2
Problemas en el camino
Problemas en el camino
Dreylo despertó a la mañana siguiente con los recuerdos de la noche anterior aún vivos en su mente. Estar de tal forma con Likhré había sido algo que no podía describir. Las sensaciones de la noche anterior se equiparaban con lo que Eluney había despertado en él. El resultado del primer amor había sido un hijo, ahora no sabía que podría pasar, pero no creía que Drog aceptara la idea de otra madre, o de un hermano, con tanta facilidad.
“Tengo derecho a ser feliz y a hacer mi vida como quiera” se dijo Dreylo apenas esos pensamientos cruzaron su mente.
Los rayos de sol se filtraban por la ventana del cuarto de Likhré. El trino de los pájaros y el olor de las flores que se colaba en la habitación hicieron sentir a Dreylo la paz más grande que un hombre puede sentir. Esta paz no era fruto de la victoria del día anterior, o por lo menos no en su totalidad. Se sentía feliz porque habían ganado, muy pronto conquistarían todo el país; pero también se sentía feliz porque había encontrado de nuevo el amor y no hay mayor alimento para el alma que la felicidad de estar con ese alguien a quien se quiere con todo el corazón. Y aunque Eluney ya no estaba, su corazón latía de nuevo por alguien tan especial como ella. Likhré parecía una princesa salida de la historia de uno de los bardos del día anterior y Dreylo brincaba de alegría porque el corazón de ella fuera suyo.
Porque Likhré no había dicho gran cosa para parar los acontecimientos de la noche anterior. Habían continuado hasta el final. Cuando los dos cuerpos parecían uno y ni el mismo fin del mundo podía separarlos. Al principio, Likhré intentaba pararlo diciendo “Pero…”, sin embargo, Dreylo no la dejaba terminar callándola con un beso. Y las tentativas de Likhré de hablar eran cada vez más tenues. Por fin, se entregó a Dreylo completamente, sin objeciones que rondaran por su mente.
La mañana ya corría hacia la tarde cuando Dreylo decidió retomar el plan de campaña. Se lavó, se vistió, y, cuando iba a salir del cuarto, una pregunta lo interrumpió.
— ¿Qué tanto significó para ti esta noche?—Likhré había despertado y la preocupación invadía su mirada.
—Algo que no vivía desde hace mucho tiempo. El reencuentro con el amor—Dreylo se sentó al lado de Likhré. Acarició su mejilla con un movimiento suave de su mano y la besó de nuevo. Luego se levantó, y antes de cruzar el umbral de la puerta, añadió—: No me pudo haber pasado algo mejor.
Dreylo recorrió los pasillos una y otra vez (se perdió en el laberíntico recorrido por Brandelkar en más de una ocasión). Al llegar a la sala donde la noche anterior había sido la celebración, se encontró con que Dishlik ya lo esperaba allí. Acompañado de Zolken, Markrors y otros hombres. Entre ellos estaba Drog, con los ojos cerrados y las manos sobre la cabeza, repitiendo en voz baja:
—Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Mi señor—Zolken parecía un poco preocupado—, lo hemos buscado por todas partes, ¿Dónde estaba?
—No creo que hayan buscado por todas partes si no me encontraron, de todas maneras no les diré, por ahora. Deberán esperar a que conquiste todo Cómvarfulián.
—Muy poco entonces—dijo Dishlik, con una sonrisa en el rostro—. Después de vencer a Glardem lo demás es nada.
—El país será mío—dijo Dreylo.
—Cada quien tendrá su merecido—dijo Dishlik con más fuerza.
—Se acerca el momento de la verdad—dijo Markrors.
—Los guerreros mostrarán su valor—añadió Zolken.
Todos los hombres que allí estaban ovacionaron con fuerza, y el eco les fue devuelto por la sala.
— ¡Ay!—gritó Drog, agarrando su cabeza más fuerte que antes. Cuando su dolor amainó un poco continuó—: Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Jamás imaginé que unas pocas copas pudieran afectarte tanto—le dijo Dreylo con tono de burla—. No bebiste ayer ni la mitad de lo que acostumbra un hombre curtido en la guerra.
—Yo jamás había estado en una batalla tan grande, y nunca antes me habías dejado beber tanto—le repuso Drog con un atisbo de sonrisa. Pero sus facciones se endurecieron de nuevo, al parecer, demostrar ironía con una sonrisa estaba más allá de sus capacidades esa mañana— ¡Ay!, Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
Dreylo rió con más fuerza que cuando Drog se desplomó borracho la noche anterior, el sonido fue tan estruendoso, que Drog volvió a sujetarse la cabeza con fuerza, repitiendo su juramento una y otra vez.
