miércoles, 23 de enero de 2008

SECRETOS REVELADOS

5

La Crónica del Herrero
Dreylo a duras penas pudo comprender las últimas palabras de Zolken. Había sido algo tan completamente inesperado, que parecía imposible que fuera verdad.
— ¿Qué tu qué?—fue lo único que pudo decir.
—Así es, mi señor. Usted mismo ha visto que hay muchos misterios que me envuelven y esta es la explicación a todos ellos. Tal como prometí, les contaré todo. Pero a su debido tiempo, mi padre debe descansar.
Dreylo posó la mirada en el Antiguo Jefe Mingred, a quien Zolken llamaba padre. ¿El padre de Zolken? Ninguno de los presentes lograba asimilarlo del todo. Dishlik estaba a punto de gritar debido a un sentimiento que no lograba definir con claridad. Suponía que era frustración, pero no estaba seguro.
Mientras la noticia iba siendo aceptada poco a poco, un silencio sepulcral los rodeó como un gran manto invisible, mucho más grande y poderoso que la noche que en estos momentos reinaba por Cómvarfulián.
Cómvarfulián: la tierra donde los poderes de la naturaleza coexistían con los hombres. La tierra bañada por la luna más hermosa de todas y por el sol más ardiente. La tierra condenada a la guerra. Una guerra sin final que acabaría con todo.
—Un momento—exclamó Dishlik—. Tu padre murió hace años.
—Eso es lo que todos creyeron—le respondió Zolken con la picardía reflejándose en sus ojos.
Instantes más tarde. Llegó un soldado trayendo comida para el Antiguo Jefe Mingred. Un poco de pan, y agua del río. Pues el hombre era su prisionero, y debían tratarlo como tal. Zolken notó el gesto y frunció el ceño, disgustado.
El padre de Zolken comió con extrema lentitud. Masticaba con exageración y tragaba con lo que parecía ser deliberada parsimonia. Como si disfrutase de la tensión del ambiente. Lo cierto es que, aunque gozara el momento, también le costaba trabajo comer. No lo había hecho en toda su vida.
Desesperado por la lentitud, Dishlik exclamó:
—Pero no es nada más que pan y agua. Apresúrese anciano, que no tengo todo el día.
Por primera vez en su vida, Dishlik vio a Zolken furioso. El herrero se puso de pie, con un fuego abrasador brillando en su mirada y una expresión implacable que calló a Dishlik de inmediato.
—Exijo más respeto hacia mi padre. Muchas veces he salvado sus vidas y ahora pido que tengan consideración. La razón de la lentitud de mi padre es que era un Mingred. No comía. Los Mingred se alimentan del aire fresco de las montañas, por así decirlo “renuevan su esencia”, así como los Nerk se alimentan de fuego y calor. Ahora que mi padre es un hombre, tiene necesidades humanas, y necesita tiempo para acostumbrarse. ¿Sigues con hambre?—le preguntó al ver que por fin acababa su comida. Él se contentó con asentir con la cabeza. Y, a una mirada de Zolken, Dreylo ordenó que le trajeran más comida. Y un poco más generosa que la anterior, tanto en raciones como calidad.
Al poco tiempo, un soldado trajo un trozo de carne salada y un poco de vino, guardado en una bota de cuero muy bella, pero sencilla. De nuevo el padre de Zolken comió con lentitud. Mirando a todas las personas a su alrededor con una expresión frívola en el rostro. La misma expresión de aquella tarde.
—No entiendo—dijo Drog—. Todos los Mingred y los Nerk desaparecieron apenas uno de ellos fue vencido. ¿Por qué él no?
El padre de Zolken terminó su comida y lo miró fijamente durante unos instantes. Apenado, Drog bajó la cabeza. Sintiendo que aquella mirada llegaba a lo más profundo de su ser.
—Creo que no puedo retrasarlo más—dijo, la resolución llegó a su rostro. Parpadeó varias veces y continuó—. Contaré el principio, pues es la parte que me corresponde, luego, Zolken terminará la historia.
Supongo que todo esto comienza, una hermosa mañana de hace ya casi cincuenta años. Después de una larga reunión entre los Mingred más importantes, habíamos acordado que varios de nosotros entrarían de infiltrados a todas las ciudades del país. Buscando información que nos fuera útil para recuperar lo que nos habían quitado. Yo, junto con cuatro compañeros más, fuimos escogidos para llevar a cabo esta misión. Ya que éramos los más calculadores y serenos entre los nuestros. Así que, convirtiéndonos en una fresca brisa, nos transportamos a los lugares que nos correspondían.
Yo había sido asignado a entrar a Brandelkar. Mi viaje era el más largo de todos, pues tenía que recorrer todo el país de extremo a extremo. Sin embargo, gracias a la velocidad del aire, llegué en muy poco tiempo a mi destino. Al llegar, me dirigí a un lugar por completo vacío: un estrecho callejón perdido en las profundidades del mercado. En este callejón adopté forma humana y me vinculé a Brandelkar. Por supuesto, era un lugar muy grande y nadie pareció darse cuenta de que había un habitante de más tras sus muros.
Aunque este problema fue fácilmente resuelto. Para aumentar la credibilidad de mi coartada, necesitaba adaptarme a todas las costumbres humanas. Lo primero en que pensé fue lo que ustedes llaman casa. De modo que busqué un brandelkano solitario y lo asesiné y me apoderé de su vivienda. Era un anciano decrépito que de todas formas hubiera muerto en poco tiempo. Por lo que el mal no fue tan grande. Arrojé su cuerpo sin vida al mar y me establecí por completo.
Nadie notó la ausencia del viejo. Por lo que tuve una preocupación menos. Ahora mi objetivo era conseguir mi entrada al castillo y cumplir mi tarea.
He de admitir que no me resulto difícil infiltrarme en el castillo. Bajo la apariencia de un joven, pero bastante hábil, cocinero. Desde luego, no me era para nada complicado transmutar la comida en platos de extrema calidad y elegancia, y por esto me gané el respeto de todos los habitantes del castillo. Maslirk elogiaba mi trabajo y muy pronto pude obtener datos bastante útiles para nuestro cometido.
Pero dentro de mí sentía una perturbación muy grande. Sabía que, aunque la caía de Brandelkar estaba en mis manos, aún debía hacer algo allí. Por lo que me quedé más tiempo del necesario.
Renuncié a mi trabajo en el castillo, pues sabía que no le podía sacar más provecho y, por el contrario, debía dedicar todo mi tiempo a encontrar aquello que me llamaba.
Me sorprendí a mí mismo vagando por todas las calles del Brandelkar, buscando no sabía qué. No podría vivir en paz hasta encontrarlo, esto lo asimilé en cuanto emprendí mi nueva tarea. Caminé sin descansar días y noches por todo el lugar. Pero mi destino me evitaba.
Yo no estaba dispuesto a rendirme, pues mi espíritu es mucho más fuerte que el de los hombres y mi voluntad es de hierro, incluso ahora que mi vida ha dado un cambio radical.
Pero, continuando con mi relato, llegó un día en que, dando un paseo por la costa, me encontré con un cuerpo tendido sobre la arena. Creí que dormía, y pensé que sería sensato continuar mi camino y no interrumpir a esta persona. Pero la dirección y sonido del aire, me dijeron que aquella mujer en realidad estaba inconsciente y era mi deber ayudarla. Este era un aviso proveniente de la naturaleza, y por supuesto no iba a desobedecerlo.
Me incliné sobre la mujer, y al contemplar su rostro, me sentí turbado. Pues aunque no soy un hombre y ninguna de sus costumbres me afecta, con esta mujer era diferente. Había algo en ella que me enmudecía y no sabía qué.
Por ahora no podía detenerme a pensar, tenía que despertarla.
Sin detenerme a pensar que mi poder era suficiente, recosté mi cabeza contra su pecho en un acto instintivo y, gracias a mi naturaleza sobre humana, descubrí que había tragado agua del mar en excesivas cantidades, y que no podía respirar bien.
Con mis manos, presioné sus pulmones repetidas veces hasta que la mujer escupió toda el agua que había ingerido y se incorporó con dificultad. Me miró, entre desconcertada y agradecida, y no supe que decir.
Sin duda este tipo de encuentros son mágicos. Tan especiales que llevan consigo un poder mucho más impresionante que cualquier otro sobre la tierra. Las personas tocadas por este poder llevan en su sangre más que vida. Esperanza y alegría durante el resto de su existencia.
Poco quiero decir de lo que sucedió en los meses que continuaron. La mujer se llamaba Silyun. Tenía un cabello rojo como la sangre y facciones redondeadas en su rostro. Para ser humana, era alta. Aunque claro, al lado mío no superaba la altura de mis hombros. El amor por la vida brillaba en su mirada desde aquel día y siempre me agradeció por salvarle la vida.
Aunque no sabía qué me pasaba, decidí quedarme un tiempo más. Para averiguar qué me había motivado a salvarle la vida a una humana. Mis días los pasaba con Silyun. Escuchaba todas las historias que tenía por contarme acerca de su vida y de la existencia en general. Como el día en que fue a pescar para poder vender en el mercado cualquier cosa que le ayudara a sobrevivir. Al no encontrar peces, navegó mar adentro, hasta un lugar donde aún no se atrevía a ir. Perdió por completo su sentido de la orientación y no podía ver la costa, cuando una tormenta sumamente cruel hizo añicos su embarcación y la arrojó a lo más profundo del mar. Silyun estaba a punto de ahogarse, y perdió la conciencia, creyendo que cuando cerrara los ojos, no los abriría nunca más. Pero entonces despertó en la costa y yo estaba a su lado.
No supo darle una explicación a lo que había pasado. Y yo, que si la tenía, no comenté nada al respecto. Pero era obvio que la habían rescatado los Durvel: los habitantes del agua.
Sin duda ustedes no han oído hablar de los Durvel, puesto que ellos saben esconderse bien de la vista humana y habitan la mayoría de las veces en aguas tan indomables, que nadie se atreve a ir hasta allí. Hace mucho tiempo que perdimos contacto con los Durvel, por lo que no sabemos qué traman. Les puedo decir que sus poderes difieren del entorno en el que nacieron. Un Durvel nacido en agua dulce, puede transformar el agua en lo que quiera, y uno de agua salada transforma todo en agua. Se dice que los Durvel fueron las primeras criaturas nacidas en el mundo, y que ellos dieron origen a los Mingred y los Verkan, y de los Verkan surgen los Nerk. Los Verkan son las criaturas de la tierra, si mal no recuerdo ahora habitan dentro de las montañas. Son grandes y pesados, y convierten todo en piedra. Cuando quieren pueden ser muy rudos pero también muy sensibles.
