camino. Y detrás de él iba su hijo, y detrás de él el resto del ejército, eran invencibles. Fueron invencibles.
Dreylo entró a las filas enemigas y no paró, hasta que divisó al desgraciado que había matado a su propio compañero para fingir su muerte. Y se paró en frente de él. Un hombre de no más de treinta y cinco años, vigoroso y fuerte, con una espada casi tan grande como él y una mirada de loco surcándole todas las facciones del rostro y transformándolo por completo, impidiendo ver al hombre bondadoso que podía esconderse detrás del odio.
Dreylo alzó la espada de Zolken y lanzó un tajo al hombro de su adversario, éste lo interceptó sin problema, a pesar de que la espada de aquél debía ser muy pesada, se movía con soltura y fluidez, y muy pronto doblegó a Dreylo. Estaba jugando con él, aprovechando la descomunal fuerza de su arma para vencer al alcunterino.
El alcunterino no soportó tal humillación, la furia sacó de él fuerzas hasta ahora escondidas. Lanzó sus ataques con más fuerza y rapidez, su enemigo a duras penas y podía bloquear sus ataques, y Dreylo cada vez atacaba más certeramente, hasta que desarmó a su oponente. Pero él se agachó, con una agilidad que hizo que desapareciera de la vista de Dreylo por unos instantes, y desenfundó otra espada, más pequeña que la que tenía antes, y sin duda alguna más rápida. Con lo que se igualó la lucha de nuevo.
Dreylo atacaba con las fuerzas que venían de lo más profundo de su ser, su enemigo era un gran reto; a esa edad, Dreylo no era así de rápido y fuerte, porque eso lo había conseguido con la experiencia. Dreylo no se explicaba cómo había conseguido el brandelkano tal poder.
—No perderé—se dijo Dreylo, cuando otro de sus ataques fue repelido de manera excepcional—. He luchado mucho por llegar hasta aquí y no dejaré que mis planes se arruinen por un inconveniente tan estúpido como éste. Ya verán.
Desde luego, a Dreylo se le ocurrían mil maneras de ganar, usando trucos sucios y trampas malvadas, pero no era su estilo, y menos contra un oponente como aquel, que presentaba una lucha que era el primer reto que encontraba desde hacia mucho tiempo. “Ganaré limpiamente o no ganaré. Porque si no gano eso demostrará que no merezco lo que me propongo y que no dispongo de la fuerza suficiente para lograrlo. Pero si gano, todos sabrán que soy imparable y que estoy destinado a la grandeza”
Pasaba el tiempo, sus ataques se hacían más lentos, la espada le pesaba más que antes, por fin Dreylo cayó al suelo y el brandelkano alzó su espada. Pero de repente una sombra embistió al brandelkano y lo arrojó al suelo, luego la sombra se dio la vuelta, y Zolken le entregó a Dreylo su espada Gollogh.
Zolken miraba como la sangre brotaba de Dishlik, preguntándose que podía hacer. Claro que no disponía de mucho tiempo, pues de vez en cuando se veía un brandelkano dirigiéndose al campo de batalla. Al ver a Zolken y a Dishlik, trataba de matarlos, pero Gollogh era invencible. Zolken estaba orgulloso de su obra.
“Debo disimular el cuerpo de Dishlik para que no sufra más y yo pueda ayudar a Alcunter en la batalla”, Zolken miraba a su alrededor buscando una manera de esconder el cuerpo sangrante de Dishlik, por fin, y sin nada más que pudiera hacer, Zolken se arrancó la camisa e hizo unos vendajes para Dishlik, ya había improvisado algunos, pero no eran muy buenos y necesitaban refuerzos. Cuando acabó de vendar a Dishlik le puso encima unos cuantos cadáveres para disimularlo un poco, luego partió al campo de batalla envuelto en una luz dorada.
El herrero seguía el camino que le indicaban los gritos y los ruidos de las armas, cuando por fin encontró su lugar de procedencia, vio hombres repartidos por todos lados luchando con sus semejantes. Matando a sus iguales, sin saber que ellos eran como un espejo y que al matarlos a otros hombres se mataban a ellos mismos.
Pero no había tiempo para meditar acerca de la brutalidad el hombre, porque la brutalidad atacaba a Zolken desde todos lados. La destrucción llegaba a sus ojos y se transformaba en lágrimas que lloraban por tantas vidas perdidas por una estupidez. “¿Por qué el hombre no ve lo esencial y deja de hacer tantas atrocidades en contra de él mismo y del mundo?” se preguntó Zolken, y antes de que pudiera darse una respuesta satisfactoria, vio una sombra caer al suelo; reconoció a Dreylo que había sido vencido por un brandelkano al que Zolken reconoció como Faxmar, un hombre de una fuerza y una brutalidad increíbles y que mataba sólo por diversión, con una sed de sangre insaciable que le había quitado el mando del ejército y por eso tal cargo había sido delegado a Dishlik (incluso eso querían quitarle al pobre, pensó Zolken). El anciano sabía perfectamente que Dreylo nunca podría ganarle a Faxmar por muchos trucos que usara, ya que nada podía combatir el instinto asesino de aquella bestia. Nada excepto…
Zolken corrió rumbo a Dreylo para brindarle la ayuda que le hacía falta: embistió a Faxmar y lo tumbó al suelo. Entre la confusión, y mientras Faxmar se levantaba, Zolken le devolvió a Dreylo su espada Gollogh.