—Deberías ir a dormir un poco, o tal vez darte un paseo por estos lugares, hasta que te sientas mejor—le sugirió su padre, guiñándole un ojo—. Quizás hasta encuentres una bella doncella que alegre tus días.
Drog miró a su padre con una expresión indescifrable en su rostro, luego dijo:
—No, primero porque no quiero perderme de nada de lo que aquí se diga, y segundo porque me juré a mí mismo hace mucho que mi esposa y mis hijos serían oriundos de Alcunter, y no cambiaré de decisión.
—Como quieras—respondió Dreylo, luego, dirigiéndose a todos los hombres, añadió—: Me gustaría quedarme a descansar un buen tiempo aquí, es un buen lugar para relajarse, a las orillas del mar y el olor de la naturaleza llenando tus sentidos. Pero me temo que no es posible por ahora, no nos podemos permitir desperdiciar ni un día y es menester que ataquemos a Glardem lo más pronto posible.
—Entonces, ¿Cuál es el plan?—preguntó Markrors.
Dreylo sacó de entre sus ropas un trozo viejo de pergamino: era un mapa de Cómvarfulián que mostraba la ubicación exacta de las cinco provincias. El mapa era muy antiguo, pues para poseer tantos detalles de la región debió haber sido hecho en las épocas de paz. Dreylo desplegó el mapa sobre una mesa y fue indicando puntos sobre el mismo mientras daba sus explicaciones:
—Glardem es una zona muy peligrosa. Rodeado por la Zona de Niebla, la Zona Quemada y las montañas: es casi inaccesible, aún no me explico por qué fue construida en ese lugar. No importa, de todas maneras. La única cosa sensata sería infiltrarnos por las montañas: usando las minas de Alcunter o el pasaje entre Voshla y Glardem. Atacar a Voshla no es propicio ahora, no quiero dejar a Glardem sin conquistar por más tiempo. Atacar a Glardem en sus mismas puertas tampoco es sensato, nos verían antes de que llegáramos recorriendo la llanura y tendríamos las mismas dificultades que aquí. Por eso mi plan es cabalgar hasta Alcunter, fortalecerla con unos cuantos soldados, y luego dirigirnos a las minas, pero no entrar. No sabemos si hay un camino subterráneo que comunique los dos lugares; debemos dirigirnos a Glardem bordeando las montañas y atacar sus murallas. Necesitaremos un ariete lo suficientemente fuerte y el poder de Gollogh para abrir una brecha y entrar y conquistarlos. Luego usaremos el túnel hasta Voshla, los atacaremos de improviso y finalmente, después de doblegar a Voshla, nos encaminaremos a Benderlock y los derrotaremos también. Luego volveré a Alcunter para mi coronación. Para poder conseguir que todos los pueblos acepten la ceremonia sin reproches deberemos sobornar a sus dirigentes o acabarlos y someterlos a la fuerza. No quiero llegar hasta tales extremos, pero haré lo necesario para acabar con la lucha de mi padre y mis demás antepasados. ¡Juro que me recordarán como un gran conquistador!—Dreylo finalizó su discurso con un grito fruto de la emoción. Sus hombres le respondieron con igual entusiasmo y todo el ruido que produjeron por fin desesperó a Drog al máximo. Ya que se arrojó al suelo gimiendo y sujetándose la cabeza con más fuerza que antes. Cuando el silencio retornó a la sala, Drog dijo que haría caso a su padre y salió de la habitación con pasos cansados dispuesto a esperar a que se recuperara.
—El plan está bien estructurado—dijo Dishlik—. ¿Cuándo deberíamos partir?
—Me gustaría que pudiéramos tener todo listo para partir como máximo en dos semanas. Teniendo en cuenta que para llegar a las minas necesitamos aproximadamente un día entero a todo galope, mi idea es que Glardem sea mío dentro de un mes.
—Muy bien, vamos a preparar armas, provisiones y demás—resolvió Dishlik.
Todos los hombres salieron de la sala para encargarse de sus respectivas actividades.
Durante los días que siguieron la actividad en Brandelkar se sentía incluso en el aire. Surgieron intentos de resistencia al gobierno alcunterino. Pero Dishlik los calló argumentando que ahora el mando de Brandelkar era suyo. Todos debían obedecer sus órdenes y la primera que dio era aceptar a Dreylo como señor. Aunque a muchos les disgustaba la idea, Dishlik estaba en todo su derecho. Oficialmente el mando de los brandelkanos era suyo y el escogía qué hacer. Y a pesar de las caras disgustadas, la ferocidad de Dishlik y el temor a Dreylo mantuvieron todos dentro del límite permitido.