Pero no estoy aquí para relatar la historia de los Pueblos de la Naturaleza, sino para explicar el misterio que, según ustedes, envuelve a mi hijo. Aunque no quiera explicarles esto, lo hago por consideración a Zolken, que muy amablemente se ofreció a explicarlo todo. Pero para cumplir su promesa necesita de mi ayuda. Es la única razón por la que les cuento esto.
Los días transcurrieron y Silyun y yo teníamos cada vez más confianza entre nosotros. Muy pronto llegó el día en que cumplí mi año de estadía en Brandelkar y aún no sabía por qué no me había marchado para destruirlos a todos. Pero pensar en una muerte merecida para todos y mirar a Silyun me confundía en extremo. Reconocí, aunque me dolía hacerlo, que no quería que Silyun muriese y que por eso no me había marchado.
Admitir que por fin había encontrado el amor en manos de una mujer humana fue algo que en un principio me humilló en extremo. Pero pensando durante largas noches, descubrí que sentirme humillado me hacía sentirme sucio muy en el fondo, no por la situación, sino por el mismo hecho de creer a Silyun inferior a mí. Por lo que decidí no contenerme más, y una mañana le confesé a Silyun todo lo que sentía. Esa misma noche, consumé mi amor y quedé en paz conmigo mismo.
Nueve meses después, y para mi sorpresa, Silyun dio a luz a un niño. Para ser un bebé, era mucho más grande y pesado que cualquier bebé humano. En sus ojos brillaba el misterio y su cabello era casi blanco, sin perder tintes de negro azabache. Decidimos llamarle Zolken.
Yo por mi parte, no entendía cómo había podido nacer un mestizo. Un medio Mingred. No sabía que repercusiones tendría en el niño mi naturaleza sobre humana, y no quería averiguarlo de todos modos.
Entonces decidí confesar toda la verdad. Silyun se quedó sin habla, pero dijo que me amaba de todos modos. Yo le insistí para que le presentáramos el niño a mi pueblo y ella estuvo de acuerdo, siempre y cuando Zolken cumpliera los dos años primero. Pues ella quería que su hijo creciera bello y fuerte para poder presentarlo a los Mingred y que todos estuviéramos orgullosos de él.
El día del segundo aniversario de Zolken, partimos hacia el este del país. En aquella ocasión no pude viajar a la velocidad del viento, ya que debía acompañar a mi mujer y a mi hijo. Por lo que nuestro viaje demoró casi dos semanas. Sin embargo llegamos.
Los otros Mingred que habían ido en misión de espías al resto de provincias de Cómvarfulián ya habían vuelto con valiosa información. Sólo faltaba yo y ahora que volvía no me recibieron como esperaba. Al ver al niño y a Silyun, todos enfurecieron. Nos repudiaron. Dijeron que no tenía el honor de hacerme llamar Mingred, pues había rebajado mi condición al unirme con una brandelkana. Me desterraron, no me permitieron volver con ellos dos. Volvería yo solo, tal cual había partido. Ni siquiera aceptaron la información que tenía para ofrecerles. Aun así yo escogí permanecer con mi familia, y gracias a ello estoy aquí.
Verán. Todos los Pueblos de la Naturaleza estamos unidos entre nosotros. Somos hermanos y por lo tanto nuestro vínculo es algo especial. Por eso cuando un Mingred y un Nerk fueron vencidos esta tarde, todo sus compañeros cayeron con ellos. Esta es la fuerza que nos une. La razón por la cual yo ahora soy humano, es que al escoger a mi familia por encima de mi pueblo, rompí mi lazo con ellos, y me acerqué más a los humanos. Aunque aún estaba unido tenuemente a ellos. Al desaparecer ellos, se llevaron toda mi esencia Mingred y quedó toda mi humanidad, ocupando por completo mi cuerpo.
Los Mingred quedaron furiosos con mi elección. Por lo que nos dijeron que si nos veían juntos de nuevo, asesinarían a Silyun y a Zolken. Yo no dudé de su palabra y decidimos separarnos. Yo retorné a Brandelkar con Zolken y Silyun partió rumbo a Benderlock.
De vez en cuando volvía de nuevo a ser aire y viajaba a Benderlock, para ver qué tan bien la pasaba Silyun. En una de mis visitas, me recibió con otro niño. Sí Zolken, tienes un hermano—añadió al ver la expresión sorprendida de su hijo—. Decidí no contártelo porque si te enterabas, corría el riesgo de que los Mingred supieran también. Pues te tenían vigilado las veinticuatro horas del día. A Benderlock no se atrevían a ir pues el aire del desierto que llega al castillo es seco y puede debilitarnos, ya que los Mingred necesitan un ambiente fresco para vivir. Por esta razón envié a tu madre allí. Los Mingred no notaban mi ausencia pues partía en verano, una época donde el aire se calienta tanto que nuestras capacidades se reducen lo suficiente como para que pudiera escapar un tiempo.
Pasaron diez años, y una oscura noche se presentó unos de mis antiguos camaradas Mingred frente a mi puerta. Estaba a punto de ir a acostarme cuando tres golpes me llevaron a la puerta, sonaban siniestros, y por un momento pensé en no abrir. Pero decidí enfrentar mi destino. Mi antiguo compañero me informó acerca de una guerra que se avecinaba contra los hombres. Nuestra victoria estaba asegurada y él tenía un pacto que proponerme en nombre de todo el Pueblo del Aire. Si yo me unía ellos en la guerra, dejarían que Zolken y Silyun continuaran con vida incluso después de acabar con todos los seres humanos.
Acepté con gusto, pues lo más importante para mí era su seguridad. Informé a Zolken de lo que ocurría y fingimos mi muerte, luego partí a la guerra, como Jefe de todos los Mingred.
Un rotundo silencio siguió al relato. De repente, Dishlik miró a Zolken.
—Zolken, ¿Si sabías todo esto, por qué te uniste a la guerra conmigo?
—Yo no estimaba al pueblo de mi padre, y un mundo donde mi madre y yo fuéramos los últimos humanos no me apetecía en lo absoluto. Entonces decidí partir con usted e impedir la victoria de los Mingred y los Nerk con el poder que la vida me otorgó, lo que me lleva a mi historia.
Desde muy pequeño, mi padre me explicó todas estas cosas. Excepto el hecho de que tengo un hermano en Benderlock. Sabía que mi padre me había heredado sus habilidades, pero que la sangre de mi madre habría influenciado en algo el legado de mi padre.
Mi poder no se manifestó hasta que tuve siete años. Aunque no era muy social, tenía un buen puñado de amigos y una tarde decidimos jugar a la guerra. Sentirnos unos caballeros consagrados de Brandelkar, invencibles, con una espada que inspirase temor, nos llenaba de esperanzas.
Conseguimos unas cuantas ramas e improvisamos espadas de juguete con ellas. Mientras yo creaba mi arma, miraba la madera con nostalgia. Deseaba que fuera una espada real para poder luchar. Pero mis sueños eran sólo eso, sueños. De repente, mientras deseaba esto con todas mis fuerzas, me sentí cansado. Aún podía terminar el juego, pero el agotamiento era inusual. No había hecho nada aún y sin embargo, me faltaban fuerzas.
Nos dividimos en dos grupos y simulamos una batalla. Yo me dirigí a luchar, y al encontrarme con mi enemigo, chocamos nuestras armas.
Entonces, todos quedamos sorprendidos. Mi espada cortó la de mi compañero de una manera tan limpia, que parecía que en realidad fueran una espada de verdad, aunque en apariencia fuera de madera.
No le comenté este suceso a mi padre, pues no quería armar ningún tipo de alboroto, aunque fuera familiar. Pero desde ese día comprendí cuál era mi poder. Al tener un objeto frente a mí, puedo asignarle las características que quiera. Tendiendo ante mí una espada de madera, pude hacer que cortara como una de verdad, pues tal era mi deseo. El único inconveniente de este don es que requiere de mi energía para llevar a cabo la tarea. Mientras más dura sea la tarea, más energía pierdo yo.
Unos años después, mi padre me informó de su partida a la guerra y de todos los planes de los Mingred. De manera que simulamos el entierro de mi padre para que pudiera irse sin problemas. Su tumba aún está en Brandelkar, y todos creyeron la farsa.
Pero como ya dije antes, no quería vivir en un mundo donde sólo quedáramos mi madre y yo en representación de la raza humana. Decidí poner mis habilidades al servicio de los hombres. Acepté el cargo de aprendiz de herrero con gusto. Aprendí los principios básicos de la herrería en un tiempo más corto del habitual. Aprendía rápido y tenía un poder que nos ayudaría a ganar.
Cuando mi maestro murió, yo quedé como el herrero de Brandelkar, y pude disponer mi talento al servicio del Castillo Dorado. El rumor de mi sorprendente habilidad en la profesión corrió rápido y Disner me ordenó reconstruir la puerta de Brandelkar. Todo el castillo ya estaba hecho en oro, y yo podía con sólo tocar la puerta, proporcionarle la fuerza que me pedían. Pero debía simular una reconstrucción. Destrocé la puerta y con los mismos pedazos, la hice de nuevo, otorgándole el poder de resistir todos los golpes de cualquier arma o poder conocido hasta entonces. Pues como sabrán, yo no sospechaba en ese momento que crearía algo más. Por lo que la puerta no estaba construida para soportar sus ataques. También se me encargó crear cuernos de guerra nuevos para todo el castillo. Por ser Brandelkar una provincia rica en oro, los cuernos también los creé de este material, y les asigné la cualidad de producir un sonido característico, imposible de imitar. Nadie podría siquiera engañar a los centinelas de Brandelkar.
Al acabar mis labores, contacté con Dishlik y le dije que podría hacer un arma especial para él. La más poderosa de todas, la que lo llevaría la victoria. Pero Dishlik me dijo que prefería que hiciera el arma para aquel que se alzaría sobre los demás. Suponiendo que hablaba de su hermano Disner, le informé a él de todo, hasta las palabras de Dishlik. Disner me mandó a retirar, diciendo que cuando todo estuviera dispuesto podría comenzar mi trabajo.