Dishlik despertó sintiendo una gran presión sobre todo su cuerpo, se sentía muy débil y su entendimiento no alcanzaba siquiera para descubrir dónde estaba, ni que era todo eso que estaba encima de él. Pero haciendo una acoplo de fuerzas, consiguió apartar los bultos de su cuerpo y levantarse.
Se hallaba rodeado de varios cadáveres—entre los cuales se hallaban los de su padre y su hermano—, eso no le servía de mucho, sólo para aumentar su creencia de que tal vez ya hubiera muerto. “Pero no puede ser, vi morir a mi hermano, si estoy muerto no tendría por qué ver su cadáver”, se aferró a ese pensamiento y decidió hacer algo.
Hasta donde él podía recordar, todavía estaban en plena batalla, no podía explicarse por qué no había sido asesinado, ni por qué lo habían sepultado entra tantos cadáveres. “Tal vez las heridas que me causó mi padre eran tan graves que pensaron que estaba muerto, pero si eran tan graves ¿Por qué me recupere tan pronto?” se dijo.
Pero no tenía tiempo para pensar. Si todavía estaban en batalla, tenía que ayudar a Dreylo; así que recogió una espada—ya que la suya se había roto en la batalla contra Maslirk—y comenzó a buscar el campo de batalla.
Como el oído de Dishlik era uno de los más agudos de toda la región, no le fue difícil hallar el lugar de la batalla.
Allí, vio como Dreylo se levantaba, y recibía su espada de las manos de Zolken, luego una sombra—que Dishlik reconoció como Faxmar, uno de los hombres más brutales de todo Brandelkar—se levantó y se lanzó al ataque, pero Dreylo bloqueó el golpe, con el poder de Gollogh rompió la espada de Faxmar y luego lo decapitó.
Dishlik corrió directo rumbo a su señor, al llegar, hizo una reverencia y dijo: —Mi señor, espero no haber llegado tarde.
—Por el contrario Dishlik, has llegado en el momento más oportuno, es hora de acabar esto. Veo que Zolken te cuidó bien.
—Así es, vendé las heridas de Dishlik lo mejor que pude.
De esa forma Dishlik se enteró de todo lo que había pasado después de su batalla con Maslirk.
— ¿Pero cómo pude curar tan rápido?
—Ya les dije que después del ataque de los brandelkanos a Dishlik, mis habilidades como curandero han mejorado.
—Pero nadie podría hacer que unas heridas curarán tan deprisa—apuntó Dreylo.
—Este no es momento para explicarles cómo lo hice—les dijo Zolken—. Otro día les contaré mi historia.
Luego los tres hombres se dispersaron por el campo de batalla, ayudando a los compañeros que lo necesitaran, o enfrentando a los brandelkanos que encontraban.
Después de matar a un adversario, y estando seguro de que podría tener un instante de paz, Dreylo miraba su espada ensangrentada, recordando su encuentro con Faxmar, y la oportuna llegada de Zolken. “¿Qué hubiera pasado si no hubiera llegado Zolken?, ¿Seguiría con vida?” se preguntaba con la mirada fija en el dorado-escarlata de su espada. Recordaba que Faxmar se había levantado y que él a duras penas y había podido contener su ataque. Y que sólo gracias a la fuerza de Gollogh ahora Faxmar era una cabeza perdida entre el tumulto.
La confusión llegaba a la cabeza de Dreylo, sabiendo que no recibiría respuesta a su interrogante, pero necesitándola. Al no poder conseguir su objetivo, seguía con la batalla.
La frustración que sentía Dreylo por no recibir respuesta, la desahogaba matando brandelkanos; y al matar a otro enemigo, y tras asegurarse de poder tener un minuto de paz, volvía a mirar su espada…
Zolken, por su parte, al acabar con un enemigo, miraba a todos lados, buscando a Dreylo y a Dishlik. Por un lado quería asegurarse de que no tenían problemas, por el otro quería asegurarse de que no lo observaban demasiado. “Si se llegan a enterar…”pensaba, pero siempre dejando inconclusos sus pensamientos. Porque no quería oír la verdad ni siquiera en su propia cabeza…
Al acabar con un enemigo, Dishlik se quedaba mirando el cadáver. “Mis hermanos” pensaba. Recordaba que su padre siempre le había dicho que todos los brandelkanos eran sus hermanos, y que por lo tanto debía respetarlos como tal. Pero en lo referente a las demás personas, podían irse al infierno. Dishlik no comprendía muy bien eso: todas las personas eran iguales, ¿Por qué tener preferencia sobre un grupo determinado de gente?, “Además a los brandelkanos les estoy dando el mismo respeto que a mi hermano” pensaba Dishlik, recordando el cuerpo de su hermano. Pero no podía borrar el recuerdo de las palabras de su padre, nunca pudo borrarlo y el recuerdo fue fundamental para la futura historia de Cómvarfulián.
Drog luchaba muy poco. Había logrado resistir el impacto que le había causado el horror de la batalla; pero ahora no podía resistir más. Decidió esconderse del horror que le rodeaba y sólo luchaba cuando no había más salida. Era mucha sangre para un solo día.