Mientras los preparativos finalizaban. Drog recorría el lugar admirando cada detalle. Había acabado con su trabajo y estaba a la espera de la orden de su padre para partir. Por ahora, se contentaba con la paz que vivía dentro de los muros dorados y caminaba disfrutando de cada instante. De este modo llegó a conocer Brandelkar tan bien como Alcunter. Todos los días pasaba frente a las puertas que estaban siendo reconstruidas por Zolken. El herrero había contado con la ayuda de todos los habitantes brandelkanos que se ofrecieron a ayudarlo y que ya estaban acostumbrados a sus exigencias. Cada amanecer se notaba un considerable progreso en la reparación de la entrada. Y en menos tiempo del necesario para realizar una tarea de estas. Todo quedó reparado, para gran sorpresa de Drog.
Dreylo y Dishlik también observaron este fenómeno, lo que aumentó su curiosidad acerca del verdadero poder de Zolken. Aún recordaban la promesa del herrero durante la batalla, pero cuando intentaban preguntarle algo acerca de su pasado, Zolken cambiaba rápidamente de tema y evitaba cualquier mención del asunto. Dreylo y Dishlik sabían que no podían forzarlo a contarles, si no quería. Después de todo era su decisión, pero esto no impedía que sintieran curiosidad.
Finalmente, cuando todo estuvo listo para partir, Dreylo reunió a todos los hombres en el mismo patio de la vez pasada y habló:
—Está todo listo para continuar con nuestro plan. Ahora cabalgaremos hasta el puente en el Larden, y después de cruzarlo, hasta el sur de las montañas, para acabar con Glardem y dar un paso más hacia la victoria. ¡Por la Gloria, el Honor, y la Unión que se acercan!—Dreylo alzó su espada, gritando, y todos los hombres se le unieron, tanto alcunterinos como brandelkanos. Pues en los últimos días Dreylo había demostrado ante todos sus capacidades como líder, y ahora cada habitante del castillo le tenía un gran aprecio. Ya compartían su visión y estaban dispuestos a seguirlo hasta el fin del mundo. Tal era el poder de las palabras de Dreylo.
Mientras todos los hombres se organizaban para partir, Dreylo buscó a Zolken, y en secreto le dijo:
—Cumplí tu petición de traerte a la batalla. Creo que lo que viste en tu sueño se ha cumplido. Has sido fundamental para la victoria y me parece que no es necesario que nos acompañes más. Por eso te pido que vuelvas a Alcunter ahora y ayudes a Yostermac en lo que necesite. Y también quiero que dirijas el Castillo Plateado mientras yo no estoy.
—Muy bien, mi señor—le dijo Zolken. Y de inmediato partió al galope rumbo a Alcunter montando a un caballo sumamente ágil. Dreylo observó a Zolken partir, y luego el mismo estuvo listo. Casi una hora después.
Las recién reconstruidas puertas de Brandelkar se abrieron para dar paso a su nuevo gobernante. Miles de caballos traspasaron el umbral y se dirigieron a todo galope hacia el Larden. Formando una mancha que cubría el verde de los pastos. Porque la primavera ya había vuelto y el color inundaba el mundo.
Pero conforme se acercaban al puente, una densa niebla comenzó a entorpecer su visión y a ralentizar su paso. La temperatura bajó de manera increíble y gotas de fino rocío cubrieron las flores. Todo ser viviente en el lugar comenzó a resoplar y pronto el vapor salió de sus bocas y narices. Les castañeaban los dientes a más de uno y la piel se tornaba en azul de manera gradual.
Dreylo sentía como todo su pecho temblaba a causa del frío. Las costillas se movían tanto, que pensaba que muy pronto saldrían despedidas de su ser como flechas lanzadas a gran velocidad. Las rodillas se aferraban con fuerza al cuerpo del caballo. Intentando proporcionar calor extra a los dos.
Muy pronto la oscuridad se cernió sobre sus cabezas como si estuvieran en plena noche. Quedaron cegados por completo y perdieron todo sentido de la orientación. Andaban y andaban y parecía que no llegaban a ninguna parte. Incluso Dreylo juraba que estaban andando en círculos. Así se mantuvieron por un tiempo incontable. Que después muchos calcularon en horas, días, o incluso años.
