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Emboscada
Emboscada
El ejército de Dreylo observaba con temor a sus enemigos surgidos de ninguna parte con el propósito de acabar con ellos. Si hubiera sido un ejército común y corriente, incluso habrían reído, pues parecía imposible que unos hombres como todos ellos pudieran ganarles. Pero en su lugar se encontraban con los seres más peligrosos de Cómvarfulián. Las historias acerca de los Mingred y los Nerk eran tan terroríficas como increíbles, puesto que tenían poderes más allá de la imaginación y no conocían ningún método que sirviera para combatir contra ellos. Así pues, estaban condenados, morirían todos bajo el fuego y la niebla y pronto se unirían a ellos los demás cómvarfulianos en el Reino del Más Allá.
Los Mingred y los Nerk rieron de nuevo, un escalofrió recorrió a todos los hombres, incluso muchos se desmayaron. Lágrimas de desesperación recorrían sus rostros y por fin todos vieron el rostro de la Muerte, oculto entre las facciones de aquellos monstruos que buscaban su destrucción.
Dreylo no sabía qué hacer. Comprendía que no serían capaces de enfrentarse a los Mingred y los Nerk y vencer. Dudaba ya que tuvieran cualquier probabilidad. Y, aunque se detestaba por ello, sólo podía esperar en silencio a que lo mataran a él y a todos sus compañeros. El miedo le impedía moverse y de todas maneras hubiera sido inútil.
Drog, no dejaba que por su rostro se viera el llanto. Pero dentro de él, sentía el cuerpo desgarrado por el dolor, además de una gran curiosidad. Iban a morir, eso era seguro, y era una perspectiva que le atemorizaba, y le encantaba a la vez. De seguro podría conocer a su madre después de tantos años y sería feliz, no habría más tristeza.
Markrors se sentía abatido. Su final había llegado, y lo único que le importaba era que nadie volvería a narrar su historia. Las hazañas de Markrors el Valiente serían olvidadas y nadie lo recordaría. Sin duda era un final deshonroso para cualquier guerrero que se dignara de serlo. Pero no siempre se puede tener lo que se quiere. Era en este pensamiento en el que Markrors encontraba consuelo. Porque temía ser olvidado y que no pudiera ocupar un lugar en la historia y los libros. Era el objetivo principal de su vida.
Dishlik observaba con profundo odio a Walerz: el hombre que había complicado sus planes incluso después de muerto su señor. Todos los problemas que se habían presentado en el camino habían sido culpa de él. “No moriré sin matarlo primero” se prometió Dishlik. Su espíritu ya reclamaba venganza y él no iba a negársela.
Todos esperaban congelados en sus lugares cualquier acción por parte del contrario. Pero pasaban los minutos y nada ocurría. Los Mingred y los Nerk sonreían con malicia. Sin duda disfrutando del momento. Dentro de aquella atemorizante boca no pudieron distinguir diente alguno. Y de todas formas ¿Para qué les servían los dientes a unas criaturas que podían sobrevivir con las solas manos?
Entonces, de súbito, el Jefe Mingred se apartó, y todos los Mingred detrás de él hicieron lo mismo. Muy pronto una vía de escape se formó para el ejército alcunterino.
—Ya me he cansado de esto. Váyanse, si quieren. Son libres de ir a donde quieran—les dijo.
Era demasiado fácil para ser cierto. Alcunterinos y brandelkanos intercambiaron miradas de asombro. Sin saber qué hacer. Todos miraron a Dreylo con ansiedad.
Dreylo miraba con desconfianza a los Mingred y los Nerk. Sin duda había una trampa escondida en alguna parte, pero él no pudo encontrarla. Aún así, estaba decidido a pensar muy bien antes de actuar, sabiendo que todo dependía de su orden.
Dreylo miraba los ojos de Jefe Mingred, tratando de descubrir cuál era su plan. Pero en su mirada sólo encontró frialdad, y debajo de ésta una frívola sonrisa que el Mingred había conservado todo aquel tiempo. La incertidumbre llenó por completo a Dreylo. No sabía que hacer. Pensaba y explotaba su cerebro al máximo pero no hallaba la respuesta, aunque estuviera presente en el ambiente. Sin duda alguna el miedo impedía que Dreylo pensara con claridad, por lo cual pasaron los minutos, cada vez más lentos y cargados de tensión. Ningún movimiento que interrumpiera la quietud del lugar. Incluso se habría podido pensar que todos los allí presentes eran estatuas en una gran exposición, representando una batalla de un tiempo perdido en el recuerdo. Pero en realidad eran hombres que se encontraban frente a sus pesadillas y que estaban desorientados.