Cada vez que un brandelkano caía a manos de Markrors, éste le cortaba la cabeza. “Por si las dudas” se decía. Debían ganar la batalla para que todos sus esfuerzos no fueran en vano. “He llegado muy lejos, no me detendré”.
Los minutos se hicieron horas: aún quedaban un número considerable de brandelkanos que preferían morir antes que caer.
Casi al final del día, cinco de la tarde, según le indicaba el sol a Dreylo, el ejército se formó de nuevo: frente a ellos tenían a los últimos dos mil brandelkanos, quienes al verse tan cerca de nueve mil alcunterinos, se rindieron por fin. Y Dreylo pudo mandar colgar el estandarte del jaguar alcunterino en las almenas del Castillo Dorado. Los hombres se apresuraron a bajar el estandarte de Brandelkar: un cocodrilo surgiendo del mar, con una masa de carne y sangre indistinguible en el hocico, y por fin Alcunter se alzó sobre Brandelkar.
Después Dreylo hizo una pequeña requisa de los cadáveres, cuando encontró lo que buscaba, mandó reunir todos los hombres (tanto vencedores como vencidos) en el patio central de Brandelkar. Dispuso de una tarima para sí y para Dishlik, Drog, Markrors y Zolken. Cuando se aseguró de que todos lo veían y lo oían, dijo:
—Estamos aquí reunidos para celebrar la victoria de Alcunter sobre Brandelkar. Y ahora el dominio sobre los brandelkanos es evidente, tanto por nuestra victoria en armas como por el hecho de que en batalla Maslirk y Disner murieron, por lo que Dishlik es ahora el legítimo señor del Castillo Dorado y ha aceptado, como nuevo Señor, unirse a Alcunter bajo mis órdenes. Y para celebrar este acontecimiento ordeno hacer una gran fiesta. Que se abran los mejores toneles, se cocinen las mejores carnes y las mejores bailarinas que bailen para nuestro halago. Quiero que todo sea júbilo esta noche, porque dentro de poco iremos rumbo a Glardem y después todo Cómvarfulián se unirá bajo el mismo estandarte—Dreylo acabó su discurso casi gritando, a lo que todos los hombres respondieron con ovaciones. Los alcunterinos por todo lo que había dicho su señor y los brandelkanos porque ahora sabían que muy pronto todos sufrirían igual que ellos, y porque no podían negarse al placer de una celebración como la que ofrecía Dreylo. Además, los argumentos bajo las cuales Dreylo había expuesto la victoria de los Jaguares eran irrefutables de acuerdo con las propias leyes que regían en Cómvarfulián desde hacia ya muchos años y que aún se mantenían vigentes en las cinco provincias.
Dreylo bajó de la tarima, delante de sus hombres. Aún tenía muchas dudas acerca de su victoria y todo lo que había pasado. Se preguntaba si Faxmar hubiera muerto si él no hubiera recibido ayuda. Recordaba la milagrosa y repentina curación de todas las heridas de Dishlik, y el misterio que encerraba Zolken respecto al tema, como también guardaba misterios en la creación de Gollogh; ya que Dreylo no podía explicarse cómo había hecho Zolken para hacer una espada de oro puro, que no pesara en lo absoluto y que cortara más que cualquier otro material en el mundo.
“Zolken tendrá que oírme” decidió, pero no aquella noche, en la que quería desconectarse del mundo por unos instantes en la celebración que había organizado.
Sin embargo, tenía que ocuparse primero de una cosa…
—Markrors, necesito que averigües si Walerz sigue con vida.
Markrors hizo una reverencia y se dirigió al lugar donde estaban organizados todos los sobrevivientes.
Volvió a los pocos minutos con Walerz: el traidor iba encadenado y andrajoso, cubierto de sangre de pies a cabeza y con expresión de pesadumbre; pues no había conseguido suicidarse antes de que sus compañeros se rindieran y les quitaran las armas, porque hubiera preferido la muerte a la derrota. De hecho, había sido el único que no había gritado después del discurso de Dreylo, en parte porque no se lo merecía y en parte porque esperaba que sus compañeros en las diferentes provincias pudieran vencer a Dreylo, pero no guardaba muchas esperanzas, ya que había visto el poder de la nueva espada de Dreylo y ahora se arrepentía de haber subestimado la destreza de Zolken. Incluso se preguntaba si los Mingred y los Nerk podrían ganarle a Dreylo. Pero ya nada importaba, porque Dreylo lo mataría.
Dreylo vio todos los pensamientos de Walerz reflejados en su mirada. No quería matarlo, no aún. Por eso escogió aquel momento para ordenar:
—Enciérrenlo en una celda hasta que sus demás compañeros se reúnan con él para emprender su último viaje.
Markrors hizo otra reverencia y se llevó consigo al encadenado Walerz.
Dreylo no quería matar a Walerz aún, quería aprisionar a todos los traicioneros, y luego llevarlos frente a todo el mundo y matarlos con sus propias manos uno por uno, después de humillarlos, obviamente.
Por ahora, sólo quería relajarse, descansar y reponer fuerzas para partir a Glardem lo más rápido posible.
Todos se reunieron en uno de los principales salones de Brandelkar: tan ancho que cabían sin problema cerca de veinte mil hombres y tan alto que el techo era un cuadrado apenas más grande que un puño, con paredes recubiertas en oro. Con ilustraciones representando la historia de Cómvarfulián adornando las ya lujosas paredes.