No parecía que las cosas fueran a mejorar, por el contrario. Cada vez estaba más oscuro, aunque pareciera imposible. Y la ansiedad se apoderaba de los hombres poco a poco. Muchos comenzaron a gritar palabras incomprensibles, rogando por una salida, pero no recibieron más respuesta que la insondable oscuridad.
Dreylo ya estaba preguntándose si podía haber alguna manera de volver a Brandelkar para buscar otro camina cuando un resplandor proveniente de más adelante atrajo su atención. Podía ver una luz rojo-anaranjada proveniente del frente. Estaba a aproximadamente un kilómetro de distancia y se acercaba de manera lenta, pero segura.
Convencido de que era su única manera de seguir y poder salir de la repentina noche, Dreylo guió a sus hombres hacia la luz. Conforme avanzaban, el calor fue volviendo a sus miembros y el andar se hacia más fácil. La salida estaba cerca y la alegría retornaba a los corazones.
De repente, todo se oscureció mucho más que antes. Muchos gritos se oyeron, acompañados por otro ruido incomprensible, que sólo Dreylo pudo reconocer.
“No, esto no puede ser posible. ¿Cómo pueden estar ellos aquí?” se preguntó. El miedo recorría cada partícula de su cuerpo, y todos sus pensamientos fueron bloqueados por la angustia. Cuando por fin pudo reunir el valor suficiente, gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
— ¡Retirada, vuelvan a Brandelkar tan rápido como puedan, es una emboscada!
Pero fue demasiado tarde. Antes de que alguien más pudiera reaccionar, la luz volvió de repente. Se encontraron bajo el sol del medio día, frente al puente del Larden, y estaban rodeados por un ejército muchos más grande que el suyo.
Entre todos los seres que se encontraban rodeándolos, Dreylo reconoció a Walerz, mirándolo fijamente desde una de las filas que eran conformadas por criaturas que casi nadie había visto.
Las primeras criaturas, eran unos seres tan altos como un hombre. No llevaban ropa alguna, y tampoco ningún arma. Todos eran del mismo color azul grisáceo, pero en diferentes tonalidades y proporciones de ambos colores. Parecían hechos de humo y se cuerpo se mecía con el viento. Provocando la ilusión de ser una espesa cortina de niebla.
Las segundas criaturas eran un poco más altas que las primeras. Tampoco llevaban ropas o armas. Sólo la misma fría sonrisa que también tenían las otras criaturas, capaz de desnudar a un hombre, cruzaban su rostro. Brillaban bajo la luz del sol con los colores que había visto Dreylo en medio de la oscuridad. Sus pies no tocaban el suelo, flotaban a unos cinco centímetros por encima de la tierra. Puesto que parecían todos arder en llamas, si hubieran tocado la hierba habrían quemado todo el lugar, convirtiéndolo en ceniza. Mientras que sus compañeros emanaban frío congelando el ambiente, ellos producían calor, con lo cual la temperatura permanecía en un estado normal.
Todos se reían, aunque era difícil diferenciar la boca en sus caras. El sonido de sus carcajadas era aterrador. Parecido a lamentos y gritos de dolor. Un aire a muerte inundó el ambiente. Muchos hombres se arrojaron al suelo, gritando, uniendo su lamento al de las criaturas.
Dishlik estaba observando esta aterradora escena cuando los recuerdos volvieron a su mente.
—Mi señor—le gritó a Dreylo, haciéndose oír por encima de los otros ruidos—, cuando usted fue a espiar a los Mingred y los Nerk…
—Así es—dijo una criatura perteneciente al primer grupo, con una voz muy fría y cruel—. En estos momentos se encuentran ante los seres más poderosos de todo Cómvarfulián. Tiemblen, pues su fin está cerca. Ya nada los salvará. Morirán a manos de los Mingred y los Nerk.
—El momento de la venganza ha llegado—dijo Walerz, observando a Dreylo con odio.
—Compañeros—anunció la criatura de la voz cruel—nos dirigíamos a Alcunter para acabar con los Destructores. Pero vean qué nos encontramos. Ellos han venido a nosotros. Cuando acabemos con ellos, por fin volverá la paz a nuestras vidas—entonces rió de nuevo, y todos se unieron a él. Y los gritos se elevaron hacia el cielo con más intensidad que antes.
Luego, los Mingred y los Nerk avanzaron muy lentamente hacia el ejército de Dreylo. El Señor de Alcunter ya veía muertas sus esperanzas de conquistar Cómvarfulián, e incluso de vivir para ver un nuevo amanecer.