Pero Disner nunca llegó a llamarme, pues una semana después, en una noche tan oscura como aquella en la que mi padre decidió ir a la guerra, mi puerta sonó, con los mismos tres golpes que oyó mi padre. De algún modo, cargaban el presagio de que yo también debía partir. Y. como mi padre, decidí encarar mi destino yo también. Nunca olvidaré esa noche. Al abrir, pude ver el cielo con claridad. Estaba nublado, se aproximaba una tormenta como no se había visto en años. Pero las nubes no importaron, ni el aire a muerte que ya comenzaba a olerse. Lo que me importó ese día fue Dishlik. Me pidió que lo acompañara para forjar el arma, tal como había prometido. Pensé que por fin iría donde Disner, pero me equivoqué. Traspusimos las puertas de Brandelkar y nos encaminamos en dirección sureste. No sabía lo que pasaba, y cuando pregunté nuestro destino, Dishlik dijo:
—Vamos hacia el hogar de quien se alzará sobre los demás. Quien puede apreciar a un hombre por su valentía y coraje. Quien es tan frió como el hielo—ante esta última expresión, Dishlik se sonrojó y el padre de Zolken bufó, pues creía que sólo un Mingred podía ser tan frío como el hielo. Iba a expresar su pensamiento, cuando algo más le llegó a la mente: “¿No eres tú ahora un humano? ¿Has perdido tu frialdad por serlo?”. Prefirió callarse y dejar que Zolken continuará con su relato—. En conclusión, nos dirigimos a Alcunter.
Entonces comprendí todo lo que había hecho. Preferí callarme y seguir a Dishlik, pues la propuesta se la había hecho a él, y además sentía que debía compensarle.
Poco puedo decir del viaje que ustedes no sepan. Cuando Dishlik fue atacado con las flechas brandelkanas, supe que pasaba. Mi padre me había transmitido esta información cuando era pequeño, porque este era uno de los datos que había averiguado. Sabía que las flechas producirían a Dishlik un sufrimiento atroz, por lo que decidí usar mis poderes para curarle. Mojé unos cuantos trapos, deseando que el agua tuviera la capacidad de contrarrestar la sustancia de las flechas que había llegado hasta la sangre de Dishlik. Funcionó, y se notó la mejora. Pero cada vez que los vendajes de Dishlik se secaban, me veía obligado a cambiarlos y renovar las curaciones.
Sentía como mi energía se agotaba con el pasar de los días, y por fortuna Dishlik no exigía un ritmo tan acelerado al caminar, pues de lo contrario creo que habría muerto.
La tormenta que había visto venir desde el día que Dishlik me pidió ayuda llegó un poco atrasada, favoreciendo a los brandelkanos que nos siguieron hasta la avanzadilla. Nos encontramos con Markrors, llegamos a la avanzadilla y de inmediato tuvimos que prepararnos para defenderla.
Quise luchar con uno de mis martillos de trabajo, para no ocupar armas que pudieran servirle a otro. Me sentía muy cansado, por lo que no pude dotar al martillo de una cualidad que nos ayudara a ganar. Habría acabado conmigo.
Después de un tiempo, noté la ausencia de Dishlik, creí que había muerto, por lo que la esperanza me abandonó y decidí dejar de luchar. Caí de rodillas mirando al cielo, preguntándole por qué pasaba esto. Qué habría hecho yo para merecer lo que me pasaba. La tristeza me abatió y caí inconsciente.
Desperté con gritos resonando por todas partes. Me levanté aturdido, tratando de recuperar los recuerdos de las últimas horas. Entonces vi a Dishlik frente a un hombre, la luz del amanecer iluminaba sus rostros y en ese preciso instante tuve la certeza de que ganaríamos.
Dreylo y Dishlik lucharon como valientes. Drog y Markrors les acompañaron en la batalla. Todo acabó con fortuna para nosotros, pero había muchos heridos, y muchos sufriendo por las flechas. Hubieran sido más de no ser por Markrors, pero le había visto alzarse victorioso sobre los arqueros brandelkanos. Y tiempo después su historia se la conté a un bardo que la relató en Brandelkar con lujo de detalles y mucho mejor de lo que yo lo hubiera hecho.
Debíamos cuidar a los heridos en batalla. De modo que me encargué de Dreylo, Dishlik, Drog y Markrors. Dishlik ya casi se había curado del ataque de las flechas, sólo necesitó un vendaje más para curarse. La herida de Dreylo fue fácilmente atendida por un alcunterino que le proporcionó los vendajes adecuados. A Drog le vendaron los dos brazos y no pude intervenir, pues mientras los auxiliaban a todos ellos, yo me encargaba de Markrors, repitiendo el mismo proceso que usé en Dishlik. Esta vez, y para no gastar mis energías, usé los mismos vendajes una y otra vez, mojándolos constantemente.
De esta manera curé a Markrors usando una cantidad mínima de energía, por lo que pude ayudar a otros heridos por las flechas. En cinco días pude encargarme de todos, descansando cuando lo necesitaba y usando el mismo método que usé en Markrors.
Mi señor Dreylo se restableció en una semana, mientras que Drog necesitó más tiempo. Sus heridas sanaban a un ritmo normal y ya no podía hacer nada para ayudarlo.
Cuando la situación mejoró, Dreylo y Dishlik partieron rumbo a Alcunter, llevando consigo la preocupación de la traición en el Castillo Plateado. Cuando la conspiración se descubrió, entendí todo. Cuando Disner oyó mis preocupantes comentarios, averiguó con su espía todo lo relacionado con la alianza entre Dishlik y Dreylo. En estos momentos les pido perdón a mi señor Dishlik, y a mi señor Dreylo también. Pues por mi culpa las cosas se complicaron de un modo impresionante.
Después de que Markrors casi atrapara a uno de los Cinco Traidores, partimos también hacia Alcunter. Allí se me informó acerca de mi tarea. Y todos mis pedidos fueron cumplidos. El arma que tenía en mente requería un gran trabajo y necesitaba toda la colaboración posible.
Cuando todo estuvo listo, comencé con la creación de la espada. En un principio todos mis ayudantes, y mucho más que nadie Yostermac, pusieron en duda mis planes. Pues a sus ojos estábamos creando una simple espada, pero no sabían todo.
Mi primer intento fue con una espada común y corriente, hecha por mí con la ayuda que me brindaron. Pero su hoja se rompió en miles de pedazos, pues el acero de la espada no soportó la tremenda carga de energía que se requería para obtener un arma tan poderosa.
Después de este primer intento, quedé mortalmente cansado, pues todas las características que tenía previstas para la espada requerían de toda mi energía, incluso más. Por lo que debía manipularla dándome espacios para descansar.
Después de mi primer fracaso, vinieron muchos más. Intentaba con todo tipo de material. Pero los resultados siempre eran los mismos y lo único que conseguía era agotarme cada vez más, porque no reponía mi energía en su totalidad, buscando rapidez.
Empezaron a perder la fe en mí todos los ayudantes que tenía. Unos pocos desertaron. Por lo que tuve que gritarles cada vez con más fuerza y más frecuencia. Si no podía ser respetado, debía ser temido, pues lo más importante era acabar la espada lo más pronto posible.
Sin embargo, ninguna de mis ideas funcionó. Todos los metales que probaba para crear la espada acaban como el primero, y, además, la desesperación cundía por Alcunter, porque los planes de Walerz ya se habían descubierto.
He de confesar que incluso yo casi caigo en la desesperación. Pues nuestra única oportunidad era la espada y aún no hallaba el material necesario. Finalmente, tome una decisión. Debía unir dos metales, tal vez aguantarían más que uno sólo. Pero no podía usar dos metales comunes y corrientes, como acero y hierro. Debía usar algo mucho más fuerte.
En Alcunter, por una razón que me es desconocida, la plata abunda tanto como el aire. Por lo tanto, nadie notaría la ausencia de la plata que necesitaba. Pero el oro no es tan abundante. Aún así, quería utilizar el oro. Y como todos ustedes ya sabrán, casi todo el oro alcunterino se fue en la creación de la espada. Pero yo sabía que con esta arma se ganaría la guerra, y el dinero sería una preocupación menor. Aunque no sabía a ciencia cierta si mi intento tendría éxito, debía intentarlo, pues de lo contrario Alcunter caería, con el oro o sin él.
Llevé los materiales a la herrería y todas las personas que me ayudaban pusieron manos a la obra en su tarea. Di instrucciones muy claras de lo que quería hacer, y mandé a llamar a más alcunterinos para que me ayudaran. Pero era un asunto complicado, por lo que mis gritos, aumentaron de frecuencia e intensidad y me quedé sin voz. Usé mi martillo para reprender a quien se equivocara. Fue una suerte que no le hubiera dado a capacidad de explotar lo que tocara, de lo contrario, me hubieran matado ante tantos asesinatos.
Finalmente, durante el invierno, mi obra quedó completa, por lo menos en el aspecto físico. Ahora necesitaba mi intervención para que se elevara sobre cualquier otra arma.
Ahora procederé a explicar lo que hice. Primero hicimos la hoja de plata alcunterina, que como todos ustedes saben es la plata más fina de todo Cómvarfulián. A esta primera hoja, la cubrimos con una segunda capa a base de oro. En conclusión, es de oro sólo por fuera, pues su centro es de la plata más fina del mundo. Y esta combinación funcionó, pues al cargar el arma con la energía para obtener sus habilidades, pudo soportarlo muy bien.
Las características que le proporcioné al arma exigieron toda mi energía, como ya dije. Por lo que esta tarea la comencé después de descansar como era debido.
En primer lugar, algo me decía que no podía confiarme de Bosner. Creo que en el fondo sabía que iba a fracasar. Entonces el primer don que le otorgué fue el de ser tan afilada, que pudiera cortar cualquier material sin problemas. Sin importar que fuera oro, acero, o rubí, o cualquier otra cosa. Y como ya ustedes deducirán, fue esta capacidad la que hizo que la espada cortara las puertas y cualquier otra arma a la que se enfrentó.