Se sirvieron muchos platos y muchas copas fueron vaciadas una y otra vez: había gran cantidad de peces, ya que Brandelkar quedaba en la costa occidental de Cómvarfulián, y por lo tanto, los productos marítimos sólo podían conseguirse allí, y como el país estaba en guerra, el comercio era nulo entre las provincias, ya que cada cual conseguía de los alrededores los recursos necesarios para la supervivencia. Aunque había dificultades, Alcunter conseguía del bosque los animales necesarios para alimentarse, el agua del río Larden, pero tenía problemas con los minerales que se conseguían en las montañas, ya que debían hacer incursiones peligrosas en las montañas y cada vez se acercaban menos, ya que Glardem vigilaba sus territorios constantemente y acercarse a las montañas no era sensato; por eso Dreylo se había preocupado tanto al ver que todo el oro alcunterino se había ido en la producción de la espada. Brandelkar conseguía sus alimentos del mar, el agua del río Larden, pero sus dificultades mineras eran más grandes que las alcunterinas. Glardem, era tal vez la provincia con menos dificultades de todas, tenía suficientes recursos mineros, el agua del río Larden pasaba muy cerca, y los animales para la caza los conseguían en las montañas, el único inconveniente era que estaba entre la Zona de Niebla y la Zona Quemada, y sus precauciones debían ser muy grandes para que ni los Mingred ni los Nerk los agarraran por sorpresa. Benderlock, sufría más penurias, estaba en el límite con el desierto, el agua la obtenía del Corden, y los animales eran escasos, debido a que por esa zona pocas criaturas comestibles y de buen tamaño se acercaban, debido a la escasez de hierba que empezaba a presentarse en la región, y los minerales no abundaban. Voshla era también una provincia muy próspera, cerca había un lago de casi treinta kilómetros de ancho, los animales que vivían en el bosque eran la base de su sustento y los minerales los extraían del lado norte de las montañas, pero era un lugar pequeño y perdido entre el bosque y no contaba con un gran poder militar. Las espadas eran fabricadas con los minerales de las montañas, por lo que en Alcunter, Brandelkar y Benderlock, cuidaban mucho las espadas que tenían, las cuales eran tan viejas como sus abuelos, la única espada oxidada era la que había usado Zolken, y estaba en ese estado porque su dueño no había aparecido. Muchos decían que había muerto, otros decían que había dejado su espada como recuerdo y unos últimos, que volvería por su arma. De todas maneras, ya no importaba puesto que el arma era inservible. La madera para arcos flechas y lanzas se conseguía sobre todo en Alcunter, por lo que eran las armas más abundantes del Castillo Plateado, y se encontraban en más número que en cualquier otra provincia.
Dreylo decidió que más tarde pensaría en eso, por ahora sólo quería relajarse y disfrutar de una buena noche, y vaya que fue buena…
Se sirvieron, como ya se dijo, grandes cantidades de diferentes peces, pero también había ciervos y jabalíes, se abrieron toneles, tanto de vino como de cerveza y todos los hombres cantaban y reían. En mitad de la fiesta, Drog se levantó sobre una mesa; era evidente que muchas cervezas se habían subido en su cabeza, por el modo en el que habló y por lo que dijo:
—Alcunterinos y brandelkanos, hoy es día de regocijo para todos nosotros, hoy comienza la unión do todo el país, la guerra acabará. Comamos y bebamos y festejemos juntos hermanos por el nuevo mañana que viene—Drog tomó otro trago de su jarra y prosiguió—: recuerdo en estos momentos una canción que acostumbraban cantar los soldados en mi hogar. La cantaban sobre todo cuando yo era muy pequeño, y en ese entonces no comprendía muy bien su significado, ni por qué la cantaban: hoy, en este día de fiesta, por fin todo es claro para mí—Drog se aclaró la garganta y comenzó:
Siento un calor abrasador
En mi garganta
Todo gira a mí alrededor
Todo cambia.
El mundo pierde sus formas
Y adquiere otras
Mucho más bellas y claras
Que las que tenía antes.
El suelo tiembla bajo mis pies
Y mis pasos son inseguros
Y de seguro ahora puedes ver
Un hombre sin futuro.
Pero mi futuro frente a mí
Con una jarra bien fría
Y una buena compañía
Mi alegría no tiene fin.
La noche es un velo interminable
En el cual yo vivo a mi antojo
Haciendo lo que me complace
Sin preocuparme ni un poco.
De repente siento la llegada del día
Y ya nada es igual, nunca más
Porque ahora siento otras cosas
Y vuelvo a mis cabales
El dolor en mi cabeza y miembros
Me atormenta de a poco
Pensarás que estoy loco
Pero no me arrepiento
Y créeme cuando digo
Que sin dudarlo ni un instante
Volvería a hacerlo otra, y otra y otra vez
Hasta que caiga en el suelo rendido, y quede ahí tendido.
En mi garganta
Todo gira a mí alrededor
Todo cambia.
El mundo pierde sus formas
Y adquiere otras
Mucho más bellas y claras
Que las que tenía antes.
El suelo tiembla bajo mis pies
Y mis pasos son inseguros
Y de seguro ahora puedes ver
Un hombre sin futuro.