“Tengo derecho a ser feliz y a hacer mi vida como quiera” se dijo Dreylo apenas esos pensamientos cruzaron su mente.
Los rayos de sol se filtraban por la ventana del cuarto de Likhré. El trino de los pájaros y el olor de las flores que se colaba en la habitación hicieron sentir a Dreylo la paz más grande que un hombre puede sentir. Esta paz no era fruto de la victoria del día anterior, o por lo menos no en su totalidad. Se sentía feliz porque habían ganado, muy pronto conquistarían todo el país; pero también se sentía feliz porque había encontrado de nuevo el amor y no hay mayor alimento para el alma que la felicidad de estar con ese alguien a quien se quiere con todo el corazón. Y aunque Eluney ya no estaba, su corazón latía de nuevo por alguien tan especial como ella. Likhré parecía una princesa salida de la historia de uno de los bardos del día anterior y Dreylo brincaba de alegría porque el corazón de ella fuera suyo.
Porque Likhré no había dicho gran cosa para parar los acontecimientos de la noche anterior. Habían continuado hasta el final. Cuando los dos cuerpos parecían uno y ni el mismo fin del mundo podía separarlos. Al principio, Likhré intentaba pararlo diciendo “Pero…”, sin embargo, Dreylo no la dejaba terminar callándola con un beso. Y las tentativas de Likhré de hablar eran cada vez más tenues. Por fin, se entregó a Dreylo completamente, sin objeciones que rondaran por su mente.
La mañana ya corría hacia la tarde cuando Dreylo decidió retomar el plan de campaña. Se lavó, se vistió, y, cuando iba a salir del cuarto, una pregunta lo interrumpió.
— ¿Qué tanto significó para ti esta noche?—Likhré había despertado y la preocupación invadía su mirada.
—Algo que no vivía desde hace mucho tiempo. El reencuentro con el amor—Dreylo se sentó al lado de Likhré. Acarició su mejilla con un movimiento suave de su mano y la besó de nuevo. Luego se levantó, y antes de cruzar el umbral de la puerta, añadió—: No me pudo haber pasado algo mejor.
Dreylo recorrió los pasillos una y otra vez (se perdió en el laberíntico recorrido por Brandelkar en más de una ocasión). Al llegar a la sala donde la noche anterior había sido la celebración, se encontró con que Dishlik ya lo esperaba allí. Acompañado de Zolken, Markrors y otros hombres. Entre ellos estaba Drog, con los ojos cerrados y las manos sobre la cabeza, repitiendo en voz baja:
—Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Mi señor—Zolken parecía un poco preocupado—, lo hemos buscado por todas partes, ¿Dónde estaba?
—No creo que hayan buscado por todas partes si no me encontraron, de todas maneras no les diré, por ahora. Deberán esperar a que conquiste todo Cómvarfulián.
—Muy poco entonces—dijo Dishlik, con una sonrisa en el rostro—. Después de vencer a Glardem lo demás es nada.
—El país será mío—dijo Dreylo.
—Cada quien tendrá su merecido—dijo Dishlik con más fuerza.
—Se acerca el momento de la verdad—dijo Markrors.
—Los guerreros mostrarán su valor—añadió Zolken.
Todos los hombres que allí estaban ovacionaron con fuerza, y el eco les fue devuelto por la sala.
— ¡Ay!—gritó Drog, agarrando su cabeza más fuerte que antes. Cuando su dolor amainó un poco continuó—: Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Jamás imaginé que unas pocas copas pudieran afectarte tanto—le dijo Dreylo con tono de burla—. No bebiste ayer ni la mitad de lo que acostumbra un hombre curtido en la guerra.
—Yo jamás había estado en una batalla tan grande, y nunca antes me habías dejado beber tanto—le repuso Drog con un atisbo de sonrisa. Pero sus facciones se endurecieron de nuevo, al parecer, demostrar ironía con una sonrisa estaba más allá de sus capacidades esa mañana— ¡Ay!, Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
Dreylo rió con más fuerza que cuando Drog se desplomó borracho la noche anterior, el sonido fue tan estruendoso, que Drog volvió a sujetarse la cabeza con fuerza, repitiendo su juramento una y otra vez.
—Deberías ir a dormir un poco, o tal vez darte un paseo por estos lugares, hasta que te sientas mejor—le sugirió su padre, guiñándole un ojo—. Quizás hasta encuentres una bella doncella que alegre tus días.