La segunda característica que le asigné, fue la decisiva en el día de hoy. Había pasado tanto tiempo con mi padre, que ya sabía como era la estructura interna de un Mingred y sabía cómo combatirla. Desde luego que los Nerk y demás Seres de la Naturaleza tenían una estructura diferente. Pero inferí que debían tener algo en común que les otorgara sus poderes. Sabía que los Seres de la Naturaleza sacaban la energía necesaria para utilizar sus capacidades de la tierra misma, y como todos tienen este aspecto en común, por lógica debían tener algo en común en su estructura. Para averiguarlo me demoré un buen tiempo, pues hice un viaje a mi interior. Pude analizar en qué se parecía mi estructura con la de mi padre. Y como yo no puedo usar la energía de la tierra (lo que me impide ser un Ser Natural y por lo tanto, inaceptado en su comunidad), deduje que algo que yo no tuviera pero mi padre sí, sería la cualidad que buscaba.
Encontré muchas diferencias, algunas porque eran elementos que no había heredado de él pero sí de mi madre, y otras porque mi condición semihumana lo impedía. Y para averiguar cuál era la que buscaba, necesité unos cuantos conejos de las praderas, a los cuales les fui asignando una por una estas características para saber cual era. Muchos murieron, pues era demasiada energía para un cuerpo tan pequeño, o su cuerpo era incompatible con esta característica. Pero algo me decía, que al ser un conejo un ser viviente, proveniente de la naturaleza, su organismo tenía que aceptar la habilidad de extraer energía del medio ambiente.
No me equivocaba, y pude encontrar lo que buscaba. Y después de hacer cálculos y pensar hasta que me doliera la cabeza, supe cómo contrarrestar esta característica, fueran Mingred, Nerk, Durvel o Verkan. Acumulé toda la energía que podía albergar mi cuerpo y puse manos a la obra. Pero combatir un rasgo tan especial, otorgado por la Madre Tierra, requería mucha energía, y por lo tanto tiempo. Fueron casi dos semanas en las que todos los días depositaba en la espada toda la energía posible para vencer a los Pueblos de la Naturaleza. Pero mis esfuerzos se vieron recompensados cuando vi cumplida mi tarea. Aunque estaba exhausto y no pude hacer más ese día. Me dirigí a descansar.
Estas son dos de las cualidades de la espada que han usado hasta ahora. Algo más he de añadir. Al otorgarle a la espada tantas cualidades, también se le ha proporcionado energía. La espada puede poseer habilidades que incluso yo desconozco, pues una combinación tan fuerte de energía puede producir efectos secundarios. Pero hay una más, que yo estoy consciente que posee.
No sé qué pueda pasar en el futuro. Tal vez Gollogh encuentre un rival que esté a su altura. Por lo que el día anterior a anunciar oficialmente el término de la construcción de la espada, hice algo más. Si la espada llega a recibir un golpe que no puede soportar, no se romperá como cualquier espada normal. El oro caerá y quedará un arma con un brillo como sólo lo puede proporcionar la plata alcunterina. Además de que la espada no sufrirá el paso del tiempo, pues su estado siempre será el mismo que el primer día.
Tengo unas cosas más que decir—añadió Zolken con rapidez al ver como sus oyentes comenzaban a cabecear presa del cansancio. Drog incluso se levantó, porque creyó la historia terminada. Pero ante las palabras de Zolken se sentó de nuevo y todos prestaron atención—. Le entregué la espada a mi señor Dreylo, y le demostré su poder. Luego fuimos rumbo a Brandelkar donde una vez más se admiró la fuerza que poseía el arma. Pero los brandelkanos son rudos, y como mi señor Dreylo recordará. El solo poder de Gollogh no bastó para ganar la batalla—Dreylo asintió, en su memoria aún tenía viva la imagen de Faxmar, y el temor que había sentido al no poderlo vencer hasta que Zolken le ayudó—. Por eso, al entrar al Castillo Dorado pronuncié unas palabras. Palabras que no repetiré, pues pertenecen a un Idioma Antiguo y Poderoso. Este lenguaje me lo enseñó mi padre. Ya que todos los Pueblos de la Naturaleza lo saben a la perfección. Las palabras provienen de la mismísima Madre Tierra y tienen la capacidad de transmitir los sentimientos de las cosas acerca de las cuales habla. Razón por la cual, cuando dije: “Vamos guerreros, la Victoria este día es nuestra ¡Por Alcunter!”, los alcunterinos sintieron la fuerza y la vitalidad que les ayudó a ganar la batalla. Aunque no pude evitar que hubieran heridos y muertos.
Como en el caso de Dishlik, que no pudo ganar el combate contra su padre y sufrió heridas que requirieron mi ayuda. No quería usar mi energía en una curación milagrosa, porque temía que necesitara de todas mis fuerzas para ayudar a mi señor Dreylo, pero finalmente me di cuenta de que no había otra salida y usé mi poder para curar a Dishlik. Luego ganamos la batalla y reparé la puerta con el mismo método que usé para su “reconstrucción”. Reuní todos los pedazos y los ensamblé. Pero las puertas aún son vulnerables a caer ante el ataque de Gollogh o de un arma con un poder similar. Pues una protección contra un arma así requiere el doble de energía, o incluso más. Claro que en estos momentos Gollogh es única y es el arma más poderosa de todo el país.
Ahora que lo recuerdo, he de decir que después de crear la espada, cuando sólo faltaba fortalecerla, y en la reconstrucción de las puertas, los aldeanos que estaban conmigo eran una manera de ocultar mis talentos. Al final del día les decía que no contaran nada de lo que hacían (que era por lo general mirar para otra parte y hacer lo que quisieran, siempre y cuando se mantuviera la apariencia), porque de lo contrario no vivirían para ver otro invierno. Han cumplido su promesa y yo he cumplido la mía. Pero si uno me hubiera fallado habría muerto sin lugar a dudas. Aunque creo que ya no hay necesidad de ocultarlo más.
Después de la batalla, y creyendo que había hecho lo que me pedía mi sueño. Partí a Alcunter para hacer lo que mi señor me pedía. El caballo galopó con su máxima velocidad y pronto llegué a mi destino. Pero durante el camino observé que desde el este se elevaban nubes que supuse eran de tormenta. Jamás he cometido un error tan grande, pues al llegar a Alcunter y ver la niebla, comprendí todo y me encaminé aquí. Donde mi señor Dreylo pudo de nuevo vencer gracias a mi creación. Pero creo que lo que en verdad quería decirme mi sueño era que mi señor Dreylo necesitaba mi ayuda y pienso acompañarlo en su Plan de Conquista hasta el final.
Luego tuve que encargarme del único herido: el joven Drog. Sus heridas hubieran significado un largo periodo de descanso en Alcunter y yo sabía que el muchacho prefería mil veces luchar junto a su padre. De nuevo le curé mediante mis habilidades, sabiendo que con este último acto me encontraría obligado a revelar todos mis secretos. Y eso es lo que he hecho. No tengo nada más que ocultar.
Un largo silencio siguió a la historia contada con Zolken. Era demasiado increíble para ser cierto. Sin embargo, ahora todo tenía sentido. No tuvieron más opción que aceptar lo que Zolken les decía como verdad.
Una sonrisa cruzó el rostro de Dreylo, y dijo:
—Bueno. Ahora por fin podemos entender lo que sucede a nuestro alrededor. Es bueno saber que tus capacidades están de nuestro lado, Zolken.
—Y siempre lo estarán—dijo el herrero inclinando la cabeza.
Pero el padre de Zolken no pudo soportar la situación. Había contado su historia con la frialdad que le caracterizaba, casi con arrogancia. Y había escuchado la de su hijo tratando de mantenerse calmado. Pero no entendía por qué había hecho lo que había hecho. Desde no contarle nada, hasta ayudar a Dreylo. La furia inundó su ser cada vez que Zolken dijo “mi señor” en su relato, y ahora no podía contenerse más.
Se levantó gritando. Y luego se abalanzó sobre su hijo. Entre gritos de “¡Maldito Traidor, ya me las pagarás todas!”, estrangulaba a Zolken. Y aunque el herrero era considerablemente musculoso, su padre lo era más, y su piel muy pronto comenzó a adquirir tintes azulados y el aire comenzó a faltarle.
—El Idioma de la Tierra, tus habilidades, tu Traición. Eres un maldito, mereces la muerte. ¿Cómo has podido fallarme así?
Zolken no podía reunir el aire para responder o la energía suficiente para hacer que su piel quemara como un Nerk, y cada vez se acercaba más a la muerte.
Pero Dreylo no podía permitir la muerte de Zolken. Desenfundó a Gollogh y atravesó al Antiguo Jefe Mingred desde el corazón hasta el estómago. El padre de Zolken murió con la furia en la mirada y sin comprender a su hijo.
—Muchas gracias, mi señor. Siempre amé a mi familia pero creo que él no era la mejor parte de ella—dijo Zolken jadeando.
—No hay problema—repuso Dreylo, mirando la sangre gotear por el filo de Gollogh. Aunque la sangre era roja, era mucho más clara de lo habitual, casi rosada. Evidentemente, hasta el momento de su muerte el padre de Zolken aún conservaba rasgos que lo unían levemente a su antiguo pueblo.
—Y hablando de familia—continuó Zolken con la ansiedad reflejada en sus ojos—. Después de lo que dijo mi padre, he quedado intrigado. Mi madre y un hermano cuya existencia desconocía habitan en Benderlock. Debo encontrarlos como sea. Pero primero, tengo que ayudar a que mi señor Dreylo termine su propósito.
Dreylo observó a Zolken, a la luz de la hoguera que los había calentado e iluminado durante toda aquella noche, pudo contemplar la tristeza en los rasgos de Zolken. Y comprendió que hubiera deseado ir a Benderlock primero, así que decidió hacerle un favor.
—Drog, avisa a todos los hombres que se alisten. Partimos mañana temprano. Diles que nuestra dirección es ahora hacia el norte. Hacia Benderlock.
Zolken observó a Dreylo con extrema gratitud. Eran estas las razones por las que un líder podía hacerse querer por sus hombres. Con lágrimas en los ojos, dijo “Gracias”. Luego fue a acostarse.