Pero mi futuro frente a mí
Con una jarra bien fría
Y una buena compañía
Mi alegría no tiene fin.
La noche es un velo interminable
En el cual yo vivo a mi antojo
Haciendo lo que me complace
Sin preocuparme ni un poco.
De repente siento la llegada del día
Y ya nada es igual, nunca más
Porque ahora siento otras cosas
Y vuelvo a mis cabales
El dolor en mi cabeza y miembros
Me atormenta de a poco
Pensarás que estoy loco
Pero no me arrepiento
Y créeme cuando digo
Que sin dudarlo ni un instante
Volvería a hacerlo otra, y otra y otra vez
Hasta que caiga en el suelo rendido, y quede ahí tendido.
Drog terminó su canción y, tal como dijo, cayó al suelo y se quedó ahí dormido. Las carcajadas resonaron por todo el salón, y más alta que ninguna se alzó la de Dreylo, no sólo por la caída de su hijo, sino también porque no oía esa canción desde hacia muchos años, y le traía gratos recuerdos; además, se preguntaba como habría aprendido la canción Drog, y eso aumentaba su felicidad.
Se encargaron unos hombres para que llevaran a Drog a un lugar donde pudiera descansar cómodamente, luego continuó la fiesta. Después de que todos los platos quedaron vacíos, se llamaron a los bardos para que entretuvieran al público con sus entretenidas historias. Mientras los bardos relataban sus historias, los juglares las interpretaban. Se contaron relatos acerca de hombres y criaturas extrañas, que vivían más allá del mar y que eran tan crueles como el peor de los demonios. Estas historias inquietaban a Dreylo, ya que sus antepasados provenían de más allá del mar. Xarmesh había llegado hacia unos ciento treinta años con un ejército a sus órdenes y defendiendo a todo un pueblo, se habían establecido en el lugar, siendo Brandelkar su primera provincia. Habían vencido a los Mingred y los Nerk en una gran batalla y luego Xarmesh había reclamado el territorio, ganándose la enemistad de sus aliados, a los cuales les negó el poder que les había prometido, comenzando así la guerra civil. Después habían nacido Karmesh, quien había mantenido a los enemigos a raya, luego Kreylo, quien gobernó en un período de paz relativa, ya que nadie se atrevía aún a irrumpir en los territorios del difunto Karmesh, ahora que su padre había muerto, los antiguos enemigos de Alcunter habían vuelto y Dreylo debía contra atacar. Le asustaban por supuesto las historias que hablaban del terror de más allá del mar, pues entonces encajaba la razón por la cual Xarmesh había emprendido el peligroso viaje (algo aún no aclarado). Si venía huyendo de un temor inmenso, era sólo cuestión de tiempo para que la Sombra llegara a Cómvarfulián y lo oscureciera para siempre.
La noche estaba ya muy avanzada, y muchos hombres se dirigían ya a la cama, cuando un bardo de unos veinticinco años, comenzó con una historia que los desconcertó a todos:
—Y ahora, la historia de Markrors el Valiente, quien mató tantos hombres como no lo hubieran podido hacer cincuenta.
Markrors levantó la vista consternado. No habría imaginado que su hazaña frente a los arqueros brandelkanos en la avanzadilla sería contada, o incluso recordada. Pero ahora que lo pensaba, en medio de su confusión aquella noche, había oído esas palabras. Claro que había supuesto que eran alucinaciones, y aún no creía que todo hubiera sido una visión de un futuro próximo.
Los hombres escucharon atentamente la historia del bardo, que también incluía un relato muy detallado de la batalla, tal cual la habían vivido Dreylo, Markrors, Drog y Dishlik. Quienes escuchaban con suma atención, mientras los recuerdos acudían a su mente. La descripción era tan precisa, que hubieran podido decir que aquel hombre estaba con ellos el día de la batalla, de no ser porque era brandelkano.
—Y este es el fin de mi historia—dijo el bardo con gran elocuencia después de unos minutos—. Debo dar las gracias a Zolken, el herrero, quien me contó todos estos hechos para que yo pudiera narrarlos hoy con la elegancia que nos caracteriza a nosotros los bardos.
El hombre se alejó hacia un rincón de la habitación entre aplausos y vítores, mientras Dreylo observaba a Zolken disimuladamente. Preguntándose el por qué y el cómo el herrero habría podido contarle aquellos acontecimientos a un bardo, desde diferentes perspectivas, si él ni siquiera había estado allí. Le habían hablado a Zolken acerca del tema, obvio, pero no con tanto detalle y precisión. Al mismo tiempo, Dreylo rememoraba los acontecimientos de aquella batalla. Y los recordaba con menos exactitud que aquel misterioso bardo. La incertidumbre crecía en su cabeza.
Pero los pensamientos de Dreylo se vieron de pronto interrumpidos: durante toda la celebración había observado doncellas de gran distinción, todas hermosas. Ahora su mirada recaía sobre una joven que no se había unido a la fiesta con la misma alegría de los demás, de hecho, observaba la celebración con expresión de reproche. La belleza de la joven era despampanante, y Dreylo se sintió de repente mirando a Eluney de nuevo, retornó a sus días de felicidad con su esposa en el castillo.