Drog miró a su padre con una expresión indescifrable en su rostro, luego dijo:
—No, primero porque no quiero perderme de nada de lo que aquí se diga, y segundo porque me juré a mí mismo hace mucho que mi esposa y mis hijos serían oriundos de Alcunter, y no cambiaré de decisión.
—Como quieras—respondió Dreylo, luego, dirigiéndose a todos los hombres, añadió—: Me gustaría quedarme a descansar un buen tiempo aquí, es un buen lugar para relajarse, a las orillas del mar y el olor de la naturaleza llenando tus sentidos. Pero me temo que no es posible por ahora, no nos podemos permitir desperdiciar ni un día y es menester que ataquemos a Glardem lo más pronto posible.
—Entonces, ¿Cuál es el plan?—preguntó Markrors.
Dreylo sacó de entre sus ropas un trozo viejo de pergamino: era un mapa de Cómvarfulián que mostraba la ubicación exacta de las cinco provincias. El mapa era muy antiguo, pues para poseer tantos detalles de la región debió haber sido hecho en las épocas de paz. Dreylo desplegó el mapa sobre una mesa y fue indicando puntos sobre el mismo mientras daba sus explicaciones:
—Glardem es una zona muy peligrosa. Rodeado por la Zona de Niebla, la Zona Quemada y las montañas: es casi inaccesible, aún no me explico por qué fue construida en ese lugar. No importa, de todas maneras. La única cosa sensata sería infiltrarnos por las montañas: usando las minas de Alcunter o el pasaje entre Voshla y Glardem. Atacar a Voshla no es propicio ahora, no quiero dejar a Glardem sin conquistar por más tiempo. Atacar a Glardem en sus mismas puertas tampoco es sensato, nos verían antes de que llegáramos recorriendo la llanura y tendríamos las mismas dificultades que aquí. Por eso mi plan es cabalgar hasta Alcunter, fortalecerla con unos cuantos soldados, y luego dirigirnos a las minas, pero no entrar. No sabemos si hay un camino subterráneo que comunique los dos lugares; debemos dirigirnos a Glardem bordeando las montañas y atacar sus murallas. Necesitaremos un ariete lo suficientemente fuerte y el poder de Gollogh para abrir una brecha y entrar y conquistarlos. Luego usaremos el túnel hasta Voshla, los atacaremos de improviso y finalmente, después de doblegar a Voshla, nos encaminaremos a Benderlock y los derrotaremos también. Luego volveré a Alcunter para mi coronación. Para poder conseguir que todos los pueblos acepten la ceremonia sin reproches deberemos sobornar a sus dirigentes o acabarlos y someterlos a la fuerza. No quiero llegar hasta tales extremos, pero haré lo necesario para acabar con la lucha de mi padre y mis demás antepasados. ¡Juro que me recordarán como un gran conquistador!—Dreylo finalizó su discurso con un grito fruto de la emoción. Sus hombres le respondieron con igual entusiasmo y todo el ruido que produjeron por fin desesperó a Drog al máximo. Ya que se arrojó al suelo gimiendo y sujetándose la cabeza con más fuerza que antes. Cuando el silencio retornó a la sala, Drog dijo que haría caso a su padre y salió de la habitación con pasos cansados dispuesto a esperar a que se recuperara.
—El plan está bien estructurado—dijo Dishlik—. ¿Cuándo deberíamos partir?
—Me gustaría que pudiéramos tener todo listo para partir como máximo en dos semanas. Teniendo en cuenta que para llegar a las minas necesitamos aproximadamente un día entero a todo galope, mi idea es que Glardem sea mío dentro de un mes.
—Muy bien, vamos a preparar armas, provisiones y demás—resolvió Dishlik.
Todos los hombres salieron de la sala para encargarse de sus respectivas actividades.
Durante los días que siguieron la actividad en Brandelkar se sentía incluso en el aire. Surgieron intentos de resistencia al gobierno alcunterino. Pero Dishlik los calló argumentando que ahora el mando de Brandelkar era suyo. Todos debían obedecer sus órdenes y la primera que dio era aceptar a Dreylo como señor. Aunque a muchos les disgustaba la idea, Dishlik estaba en todo su derecho. Oficialmente el mando de los brandelkanos era suyo y el escogía qué hacer. Y a pesar de las caras disgustadas, la ferocidad de Dishlik y el temor a Dreylo mantuvieron todos dentro del límite permitido.