lunes, 14 de enero de 2008

SORPRESA

4


El Poder de la Espada
— ¿Cómo podemos vencer a este terror?—le preguntó Dreylo a Dishlik.
—No lo sé, nuestros enemigos son tan formidables que parecen ser invencibles. Nunca antes había tenido una batalla así, y dudo que la vuelva a tener si puedo salir con vida de esta.
Dishlik miró a su alrededor, los Mingred y los Nerk mataban sin piedad por donde se viera. Era cuestión de tiempo para que llegaran hasta donde se encontraba con Dreylo y encontraran su final. Después de tantos sinsabores y tanta suerte llegaba su final. “La fortuna no es eterna” se dijo Dishlik, sin apartar la vista de la mortandad que se expandía frente a él.
Aunque los Mingred y los Nerk mataban a sus víctimas desde adentro, y por lo tanto no había derramamiento de sangre, hubo muchas muertes violentas que tiñeron el agua del Larden con un tono rojizo que fue arrastrado hasta el mar y los lugares que nadie había visto. Muchos misterios envolvían los confines del mar, pero aquel no era momento para detenerse a pensar en ellos. Puesto que la batalla más grande de sus vidas tenía lugar en esos instantes.
Mientras más hombres caían inertes al suelo, más aves negras llegaban provenientes de Brandelkar, buscando su alimento. Estas aves eran las mismas de la Batalla de las Murallas Escarlata, que no habían abandonado el Castillo Dorado con la esperanza de poder tener otro banquete como aquel, tanta había sido la mortandad en Brandelkar. Ahora el alimento había vuelto y ante el olor de la muerte, las aves emprendieron rápido vuelo hacia el puente del Larden.
Dishlik se dirigió a buscar su última pelea. Ya se había resignado a morir pero quería morir con honor. La muerte era la única cosa a la que temía Dishlik. El hecho de no saber qué sucedería después de perecer lo atemorizaba. Ir a ninguna parte, para hacer no sabía qué. Una existencia misteriosa que inspiraba temor con sólo pensar en ello. Si hubiera sabido que era lo que le esperaba después de la muerte, no habría tenido más dudas. Pero lo supo mucho más tarde, cuando ya era inservible.
Aunque Dreylo había aprendido que una muerte con honor era lo menos que podía pedir un guerrero, él no veía el honor por ninguna parte. Habían sido traicionados, engañados y los mataban sin compasión, despojados de su dignidad. La furia crecía cada vez más dentro del pecho de Dreylo. Apretó con fuerza las manos. Conteniendo un grito de frustración y observando cómo se acercaban hacia él. Decidió esperarlos y luego luchar hasta la muerte, para obtener el honor que le habían despojado.
Drog se levantó del suelo con dificultad. Después del ataque, había obedecido la orden de su padre y había corrido con todas sus fuerzas. Pero tropezó con el cadáver inanimado de uno de sus compañeros y cayó de bodoque la empuñadura de la espada le rompió unas cuantas costillas. Resoplando para recuperar el aire, Drog se había levantado. Percibió un leve movimiento a su espalda y corrió de nuevo como pudo. Oía risas detrás de él, y se sintió herido en lo más profundo de su orgullo. Decidió enfrentar a los Mingred y los Nerk hasta morir.
Drog desenfundó la espada, aunque no lo sabía, su padre lo observaba inmóvil desde su posición. Dreylo contempló como Drog se lanzaba en feroz ataque, pero el golpe del muchacho fue detenido. Un Nerk agarró la espada con sus propias manos y comenzó a calentarla hasta que alcanzó una temperatura insoportable. Drog gritó de dolor, pero consiguió soltarse del Nerk con un rápido movimiento y, sobreponiéndose al dolor, atacó de nuevo. Esta vez su espada fue sostenida por un Mingred, quien las transformó en una vara de madera y luego la quebró con sus propias manos.
El Mingred pateó a Drog con todas sus fuerzas, Drog salió volando y cruzó el campo de batalla. Recorrió una distancia de treinta metros y chocó contra un árbol. Luego se desplomó, con todas las costillas rotas y sangre saliendo de las comisuras de la boca. Estaba inconsciente, pero aún así las sangre corría a su alrededor, como si él fuera un manantial del cual brotaba el líquido rojo.
Dreylo no pudo más, gritó con toda la fuerza de sus pulmones hasta quedarse sin aire. Corrió hasta donde estaba su hijo, se arrodilló y lo tomó entre sus brazos y trató de hacerlo reaccionar sin resultado alguno. Las lágrimas surgieron en su cara y se convirtieron en un río de cólera.
Justo frente a él se encontraba el ejército enemigo casi completo. Dreylo se levantó, preparado para la venganza. Avanzó un paso, dos pasos, y al tercer pasó unos brazos lo detuvieron, y una voz dijo:
—Mi señor, aguarde. Piense antes de actuar.
—Zolken—dijo Dreylo al reconocer la voz— ¿Qué haces aquí?
—Llegué a Alcunter lo más pronto que pude, dispuesto a terminar mi tarea. Pero cuando me dirigía a ver a Yostermac, los vigilantes avisaron de una densa niebla que se alzaba al norte. Temiendo lo peor me dirigí en esta dirección y esto es lo que encuentro. ¿Qué sucedió?
Dreylo le contó rápidamente a Zolken todo lo sucedido desde que abandonaron Brandelkar. Concluyó diciendo:
—Ahora me voy a vengar de lo que le hicieron a mi hijo. No me importa que sean muchos, no me importa que no tengamos oportunidad, no me importa que sean invencibles…
— ¿Invencibles? ¿Quiénes?—preguntó Zolken verdaderamente intrigado.
—Los Mingred y los Nerk, por supuesto. Tienen poderes más allá de lo humano y no hay nada que pueda vencerlos, pero no me importa.
—Perdone mi señor, pero ni los Mingred ni los Nerk son invencibles. Aunque sean muy fuertes hay una manera de ganarles.
— ¿Cuál?
—Su espada, mi señor.
Dreylo miró el arma que colgaba de su costado, de nuevo consternado. Había visto como la espada de Drog era destruida, ¿Por qué su espada iba a ser diferente? Claro, las espadas no podían romper puertas de oro sólido pero ¿De verdad su espada podía ser superior?, ¿Era posible que ahora fuera el dueño del Poder Supremo de Cómvarfulián?, ¿Cómo Zolken había podido crear algo así?
Sin tiempo para dudar, Dreylo desenfundó su espada y se encaminó hacia el enemigo, envuelto por un resplandor dorado tan deslumbrante como un rayo de sol. Conforme avanzaba, oía las risas burlonas de los Mingred y los Nerk. Nada lo detuvo, y cuando estuvo a diez pasos de distancia, emprendió carrera, con la espada en alto y gritando con toda su alma.
Un Mingred se adelantó, levantó su mano para detener el ataque. Cuando sostuvo la espada entre sus manos, profirió un gritó de dolor. Mientras la sangre color gris fluía desde su mano hasta el suelo, pasando por su brazo extendido y su cuerpo rígido por la impresión.
Dreylo aumentó la presión y los dedos del Mingred se desprendieron de la mano de su dueño y cayeron, pero antes de caer se vaporizaron y no quedó rastro. El Mingred gritó de la sorpresa. Son creer lo que veía: había intentado convertir la espada en un pescado, pero no había tenido efecto. El arma era inmune a sus poderes.
El Mingred se arrojó al suelo, suplicando clemencia. Pero de inmediato fue callado por los demás Mingred y Nerk. Quienes momentos después miraron q Dreylo con una expresión indescifrable en el rostro.
Dreylo, por su parte, no podía creer a sus ojos. Un Mingred sin dedos. Era increíble el pensarlo siquiera. Riendo como loco, Dreylo levantó su espada de nuevo y asestó otro golpe. Los Mingred y Nerk se apartaron con rapidez. Dreylo atacó con más fuerza. Pero los Mingred y los Nerk se apartaban ágilmente. No se atrevían a tocar a Dreylo, pues pensaban que esa espada era su verdugo y no querían acercarse, y miraban al alcunterino y su arma presas de un gran temor. Sus ojos se abrían cada vez más, y sus labios se apretaban con fuerza.
Dreylo advirtió estas señales en sus oponentes y se dio cuenta de que necesitaba velocidad y no fuerza para ganar. Aumentó el ritmo de sus ataques y éstos se volvieron más ligeros. Los Mingred y los Nerk se apartaban cada vez con más dificultad. Finalmente, y después de una batalla que pareció interminable, Dreylo mató a un Mingred enterrando su espada en su corazón. El Mingred gritó con todas sus fuerzas y se desvaneció por completo. Los otros Mingred gritaron a su vez y muchos se desvanecieron en el aire como su compañero.
Luego Dreylo atacó a los Nerk. Cuando el primero de estos seres fue asesinado, su cuerpo se convirtió en una llamarada que no afectó ni a Dreylo ni a Gollogh. Luego todos los Mingred se desvanecieron igual que el primero, y el humo producto de su incineración se dirigió al Colerk y descansó en las llamas del volcán. El aire en el que fueron transformados casi todos los Mingred, se dirigió a lo más alto de las montañas, y sus picos quedaron ocultos entre la bruma.
Sin embargo, quedaban dos personas aún: la primera era Walerz, que al ver el poder de la espada de Dreylo se había acurrucado contra sí mismo y aún permanecía en esa posición. El segundo era el Jefe Mingred, que se había convertido en todo un hombre cuando sus otros compañeros desaparecieron.
Los sobrevivientes alcunterinos y brandelkanos se acercaron y, a una orden de Dreylo, apresaron a Walerz y el Antiguo Jefe Mingred y se designaron diez hombres para vigilarlos. Mientras tanto, los demás sepultaron a los muertos y auxiliaron al herido.
Drog era el único soldado lastimado. Nadie sabía porque lo habían pateado en vez de haberlo matado como a cualquier otro. A Dreylo no le importaba, sólo agradecía que su hijo siguiera con vida.
Cuando descubrieron que Drog tenía todas las costillas rotas y que escupía sangre, lo llevaron a una tienda de inmediato y lo auxiliaron como pudieron. Cuando acabaron su tarea, los alcunterinos le dijeron a Dreylo que Drog estaba muy herido y que era recomendable que volviera a casa.
—Un momento, creo que yo puedo solucionarlo—dijo Zolken después de mucho meditar.
El herrero entró a la tienda apenas Dreylo le autorizó a hacerlo. Zolken trabajó sin que nadie pudiera verlo, cuando el día se hacía noche, Zolken salió de la tienda, y a su lado iba Drog, completamente curado.
Dreylo quedó absolutamente sorprendido ante el prodigio, cuando logró reponerse, le preguntó a Zolken:
— ¿Cómo has podido curarlo tan rápido?
—Como le dije antes, yo tengo mis maneras.
—Zolken, exijo una explicación.
—No esperaba menos de usted, y he prometido dársela—el herrero suspiró, luego dijo—: me gustaría que trajeran al Antiguo Jefe Mingred para poder explicar todo. Si cumplen esta petición, haré todo lo que digan
Dreylo mandó a traer al hombre. Llegó custodiado por tres soldados, quienes lo dejaron frente a Dreylo y Zolken y se retiraron. Zolken avanzó, abrazó al Antiguo Jefe Mingred y dijo:
—Padre, me da mucho gusto volver a verte. Ven, siéntate y come algo. Ahora que ya no tienes poderes, debes tener hambre. Después de que te sientas mejor, me ayudarás a contarles mi historia a estas gentiles personas.