Dreylo se levantó de su asiento con gran solemnidad, y se dirigió al lugar en donde estaba sentada la mujer. Le costó cierto tiempo llegar, ya que las personas habían comenzado a bailar una danza animada por juglares, y la música y la algarabía reinaban por doquier.
La mujer se vestía con ropas de gran elegancia, de brillantes colores y que dejaban al salón sin la belleza de antes. Su cabello de color azabache caía con gracia sobre su espalda y parte de su cara, dejando ver sólo uno de sus ojos, que perforaban el más sólido metal con su mirada. Dreylo se sintió aturdido por un momento, pues se encontraba ante una doncella cuya gracia sólo había sido superada por Eluney, y el choque era muy duro, ya que Dreylo había olvidado todas las sensaciones que producía una mujer tan bella.
Al lado de la mujer había un lugar en donde sentarse, Dreylo se ubicó y trató de aparentar normalidad, estaba tratando de recordar cómo se entablaba una conversación, y sus intentos se veían frustrados debido a que la belleza de la mujer era desbordante. Cuando vio que no conseguiría nada de ese modo, Dreylo se levantó del asiento donde se encontraba, (la mujer ni siquiera lo miró), y se ubicó detrás de ella sin que se diera cuenta. Esperó un tiempo, y cuando estuvo seguro que la mujer lo hacía lejos de allí, le tapó la boca con las manos y la sacó de la sala principal.
La mujer trató de resistirse en un principio, pero cuando vio que las fuerzas de Dreylo superaban las suyas, no opuso más resistencia y se dejó llevar. Dreylo recorrió múltiples caminos, torciendo a izquierda y derecha, hasta que por fin se encontraron en uno de los jardines que rodeaban al castillo. Al llegar allí, Dreylo soltó a la mujer, quien cayó de rodillas sobre las frescas flores del jardín. Un dulce aroma inundó el lugar y aumentó la magia que sentía Dreylo ahora.
La mujer alzó la vista y posó su mirada sobre Dreylo. El alcunterino se sintió traspasado por un gran viento que le calentaba el interior y lo impulsaba a luchar. Hubiera podido haber matado más brandelkanos si la mujer se lo hubiera pedido. Pero la mujer nunca lo pediría, era una brandelkana que amaba el Castillo Dorado y sus habitantes y nada la hubiera hecho pedir su muerte. De hecho, odiaba con todo su ser a los alcunterinos por haber matado a tantos brandelkanos y no quería tener ningún contacto con ellos. Sospechaba que se encontraba frente a un líder alcunterino y por eso no dejaba de mirar a Dreylo con gran repulsión. Dreylo por su parte, se sentía irremediablemente atraído por la belleza de la mujer y no era capaz de pronunciar palabra; observaba con gran inquietud la manera cómo lo miraba la mujer, pero estaba tan absorto en sus ensoñaciones que no pudo ver nada que le indicara frente a quién estaba, aunque las señales saltaban a la vista.
—Siento la hostilidad—empezó Dreylo—. Simplemente quería que estuviéramos en un lugar más privado. Y como no lograba captar su atención, fue lo único en lo que pude pensar. De verdad lamentó todas las molestias ocasionadas.
Dreylo se sentó frente a la mujer. Mirándola fijamente, cargando su mirada del todo el misticismo y poder que pudo, transmitiendo todo lo que sentía. Luego, continuó.
—Mi nombre es Dreylo, hijo de Kreylo, Señor de Alcunter, y muy pronto de todo Cómvarfulián.
La repulsión que la mujer sentía por Dreylo hacia unos instantes se perdió en la bruma. El aire estaba cargado de tensión. Dreylo se sentía atravesado por miles de rayos, como si estuviera en medio de una tormenta eléctrica.
La mujer no pronunciaba palabra, sólo miraba a Dreylo con gran curiosidad. Después de un tiempo, que se hizo interminable para ambos, la mujer dijo:
—Yo soy Likhré, y antes de que intente hacer cualquier cosa, debo decir que…
—Likhré, que nombre tan bello—la interrumpió Dreylo, aunque no tenía la belleza de Eluney, portaba un sonido que perturbaba a Dreylo de una manera significativa.
—Pero…—Likhré trataba de decirle a Dreylo algo importante.
Dreylo no soportó más la ansiedad, había un impulso que lo obligó a abalanzarse sobre Likhré y besarla como sólo lo había hecho con Eluney. La pasión que atacaba a Dreylo era algo que no creía que hubiera podido volver a sentir después de la muerte de su esposa. Sin embargo ahí estaba, besando a una mujer de la cual a duras penas y conocía el nombre, y ella no oponía resistencia alguna.
Dreylo se levantó, sus brazos sujetaban a Likhré con fuerza y cariño a la vez. La mujer se levantó con él y Dreylo la alzó y la llevó en brazos por donde ella le indicaba, en el camino aún continuaban besándose. Y Dreylo no diferenciaba la fantasía de la realidad, ya no sabía si estaba con Eluney, Likhré o alguna otra mujer. Sólo sabía que no quería que acabara, quería llevarlo hasta las últimas consecuencias.
Likhré le daba a Dreylo las indicaciones que él necesitaba. Entraron al castillo, subieron escaleras, recorrieron largos pasillos, dieron muchas vueltas; pero por fin se encontraron ante una puerta. Dreylo la abrió de un leve empujón y entró al cuarto.