Mientras los preparativos finalizaban. Drog recorría el lugar admirando cada detalle. Había acabado con su trabajo y estaba a la espera de la orden de su padre para partir. Por ahora, se contentaba con la paz que vivía dentro de los muros dorados y caminaba disfrutando de cada instante. De este modo llegó a conocer Brandelkar tan bien como Alcunter. Todos los días pasaba frente a las puertas que estaban siendo reconstruidas por Zolken. El herrero había contado con la ayuda de todos los habitantes brandelkanos que se ofrecieron a ayudarlo y que ya estaban acostumbrados a sus exigencias. Cada amanecer se notaba un considerable progreso en la reparación de la entrada. Y en menos tiempo del necesario para realizar una tarea de estas. Todo quedó reparado, para gran sorpresa de Drog.
Dreylo y Dishlik también observaron este fenómeno, lo que aumentó su curiosidad acerca del verdadero poder de Zolken. Aún recordaban la promesa del herrero durante la batalla, pero cuando intentaban preguntarle algo acerca de su pasado, Zolken cambiaba rápidamente de tema y evitaba cualquier mención del asunto. Dreylo y Dishlik sabían que no podían forzarlo a contarles, si no quería. Después de todo era su decisión, pero esto no impedía que sintieran curiosidad.
Finalmente, cuando todo estuvo listo para partir, Dreylo reunió a todos los hombres en el mismo patio de la vez pasada y habló:
—Está todo listo para continuar con nuestro plan. Ahora cabalgaremos hasta el puente en el Larden, y después de cruzarlo, hasta el sur de las montañas, para acabar con Glardem y dar un paso más hacia la victoria. ¡Por la Gloria, el Honor, y la Unión que se acercan!—Dreylo alzó su espada, gritando, y todos los hombres se le unieron, tanto alcunterinos como brandelkanos. Pues en los últimos días Dreylo había demostrado ante todos sus capacidades como líder, y ahora cada habitante del castillo le tenía un gran aprecio. Ya compartían su visión y estaban dispuestos a seguirlo hasta el fin del mundo. Tal era el poder de las palabras de Dreylo.
Mientras todos los hombres se organizaban para partir, Dreylo buscó a Zolken, y en secreto le dijo:
—Cumplí tu petición de traerte a la batalla. Creo que lo que viste en tu sueño se ha cumplido. Has sido fundamental para la victoria y me parece que no es necesario que nos acompañes más. Por eso te pido que vuelvas a Alcunter ahora y ayudes a Yostermac en lo que necesite. Y también quiero que dirijas el Castillo Plateado mientras yo no estoy.
—Muy bien, mi señor—le dijo Zolken. Y de inmediato partió al galope rumbo a Alcunter montando a un caballo sumamente ágil. Dreylo observó a Zolken partir, y luego el mismo estuvo listo. Casi una hora después.
Las recién reconstruidas puertas de Brandelkar se abrieron para dar paso a su nuevo gobernante. Miles de caballos traspasaron el umbral y se dirigieron a todo galope hacia el Larden. Formando una mancha que cubría el verde de los pastos. Porque la primavera ya había vuelto y el color inundaba el mundo.
Pero conforme se acercaban al puente, una densa niebla comenzó a entorpecer su visión y a ralentizar su paso. La temperatura bajó de manera increíble y gotas de fino rocío cubrieron las flores. Todo ser viviente en el lugar comenzó a resoplar y pronto el vapor salió de sus bocas y narices. Les castañeaban los dientes a más de uno y la piel se tornaba en azul de manera gradual.
Dreylo sentía como todo su pecho temblaba a causa del frío. Las costillas se movían tanto, que pensaba que muy pronto saldrían despedidas de su ser como flechas lanzadas a gran velocidad. Las rodillas se aferraban con fuerza al cuerpo del caballo. Intentando proporcionar calor extra a los dos.
Muy pronto la oscuridad se cernió sobre sus cabezas como si estuvieran en plena noche. Quedaron cegados por completo y perdieron todo sentido de la orientación. Andaban y andaban y parecía que no llegaban a ninguna parte. Incluso Dreylo juraba que estaban andando en círculos. Así se mantuvieron por un tiempo incontable. Que después muchos calcularon en horas, días, o incluso años.
No parecía que las cosas fueran a mejorar, por el contrario. Cada vez estaba más oscuro, aunque pareciera imposible. Y la ansiedad se apoderaba de los hombres poco a poco. Muchos comenzaron a gritar palabras incomprensibles, rogando por una salida, pero no recibieron más respuesta que la insondable oscuridad.