miércoles, 9 de enero de 2008

COMPAÑEROS POR SIEMPRE...

3


Emboscada
El ejército de Dreylo observaba con temor a sus enemigos surgidos de ninguna parte con el propósito de acabar con ellos. Si hubiera sido un ejército común y corriente, incluso habrían reído, pues parecía imposible que unos hombres como todos ellos pudieran ganarles. Pero en su lugar se encontraban con los seres más peligrosos de Cómvarfulián. Las historias acerca de los Mingred y los Nerk eran tan terroríficas como increíbles, puesto que tenían poderes más allá de la imaginación y no conocían ningún método que sirviera para combatir contra ellos. Así pues, estaban condenados, morirían todos bajo el fuego y la niebla y pronto se unirían a ellos los demás cómvarfulianos en el Reino del Más Allá.
Los Mingred y los Nerk rieron de nuevo, un escalofrió recorrió a todos los hombres, incluso muchos se desmayaron. Lágrimas de desesperación recorrían sus rostros y por fin todos vieron el rostro de la Muerte, oculto entre las facciones de aquellos monstruos que buscaban su destrucción.
Dreylo no sabía qué hacer. Comprendía que no serían capaces de enfrentarse a los Mingred y los Nerk y vencer. Dudaba ya que tuvieran cualquier probabilidad. Y, aunque se detestaba por ello, sólo podía esperar en silencio a que lo mataran a él y a todos sus compañeros. El miedo le impedía moverse y de todas maneras hubiera sido inútil.
Drog, no dejaba que por su rostro se viera el llanto. Pero dentro de él, sentía el cuerpo desgarrado por el dolor, además de una gran curiosidad. Iban a morir, eso era seguro, y era una perspectiva que le atemorizaba, y le encantaba a la vez. De seguro podría conocer a su madre después de tantos años y sería feliz, no habría más tristeza.
Markrors se sentía abatido. Su final había llegado, y lo único que le importaba era que nadie volvería a narrar su historia. Las hazañas de Markrors el Valiente serían olvidadas y nadie lo recordaría. Sin duda era un final deshonroso para cualquier guerrero que se dignara de serlo. Pero no siempre se puede tener lo que se quiere. Era en este pensamiento en el que Markrors encontraba consuelo. Porque temía ser olvidado y que no pudiera ocupar un lugar en la historia y los libros. Era el objetivo principal de su vida.
Dishlik observaba con profundo odio a Walerz: el hombre que había complicado sus planes incluso después de muerto su señor. Todos los problemas que se habían presentado en el camino habían sido culpa de él. “No moriré sin matarlo primero” se prometió Dishlik. Su espíritu ya reclamaba venganza y él no iba a negársela.
Todos esperaban congelados en sus lugares cualquier acción por parte del contrario. Pero pasaban los minutos y nada ocurría. Los Mingred y los Nerk sonreían con malicia. Sin duda disfrutando del momento. Dentro de aquella atemorizante boca no pudieron distinguir diente alguno. Y de todas formas ¿Para qué les servían los dientes a unas criaturas que podían sobrevivir con las solas manos?
Entonces, de súbito, el Jefe Mingred se apartó, y todos los Mingred detrás de él hicieron lo mismo. Muy pronto una vía de escape se formó para el ejército alcunterino.
—Ya me he cansado de esto. Váyanse, si quieren. Son libres de ir a donde quieran—les dijo.
Era demasiado fácil para ser cierto. Alcunterinos y brandelkanos intercambiaron miradas de asombro. Sin saber qué hacer. Todos miraron a Dreylo con ansiedad.
Dreylo miraba con desconfianza a los Mingred y los Nerk. Sin duda había una trampa escondida en alguna parte, pero él no pudo encontrarla. Aún así, estaba decidido a pensar muy bien antes de actuar, sabiendo que todo dependía de su orden.
Dreylo miraba los ojos de Jefe Mingred, tratando de descubrir cuál era su plan. Pero en su mirada sólo encontró frialdad, y debajo de ésta una frívola sonrisa que el Mingred había conservado todo aquel tiempo. La incertidumbre llenó por completo a Dreylo. No sabía que hacer. Pensaba y explotaba su cerebro al máximo pero no hallaba la respuesta, aunque estuviera presente en el ambiente. Sin duda alguna el miedo impedía que Dreylo pensara con claridad, por lo cual pasaron los minutos, cada vez más lentos y cargados de tensión. Ningún movimiento que interrumpiera la quietud del lugar. Incluso se habría podido pensar que todos los allí presentes eran estatuas en una gran exposición, representando una batalla de un tiempo perdido en el recuerdo. Pero en realidad eran hombres que se encontraban frente a sus pesadillas y que estaban desorientados.
Finalmente, y tras mucho esperar, el Jefe Mingred suspiró, parecía invadido por una gran pena. Cerró los ojos, lleno de incredulidad al ver que no aprovechaban la oportunidad.
—Bueno, si prefieren quedarse y morir—comenzó diciendo.
—Esperen—Dreylo estaba intentando hallar una solución al problema que se le presentaba, por fin, resignado, preguntó— ¿En serio nos están dejando ir?
La sonrisa en el rostro del Jefe Mingred se ensanchó aún más. Y, con un brillo especial en la mirada, asintió con la cabeza.
Dreylo miró a sus hombres, quienes le devolvieron la mirada con igual desconcierto y esperanza. Luego, Dreylo volvió a mirar al Jefe Mingred y dijo:
—Entonces, aceptamos su propuesta.
Dreylo hizo una señal a sus hombres y continuaron su marcha rumbo a las minas. Comenzaron a cruzar el puente, con mucha más rapidez de la necesaria, sintiendo que si tardaban mucho morirían a manos de los Mingred y los Nerk.
El último soldado en la formación estaba cruzando el puente, cuando un impulso le hizo mirar hacia atrás. Vio al Jefe Mingred haciendo una seña a su ejército y entonces, a una velocidad superior a la de la luz o el sonido, los Mingred y los Nerk se posicionaron alrededor del ejército y atacaron. El último soldado oyó al Jefe Mingred decir justo detrás de él:
—Les dije que los dejaría irse, pero no bajo qué condiciones.
Las manos del Jefe Mingred atravesaron el cuerpo del soldado para acabar con su vida. La primera mano, llegó a hasta su estómago, y con el poder de transformación, lo convirtió en una llama que quemaba todo el interior de su cuerpo. La segunda mano penetró en la cabeza y convirtió el cerebro en un cubo de hielo. El soldado cayó al suelo gritando sus últimos lamentos antes de que la vida se extinguiera. Se cerebro se derritió y de su cuerpo quedaron las cenizas.
Escenas similares se repitieron en todos los hombres que fueron atacados por los Mingred. Conejos que eran quemados y arrojados al río. Corazones explotando o dolorosas púas emergiendo de todas partes.
Mientras tanto, los Nerk quemaban todo a su paso. Gritando de placer y extendiendo la mortandad a su alrededor. Los pastos muy pronto fueron reducidos a nada y el humo se elevaba como un aviso de lo que ocurría. Parecía ser una columna de aire gris sosteniendo el cielo, impidiendo su caída.
Dreylo observaba el ataque presa de un gran temor y una súbita ira. Se había dado cuenta de que los Mingred y los Nerk no tenían honor, no cumplían su palabra. Debían detenerlos a cualquier precio.
— ¡Corran! Agrúpense, dispérsense, lo que sea. Resistan, por sus familias y su hogar. Resistan para poder ver la belleza de la luna y las estrellas una vez más. Por otro atardecer, y el amanecer que seguirá. Por ustedes mismos. Por la vida. Resistan.
Superando sus temores. Los hombres dieron media vuelta y pusieron la cara a la muerte. Animados por las palabras de Dreylo, no estaban dispuestos a morir aún.
Dreylo y Dishlik no pudieron idear ninguna manera de enfrentarse a sus enemigos. Habían crecido creyendo que eran invencibles, con un miedo irracional implantado en ellos. La esperanza murió ante la vista de la muerte de sus compañeros. Habían fracasado por fin.
—Moriré con honor, enfrentando a mis enemigos. Estoy preparado para mi último viaje—pensó Dreylo, luego miró a su alrededor. El sonido pareció callarse por completo mientras los Mingred y los Nerk asesinaban a sus colegas.
Aterrado, Dreylo miró a Dishlik, y, con una sonrisa de resignación surcando su rostro, dijo:
— ¿Preparado?
—Para lo que sea, mi Señor—le respondió.
—Bueno, aunque este sea el final, no quiere decir que también muera nuestra amistad. Compañeros leales hasta la muerte, ¿No es así?
—No—dijo Dishlik—. Hasta la muerte y lo que venga después—y sonrió.