Aunque muy sencillo, el cuarto presentaba algunos lujos que indicaban que Likhré pertenecía a la clase privilegiada de Brandelkar: un perfume de dulce aroma estaba latente en toda la habitación; en la cama cabían aproximadamente cuatro personas; vestidos lujosos se alcanzaban a divisar en un rincón del cuarto. Dreylo no se fijó en los detalles. Continuó su camino con Likhré, siempre besándose. Hasta que por fin ambos se recostaron en lecho de Likhré, y Dreylo dio rienda suelta a sus instintos.
Se encargaron unos hombres para que llevaran a Drog a un lugar donde pudiera descansar cómodamente, luego continuó la fiesta. Después de que todos los platos quedaron vacíos, se llamaron a los bardos para que entretuvieran al público con sus entretenidas historias. Mientras los bardos relataban sus historias, los juglares las interpretaban. Se contaron relatos acerca de hombres y criaturas extrañas, que vivían más allá del mar y que eran tan crueles como el peor de los demonios. Estas historias inquietaban a Dreylo, ya que sus antepasados provenían de más allá del mar. Xarmesh había llegado hacia unos ciento treinta años con un ejército a sus órdenes y defendiendo a todo un pueblo, se habían establecido en el lugar, siendo Brandelkar su primera provincia. Habían vencido a los Mingred y los Nerk en una gran batalla y luego Xarmesh había reclamado el territorio, ganándose la enemistad de sus aliados, a los cuales les negó el poder que les había prometido, comenzando así la guerra civil. Después habían nacido Karmesh, quien había mantenido a los enemigos a raya, luego Kreylo, quien gobernó en un período de paz relativa, ya que nadie se atrevía aún a irrumpir en los territorios del difunto Karmesh, ahora que su padre había muerto, los antiguos enemigos de Alcunter habían vuelto y Dreylo debía contra atacar. Le asustaban por supuesto las historias que hablaban del terror de más allá del mar, pues entonces encajaba la razón por la cual Xarmesh había emprendido el peligroso viaje (algo aún no aclarado). Si venía huyendo de un temor inmenso, era sólo cuestión de tiempo para que la Sombra llegara a Cómvarfulián y lo oscureciera para siempre.
La noche estaba ya muy avanzada, y muchos hombres se dirigían ya a la cama, cuando un bardo de unos veinticinco años, comenzó con una historia que los desconcertó a todos:
—Y ahora, la historia de Markrors el Valiente, quien mató tantos hombres como no lo hubieran podido hacer cincuenta.
Markrors levantó la vista consternado. No habría imaginado que su hazaña frente a los arqueros brandelkanos en la avanzadilla sería contada, o incluso recordada. Pero ahora que lo pensaba, en medio de su confusión aquella noche, había oído esas palabras. Claro que había supuesto que eran alucinaciones, y aún no creía que todo hubiera sido una visión de un futuro próximo.
Los hombres escucharon atentamente la historia del bardo, que también incluía un relato muy detallado de la batalla, tal cual la habían vivido Dreylo, Markrors, Drog y Dishlik. Quienes escuchaban con suma atención, mientras los recuerdos acudían a su mente. La descripción era tan precisa, que hubieran podido decir que aquel hombre estaba con ellos el día de la batalla, de no ser porque era brandelkano.
—Y este es el fin de mi historia—dijo el bardo con gran elocuencia después de unos minutos—. Debo dar las gracias a Zolken, el herrero, quien me contó todos estos hechos para que yo pudiera narrarlos hoy con la elegancia que nos caracteriza a nosotros los bardos.
El hombre se alejó hacia un rincón de la habitación entre aplausos y vítores, mientras Dreylo observaba a Zolken disimuladamente. Preguntándose el por qué y el cómo el herrero habría podido contarle aquellos acontecimientos a un bardo, desde diferentes perspectivas, si él ni siquiera había estado allí. Le habían hablado a Zolken acerca del tema, obvio, pero no con tanto detalle y precisión. Al mismo tiempo, Dreylo rememoraba los acontecimientos de aquella batalla. Y los recordaba con menos exactitud que aquel misterioso bardo. La incertidumbre crecía en su cabeza.
Pero los pensamientos de Dreylo se vieron de pronto interrumpidos: durante toda la celebración había observado doncellas de gran distinción, todas hermosas. Ahora su mirada recaía sobre una joven que no se había unido a la fiesta con la misma alegría de los demás, de hecho, observaba la celebración con expresión de reproche. La belleza de la joven era despampanante, y Dreylo se sintió de repente mirando a Eluney de nuevo, retornó a sus días de felicidad con su esposa en el castillo.
Dreylo se levantó de su asiento con gran solemnidad, y se dirigió al lugar en donde estaba sentada la mujer. Le costó cierto tiempo llegar, ya que las personas habían comenzado a bailar una danza animada por juglares, y la música y la algarabía reinaban por doquier.
La mujer se vestía con ropas de gran elegancia, de brillantes colores y que dejaban al salón sin la belleza de antes. Su cabello de color azabache caía con gracia sobre su espalda y parte de su cara, dejando ver sólo uno de sus ojos, que perforaban el más sólido metal con su mirada. Dreylo se sintió aturdido por un momento, pues se encontraba ante una doncella cuya gracia sólo había sido superada por Eluney, y el choque era muy duro, ya que Dreylo había olvidado todas las sensaciones que producía una mujer tan bella.