Dreylo ya estaba preguntándose si podía haber alguna manera de volver a Brandelkar para buscar otro camina cuando un resplandor proveniente de más adelante atrajo su atención. Podía ver una luz rojo-anaranjada proveniente del frente. Estaba a aproximadamente un kilómetro de distancia y se acercaba de manera lenta, pero segura.
Convencido de que era su única manera de seguir y poder salir de la repentina noche, Dreylo guió a sus hombres hacia la luz. Conforme avanzaban, el calor fue volviendo a sus miembros y el andar se hacia más fácil. La salida estaba cerca y la alegría retornaba a los corazones.
De repente, todo se oscureció mucho más que antes. Muchos gritos se oyeron, acompañados por otro ruido incomprensible, que sólo Dreylo pudo reconocer.
“No, esto no puede ser posible. ¿Cómo pueden estar ellos aquí?” se preguntó. El miedo recorría cada partícula de su cuerpo, y todos sus pensamientos fueron bloqueados por la angustia. Cuando por fin pudo reunir el valor suficiente, gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
— ¡Retirada, vuelvan a Brandelkar tan rápido como puedan, es una emboscada!
Pero fue demasiado tarde. Antes de que alguien más pudiera reaccionar, la luz volvió de repente. Se encontraron bajo el sol del medio día, frente al puente del Larden, y estaban rodeados por un ejército muchos más grande que el suyo.
Entre todos los seres que se encontraban rodeándolos, Dreylo reconoció a Walerz, mirándolo fijamente desde una de las filas que eran conformadas por criaturas que casi nadie había visto.
Las primeras criaturas, eran unos seres tan altos como un hombre. No llevaban ropa alguna, y tampoco ningún arma. Todos eran del mismo color azul grisáceo, pero en diferentes tonalidades y proporciones de ambos colores. Parecían hechos de humo y se cuerpo se mecía con el viento. Provocando la ilusión de ser una espesa cortina de niebla.
Las segundas criaturas eran un poco más altas que las primeras. Tampoco llevaban ropas o armas. Sólo la misma fría sonrisa que también tenían las otras criaturas, capaz de desnudar a un hombre, cruzaban su rostro. Brillaban bajo la luz del sol con los colores que había visto Dreylo en medio de la oscuridad. Sus pies no tocaban el suelo, flotaban a unos cinco centímetros por encima de la tierra. Puesto que parecían todos arder en llamas, si hubieran tocado la hierba habrían quemado todo el lugar, convirtiéndolo en ceniza. Mientras que sus compañeros emanaban frío congelando el ambiente, ellos producían calor, con lo cual la temperatura permanecía en un estado normal.
Todos se reían, aunque era difícil diferenciar la boca en sus caras. El sonido de sus carcajadas era aterrador. Parecido a lamentos y gritos de dolor. Un aire a muerte inundó el ambiente. Muchos hombres se arrojaron al suelo, gritando, uniendo su lamento al de las criaturas.
Dishlik estaba observando esta aterradora escena cuando los recuerdos volvieron a su mente.
—Mi señor—le gritó a Dreylo, haciéndose oír por encima de los otros ruidos—, cuando usted fue a espiar a los Mingred y los Nerk…
—Así es—dijo una criatura perteneciente al primer grupo, con una voz muy fría y cruel—. En estos momentos se encuentran ante los seres más poderosos de todo Cómvarfulián. Tiemblen, pues su fin está cerca. Ya nada los salvará. Morirán a manos de los Mingred y los Nerk.
—El momento de la venganza ha llegado—dijo Walerz, observando a Dreylo con odio.
—Compañeros—anunció la criatura de la voz cruel—nos dirigíamos a Alcunter para acabar con los Destructores. Pero vean qué nos encontramos. Ellos han venido a nosotros. Cuando acabemos con ellos, por fin volverá la paz a nuestras vidas—entonces rió de nuevo, y todos se unieron a él. Y los gritos se elevaron hacia el cielo con más intensidad que antes.
Luego, los Mingred y los Nerk avanzaron muy lentamente hacia el ejército de Dreylo. El Señor de Alcunter ya veía muertas sus esperanzas de conquistar Cómvarfulián, e incluso de vivir para ver un nuevo amanecer.
1 comentario:
ole noo el colmo!!!
lo deja a uno todo inciado...quemados o congelados???...noo apurateeeeeeeeee...bueno será tener paciencia porque qué más se le hace...pero tenaz eso de dejar iniciado al lector...
jajaj mentiras muy ibuneo que tengas esa capacidad!!!!
Publicar un comentario