martes, 1 de enero de 2008

OTRO CAPITULO DE ESTA HISTORIA

2


Problemas en el camino

Dreylo despertó a la mañana siguiente con los recuerdos de la noche anterior aún vivos en su mente. Estar de tal forma con Likhré había sido algo que no podía describir. Las sensaciones de la noche anterior se equiparaban con lo que Eluney había despertado en él. El resultado del primer amor había sido un hijo, ahora no sabía que podría pasar, pero no creía que Drog aceptara la idea de otra madre, o de un hermano, con tanta facilidad.
“Tengo derecho a ser feliz y a hacer mi vida como quiera” se dijo Dreylo apenas esos pensamientos cruzaron su mente.
Los rayos de sol se filtraban por la ventana del cuarto de Likhré. El trino de los pájaros y el olor de las flores que se colaba en la habitación hicieron sentir a Dreylo la paz más grande que un hombre puede sentir. Esta paz no era fruto de la victoria del día anterior, o por lo menos no en su totalidad. Se sentía feliz porque habían ganado, muy pronto conquistarían todo el país; pero también se sentía feliz porque había encontrado de nuevo el amor y no hay mayor alimento para el alma que la felicidad de estar con ese alguien a quien se quiere con todo el corazón. Y aunque Eluney ya no estaba, su corazón latía de nuevo por alguien tan especial como ella. Likhré parecía una princesa salida de la historia de uno de los bardos del día anterior y Dreylo brincaba de alegría porque el corazón de ella fuera suyo.
Porque Likhré no había dicho gran cosa para parar los acontecimientos de la noche anterior. Habían continuado hasta el final. Cuando los dos cuerpos parecían uno y ni el mismo fin del mundo podía separarlos. Al principio, Likhré intentaba pararlo diciendo “Pero…”, sin embargo, Dreylo no la dejaba terminar callándola con un beso. Y las tentativas de Likhré de hablar eran cada vez más tenues. Por fin, se entregó a Dreylo completamente, sin objeciones que rondaran por su mente.
La mañana ya corría hacia la tarde cuando Dreylo decidió retomar el plan de campaña. Se lavó, se vistió, y, cuando iba a salir del cuarto, una pregunta lo interrumpió.
— ¿Qué tanto significó para ti esta noche?—Likhré había despertado y la preocupación invadía su mirada.
—Algo que no vivía desde hace mucho tiempo. El reencuentro con el amor—Dreylo se sentó al lado de Likhré. Acarició su mejilla con un movimiento suave de su mano y la besó de nuevo. Luego se levantó, y antes de cruzar el umbral de la puerta, añadió—: No me pudo haber pasado algo mejor.
Dreylo recorrió los pasillos una y otra vez (se perdió en el laberíntico recorrido por Brandelkar en más de una ocasión). Al llegar a la sala donde la noche anterior había sido la celebración, se encontró con que Dishlik ya lo esperaba allí. Acompañado de Zolken, Markrors y otros hombres. Entre ellos estaba Drog, con los ojos cerrados y las manos sobre la cabeza, repitiendo en voz baja:
—Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Mi señor—Zolken parecía un poco preocupado—, lo hemos buscado por todas partes, ¿Dónde estaba?
—No creo que hayan buscado por todas partes si no me encontraron, de todas maneras no les diré, por ahora. Deberán esperar a que conquiste todo Cómvarfulián.
—Muy poco entonces—dijo Dishlik, con una sonrisa en el rostro—. Después de vencer a Glardem lo demás es nada.
—El país será mío—dijo Dreylo.
—Cada quien tendrá su merecido—dijo Dishlik con más fuerza.
—Se acerca el momento de la verdad—dijo Markrors.
—Los guerreros mostrarán su valor—añadió Zolken.
Todos los hombres que allí estaban ovacionaron con fuerza, y el eco les fue devuelto por la sala.
— ¡Ay!—gritó Drog, agarrando su cabeza más fuerte que antes. Cuando su dolor amainó un poco continuó—: Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
—Jamás imaginé que unas pocas copas pudieran afectarte tanto—le dijo Dreylo con tono de burla—. No bebiste ayer ni la mitad de lo que acostumbra un hombre curtido en la guerra.
—Yo jamás había estado en una batalla tan grande, y nunca antes me habías dejado beber tanto—le repuso Drog con un atisbo de sonrisa. Pero sus facciones se endurecieron de nuevo, al parecer, demostrar ironía con una sonrisa estaba más allá de sus capacidades esa mañana— ¡Ay!, Nunca más volveré a beber, nunca más volveré a beber.
Dreylo rió con más fuerza que cuando Drog se desplomó borracho la noche anterior, el sonido fue tan estruendoso, que Drog volvió a sujetarse la cabeza con fuerza, repitiendo su juramento una y otra vez.
—Deberías ir a dormir un poco, o tal vez darte un paseo por estos lugares, hasta que te sientas mejor—le sugirió su padre, guiñándole un ojo—. Quizás hasta encuentres una bella doncella que alegre tus días.
Drog miró a su padre con una expresión indescifrable en su rostro, luego dijo:
—No, primero porque no quiero perderme de nada de lo que aquí se diga, y segundo porque me juré a mí mismo hace mucho que mi esposa y mis hijos serían oriundos de Alcunter, y no cambiaré de decisión.
—Como quieras—respondió Dreylo, luego, dirigiéndose a todos los hombres, añadió—: Me gustaría quedarme a descansar un buen tiempo aquí, es un buen lugar para relajarse, a las orillas del mar y el olor de la naturaleza llenando tus sentidos. Pero me temo que no es posible por ahora, no nos podemos permitir desperdiciar ni un día y es menester que ataquemos a Glardem lo más pronto posible.
—Entonces, ¿Cuál es el plan?—preguntó Markrors.
Dreylo sacó de entre sus ropas un trozo viejo de pergamino: era un mapa de Cómvarfulián que mostraba la ubicación exacta de las cinco provincias. El mapa era muy antiguo, pues para poseer tantos detalles de la región debió haber sido hecho en las épocas de paz. Dreylo desplegó el mapa sobre una mesa y fue indicando puntos sobre el mismo mientras daba sus explicaciones:
—Glardem es una zona muy peligrosa. Rodeado por la Zona de Niebla, la Zona Quemada y las montañas: es casi inaccesible, aún no me explico por qué fue construida en ese lugar. No importa, de todas maneras. La única cosa sensata sería infiltrarnos por las montañas: usando las minas de Alcunter o el pasaje entre Voshla y Glardem. Atacar a Voshla no es propicio ahora, no quiero dejar a Glardem sin conquistar por más tiempo. Atacar a Glardem en sus mismas puertas tampoco es sensato, nos verían antes de que llegáramos recorriendo la llanura y tendríamos las mismas dificultades que aquí. Por eso mi plan es cabalgar hasta Alcunter, fortalecerla con unos cuantos soldados, y luego dirigirnos a las minas, pero no entrar. No sabemos si hay un camino subterráneo que comunique los dos lugares; debemos dirigirnos a Glardem bordeando las montañas y atacar sus murallas. Necesitaremos un ariete lo suficientemente fuerte y el poder de Gollogh para abrir una brecha y entrar y conquistarlos. Luego usaremos el túnel hasta Voshla, los atacaremos de improviso y finalmente, después de doblegar a Voshla, nos encaminaremos a Benderlock y los derrotaremos también. Luego volveré a Alcunter para mi coronación. Para poder conseguir que todos los pueblos acepten la ceremonia sin reproches deberemos sobornar a sus dirigentes o acabarlos y someterlos a la fuerza. No quiero llegar hasta tales extremos, pero haré lo necesario para acabar con la lucha de mi padre y mis demás antepasados. ¡Juro que me recordarán como un gran conquistador!—Dreylo finalizó su discurso con un grito fruto de la emoción. Sus hombres le respondieron con igual entusiasmo y todo el ruido que produjeron por fin desesperó a Drog al máximo. Ya que se arrojó al suelo gimiendo y sujetándose la cabeza con más fuerza que antes. Cuando el silencio retornó a la sala, Drog dijo que haría caso a su padre y salió de la habitación con pasos cansados dispuesto a esperar a que se recuperara.
—El plan está bien estructurado—dijo Dishlik—. ¿Cuándo deberíamos partir?
—Me gustaría que pudiéramos tener todo listo para partir como máximo en dos semanas. Teniendo en cuenta que para llegar a las minas necesitamos aproximadamente un día entero a todo galope, mi idea es que Glardem sea mío dentro de un mes.
—Muy bien, vamos a preparar armas, provisiones y demás—resolvió Dishlik.
Todos los hombres salieron de la sala para encargarse de sus respectivas actividades.