Finalmente, y tras mucho esperar, el Jefe Mingred suspiró, parecía invadido por una gran pena. Cerró los ojos, lleno de incredulidad al ver que no aprovechaban la oportunidad.
—Bueno, si prefieren quedarse y morir—comenzó diciendo.
—Esperen—Dreylo estaba intentando hallar una solución al problema que se le presentaba, por fin, resignado, preguntó— ¿En serio nos están dejando ir?
La sonrisa en el rostro del Jefe Mingred se ensanchó aún más. Y, con un brillo especial en la mirada, asintió con la cabeza.
Dreylo miró a sus hombres, quienes le devolvieron la mirada con igual desconcierto y esperanza. Luego, Dreylo volvió a mirar al Jefe Mingred y dijo:
—Entonces, aceptamos su propuesta.
Dreylo hizo una señal a sus hombres y continuaron su marcha rumbo a las minas. Comenzaron a cruzar el puente, con mucha más rapidez de la necesaria, sintiendo que si tardaban mucho morirían a manos de los Mingred y los Nerk.
El último soldado en la formación estaba cruzando el puente, cuando un impulso le hizo mirar hacia atrás. Vio al Jefe Mingred haciendo una seña a su ejército y entonces, a una velocidad superior a la de la luz o el sonido, los Mingred y los Nerk se posicionaron alrededor del ejército y atacaron. El último soldado oyó al Jefe Mingred decir justo detrás de él:
—Les dije que los dejaría irse, pero no bajo qué condiciones.
Las manos del Jefe Mingred atravesaron el cuerpo del soldado para acabar con su vida. La primera mano, llegó a hasta su estómago, y con el poder de transformación, lo convirtió en una llama que quemaba todo el interior de su cuerpo. La segunda mano penetró en la cabeza y convirtió el cerebro en un cubo de hielo. El soldado cayó al suelo gritando sus últimos lamentos antes de que la vida se extinguiera. Se cerebro se derritió y de su cuerpo quedaron las cenizas.
Escenas similares se repitieron en todos los hombres que fueron atacados por los Mingred. Conejos que eran quemados y arrojados al río. Corazones explotando o dolorosas púas emergiendo de todas partes.
Mientras tanto, los Nerk quemaban todo a su paso. Gritando de placer y extendiendo la mortandad a su alrededor. Los pastos muy pronto fueron reducidos a nada y el humo se elevaba como un aviso de lo que ocurría. Parecía ser una columna de aire gris sosteniendo el cielo, impidiendo su caída.
Dreylo observaba el ataque presa de un gran temor y una súbita ira. Se había dado cuenta de que los Mingred y los Nerk no tenían honor, no cumplían su palabra. Debían detenerlos a cualquier precio.
— ¡Corran! Agrúpense, dispérsense, lo que sea. Resistan, por sus familias y su hogar. Resistan para poder ver la belleza de la luna y las estrellas una vez más. Por otro atardecer, y el amanecer que seguirá. Por ustedes mismos. Por la vida. Resistan.
Superando sus temores. Los hombres dieron media vuelta y pusieron la cara a la muerte. Animados por las palabras de Dreylo, no estaban dispuestos a morir aún.
Dreylo y Dishlik no pudieron idear ninguna manera de enfrentarse a sus enemigos. Habían crecido creyendo que eran invencibles, con un miedo irracional implantado en ellos. La esperanza murió ante la vista de la muerte de sus compañeros. Habían fracasado por fin.
—Moriré con honor, enfrentando a mis enemigos. Estoy preparado para mi último viaje—pensó Dreylo, luego miró a su alrededor. El sonido pareció callarse por completo mientras los Mingred y los Nerk asesinaban a sus colegas.