Al lado de la mujer había un lugar en donde sentarse, Dreylo se ubicó y trató de aparentar normalidad, estaba tratando de recordar cómo se entablaba una conversación, y sus intentos se veían frustrados debido a que la belleza de la mujer era desbordante. Cuando vio que no conseguiría nada de ese modo, Dreylo se levantó del asiento donde se encontraba, (la mujer ni siquiera lo miró), y se ubicó detrás de ella sin que se diera cuenta. Esperó un tiempo, y cuando estuvo seguro que la mujer lo hacía lejos de allí, le tapó la boca con las manos y la sacó de la sala principal.
La mujer trató de resistirse en un principio, pero cuando vio que las fuerzas de Dreylo superaban las suyas, no opuso más resistencia y se dejó llevar. Dreylo recorrió múltiples caminos, torciendo a izquierda y derecha, hasta que por fin se encontraron en uno de los jardines que rodeaban al castillo. Al llegar allí, Dreylo soltó a la mujer, quien cayó de rodillas sobre las frescas flores del jardín. Un dulce aroma inundó el lugar y aumentó la magia que sentía Dreylo ahora.
La mujer alzó la vista y posó su mirada sobre Dreylo. El alcunterino se sintió traspasado por un gran viento que le calentaba el interior y lo impulsaba a luchar. Hubiera podido haber matado más brandelkanos si la mujer se lo hubiera pedido. Pero la mujer nunca lo pediría, era una brandelkana que amaba el Castillo Dorado y sus habitantes y nada la hubiera hecho pedir su muerte. De hecho, odiaba con todo su ser a los alcunterinos por haber matado a tantos brandelkanos y no quería tener ningún contacto con ellos. Sospechaba que se encontraba frente a un líder alcunterino y por eso no dejaba de mirar a Dreylo con gran repulsión. Dreylo por su parte, se sentía irremediablemente atraído por la belleza de la mujer y no era capaz de pronunciar palabra; observaba con gran inquietud la manera cómo lo miraba la mujer, pero estaba tan absorto en sus ensoñaciones que no pudo ver nada que le indicara frente a quién estaba, aunque las señales saltaban a la vista.
—Siento la hostilidad—empezó Dreylo—. Simplemente quería que estuviéramos en un lugar más privado. Y como no lograba captar su atención, fue lo único en lo que pude pensar. De verdad lamentó todas las molestias ocasionadas.
Dreylo se sentó frente a la mujer. Mirándola fijamente, cargando su mirada del todo el misticismo y poder que pudo, transmitiendo todo lo que sentía. Luego, continuó.
—Mi nombre es Dreylo, hijo de Kreylo, Señor de Alcunter, y muy pronto de todo Cómvarfulián.
La repulsión que la mujer sentía por Dreylo hacia unos instantes se perdió en la bruma. El aire estaba cargado de tensión. Dreylo se sentía atravesado por miles de rayos, como si estuviera en medio de una tormenta eléctrica.
La mujer no pronunciaba palabra, sólo miraba a Dreylo con gran curiosidad. Después de un tiempo, que se hizo interminable para ambos, la mujer dijo:
—Yo soy Likhré, y antes de que intente hacer cualquier cosa, debo decir que…
—Likhré, que nombre tan bello—la interrumpió Dreylo, aunque no tenía la belleza de Eluney, portaba un sonido que perturbaba a Dreylo de una manera significativa.
—Pero…—Likhré trataba de decirle a Dreylo algo importante.
Dreylo no soportó más la ansiedad, había un impulso que lo obligó a abalanzarse sobre Likhré y besarla como sólo lo había hecho con Eluney. La pasión que atacaba a Dreylo era algo que no creía que hubiera podido volver a sentir después de la muerte de su esposa. Sin embargo ahí estaba, besando a una mujer de la cual a duras penas y conocía el nombre, y ella no oponía resistencia alguna.
Dreylo se levantó, sus brazos sujetaban a Likhré con fuerza y cariño a la vez. La mujer se levantó con él y Dreylo la alzó y la llevó en brazos por donde ella le indicaba, en el camino aún continuaban besándose. Y Dreylo no diferenciaba la fantasía de la realidad, ya no sabía si estaba con Eluney, Likhré o alguna otra mujer. Sólo sabía que no quería que acabara, quería llevarlo hasta las últimas consecuencias.
Likhré le daba a Dreylo las indicaciones que él necesitaba. Entraron al castillo, subieron escaleras, recorrieron largos pasillos, dieron muchas vueltas; pero por fin se encontraron ante una puerta. Dreylo la abrió de un leve empujón y entró al cuarto.
Aunque muy sencillo, el cuarto presentaba algunos lujos que indicaban que Likhré pertenecía a la clase privilegiada de Brandelkar: un perfume de dulce aroma estaba latente en toda la habitación; en la cama cabían aproximadamente cuatro personas; vestidos lujosos se alcanzaban a divisar en un rincón del cuarto. Dreylo no se fijó en los detalles. Continuó su camino con Likhré, siempre besándose. Hasta que por fin ambos se recostaron en lecho de Likhré, y Dreylo dio rienda suelta a sus instintos.
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