Durante los días que siguieron la actividad en Brandelkar se sentía incluso en el aire. Surgieron intentos de resistencia al gobierno alcunterino. Pero Dishlik los calló argumentando que ahora el mando de Brandelkar era suyo. Todos debían obedecer sus órdenes y la primera que dio era aceptar a Dreylo como señor. Aunque a muchos les disgustaba la idea, Dishlik estaba en todo su derecho. Oficialmente el mando de los brandelkanos era suyo y el escogía qué hacer. Y a pesar de las caras disgustadas, la ferocidad de Dishlik y el temor a Dreylo mantuvieron todos dentro del límite permitido.
Mientras los preparativos finalizaban. Drog recorría el lugar admirando cada detalle. Había acabado con su trabajo y estaba a la espera de la orden de su padre para partir. Por ahora, se contentaba con la paz que vivía dentro de los muros dorados y caminaba disfrutando de cada instante. De este modo llegó a conocer Brandelkar tan bien como Alcunter. Todos los días pasaba frente a las puertas que estaban siendo reconstruidas por Zolken. El herrero había contado con la ayuda de todos los habitantes brandelkanos que se ofrecieron a ayudarlo y que ya estaban acostumbrados a sus exigencias. Cada amanecer se notaba un considerable progreso en la reparación de la entrada. Y en menos tiempo del necesario para realizar una tarea de estas. Todo quedó reparado, para gran sorpresa de Drog.
Dreylo y Dishlik también observaron este fenómeno, lo que aumentó su curiosidad acerca del verdadero poder de Zolken. Aún recordaban la promesa del herrero durante la batalla, pero cuando intentaban preguntarle algo acerca de su pasado, Zolken cambiaba rápidamente de tema y evitaba cualquier mención del asunto. Dreylo y Dishlik sabían que no podían forzarlo a contarles, si no quería. Después de todo era su decisión, pero esto no impedía que sintieran curiosidad.
Finalmente, cuando todo estuvo listo para partir, Dreylo reunió a todos los hombres en el mismo patio de la vez pasada y habló:
—Está todo listo para continuar con nuestro plan. Ahora cabalgaremos hasta el puente en el Larden, y después de cruzarlo, hasta el sur de las montañas, para acabar con Glardem y dar un paso más hacia la victoria. ¡Por la Gloria, el Honor, y la Unión que se acercan!—Dreylo alzó su espada, gritando, y todos los hombres se le unieron, tanto alcunterinos como brandelkanos. Pues en los últimos días Dreylo había demostrado ante todos sus capacidades como líder, y ahora cada habitante del castillo le tenía un gran aprecio. Ya compartían su visión y estaban dispuestos a seguirlo hasta el fin del mundo. Tal era el poder de las palabras de Dreylo.
Mientras todos los hombres se organizaban para partir, Dreylo buscó a Zolken, y en secreto le dijo:
—Cumplí tu petición de traerte a la batalla. Creo que lo que viste en tu sueño se ha cumplido. Has sido fundamental para la victoria y me parece que no es necesario que nos acompañes más. Por eso te pido que vuelvas a Alcunter ahora y ayudes a Yostermac en lo que necesite. Y también quiero que dirijas el Castillo Plateado mientras yo no estoy.
—Muy bien, mi señor—le dijo Zolken. Y de inmediato partió al galope rumbo a Alcunter montando a un caballo sumamente ágil. Dreylo observó a Zolken partir, y luego el mismo estuvo listo. Casi una hora después.
Las recién reconstruidas puertas de Brandelkar se abrieron para dar paso a su nuevo gobernante. Miles de caballos traspasaron el umbral y se dirigieron a todo galope hacia el Larden. Formando una mancha que cubría el verde de los pastos. Porque la primavera ya había vuelto y el color inundaba el mundo.
Pero conforme se acercaban al puente, una densa niebla comenzó a entorpecer su visión y a ralentizar su paso. La temperatura bajó de manera increíble y gotas de fino rocío cubrieron las flores. Todo ser viviente en el lugar comenzó a resoplar y pronto el vapor salió de sus bocas y narices. Les castañeaban los dientes a más de uno y la piel se tornaba en azul de manera gradual.
Dreylo sentía como todo su pecho temblaba a causa del frío. Las costillas se movían tanto, que pensaba que muy pronto saldrían despedidas de su ser como flechas lanzadas a gran velocidad. Las rodillas se aferraban con fuerza al cuerpo del caballo. Intentando proporcionar calor extra a los dos.
Muy pronto la oscuridad se cernió sobre sus cabezas como si estuvieran en plena noche. Quedaron cegados por completo y perdieron todo sentido de la orientación. Andaban y andaban y parecía que no llegaban a ninguna parte. Incluso Dreylo juraba que estaban andando en círculos. Así se mantuvieron por un tiempo incontable. Que después muchos calcularon en horas, días, o incluso años.
No parecía que las cosas fueran a mejorar, por el contrario. Cada vez estaba más oscuro, aunque pareciera imposible. Y la ansiedad se apoderaba de los hombres poco a poco. Muchos comenzaron a gritar palabras incomprensibles, rogando por una salida, pero no recibieron más respuesta que la insondable oscuridad.
Dreylo ya estaba preguntándose si podía haber alguna manera de volver a Brandelkar para buscar otro camina cuando un resplandor proveniente de más adelante atrajo su atención. Podía ver una luz rojo-anaranjada proveniente del frente. Estaba a aproximadamente un kilómetro de distancia y se acercaba de manera lenta, pero segura.
Convencido de que era su única manera de seguir y poder salir de la repentina noche, Dreylo guió a sus hombres hacia la luz. Conforme avanzaban, el calor fue volviendo a sus miembros y el andar se hacia más fácil. La salida estaba cerca y la alegría retornaba a los corazones.
De repente, todo se oscureció mucho más que antes. Muchos gritos se oyeron, acompañados por otro ruido incomprensible, que sólo Dreylo pudo reconocer.
“No, esto no puede ser posible. ¿Cómo pueden estar ellos aquí?” se preguntó. El miedo recorría cada partícula de su cuerpo, y todos sus pensamientos fueron bloqueados por la angustia. Cuando por fin pudo reunir el valor suficiente, gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
— ¡Retirada, vuelvan a Brandelkar tan rápido como puedan, es una emboscada!
Pero fue demasiado tarde. Antes de que alguien más pudiera reaccionar, la luz volvió de repente. Se encontraron bajo el sol del medio día, frente al puente del Larden, y estaban rodeados por un ejército muchos más grande que el suyo.
Entre todos los seres que se encontraban rodeándolos, Dreylo reconoció a Walerz, mirándolo fijamente desde una de las filas que eran conformadas por criaturas que casi nadie había visto.
Las primeras criaturas, eran unos seres tan altos como un hombre. No llevaban ropa alguna, y tampoco ningún arma. Todos eran del mismo color azul grisáceo, pero en diferentes tonalidades y proporciones de ambos colores. Parecían hechos de humo y se cuerpo se mecía con el viento. Provocando la ilusión de ser una espesa cortina de niebla.
Las segundas criaturas eran un poco más altas que las primeras. Tampoco llevaban ropas o armas. Sólo la misma fría sonrisa que también tenían las otras criaturas, capaz de desnudar a un hombre, cruzaban su rostro. Brillaban bajo la luz del sol con los colores que había visto Dreylo en medio de la oscuridad. Sus pies no tocaban el suelo, flotaban a unos cinco centímetros por encima de la tierra. Puesto que parecían todos arder en llamas, si hubieran tocado la hierba habrían quemado todo el lugar, convirtiéndolo en ceniza. Mientras que sus compañeros emanaban frío congelando el ambiente, ellos producían calor, con lo cual la temperatura permanecía en un estado normal.
Todos se reían, aunque era difícil diferenciar la boca en sus caras. El sonido de sus carcajadas era aterrador. Parecido a lamentos y gritos de dolor. Un aire a muerte inundó el ambiente. Muchos hombres se arrojaron al suelo, gritando, uniendo su lamento al de las criaturas.
Dishlik estaba observando esta aterradora escena cuando los recuerdos volvieron a su mente.
—Mi señor—le gritó a Dreylo, haciéndose oír por encima de los otros ruidos—, cuando usted fue a espiar a los Mingred y los Nerk…
—Así es—dijo una criatura perteneciente al primer grupo, con una voz muy fría y cruel—. En estos momentos se encuentran ante los seres más poderosos de todo Cómvarfulián. Tiemblen, pues su fin está cerca. Ya nada los salvará. Morirán a manos de los Mingred y los Nerk.
—El momento de la venganza ha llegado—dijo Walerz, observando a Dreylo con odio.
—Compañeros—anunció la criatura de la voz cruel—nos dirigíamos a Alcunter para acabar con los Destructores. Pero vean qué nos encontramos. Ellos han venido a nosotros. Cuando acabemos con ellos, por fin volverá la paz a nuestras vidas—entonces rió de nuevo, y todos se unieron a él. Y los gritos se elevaron hacia el cielo con más intensidad que antes.
Luego, los Mingred y los Nerk avanzaron muy lentamente hacia el ejército de Dreylo. El Señor de Alcunter ya veía muertas sus esperanzas de conquistar Cómvarfulián, e incluso de vivir para ver un nuevo amanecer.