Aterrado, Dreylo miró a Dishlik, y, con una sonrisa de resignación surcando su rostro, dijo:
— ¿Preparado?
—Para lo que sea, mi Señor—le respondió.
—Bueno, aunque este sea el final, no quiere decir que también muera nuestra amistad. Compañeros leales hasta la muerte, ¿No es así?
—No—dijo Dishlik—. Hasta la muerte y lo que venga después—y sonrió.
Los Mingred y los Nerk rieron de nuevo, un escalofrió recorrió a todos los hombres, incluso muchos se desmayaron. Lágrimas de desesperación recorrían sus rostros y por fin todos vieron el rostro de la Muerte, oculto entre las facciones de aquellos monstruos que buscaban su destrucción.
Dreylo no sabía qué hacer. Comprendía que no serían capaces de enfrentarse a los Mingred y los Nerk y vencer. Dudaba ya que tuvieran cualquier probabilidad. Y, aunque se detestaba por ello, sólo podía esperar en silencio a que lo mataran a él y a todos sus compañeros. El miedo le impedía moverse y de todas maneras hubiera sido inútil.
Drog, no dejaba que por su rostro se viera el llanto. Pero dentro de él, sentía el cuerpo desgarrado por el dolor, además de una gran curiosidad. Iban a morir, eso era seguro, y era una perspectiva que le atemorizaba, y le encantaba a la vez. De seguro podría conocer a su madre después de tantos años y sería feliz, no habría más tristeza.
Markrors se sentía abatido. Su final había llegado, y lo único que le importaba era que nadie volvería a narrar su historia. Las hazañas de Markrors el Valiente serían olvidadas y nadie lo recordaría. Sin duda era un final deshonroso para cualquier guerrero que se dignara de serlo. Pero no siempre se puede tener lo que se quiere. Era en este pensamiento en el que Markrors encontraba consuelo. Porque temía ser olvidado y que no pudiera ocupar un lugar en la historia y los libros. Era el objetivo principal de su vida.
Dishlik observaba con profundo odio a Walerz: el hombre que había complicado sus planes incluso después de muerto su señor. Todos los problemas que se habían presentado en el camino habían sido culpa de él. “No moriré sin matarlo primero” se prometió Dishlik. Su espíritu ya reclamaba venganza y él no iba a negársela.
Todos esperaban congelados en sus lugares cualquier acción por parte del contrario. Pero pasaban los minutos y nada ocurría. Los Mingred y los Nerk sonreían con malicia. Sin duda disfrutando del momento. Dentro de aquella atemorizante boca no pudieron distinguir diente alguno. Y de todas formas ¿Para qué les servían los dientes a unas criaturas que podían sobrevivir con las solas manos?
Entonces, de súbito, el Jefe Mingred se apartó, y todos los Mingred detrás de él hicieron lo mismo. Muy pronto una vía de escape se formó para el ejército alcunterino.
—Ya me he cansado de esto. Váyanse, si quieren. Son libres de ir a donde quieran—les dijo.
Era demasiado fácil para ser cierto. Alcunterinos y brandelkanos intercambiaron miradas de asombro. Sin saber qué hacer. Todos miraron a Dreylo con ansiedad.
Dreylo miraba con desconfianza a los Mingred y los Nerk. Sin duda había una trampa escondida en alguna parte, pero él no pudo encontrarla. Aún así, estaba decidido a pensar muy bien antes de actuar, sabiendo que todo dependía de su orden.
Dreylo miraba los ojos de Jefe Mingred, tratando de descubrir cuál era su plan. Pero en su mirada sólo encontró frialdad, y debajo de ésta una frívola sonrisa que el Mingred había conservado todo aquel tiempo. La incertidumbre llenó por completo a Dreylo. No sabía que hacer. Pensaba y explotaba su cerebro al máximo pero no hallaba la respuesta, aunque estuviera presente en el ambiente. Sin duda alguna el miedo impedía que Dreylo pensara con claridad, por lo cual pasaron los minutos, cada vez más lentos y cargados de tensión. Ningún movimiento que interrumpiera la quietud del lugar. Incluso se habría podido pensar que todos los allí presentes eran estatuas en una gran exposición, representando una batalla de un tiempo perdido en el recuerdo. Pero en realidad eran hombres que se encontraban frente a sus pesadillas y que estaban desorientados.
Finalmente, y tras mucho esperar, el Jefe Mingred suspiró, parecía invadido por una gran pena. Cerró los ojos, lleno de incredulidad al ver que no aprovechaban la oportunidad.
—Bueno, si prefieren quedarse y morir—comenzó diciendo.
—Esperen—Dreylo estaba intentando hallar una solución al problema que se le presentaba, por fin, resignado, preguntó— ¿En serio nos están dejando ir?
La sonrisa en el rostro del Jefe Mingred se ensanchó aún más. Y, con un brillo especial en la mirada, asintió con la cabeza.
Dreylo miró a sus hombres, quienes le devolvieron la mirada con igual desconcierto y esperanza. Luego, Dreylo volvió a mirar al Jefe Mingred y dijo:
—Entonces, aceptamos su propuesta.
Dreylo hizo una señal a sus hombres y continuaron su marcha rumbo a las minas. Comenzaron a cruzar el puente, con mucha más rapidez de la necesaria, sintiendo que si tardaban mucho morirían a manos de los Mingred y los Nerk.
El último soldado en la formación estaba cruzando el puente, cuando un impulso le hizo mirar hacia atrás. Vio al Jefe Mingred haciendo una seña a su ejército y entonces, a una velocidad superior a la de la luz o el sonido, los Mingred y los Nerk se posicionaron alrededor del ejército y atacaron. El último soldado oyó al Jefe Mingred decir justo detrás de él:
—Les dije que los dejaría irse, pero no bajo qué condiciones.
Las manos del Jefe Mingred atravesaron el cuerpo del soldado para acabar con su vida. La primera mano, llegó a hasta su estómago, y con el poder de transformación, lo convirtió en una llama que quemaba todo el interior de su cuerpo. La segunda mano penetró en la cabeza y convirtió el cerebro en un cubo de hielo. El soldado cayó al suelo gritando sus últimos lamentos antes de que la vida se extinguiera. Se cerebro se derritió y de su cuerpo quedaron las cenizas.
Escenas similares se repitieron en todos los hombres que fueron atacados por los Mingred. Conejos que eran quemados y arrojados al río. Corazones explotando o dolorosas púas emergiendo de todas partes.
Mientras tanto, los Nerk quemaban todo a su paso. Gritando de placer y extendiendo la mortandad a su alrededor. Los pastos muy pronto fueron reducidos a nada y el humo se elevaba como un aviso de lo que ocurría. Parecía ser una columna de aire gris sosteniendo el cielo, impidiendo su caída.
Dreylo observaba el ataque presa de un gran temor y una súbita ira. Se había dado cuenta de que los Mingred y los Nerk no tenían honor, no cumplían su palabra. Debían detenerlos a cualquier precio.
— ¡Corran! Agrúpense, dispérsense, lo que sea. Resistan, por sus familias y su hogar. Resistan para poder ver la belleza de la luna y las estrellas una vez más. Por otro atardecer, y el amanecer que seguirá. Por ustedes mismos. Por la vida. Resistan.
Superando sus temores. Los hombres dieron media vuelta y pusieron la cara a la muerte. Animados por las palabras de Dreylo, no estaban dispuestos a morir aún.
Dreylo y Dishlik no pudieron idear ninguna manera de enfrentarse a sus enemigos. Habían crecido creyendo que eran invencibles, con un miedo irracional implantado en ellos. La esperanza murió ante la vista de la muerte de sus compañeros. Habían fracasado por fin.
—Moriré con honor, enfrentando a mis enemigos. Estoy preparado para mi último viaje—pensó Dreylo, luego miró a su alrededor. El sonido pareció callarse por completo mientras los Mingred y los Nerk asesinaban a sus colegas.
Aterrado, Dreylo miró a Dishlik, y, con una sonrisa de resignación surcando su rostro, dijo:
— ¿Preparado?
—Para lo que sea, mi Señor—le respondió.
—Bueno, aunque este sea el final, no quiere decir que también muera nuestra amistad. Compañeros leales hasta la muerte, ¿No es así?
—No—dijo Dishlik—. Hasta la muerte y lo que venga después—y sonrió.
1 comentario:
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